19 de septiembre de 2008

La asombrosa posteridad de Franz Anton Mesmer (al hilo del relato de Edgar Allan Poe "Revelación mesmérica")

Entre 1766 y 1785 el médico alemán Franz Anton Mesmer vivió sus mejores años, los que mediaron entre la publicación de su tesis, titulada De planetarum influxu in corpus Humanum, y su huida precipitada de Viena a causa de un escándalo. Entre una y otra fecha, Mesmer arrojó sobre sus desconcertados contemporáneos un puñado de teorías estrambóticas acerca de cómo la Luna y los planetas influían en sus cuerpos o de qué modo el contacto de sus manos, ciertos pases con los brazos y un acompañamiento musical adecuado podían inducir lúcidos estados de inconsciencia. Teorías que le concedieron la fama, la riqueza y la admiración de una sociedad siempre dispuesta a comulgar con la extravagancia. Tal vez sus investigaciones no le llevaron demasiado lejos —aunque nadie sabe muy bien a dónde fue después de su huida de Viena— pero hoy se le considera el inspirador de la hipnosis moderna, y en su tiempo supo despertar interés en un abanico de seguidores que incluye nombres tan notables como Mozart —de quien fue protector— o Edgar Allan Poe.
Poe se interesó por Mesmer igual que lo hizo por otros avances científicos de su tiempo, convirtiéndolo en materia prima literaria, en primer lugar, en el relato Revelación mesmérica y más tarde, y sobre todo, en La verdad sobre el caso del seño Valdemar. Al público le agradaban este tipo de asuntos, y Poe era muy hábil olfateando esos intereses y complaciéndolos, mientras hacía literatura de altos vuelos e iba arrojando las semillas de grandes géneros literarios por venir. Si El escarabajo de oro o Los crímenes de la calle Morgue son unánimemente aceptados como textos fundacionales del relato policial, el primero de los citados relatos se cree con toda justicia una de las primeras piedras de otra gran catedral genérica: la ficción científica (mal llamada ciencia-ficción), tan apegada a los postulados de la ciencia como imaginativa en sus peripecias argumentales. En este texto, Poe comprueba la consistencia de una materia prima que en el futuro habrá de darle para mucho. No es el único texto que tiene las tesis de Mesmer como columna vertebral, pero sí el primero. Con los mismos mimbres, ya más depurados, habría de construir poco después el otro cuento, uno de sus mejores. Lo mismo ocurre con el ensayo Eureka, sobre el que la sombra del mesmerismo también se proyecta.

He aquí, pues, el mayor interés de un texto que Poe construye, sobre todo, con su obsesión. La misma que el 2 de julio de 1844 le lleva a escribirle una carta al crítico literario James R. Lowell explicándole su postura acerca del mesmerismo, y lo hace con casi idénticos términos a los que en su relato puso en boca del hipnotizado Vankirk: «No tengo ninguna fe en la espiritualidad. Creo que la palabra no es sino eso, mera palabra. Nadie tiene realmente una concepción clara del espíritu. No podemos imaginar lo que no es. Nos engañamos mediante la idea de una materia infinitamente rarificada. La materia escapa paso a paso a los sentidos: una piedra, un metal, un líquido, la atmósfera, un gas, el éter luminiscente. Más allá de esto hay incluso otras modificaciones más raras si cabe, pero a todo ello atribuimos la noción de una constitución que amalgama partículas, una composición atómica.»
La obsesión es una excelente materia prima literaria. Aunque a veces conlleva consecuencias imprevistas, como esa extraña posteridad que le sobrevino al doctor Mesmer.



La imagen, de Simon Marsden

No hay comentarios: