30 de septiembre de 2008

Novedades de otoño (I)


Para curiosos, AQUÍ

29 de septiembre de 2008

Tuppersex

Acaban de invitarme a una sesión de tuppersex. Antes de asistir a una reunión, conviene imaginarla: una docena de mujeres sentadas alrededor de una mesa donde reposan tazas de café y una bandeja con pastas, dispuestas a abrir sus corazones a nuevas experiencias. Sólo pensarlo me flojean las rodillas, de terror. Imagino a la directora de uno de estos encuentros. ¿Tendrá mi edad? ¿Será más joven? ¿Habrá parido alguna vez? ¿Utilizará juguetitos eróticos habitualmente? ¿Sabrá de la existencia de algo que yo desconozco? Ah, ¡interrogantes incontestables! Lo que es seguro es que se tratará de una de esa féminas deshinibidas que pronuncian la palabra "clítoris" y la palabra "glande" con la misma naturalitat con que otra dice "ventana" o "nube", y que eso la hará sentir muy pero que muy orgullosa (a la par que pasmadas a las demás). Qué delicia, la deshinibición lingüística.
Como no voy a ir, nunca sabré de qué hablan estas desocupadas damas en busca del truco sexual perdido. ¿De las ventajas de la pinza birmana? ¿De cómo los azotes incrementan el placer, según nos enseñó hace varios siglos el Kama-Sutra? ¿De la existencia o no del sobadísimo —aunque nunca lo suficiente— Punto G? Menudo misterio.
Nunca olvidaré una vez en que me reuní con un grupo de señoras sesentonas para hablar de relaciones de pareja. Yo estaba escribiendo un libro sobre el tema, y ellas se prestaron a aportar sus comentarios. La reunión fue en la cafetería de un hotel. Unas pocas mesas más allá, había otra reunión, esta vez de amigas del tupperware. Una de las participantes en el cónclave de fiambreras se equivocó y acabó sentada entre nosotras. Después de un rato de escuchar, horrorizada, cómo mis señoras hablaban de posturas sexuales y desgranaban las bondades y los inconvenientes del sexo anal, la equivocada se levantó y nos dijo, visiblemente sofocada:
—Yo soy totalmente incapaz de hablar de estas cosas.
Es curioso, a mí me habría pasado lo mismo de caer en la reunión de fiambreras. Lo cual prueba una verdad irrefutble: no todo el mundo sirve para participar en cualquier reunión.
Luego están quienes no sirven para ninguna, como a veces siento que me ocurre a mí. De hecho, no hay nada que crea oportuno tratar en reuniones de más de cuatro personas. Por lo general, todas son una lata, un compendio de estupideces y una pérdida de tiempo y de energía innecesarias. Algunas lo son en grado máximo: las reuniones de padres, las de la comunidad de vecinos o las cenas de Navidad de la empresa (las de mi compañero, porque yo no tengo empresa, ergono voy a cenar con gente de la misma).
Todo ello no significa que no me parece buen tema, el sexo, para una reunión (de hecho, el sexo es divertido hasta hablando), sino que hay que elegir bien el momento y la finalidad. Con tu mejor amiga, por ejemplo, da gusto hablar de sexo hasta altas horas, cotilleando como colegialas, dedicadas a ese ejercicio tan sano de la comparación de conductas masculinas (sobre todo) y propias. Con tu pareja, filosofando, analizando las razones etológicas que nos llevan a actuar de un modo u otro, a tener ganas a días alternos, a estar tan ocupados que el sexo siempre no puede ser algo inútil que ocurre demasiado tarde. Y con una misma, claro, del modo en que cada una crea conveniente (ah, el gran tabú, perdón, que este es un blog que a veces leen menores, cambio de tema).
En fin. Todo esto para decir que no pienso ir a la reunión de tuppersex. Llamadme petulante, pero pienso que no aprendería nada, y los lugares donde no aprendo nada prefiero evitarlos. Además, un último motivo, que se me antoja a la vez el más importante: tengo tan poco tiempo, que para qué voy a malgastarlo en la teoría, pudiendo ocuparlo en la (deliciosa) práctica.

La imagen, de Gavin Youl.

25 de septiembre de 2008

La vida sorprende

Hoy he comprado dos botellas de Bollinger, el champán preferido de James Bond. La primera era para una pareja de mi edad —bueno, un pelín mayores, pero sólo un pelín— que acaban de tener un bebé. La segunda, para una pareja de mi edad —bueno, un poco mayores, pero sólo un poco— que se casan mañana.

