30 de septiembre de 2006

Valientes locuelos

Adoro las comedias argentinas y las francesas. No sé si en ese orden o en el contrario. Por eso cuando ayer por la tarde (después de una comida maravillosa en La Mordida —mi mexicano madrileño de cabecera— en compañía de Elena Medel, Óscar Esquivias y Juan Marqués) vi en la puerta de los Cines Princesa el cartel de esta película —que apenas se ha podido ver en Barcelona— ni lo pensé. Quería ver Palíndromos, pero tendrá que ser la semana que viene. Por aquello de las extrañas coincidencias, la vi el mismo día que se cumplía un año de su estreno en su país de origen. A España llegó en mayo.
Si ponemos en una coctelera lo mejor del cine de "malos-que-trafica-con-armas" estadounidense junto con la naturalidad y la chispa del cine latinoamericano y un buen chorro del ingenioso diálogo de No sos vos, soy yo, el anterior trabajo de Szifron, el resultado se parecerá mucho a esta comedia, que logra atrapar por el suspense, fascinar por sus diálogos y matar de risa por la conjunción de sus dos protagonistas masculinos.
Es un lugar común del cine la pareja de detectives formada por un tipo feo, duro y tosco y otro refinado, impresionable y guapito. En el fondo, no deja de ser el eterno retorno de Oliver/Hardy, o Spencer/Hill o Gibson/Glover (perdón por la heterogeneidad de los ejemplos) o tantos otros. Es norma: a un personaje duro y tosco le complementa muy bien uno refinado y guapo. No sólo es aplicable al cine, por supuesto.
En este caso, el poli duro es un tipo en plena crisis personal, destrozado porque ha encontrado a su mujer con otro en la cama. El guapito-pero-no-tanto es un psicólogo que, para liquidar ciertas cuentas con la justicia, debe prestar servicio en la policía, como asistente psicológico del poli duro. Las escenas en las que Silverstein, la parodia del psicoanalista argentino, trata a su paciente en el coche patrulla, son buenísimas. Pero aún mejores son las que siguen al giro argumental que ocurre cuando Díaz, el poli, descubre que la mujer de Silverstein también es adúltera.
Lo demás es una acción trepidante, con malos sin escrúpulos y buenos que por amistad están dispuestos a dejarse caer de la cornisa de un rascacielos. Tal vez se pueda acusar a la historia de demasiado ingenua, tal vez cueste acabar de creer que los buenos triunfen frente a unos malos como ésos, que andan traficando con plutonio y matando inocentes con la misma facilidad con que yo me abrocho las sandalias; tal vez el montaje sea un poco brusco al principio; tal vez la música copie demasiado a la banda sonora de las pelis de acción de siempre; pero todo eso lo perdonamos a cambio del buen rato que hemos pasado.
En definitiva, de eso se trata, ¿no? De que el arte redima, corrija, alegre la vida.
FICHA TÉCNICA

Dirección y guión: Damián Szifron. País: Argentina. Año: 2005. Duración: 112 min. Género: Comedia, acción. Interpretación: Diego Peretti (Licenciado Mariano Silverstein), Luis Luque (Inspector Alfredo Díaz), Óscar Ferreiro (Lebonian), Gabriela Izcovich (Diana), Martin Adjemian (Comisario), Tony Lestingi (Arias), Daniel Valenzuela (Pontrémoli), Ernesto Claudio (Lomianto), Carlos Portaluppi (Villegas), Marcelo Sein (Farina). Producción: Óscar Kramer y Hugo Sigman. Música: Guillermo Guareschi. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Alberto Ponce. Dirección artística: Jorge Ferrari y Juan Carlos Roust. Vestuario: Julio Suárez. Estreno en Argentina: 29 Sept. 2005. Estreno en España: 26 Mayo 2006.

29 de septiembre de 2006

La S para Rafael Argullol

Silencio: El auténtico idioma.

Sombra: Nuestra historia paralela.

28 de septiembre de 2006

Porqueres: Románico



27 de septiembre de 2006

La Academia Sueca somos todos

Amigos y amigas, navegantes todos, siguiendo con lo especificado en el post del miércoles pasado, he aquí la lista de candidatos al Premio Nobel de Literatura de este año según los visitantes (con voz) de este sitio:

Orhan Pamuk (Turquía)
Philip Roth (USA)
Antonio Lobo Antunes (Portugal)
Mario Vargas Llosa (Perú)
Ismael Kadaré (Albania)
Ko Un (Corea del Sur)
Miguel Delibes (España)
Ryszard Kapuscinski (Polonia)
Haruki Murakami (Japón)

¿Votamos? ¿Continuamos con la eliminatoria y nombramos al premio Nobel —¿al Premio Nevol?— de este rincón del ciberespacio?
Animaos.

26 de septiembre de 2006

Bookcrossing

Algunos libros deben esperar a que estemos preparados para ellos. Leer es a menudo una cuestión de suerte.

Margaret Atwood

25 de septiembre de 2006

23 de septiembre de 2006

Nueve (posibilidades de husmear en las) vidas (ajenas)

Si una palabra puede hablar mejor que ninguna otra de esta nueva película de Rodrigo García (Bogotá, 1958) es intensidad. Las nueve historias que se nos cuentan, protagonizadas por nueve mujeres, parecen diseñadas con la única finalidad de conmover, conmocionar, emocionar (podría seguir) al espectador. Algunas, por supuesto, lo consiguen más que otras. Incluso puede ser que alguna, como la de la mujer a punto de entrar al quirófano a que le extraigan un pecho (¿o los dos?) pueda parecer incluso prescindible, una pieza menor del rompecabezas, pero la verdad es que esta cinta tiene el poder de llegarnos a las vísceras con unos pocos elementos tomados de la vida y apenas aliños.
Nos encontramos ante una cinta peculiar: lo que podían ser nueve cortos si no fuera porque hay conexiones —leves, levísimas a veces— entre ellos, filmado cada uno en un plano secuencia—¿qué dices? ¿es Dogma?, preguntaba alguien en el patio de butacas, al saberlo. No, no lo es, tranquilos— y centrados cada uno en la vivencia puntual de una mujer: el enfrentamiento con su padre y no sabemos qué oscuros secretos de infania, el encuentro fortuito con un antiguo gran amor en un supermercado, la cita de una madre de familia con su amante en un hotel, la ambigua situación de una adolescente acaso demasiado dependiente de sus padres, la visita de una mujer ya madura a un cementerio... Cada una de ellas está sumida en sus cuitas y peripecias, pero el enemigo común a todas —y de todos nosotros— es el pasado.
García apela a las relaciones más directas: madres-hijas, padres-hijas, parejas; y también a los sentimientos más elementales, aquellos que todos podemos entender bien porque a todos nos conciernen. Esos son los mimbres con los que logra —¡y cómo!— cautivarnos. A pesar de que sus nueve historias no lo son en realidad: son nueve pedazos de vida, nueve posibilidades de husmear en las existencias ajenas, nueve fragmentos, sin principio ni final ni puñetera falta que les hacen de otras tantas experiencias profundamente humanas.
Lo maravilloso de esta película va más allá de lo que vemos y está en todo lo que comprendemos más tarde, en cómo los diálogos quedan martilleando en nuestra memoria en busca de información que casi nunca tenemos, pero que quisiéramos tener. García nos ofrece mucha información para que podamos sospechar cosas, pero no nos cuenta casi nada. Algunos detalles son de una sutileza maravillosa y surgen de una precisa y premeditada voluntad de no caer en lo fácil, en lo explícito. Así, pues, el paseo por el supermercado de Robin Wright Penn después de que supersonaje, Diana, encuentre a su gran amor. Cuántas cosas adivinamos en su estupenda interpretación. La misma tormenta interior (y exterior) que adivinamos en la pareja de Sonia, el personaje de Holly Hunter. Aunque para el final dejo el ramito de frutos rojos que deja Maggie (Glen Close) sobre la tumba, en esa soleada mañana de su visita anual al cementerio. Sin duda está perfecta esa historia para cerrar la película, y deja al espectador aturdido. Ese ramillete de frutos rojos concentra todo lo que Rodrigo García ha conseguido en esta película, que no es poco: la emoción, la elegancia, la inteligencia y la sutileza. Un regalo para todos nosotros.

FICHA TÉCNICA

Dirección y guión: Rodrigo García. País: USA. Año: 2005. Duración: 114 min. Género: Drama. Interpretación: Kathy Baker (Camille), Amy Brenneman (Lorna), Elpidia Carrillo (Sandra), Glenn Close (Maggie), Stephen Dillane (Martin), Dakota Fanning (Maria), William Fichtner (Andrew), Lisa Gay Hamilton (Holly), Holly Hunter (Sonia), Jason Isaacs (Damian), Joe Mantegna (Richard), Molly Parker (Lisa), Sissy Spacek (Ruth), Robin Wright Penn (Diana).
Producción: Julie Lynn. Producción ejecutiva: Alejandro González Iñárritu. Música: Edward Shearmur. Fotografía: Xavier Pérez Grobet. Montaje: Andrea Folprecht. Diseño de producción: Courtney Jackson. Vestuario: Maria Tortu. Estreno en USA: 14 Octubre 2005. Estreno en España: 22 Septiembre 2006.

22 de septiembre de 2006

El siglo de los cuernos

Me explica una amiga editora que en Alemania triunfan los libros-testimonio de mujeres adúlteras. El más exitoso de todos se llama algo como Tengo un amante o Yo tuve un amante (el pretérito, perfecto e imperfecto, en este caso, hiere menos). Ocurre que las alemanas parecen muy interesadas en conocer al dedillo la casuística de la cita clandestina de sus conciudadanas. Y mi amiga asegura que la fiebre recorre Europa, con una propagación tan imparable como la de la gripe del pollo. No sólo es un fenómeno editorial: afirman los psicólogos que en esto de ponerle los cuernos a quien dormita en nuestro sofá las chicas avanzamos posiciones que da gusto vernos, y que ya casi estamos igualando a los hombres, por lo menos en cantidad, en el arte del remordimiento creativo y la excusa del día después.
En Internet queda bien claro: el famoso siglo de las mujeres lo fue en todos los terrenos, también bajo las sábanas. Nos trajo el lavavajillas (y la lavadora, la plancha, la secadora, el microondas, el espray quitamanchas y la lentilla), desterró el corsé, inventó la píldora, el tiempo libre, la suficiencia económica y el teléfono móvil. También hizo ciertas aportaciones a los juegos para dos: el clítoris, el multiorgasmo, las jugueterías para adultos... Seguro que no podía imaginar Virginia Woolf ni en sus momentos más lúcidos para qué utilizaríamos las mujeres modernas la habitación propia.
El asunto de les madames bovarys o las ladys chatterleys da para tanto y gusta de tal manera a las lectoras que no habría que extrañarse de encontrar dentro de poco novelones que aprovechen ese tirón y descubran verdades insoslayables. Ya me estoy imaginando sobre la mesa de novedades de las librerías El Código Chatterley: la historia de una católica practicante atormentada por la debilidad del alma que otros llaman lujuria, votante convicta del PP y miembro de la Plataforma de Padres Por Una Enseñanza Católica (PPPUEC), que cae en las garras de un guardabosques turco muy dado a hacerle guarradas en el garaje que le demuestra, a modo de revelación, para qué sirven todas y cada una de las partes de su cuerpo, aún rondeño. Yo me lo compraría enseguida.
Y si hoy vuelco aquí estas impresiones es porque una vez una jefe de sección me dijo que tuviera siempre en cuenta que «se escribe con voluntad de servicio o no se escribe» y porque, además, sé de qué hablo. Yo también he sido, en tiempos pasados que no fueron mejores, una lady chatterley (sin guardabosques, eso sí) y quiero advertir a los maridos, parejas de hecho, compañeros, padres-de-sus-hijos y contuberniados con más o menos papeleo que corren un grave peligro en estos tiempos tan propicios para espejarse en el mal ejemplo.
Cuidado si la legítima llega de pronto al hogar común con un puñado de libros sobre cuernos. Cuidado con la abstinencia, el hoy-no-tengo-ganas, el vete-tú o el necesito-mi-espacio. Ojo, buenazos: por mucho que la legítima se deshaga en elogios hacia la nueva candidata catalana del PP, no hay mujer impermeable a los encantos del guardabosques de turno, que puede acechar en cualquier esquina. Y quien dice guardabosques dice traductor de ruso, dentista, notario o diputado en Cortes. Aunque no hay lugar exento de peligro: hasta el encargado de planta más pintado sabe hacer guarrerías en un garaje, llegada la ocasión.

21 de septiembre de 2006

Un lento aprendizaje

Se aprende a escribir leyendo y escribiendo, como un oficio que se adquiere por el aprendizaje, pero en el que puedes escoger a tus propios maestros. A veces están vivos, a veces muertos.

Margaret Atwood

20 de septiembre de 2006

La Quiniela del Nobel de Literatura

¿Para quién serán este año los 10 millones de coronas suecas (1,1 millones de euros) del Premio Nobel de Literatura?
Dentro de un mes, más o menos, se estarán oyendo quinielas en los medios de comunicación. Yo que querido adelantarme un poco y consultaros, insignes navegantes, a quién le daríais el Nobel de Literatura en caso de formar parte de la Academia Sueca.
A continuación os detallo la lista de los candidatos que se barajan en las quinielas todos los años, para que los estudiéis a fondo y votéis a vuestro favorito. (Los enlaces son a veces en otros idiomas: francés, inglés y portugués. Si alguien conoce algún enlace a una buena biografía del candidato indonesio o el sueco, se recompensará).

—Pramoedya Anante Toer (Indonesia)
Joyce Carol Oates (USA)
Amos Oz (Israel)
Henning Mankell (Suecia)
Haruki Murakami (Japón)
Ali Ahmed Said, Adonis (Siria)
—Tomas Tanstroemer (Suecia)
Orhan Pamuk (Turquía)
John Updike (USA)
Philip Roth (USA)
Don DeLillo (USA)
Margaret Atwood (USA)
Milan Kundera (República Checa)
Antonio Lobo Antunes (Portugal)
Mario Vargas Llosa (Perú)
Carlos Fuentes (México)
Assia Djebar (Algeria)
Michel Tournier (Francia)
Cees Nooteboom (Holanda)
Claudio Magris (Italia)
Ryszard Kapuscinski (Polonia)
Ismael Kadaré (Albania)
Inger Christensen (Dinamarca)
Ko Un (Corea del Sur)
Yves Bonnefoy (Francia)

19 de septiembre de 2006

Lleva el mismo tiempo escribir una buena novela que una mala

La mala literatura está llena de sentimientos nobles.

André Gide

18 de septiembre de 2006

El 18 de octubre el librerías

Por fin me han dado permiso para mostrar la portada —preciosa, qué gran labor de diseño— de mi próxima novela, El dueño de las sombras.
Siempre ilusiona publicar un nuevo libro. Pero en este caso, más. Tengo el convencimiento de que es lo mejor que he hecho.
Y si estáis pensando que parece la portada de una novela de terror, habéis acertado: es una novela de terror. Y esta información de hoy, una primicia.

16 de septiembre de 2006

Cómo putear a un paquistaní en Nueva York

Antes de debutar como protagonista de esta película, Ahmad Razvi vendía café y donuts en las calles de Nueva York. Ramin Bahrani, el director de esta cinta —su ópera prima—, le propuso protagonizar esta película que narra, precisamente, las desventuras de un paquistaní que vende café y donuts en las calles de Nueva York. Durante el rodaje, al parecer el carismático Razvi sobreactuaba un poco. El director le recordaba, puede que con crueldad, que no es Marlon Brando, que debía ser natural. Me parece importante la puntualización: para que una película parezca verdad hay que huir de la sobreactuación. Y esta película de nuevo se enmarca en esa franja intermedia entre la ficción y la realidad. La mayoría de los secundarios se interpretan a sí mismos. Hay una escena en un billar en que un árabe muestra las terribles heridas que le infringieron en el abdomen dos negros después del 11-S. Fue el propio Ahmad Razvi quien le encontró, herido, después de esa agraseión, y quien le llevó al hospital.
Le película habla, precisamente, de eso: de la dureza de un medio —la sociedad estadounidense— poco acostumbrado a ser amable con el invasor. Es una gran paradoja en un país construido durante siglos a fuerza de oleadas migratorias, y sostenido en gran parte por el trabajo de los inmigrantes, legales y no. La vida de Ahmad en la ciudad de los rascacielos no puede ser más dura: acarrea todos los días su carrito de café entre el tráfico endiablado de las tres de la mañana. No tiene coche, de modo que lo hace a mano. Esa es, sin duda, la escena que se graba en la retina del espectador con más fuerza. No en vano en inglés la película se llama Man Push Cart). En ese gesto de empujar el carrito está toda la lucha del protagonista (y la nuestra, también).
Sin embargo, no hay esperanza. Su mujer ha muerto, sus suegros no le permiten ver a su hijo (que apenas le conoce), se enamora de una mujer (Noe, Leticia Dolera) pero le sale mal, pierde un buen trabajo, se gana algun enemigo y finalmente le roban el carrito. El mensaje que arroja la historia es terrible: cuando ya nada parece ir peor, cuando pensamos que la cinta podría llamarse igual que este comentario, entonces todo vuelve a empezar, y hay que atenerse a las consecuencias con la sorda resignación de un Sísifo moderno. No hay énfasis, pero tampoco hay esperanza.
De toda la película, me quedo con la escena en la que otro paquistaní, pero adinerado y yuppi, descubre la verdadera personalidad de Ahmad, que una década atrás fue cantante de reconocido prestigio en su país. Su cambio de actitud habla (mal) de nosotros y de qué valoramos en los demás. También la fotografía vale la pena: esa Nueva York cotidiana, la del tráfico y los repartidores de madrugada, alejada de toda idealización y subrayada en todo momento por su propia música: motores, cláxones, gente...
Y dejo para el final la interpretación de la barcelonesa Leticia Dolera, una de las pocas actrices profesionales que aparece en la cinta, que quiso involucrararse en este proyecto de bajo presupuesto y lo hizo hasta el extremo de cambiar algunos detalles de su personaje. Si está magnífica es, sencillamente, porque también parece interpretarse a sí misma, porque no parece actriz profesional.
La verdad impacta más que la ficción mejor construida. Aunque nada es como parece, y los narradores lo sabemos: la ficción, sencillamente, no existe.

Ficha técnica

Título Original: Man Push Cart, 2005, EE.UU.
Dirección: Ramin Bahrani. Intérpretes: Ahmad Razvi, Leticia Dolera, Charles Daniel Sandoval, Ali Reza, Farooq 'Duke' Mohammad, Upendran K. Panicker, Hassan Razvi
Duración: 1 hora 27 minutos

