1 de febrero de 2015

Mentira. Para comprender, escribir


Llevaba tiempo preocupada por un asunto. Escuchando. Pensando. Cada vez que un menor comparece ante la justicia me formulaba las mismas preguntas. ¿Qué es la responsabilidad? ¿Hasta qué extremo es una persona de 14 años responsable de un acto criminal que ha cometido? ¿En qué entorno ha crecido ese menor? ¿Dónde, en quién se espeja? ¿Cuáles son sus modelos de conducta? ¿Dónde están, a qué se dedican, por qué códigos éticos se rigen sus mayores? ¿Qué adultos -he aquí la pregunta de verdad osada- son los responsables últimos de ese comportamiento criminal?

Sé que mucha gente no piensa como yo. Que no se trata de una cuestión fácil. Lo sé porque hace algún tiempo colgué en Facebook un comentario acerca de un menor de edad que acababa de atacar a otro en un vagón de metro. Fue una agresión brutal, que quedó registrada con un dispositivo móvil. Se emitió en todas las cadenas de televisión, fue viral en Internet. Se habló mucho de aquel menor. Mucho y con mucha dureza.

Al día siguiente, se me ocurrió buscar en Internet alguna información sobre la vida de aquel muchacho. Supe que había sido abandonado por su madre siendo un bebé. Supe que había crecido en un entorno terrible. Un entorno que muchos de nosotros no podríamos siquiera imaginar. O no querríamos. Por eso decidí escribir una novela para hablar de este asunto. Cómo tratamos a los menores delincuentes. Por qué un menor delinque. Por qué. 

Para comprender, no hay nada mejor que escribir.

Cuando comencé Mentira (Mentida, la escribí en catalán) sabía que quería hablar de un chaval de 14 años condenado por asesinato en primer grado. Me documenté un poco. Encontré ayuda por el camino. Ayuda generosa, que no me canso de agradecer. La de Albert, el abogado y ex-fiscal de menores que me contó el procedimiento, con sus luces y sus sombras. Y, sobre todo, la de Carlos, el director del centro de reforma de menores que me abrió las puertas de un mundo para mí desconocido, que me asustó y me impresionó.
Hay personas que cambian las novelas. Sin la ayuda de Carlos, Mentira habría sido, literalmente, otra historia. No habría podido, sin ir más lejos, recrear la realidad de los centros penitenciarios juveniles con el realismo en que he podido hacerlo. Ahora, más de la mitad de la trama transcurre dentro de uno de esos centros. Creo que a los lectores jóvenes les gustará atravesar esas puertas blindadas. A mí me gustaría, a la edad que tengo, si no hubiera escrito la novela.

La escribí en verano, entre julio y agosto. Antes, como siempre, la había pensado. La terminé el 12 de septiembre. La corregí, la encuaderné, preparé las copias. Por un milagro, llegué a tiempo a presentare al premio Edebé. Hacía tiempo que quería volver a hacerlo, pero no tenía la historia oportuna. O la tenía, y quien no la creyó oportuna fue el jurado. He dicho muchas veces en los últimos días que el jurado del premio Edebé no es cualquier jurado. Es duro de pelar. Un jurado exigente. Por eso ganar es una alegría inmensa.

El mismo día en que empezaba el cole, mi hijo mayor me acompañó a hacer la copia del original que requerían las bases. Lo preparamos todo juntos. El CD con la copia digital, las dos impresiones de la obra, la plica. Él mismo la cerró y lo metió todo en el sobre de color marrón. Antes de cerrarlo le dije: "Hazlo tú y deséame buena suerte." Adrián sopló dentro del paquete. Luego, cerró. Al terminar la operación preguntó: "¿Tú crees que funcionará?".

Tendríais que haber visto su cara la noche del jueves, durante la ceremonia de entrega de los premios.

30 de enero de 2015

15 de enero de 2015

Última cena (microcuento)


—Recepción, en qué puedo ayudarle.
—Llamo de la 201. La puerta está atrancada. Grito y nadie me oye.
—Normal, señor. La habitación está insonorizada, señor.
—¡Ah, genial idea! Por cierto, ¿ha llegado ya mi acompañante?
—No, señor. Llamó para anular la cita.
—Qué raro que no hablara conmigo.
—Su teléfono no puede recibir llamadas externas.
—¿Y el móvil?
—Sin cobertura.
—Inaudito. ¿Piensan compensarme de alguna manera?
—Quería sugerirle una cena en su habitación.
—Preferiría un operario que desatrancara la puerta.
—No disponemos de operarios. En el menú hay caviar, langosta, champán… cortesía de la casa. La cocina cierra a medianoche.
—Tendrán un buen whiskey.
—¿Macallan del 47?
—¿Ha pensado cómo entrará el camarero? 
—¿Ve una portezuela oscura junto al televisor? Un montacargas.
—Mañana a primera hora quiero un operario.
—Nos ocuparemos de todo. ¿Algo más?
—¿Cree usted que una señorita cabría en el montacargas?
—Déjeme averiguar, señor.

* * *

Siguiendo protocolo habitual del programa Última cena, a las 00:00 procedemos a:
—Activar espitas 1 y 2 de la 201.
—Cremación.
—Retirada de escombros.
—Desinfección.
—Informar al cliente (viuda del difunto). Coste total: 12.600 € (incluye cena). Los servicios de la prostituta (que no pudo ser desalojada) los asume el hotel.