De pronto, la vida se comporta como hace diez años. La gente se casa y tiene bebés.

Qué maravilla que aún no estén repartidas todas las cartas de la partida. Que aún pueda llegarnos una mano que nos sorprenda de verdad, a lo bestia.
Mañana, no me esperéis por aquí, navegantes, estaré de boda, dejándome sorprender.

La imagen, de Meredith Farmer

23 de septiembre de 2008

Después de una cena tailandesa con Josep Maria, el resopón

AL MUCHACHO CODIGNOLA, de Pier Paolo Passolini

Querido muchacho, sí, claro, encontrémonos,
pero no esperes nada de este encuentro.
Si acaso, una nueva desilusión, un nuevo
vacío: de aquellos que hacen bien
a la dignidad narcisista, como un dolor.
A los cuarenta años yo estoy como a los diecisiete.
Frustrados, el de cuarenta y el de diecisiete
pueden, claro, encontrarse, balbuceando
ideas convergentes, sobre problemas
entre los que se abren dos décadas, toda una vida,
y que, sin embargo, aparentemente son los mismos.
Hasta que una palabra, salida de las gargantas inseguras,
aridecida de llanto y deseo de estar solos,
revela su irremediable diferencia.
Y, además, tendré que hacer de poeta
padre, y entonces me replegaré sobre la ironía,
que te incomodará: al ser el de cuarenta
más alegre y joven que el de diecisiete,
él, ya dueño de la vida.
Más allá de esta apariencia, de este aspecto,
no tengo nada que decirte.
Soy avaro, lo poco que poseo
me lo guardo apretado en el corazón diabólico.
Y los dos palmos de piel entre pómulo y mentón,
bajo la boca torcida a furia de sonrisas
de timidez, y los ojos que han perdido
su dulzura, como un higo agrio,
te parecerían el retrato
precisamente de esa madurez que te hace daño,
madurez no fraterna. ¿De qué puede servirte
un coetáneo, simplemente entristecido
en la delgadez que le devora la carne?
Cuanto ha dado ya lo ha dado, el resto
es árida piedad.

Versión de Carlos Vitale

De Poesía en forma de rosa, 1964

22 de septiembre de 2008

De Todas las mañanas del mundo, de Pascal Quignard

—Sufro, señora, al no poder tocaros.
—No hay nada que tocar, señor, si no es el viento.
Hablaba lentamente, como hacen los muertos, y agregó:
—¿Creéis que no se sufre al ser de viento?

(Espasa, 2008)

19 de septiembre de 2008

La asombrosa posteridad de Franz Anton Mesmer (al hilo del relato de Edgar Allan Poe "Revelación mesmérica")

Entre 1766 y 1785 el médico alemán Franz Anton Mesmer vivió sus mejores años, los que mediaron entre la publicación de su tesis, titulada De planetarum influxu in corpus Humanum, y su huida precipitada de Viena a causa de un escándalo. Entre una y otra fecha, Mesmer arrojó sobre sus desconcertados contemporáneos un puñado de teorías estrambóticas acerca de cómo la Luna y los planetas influían en sus cuerpos o de qué modo el contacto de sus manos, ciertos pases con los brazos y un acompañamiento musical adecuado podían inducir lúcidos estados de inconsciencia. Teorías que le concedieron la fama, la riqueza y la admiración de una sociedad siempre dispuesta a comulgar con la extravagancia. Tal vez sus investigaciones no le llevaron demasiado lejos —aunque nadie sabe muy bien a dónde fue después de su huida de Viena— pero hoy se le considera el inspirador de la hipnosis moderna, y en su tiempo supo despertar interés en un abanico de seguidores que incluye nombres tan notables como Mozart —de quien fue protector— o Edgar Allan Poe.
Poe se interesó por Mesmer igual que lo hizo por otros avances científicos de su tiempo, convirtiéndolo en materia prima literaria, en primer lugar, en el relato Revelación mesmérica y más tarde, y sobre todo, en La verdad sobre el caso del seño Valdemar. Al público le agradaban este tipo de asuntos, y Poe era muy hábil olfateando esos intereses y complaciéndolos, mientras hacía literatura de altos vuelos e iba arrojando las semillas de grandes géneros literarios por venir. Si El escarabajo de oro o Los crímenes de la calle Morgue son unánimemente aceptados como textos fundacionales del relato policial, el primero de los citados relatos se cree con toda justicia una de las primeras piedras de otra gran catedral genérica: la ficción científica (mal llamada ciencia-ficción), tan apegada a los postulados de la ciencia como imaginativa en sus peripecias argumentales. En este texto, Poe comprueba la consistencia de una materia prima que en el futuro habrá de darle para mucho. No es el único texto que tiene las tesis de Mesmer como columna vertebral, pero sí el primero. Con los mismos mimbres, ya más depurados, habría de construir poco después el otro cuento, uno de sus mejores. Lo mismo ocurre con el ensayo Eureka, sobre el que la sombra del mesmerismo también se proyecta.