15 de septiembre de 2006

Mestizaje y escarolas

Hay un payés que los sábados por la mañana instala su puesto de venta en mi mercado de cabecera, el de la Plaza de Cuba de Mataró y con quien semanalmente mantengo una conversación de unas pocas réplicas. Cuando termino de comprarle más o menos lo de siempre —puerros, huevos, acelgas, a veces judías— a él le agrada preguntarme si no quiero una escarola. Y yo cada semana le contesto lo mismo: a los de casa la escarola no nos convence. Al principio parecía resignarse y me dejaba ir como si no le importara. Últimamente, en cambio, me lo discute: «Eso es porque no han probado las mías», me dijo hace poco. Debo reconocer que tal vez tenga razón y el sábado pasado tuve la debilidad de asegurarle que cualquier día me llevo una de sus escarolas. Ahora que vamos teniendo confianza, no hay sábado que no me interrogue sobre si considero el momento oportuno para llevarme una escarola.
Esto es, precisamente, lo que me gusta de los mercados: siempre puedes encontrar en ellos gente que parece de la familia dispuesta a mantener una conversación. También me gusta ese ambiente como de gran bazar: gentío, un cierto relajo y vendedores que ofrecen su mercancía a grito pelado. Todo eso ayuda a crear la ilusión de que en cualquier esquina puedes tropezarte con una ganga. De hecho, como ocurre en la vida misma.
Y, ya puestos a escoger, me gustan los mercados cuanto más mestizos, mejor. Entré en uno no hace mucho donde convivían productos de toda América Latina: chiles chipotles tiernos al lado de hierba mate, guayabas o fresquillas. Y un poco más allá, aceite español, manteca de cacahuete y paquetes de mango pelado y cortado en rodajas. Es una lástima que, visto desde mi casa, haya que cruzar un océano para llegar a él. De lo contrario, habría hecho una de esas compras exageradas que hago cuando me dejan y habría pedido que me la enviaran.
Aunque no hay que ir tan lejos para encontrar mestizajes más discretos. Hay un mercado en mi ciudad, por ejemplo, en el barrio de Cerdanyola, donde pueden encontrarse dulces andaluces traídos todos los días y aceite de molino y cazón y tripa para callos como en ninguna otra parte. Sin olvidar uno de mis favoritos, el de la Boquería, en Las Ramblas de Barcelona, donde los profesionales disponen sus puestos de setas, frutos secos o frutas exóticas como si se tratase de piedras preciosas en el escaparate de una joyería. Allí todo es posible: mirar la casquería con interés de cirujano o escoger un rape como si pensara casarme con él y disfrurtar viendo a la pescadera manosearlo, degollarlo, hacerlo rodajitas (no os fiéis jamás de quien no tiene perversiones). Espectáculos así ya justifican la visita y el gasto.
Aquí donde me veis, con mis ínfulas intelectualoides y mi interés por el cine de autor, cuando voy a una ciudad suelo visitar antes los mercados que los museos. No es que me las dé de experta, pero el corazón de maruja que late dentro de mi armadura de novelista se siente en su salsa en las barrocas calles de los bazares. Será que me gusta cocinar y, como todo el mundo sabe, la preparación de un plato comienza en el momento de hacer la compra. Pero hay algo más, que interesa más a la novelista que a la maruja: ese pulso de vida verdadera que se percibe en los mercados, a donde normalmente no acuden los turistas. La gente de verdad, sin disfraces, sin impostura, sin disimulos. Como me gusta.
El próximo sábado voy donde mi payés de cabecera y le compro una de sus escarolas, prometido.

14 de septiembre de 2006

Roma: Lienzos de pared


13 de septiembre de 2006

Cercanía del otoño

Desde que el peque va a la guardería, vuelvo a escribir con música. Las Suites para cello solo, de Bach. La pasión según San Mateo. El Requiem de Mozart. La flauta mágica. Shostakovich. Chaikovski. Rimsky Korsakov.
Por la mañana, camino con mis hijos hacia el colegio. Repasamos listas de cosas que saben: los días de la semana, los meses del año, los nombres de los cinco dedos de una mano o de los tres Reyes Magos... Todos los días, uno tras otro.
Mientras escribo estas líneas oigo el aigua martillear contra la lucerna. Espero que mañana empiece a hacer más fresco y eso quiera decir que el tiempo avanza.
En esta casa todos deseamos el otoño.
Nombrarlo es un modo de acercarlo. O de alejar las estaciones más desapacibles que, este año, han resultado ser otras.
Sé que os alegrará saber que en mi terraza todo revive.

12 de septiembre de 2006

De Escritos fantasma, de David Mitchell *

—¿Qué tal es Guerra y Paz?
—Largo.
—¿De qué va?
—De por qué pasa lo que pasa.

*

Amor. Se forma como un fenómeno meteorológico.

*

Si algo les sobra a los rusos es tiempo.

*

Dios, a su manera, es un tío majo.

*

Todas las ciudades tienen su calle de fantasmas.

*

Como bien saben los ajedrecistas, o los escritores o los místicos,
la búsqueda de la visión interior te adentra aún más en la espesura.

*

El precio de cualquier polvo se multiplica por cuatro a la mañana siguiente


Tropismos, Salamanca, 2005

11 de septiembre de 2006

Seis botellas, o tres, de Gran Reserva

Hoy, brindando con todos los visitantes de este sitio, un cuento, inédito aún, sobre vino en Gazpacho con tropezones. Será publicado en un libro colectivo de Tropo Editores en noviembre.
El motivo del brindis, lo dejo a vuestra elección.
Aunque a mí no me faltan en este arranque de temporada. Salú.

10 de septiembre de 2006

Para que no se diga

Pues sí, el jueves me dieron un premio. El Ramon Muntaner de literatura juvenil en catalán. La foto de familia con los ganadores, bajo estas líneas (apreciad qué mona me puse).
Y la noticia del premio según el Diari de Girona, en Wan Tun.


9 de septiembre de 2006

«¡Ellos no están disparando!»