He aquí, pues, el mayor interés de un texto que Poe construye, sobre todo, con su obsesión. La misma que el 2 de julio de 1844 le lleva a escribirle una carta al crítico literario James R. Lowell explicándole su postura acerca del mesmerismo, y lo hace con casi idénticos términos a los que en su relato puso en boca del hipnotizado Vankirk: «No tengo ninguna fe en la espiritualidad. Creo que la palabra no es sino eso, mera palabra. Nadie tiene realmente una concepción clara del espíritu. No podemos imaginar lo que no es. Nos engañamos mediante la idea de una materia infinitamente rarificada. La materia escapa paso a paso a los sentidos: una piedra, un metal, un líquido, la atmósfera, un gas, el éter luminiscente. Más allá de esto hay incluso otras modificaciones más raras si cabe, pero a todo ello atribuimos la noción de una constitución que amalgama partículas, una composición atómica.»
La obsesión es una excelente materia prima literaria. Aunque a veces conlleva consecuencias imprevistas, como esa extraña posteridad que le sobrevino al doctor Mesmer.



La imagen, de Simon Marsden

18 de septiembre de 2008

Cita a las doce y dos


Napoleón Bonaparte:

«El amor es la única batalla que se gana retrocediendo».

17 de septiembre de 2008

Meditaciones pseudofilosóficas al hilo de la vuelta al cole

En el colegio de mis hijos practican lo que se llama “entrada escalonada” con el grupo de los alumnos más pequeños, los de tres años. El invento, maldito por los padres, consiste en llevar al niño sólo unas pocas horas el primer día y otras pocas horas el segundo, para dejar que se inicie en la jornada completa sólo al tercer día, y (si puede ser) sin quedarse a comer. Parece una tontería, y en esta moda general de criticar a los maestros y profesores, se oye a muchos padres protestar por los pasillos del cole: «¡Así tienen dos días más de vacaciones, con sólo la mitad de los alumnos en clase!», «Las que son escalonadas son las ganas de trabajar de éstos» (sic).
La verdadverdadera es que los maestros, a quienes nunca me cansaré de defender, se encierran en las aulas con doce niños berreando de desolación porque sus madres les han abandonado en un lugar extraño lleno de desconocidos. Encima, son capaces de sobrellevarlo con una sonrisa y grandes dosis de ese cariño tan teatral que a veces nos parece ridículo a los desnaturalizados mayores. ¡No quisiera estar yo en el lugar de los educadores de infantil, desde luego! Ya se lo digo a los chavales de secundaria, cuando les visito de vez en cuando: ¿Sabéis por qué no podría dar clases? Me miran con curiosidad y se ríen cuando digo: Porque cada día mataría a dos o tres alumnos. Pues con los de tres años, igual... pero más. Llegaría la mamá abnegada a recoger a su retoño gritón y yo tendría que decirle: «Lo siento, señora, lo he triturado cuando llevaba 45 minutos taladrándome los tímpanos con su llanto».

En realidad, lo que les hacemos a los niños es durísimo: les enseñamos, desde el primer día, a vivir sin nosotros. Independencia es una palabra estupenda cuando se tienen 20, 30, 40, 50... y por razones distintas, 60, 70 u 80 años, pero es una de las peores a los 3 o a los 4. Ellos no ansían ser independientes, ni vivir su propia vida, ansían depender de nosotros para todo: llamar nuestra atención, tener animadas charlas sobre Pocoyo, recibir nuestros mimos, cantar una docena de veces «Les oques van descalces», acompañarnos a todas partes, incluidos el baño, la ducha y la cama. La generosidad afectiva de los niños es inagotable: están siempre dispuestos a estar un rato contigo, desean contarte (todas) sus cosas, no te niegan un beso ni un abrazo, se alegran cuando llegas y se entristecen cuando te vas. Nunca pronuncian frase como las que son exclusiva de los mayores: «Ahora no, cariño, estoy trabajando», o «Deja un poquito a mamá, que estoy hablando por teléfono». Para aprender el egoísmo sentimental de los adultos, la compartimentación de los sentimientos que nosotros practicamos a diario, para comenzar a crecer, son necesarias cosas como las escalonadas entradas escolares, en las que enfrentamos a los niños con una dura realidad: que ellos tienen su espacio y nosotros, el nuestro.
Uf.
De pronto, una pesadilla: Mis dos hijos pequeños tienen 47 y 45 años. Yo, 80. Me dejan en la puerta de un lugar pintado de colorines y repleto de desconocidos de 80 años, donde una joven muy sonriente se acerca a mí como si me conociera y me dice: «¡Nos lo vamos a pasar genial esta mañana, Care!». Yo berreo, pero mi hijo finje no darse cuenta. Le dice a su hermana: «Vámonos, rápido, que si lo alargamos es peor». Los dos agitan la mano, detenidos ante la puerta, mientras yo entro contra mi voluntad. «Sólo serán tres horas mamá, pásalo bien y cómete el bocadillo», les oigo decir antes de perderles de vista.

La imagen, de Xotengo en Flickr.

16 de septiembre de 2008

¿De qué va tu novela?

¿Habrá pregunta más difícil que esta, para un novelista? La formula gente tan diversa como la vecina-odiosa-del-ascensor, el librero-amigo o el periodista-que-no-lee-ni-los-dossieres-de-prensa. Todos, cuando menos te lo esperas, lanzan el dardo envenenado y espetan: «¿De qué va tu novela?». Una vez la vecina-odiosa-del-ascensor lo dijo en plural: ¿De qué van tus novelas? Me salió la fiera borde que llevo dentro: «He escrito treinta y cinco, señora, ¿quiere que se las cuente todas antes de llegar al segundo?».
La pregunta es horrorosa por varias razones. En primer lugar, porque, por mucho que me esfuerzo, mientras escribo una novela o inmediatamente después de terminarla, soy incapaz de saber «de qué va». Otra es que resulta una aberración pedirle al autor de una novela que la resuma en dos líneas. ¡Si fuera capaz de resumirla en dos líneas no habría escrito una novela! Es como si a un cirujano le pidieran que se operara a sí mismo: estoy segura de que no atinaría a encontrarse la vesícula, con semejante falta de perspectiva. Pues a los novelistas a quienes se nos pregunta sobre nuestras propias vísceras, nos ocurre lo mismo.
Yo sobre mi propia escritura no sé casi nada: ni cómo lo hago, ni de qué trata ni siquiera a quién interesa y por qué. Me formulo tantas preguntas que lo mejor es curarse de ellas y no tratar de responder ninguna. Por eso detesto a quien simplifica las cosas y pregunta, indemne: ¿De qué va?
Todo esto viene al hilo de un comentario que dejó ayer en este blog Fernando Alcalá, acerca de ese trance por el que todos hemos pasado de tener que redactar nuestro propio texto de contracubierta. Es horrible hacer algo así, pero los editores te lo piden. Luego, algunos añaden adjetivos: un "maravilloso" por aquí, un "deslumbrante" por allá. Hay anécdotas al respecto: cuentan que cuando Herralde se enfadó con Marías, dejó de enfatizar los resúmenes de contra de sus novelas recurriendo a un adjetivo neutro: "inquietante". No lo he hecho, pero podría ser un ejercicio curioso: ¿Cuántos "inquietantes" diseminó Herralde en las solapas de Marías antes de éste se fugara a Alfaguara? ¡He aquí una pregunta fácil de responder!

(Y si alguno de vosotros se está preguntando cómo una mamá de familia numerosa como yo no está un día como hoy —el primero después de la vuelta al cole—, cantando las maravillas de la libertad post-vacacional, os contesto que aún no me considero psicológicamente preparada para hablar de eso, ay, está todo tan reciente todavía... pero lo haré. De momento, me voy a leer. Han llegado dos libros de Anagrama que parecen suculentos: Las manos pequeñas, de Andrés Barba y El vampiro de Ropraz, de Jacques Chessex. ¿Gustáis?).