En 1978, Argentina y Chile estuvieron a punto de comenzar una guerra de fronteras en la Patagonia. Ambos países desplegaron tropas. Luego, el conflicto no llegó a declararse, aunque no se resolvió del todo la cuestión —por mediación del Vaticano, por cierto— hasta 1984. De ese episodio histórico, desconocido incluso para muchos compatriotas de sus protagonistas, parte la historia de esta película, Mi mejor enemigo, la primera del joven director chileno Alex Bowen. Una muestra de cómo se puede hacer cine del mejor con apenas presupuesto y de cómo se puede contar una historia sin apenas ingredientes. Una buena y hermosa historia, además.
Al principio de la cinta, un batallón compuesto por cinco soldados de reemplazo y su teniente son enviados a una misión de exploración a la frontera argentina. Para ello deben adentrarse en la Pampa, una de las protagonistas de la película. Se quedan sin brújula poco después de salir, y sus escasas dotes para la orientación les llevan a perderse en un paisaje en el que no existen puntos de referencia. De pronto, no saben si siguen en Chile o han entrado en territorio del enemigo. El superior ordena cavar una trinchera y aguardar órdenes. De pronto, el patético batallón descubre a escasos metros a cinco soldados argentinos y a su superior, en idénticas dificultades. Y es en ese punto en que la película comienza en realidad. A partir de ahí, los minutos de metraje pasan volando.
Y, a pesar de que al principio se esfuerzan por mantener los rigores del a guerra, enseguida acaban uniéndose contra el enemigo común —la Pampa, el aburrimiento, el sin sentido de toda contienda...
Hay muchos momentos de humor combinados con otros de enorme humanidad. Y ni siquiera el trágico final puede evitar que sea una de esas historias que te reconcilian con el género humano.
Hay actores que están sensacionales (Felipe Braun, Nicolás Saavedra). Hay gran creación de personajes. En definitiva: lo que hay son sobrados motivos para no perdérsela.
Yo la vi en los Verdi de Barcelona —mi cine de cabecera desde hace muchos años— pero se puede ver también en los Paz y los Renoir de Plaza de España, de Madrid.
Por cierto: el cartel con que se ha estrenado en España es el que aparece bajo estas líneas. Para el encabezamiento he dejado el original con que se vio en Chile, que es más fiel a la película y, encima, me gusta más.

FICHA TÉCNICA
Director: Alex Bowen Carranza. Reparto: Jorge Roman, Miguel Dedovich, Juan Miranda, Víctor Montero
Duración: 100 minutos. Estreno: viernes 8 septiembre 2006. Género: Drama.
País: Argentina,Chile,España
Distribuidora: Wanda Films

8 de septiembre de 2006

Fragmento de conversación

J.M.F.: Al hilo de lo que dices, respecto a la decisión de retirar las tropas de Irak que tanto celebramos muchos, ¿cabe la posibilidad de que fuese tomada desde una cierta ingenuidad o, lo que es aún peor, desde la insensatez?
Joaquín Sabina: Zapatero tenía un pograma electoral que estaba hecho para no gobernar. El caso es que está haciendo lo que decía su programa eectoral. Por cierto, se está metiendo ahora mismo en un berenjenal muy serio. Siempre que un Gobierno español se ha metido en ese berenjenal, ha salido perjudicado. Está haciendo que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se movilice y saque a la gente a la cale. Y eso es muy peligroso. Cuando Azaña dijo «España ha dejado de ser católica», lo pagó muy caro.

De Sabina en carne viva, (conversaciones con Javier Menéndez Flores)
Ediciones B, 2006

7 de septiembre de 2006

Confesión

Ninguna vanagloria alimenta. Conviene olvidar de inmediato los halagos y los triunfos y comportarse como si fuera el primer día.
Batirse con las palabras, pulirlas una por una, como las piezas de un mecanismo de relojería, encajarlas entre sí paro descubrir que el engranaje nunca funciona como una había deseado. Pasar horas y horas entre ellas, las palabras, manosearlas, partir pero regresar, recomenzar. Y así un día y otro día, durante meses, años, lustros, durante una vida entera.
Mañana me sentaré a escribir como si nada. Eso espero: poder escribir todos los días de mi vida. Incluido el último.

6 de septiembre de 2006

5 de septiembre de 2006

Oración, Antonio Pereira

Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos
todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse
inspecciono la antena
las macetas con tantas criaturas que por debajo pasan
sufro mucho Señor
y aunque te agradezco no haberme hecho cirujano
ni conductor del autobús escolar
te pido que un ratito te quedes responsable
que aguantes todo esto mientras voy a un recado
y cualquier día no vuelvo

De Meteoros. Poesía 1962-2006 (Calambur, 2006)