La imagen de hoy, titulada Why me? es de Yves*, en Flickr

15 de septiembre de 2008

Creatividad de las solapas

Me llama una editora, hace apenas unos días, para pedirme que mutile la ficha biográfica que aparecerá en uno de los libros que saco en octubre.
«Las biografías de nuestras solapas son siempre muy cortas, me dice, sólo ponemos los datos más importantes».
Primer dilema: ¿qué datos son realmente importantes en una solapa? ¿Tiene más importancia el año de nacimiento o los idiomas a los que han sido traducidos tus libros? ¿Los premios conseguidos o los medios de comunicación en los que colaboras? Para no hablar de lo que de verdad es importante en tu biografía, porque si no, una solapa podría ser algo así:

Care Santos nació en Mataró en 1970 después de unos ocho años de intentos por parte de sus padres. Fue una niña insoportable, una adolescente hogareña y una universitaria del montón. A los veinte años se acabó abruptamente su primera juventud, a los veinticinco se casó, a los treinta encontró al hombre de su vida y a los trenta y uno se divorció. A lo largo de estos años ha superado varias crisis importantes, que a pesar de todo no la han hecho madurar (demasiado). Sus mejores obras se llaman Adrià, Èlia y Àlex y hoy ¡hurra! empiezan el cole. Lo demás, en el fondo, tampoco importa tanto.

La verdad es que agradezco que los editores recorten las fichas biográficas de las solapas. Incluso que las censuren o que veten su escritura a los propios autores. Lo que suele ocurrir, y es un mal de la industria editorial en nuestro país, es que la mayoría de editores, urgidos por la prisa o necesitados de personal, piden a los escritores que les faciliten un texto biográfico para la solapa o la contracubierta, y los autores de despepitan escribiendo sobre sí mismos, de modo que luego salen las cosas que salen, y así tenemos las biografías de solapa convertidas en uno de los textos literarios más despiporrantes y absurdos del actual panorama literario.
Una vez me tocó reseñar una novela en cuya solapa se decía de su autor, después del año y el lugar de nacimiento: «En la actualidad, está en la cárcel por atraco a mano armada». Mucho menos estrafalario es encontrar en las solapas cosas como la siguiente: «Tiene un gato, muchas historias que contar y adora los atardeceres».
Y luego están los autores cándidos que lo ponen TODO en la solapa. Y cuando digo TODO quiero decir exactamente eso: TODO. Ejemplo (real): «Regularmente ofrece conferencias en salas de cultura de los ayuntamientos españoles acerca de sus dos especialidades: literatura y métodos de cultivo en invernadero. Ha escrito varios prólogos, ha formado parte de los jurados de los premios literarios de Béjar, Turégano, Cabezón de la Sal y Andorra (Teruel) y una vez editorial Planeta se interesó por una de sus novelas».
En fin. Y para que no se me acuse sólo de criticar, sin aportar nada constructivo, diré lo que a mí me parece que debe contener un texto biográfico de solapa: el nombre del autor, su lugar de nacimiento junto con el año (no están exentas las mujeres, que quede claro, que hay por ahí mucha coquetería mal entendida. Ah, ni vale mentir, que luego los pobres periodistas se hacen un lío) y a continuación la enumeración resumida de los méritos del susodicho o la susodicha, lo más adecuados posible a lo que le interesa al lector que, potencialmente, tendrá en sus manos el libro en cuestión. Es decir: si la novela es juvenil, enumeraremos los méritos en ese campo, sin pasarnos, sin afán de ser exhaustivos (¿hay algo más latoso que el afán de exhaustividad?), sin petulancias y, por supuesto, con objetividad y veracidad.
Son muchos requisitos, ahora que me doy cuenta. Y muy difíciles —objetividad, veracidad, uf...— de modo que me parece magnífico que los editores censuren, recorten, reescriban. Que nos mantengan, a los autores, a raya.

Por cierto, navegantes: Bienvenidos. Un placer volver a estar aquí.

La imagen de hoy: una solapa que nunca pudo ser. Y eso que la foto era de Antonio García, y sólo por eso merecía la pena.

14 de septiembre de 2008

El final



Quien se ha cansado bajo el sol del verano, más a gusto estará ante la chimenea del invierno.
(Proverbio chino)


MAÑANA VUELVE LA NORMALIDAD A ESTE BLOG, NAVEGANTES

13 de septiembre de 2008

La infancia es redonda

12 de septiembre de 2008

11 de septiembre de 2008

Remember

10 de septiembre de 2008

No hay posteridad sin grietas

9 de septiembre de 2008

8 de septiembre de 2008

Hermandad de los héroes

7 de septiembre de 2008

Venus vaticana

6 de septiembre de 2008

La ira de los eternos

5 de septiembre de 2008

Silencio

4 de septiembre de 2008

Esa impertinente

3 de septiembre de 2008

Preguntas

2 de septiembre de 2008

Central Park

1 de septiembre de 2008

Times Square