4 de septiembre de 2006

Un pretexto para el insulto *

Me he pasado el mes de agosto esperando a que se muera Fidel Castro. Cada día, al volver de la playa cargada de pelotas y flotadores, se lo preguntaba a alguien con una vida mínimamente adulta: «¿Se ha muerto ya?». Desde que he llegado de vacaciones, vivo conectada a Cubavisión, la televisión oficial del régimen que, por grandezas de este aparatito en forma de wok que vive en mi tejado, puedo sintonizar desde casa. No sé para qué la miro, la verdad, porque de todos los organismos que cambiarán a partir de la muerte de Fidel, estoy segura de que Cubavisión será el último. En la cadena, felizmente, todo sigue tan retrógrado como siempre, con ese tufillo tan característico a falta de libertad de expresión: programas monográficos de ocho horas dedicados a alabar la sanidad cubana —con intervenciones grabadas por el propio Fidel explicando como unos médicos muy huapachosos le curaron la rodilla— o la retransmisión en directo de un seudo acto académico donde unos señores que deben de ser expertos en algo hablan —¡un promedio de tres horas cada uno!— de los atentados frustrados contra Castro.
Pero, sobre todo, he dedicado estos últimos días de calor a pensar en mis amigos cubanos. En Jorgito, por ejemplo, que vive en La Habana y que durante los peores días del Periodo Especial (en el año 94), cuando yo le conocí, subsistía de vender a los turistas pizzas hechas con preservativos en lugar de mozzarela. O en Pedro, psiquiatra de formación, que quería aguantar en la isla viviendo con sus padres en una casa de La Habana Vieja invadida por las cucarachas pero que acabó marchándose con su hija a Europa, quien sabe por qué. Tal vez su hija le preguntó qué había más allá. Más allá del Atlántico. Más allá de Cubavisión.
En Daisy, toda una señora, directora de una de las sucursales de Bank of America en el barrio de Coral Gables de Miami, que me explicó en qué exacto lugar del barrtio de Vedado estaba la casa que la Revolución le quitó a su familia, poco después de la destitución de Batista. Daisy es mujer de mundo, ha conocido varios países, lleva una manicura perfecta, peinado de peluquería y traje de Cristian Dior, pero se le inundan los ojos cuando habla de su Isla Bonita y especula sobre los años que habrán de pasar antes de que pueda regresar al lugar donde nació.
Aunque puede que no lo reconozca en esta Habana zarandeada por la miseria que dejaron los años de comunismo cubano una vez se deshizo el gélido bloque ruso. Aunque tampoco la otra Cuba, la que resistió, la que se hizo reconcentrada y orgullosa —y con motivos— sabrá reconocer a Daisy como una de las suyas.
Las dos Cubas. Una de las dos también ha de helarle el corazón a los suyos.
Me he pasado el mes de agosto preguntándome qué van a hacer ahora esas personas. De qué color serán las lágrimas de los exiliados que regresen. Cómo será una Habana Vieja recién pintada. Qué dirán los sones y los boleros cuando ya no exista distancia insalvable. De qué informará Radio Miami.
Lo que pronto veremos, será digno de ver. En Cubavisión salía ayer un nuevo experto hablando en el vacío acerca de la excelente salud de Fidel Castro. No quiero perderme su cara de pasado a punto de desaparecer. Si quieren mi opinión, no creo que esté mintiendo: este valuarte de la resistencia más pinturera que ha sido uno de los gobernantes con más carisma del mundo durante 47 años , seguro que incluso en la tumba gozará de buena salud.


* Este mismo artículo, publicado on line en una revista en catalán la semana pasada, ha llevado a los lectores a indignarse hasta el insulto. El argumento de la mayoría es cuestionar la catadura moral de alguien (yo) que encabeza un artículo deseando la muerte de alguien. Incluso ha habido quien se preguntaba qué aprendí en el colegio. Patidifusa, releo mis propias palabras y encuentro el verbo "esperando". Esperar la muerte, propia y ajena, no es malvado, sino realista.
No me molesta que me insulten, me molesta que no me entiendan.
Aunque, como cada cual es muy libre de hacer con su ignorancia lo que le parezca, jamás respondo a los insultos.

3 de septiembre de 2006

«Pascal Quignard por sí mismo», último párrafo

En 1992 dejo la prensa y los jurados literarios. En 1993 dimito de la presidencia del Concierto de las Naciones. A finales de 1994 disuelvo el Festival de Ópera Barroca de Versalles y a últimos de abril dimito de Ediciones Gallimard. Desde abril de 1994 no hago sino leer y escribir.
De El nombre en la punta de la lengua
Arena Libros (2006)

2 de septiembre de 2006

El aburrimiento en Ohio

Un interesante fenómeno está ocurriendo desde hace ya algún tiempo en nuestras carteleras y también en nuestras mesas de novedades: la confusión, cada vez mayor, de realidad y ficción. Novelistas que narran lo que de verdad les ha ocurrido —pienso ahora en esa maravillosa novela que es Patrimonio, de Philiph Roth, pero también en Martin Amis, o en Julian Barnes o en Amélie Nothomb o en Haruki Murakami y tanto otros— y en toda una generación de cineastas recientes, que exploran ese terreno entre el documental y el largometraje de ficción.
Lo último de Steven Soderbergh, el director de Ocean's Eleven y su secuela, Ocean's Twelve, pero también de Sexo, mentiras y cintas de video, se mueve en esa estrecha franja. Rodada en el que, seguro, debe de ser el pueblo más aburrido de Estados Unidos, en el estado de Ohio, con actores no profesionales que se interpretan a sí mismos —todos viven en el pueblo— y una historia que subraya, sobre todo, su aburrimiento, pero también su non sense, la ausencia de futuro, de esperanza, de ambición. Lo único que cabe es trabajar en varios lugares a la vez —lo hacen— o cometer pequeños hurtos. De hecho, la película podría subtitularse como este comentario: palpamos el aburrimiento de unos personajes que sólo viven para trabajar, que resultan patéticos hasta cuando salen a divertirse y a quienes la aparición del mínimo elemento perturbador —en la figura de Rose, madre soltera— toda su paz se ve alterada de pronto.
Ni siquiera el crimen resulta aquí memorable. Aunque lo mejor, desde luego, es el trabajo con los personajes y el modo en que se nos muestran, sin trampa ni cartón. Es memorable el inspector de policía que se interpreta a sí mismo, y que ofrece una visión completamente alejada del cliché de Hollywood. ¿Lo que sobra? Algunos minutos de diálogos intrascendentes (no todos, sólo algunos) y, en mi opinión, la revelación divina del final. Es como si a Soderbergh se le hubiera acabado de pronto el negativo antes de dejarnos saber algo más de Rose, cuya historia se plantea en forma de enigma sin respuesta. Con gusto le cambiaría a Soderbergh lo que me cuenta de Martha por lo que no me cuenta de Rose.
Dejo lo mejor para el final: la causa del crimen, que el director nos permite adivinar y entender con lujo de detalles y que redunda en lo ya dicho: personajes tan de carne y hueso que da miedo acercarse a ellos. También son magníficos —e inquietantes— los planos en la fábrica de muñecas.
Es magnífico que del hartazgo, en cualquiera de sus variantes, se obtengan resultados como éste. Hollywood, de vez en cuando, impone una cura de desintoxicación, parece decir esta película.
Ficha técnica
Dirección: Steven Soderbergh. País: USA.Año: 2005. Duración: 73 min. Género: Drama. Interpretación: Debbie Doebereiner (Martha), Dustin James Ashley (Kyle), Misty Dawn Wilkins (Rose), Omar Cowan (Padre de Martha), Laurie Lee (Madre de Kyle), David Hubbard (Pastor), Kyle Smith (Jake), Decker Moody (Detective Don), A. Paul Brooks Jr. (Doctor), Daniel R. Christian (Supervisor de la fábrica). Guión: Coleman Hough. Producción: Gregory Jacobs. Música: Robert Pollard. Fotografía: Peter Andrews. Montaje: Mary Ann Bernard. Estreno en USA: 27 Enero 2006. Estreno en España: 1 Septiembre 2006.

1 de septiembre de 2006

La maldición de Gilda

Muy pocas veces he contado que conocí a Glenn Ford. Fue cuando era redactora de la sección de Cultura y Espectáculos del Diari de Barcelona y él ya era lo que fue hasta ayer mismo: una gloria de Hollywood, dueño de una carrera cinematográfica en decandencia y autor del bofetón más famoso de la historia del cine.
A Barcelona llegó a participar en un programa de televisión. Venía acompañado de una mujer llamada Karen Johnson —aspecto de nórdica, unos 40 años menos que él— a quien presentó como su novia. Dijo que no iba a hablar de sus años «porque un caballero jamás revela la edad de una dama» y, a continuación, respondiendo a las preguntas de los periodistas, comenzó a hablar de Rita Hayworth y el famoso tortazo. La rueda de prensa era en uno de los salones del Hotel Ritz, donde no cabía ni un alfiler. La pareja se sentaba en una cheslón y sonreía. De vez en cuando cuchicheaban y se agarraban de la mano. Tenían un aire entre distendido y ajeno.
Los periodistas preguntaban por el rodaje de Gilda, ocurrido unos 40 años atrás. Ford, supongo que resignado después de décadas de responder a la misma pregunta, lo explicaba de nuevo: «El bofetón fue en realidad mucho más flojo de lo que parece en la película», explicaba, cándidamente, mientras los bolígrafos se meneaban sobre los cuadernos. «Aunque luego ella se vengó, en su escena, llegando incluso a romperme un diente. Luego terminó llorando porque me había hecho daño».
Prometo que esas son las palabras del actor que recogí en mi artículo, publicado en la contraportada de la edición del 4 de mayo de 1990. Rita Hayworth ya había muerto. Contó Ford que en los últimos días de la enfermedad de la actriz, le envió una rosa cada día. El resto debió de asumirlo como una maldición por haber sobrevivido:
—Ahora —imagino que le susurró al oído cada noche, hasta la última, el fantasma de Gilda— hablarás de mí en todos los lugares que visites, por lejos que estén: siempre te preguntarán por el bofetón, por nosotros. Todos te recordarán por aquella escena en que estoy desmelenada, despendolada y zarandeada. Incluso el día de final de agosto en que anuncien tu muerte, lo harán con esas imágenes una y otra vez, hasta el hartazgo, como si no hubieras hecho otra cosa en toda tu carrera más que abofetearme.
Mi madre aún le llama «el Gildo». Qué cruz, algunos éxitos.