18 de octubre de 2011

La edición italiana de "Habitaciones cerradas" ya tiene cubierta (y también nuevo y sugerente título)


Aquí la tenéis, navegantes.
El libro estará en librerías (italianas) en enero.

17 de octubre de 2011

Supermami de octubre


16 de octubre de 2011

14 de octubre de 2011

La casa-biblioteca del escritor mexicano Gonzalo Celorio (fragmento de El viaje sedentario, publicado en México en 1994)

Mi casa es un tren, con sus vagones, su andén, sus estaciones, donde emprendo cotidianamente mi viaje sedentario. Pero mi casa también es una biblioteca -espacio en el que se resuelve, mejor que en ninguno otro, la antinomia de la inmovilidad más pacífica y los desplazamientos más aventurados.
La palabra "biblioteca" tiene cierta connotación sagrada e iniciática que la vuelve solemne, excesivamente prestigiosa. Y de algún modo esta enjundia suya contradice el gusto, la pasión, el cariño, la alegría, la felicidad pues, que los libros me provocan. A falta de otra palabra que goce de la naturalidad feliz con la que los libros habitan mi casa, tendré que seguir llamándole "biblioteca" a mi biblioteca, si bien para despojarla, justamente, de la arrogancia que la palabra misma le adjudica.
No podría referirme sólo a un conjunto de libros porque una biblioteca es, ante todo, una unidad, como, paradójicamente, parece indicarlo el carácter colectivo de la palabra que la nombra: lejos de debilitar su sentido unitario, lo confirma, como si la biblioteca fuera un solo libro mayúsculo, y cada uno de los libros que la integran, una de sus páginas. Por eso es tan difícil deshacerse de un libro al que ya se le dio cabida; equivale a arrancarle una hoja al libro que es la biblioteca misma. Por eso, también, nunca debería ser dificultoso encontrar un volumen en los anaqueles, pues más que una suma de libros disímbolos, la biblioteca es un discurso continuo, cuya sintaxis sólo se altera cuando un libro sale de su estante.
Pero la palabra "biblioteca" no sólo se refiere al acervo de libros, sino al lugar en el que se acomodan. La biblioteca que rodea mi escritorio es un espacio apacible y vigoroso a un tiempo. Es un espacio apacible por el silencio que impone, por la sabiduría que resguarda y sobre todo por la insospechada discreción de los libros: colocados en sus estantes, nos dan las espaldas, como si estuvieran castigados contra la pared. Sólo les vemos el lomo. Hay quienes están tan acostumbrados a ello que llegan a pensar que la espalda de los libros es su frente y ya no se molestan en abrirlos y leerlos. Cuando sacamos un libro de su anaquel, lo estamos eligiendo entre todos los demás; es como si le levantáramos el castigo y, al abrirlo para leerlo, puesto de frente, lo penetráramos amorosamente. Por eso la biblioteca es también un espacio vigoroso.

Suele ocurrir. Mi biblioteca ha invadido mi casa. Como los seres vivos, los libros nacen y se multiplican, pero, a diferencia de ellos, no parecen morir nunca. Es casi imposible desprenderse de un libro, aunque se tenga la certidumbre de que nunca se va a mirar de frente, de que siempre estará castigado contra la pared mientras se empolva hasta la ilegibilidad el tejuelo que dice su nombre. Y es que, una vez aceptados en casa, cómo echarlos a la calle.
Mis libros se han encarnado como plantas trepadoras por los muros de la biblioteca y ya crecen por otros espacios de la casa: por el comedor, por la recámara -donde cobran rango de libros de cabecera-, por la cocina y hasta por el baño, lugar, por cierto, en que Alfonso Reyes alojaba la sección de novela policiaca. Ahora la mía es como tantas otras, una casa-biblioteca, que apenas deja un espacio para cocinar y otro para dormir.

12 de octubre de 2011

Rusia existe y este libro lo demuestra

Ya tenemos las primeras reseñas de nuestra querida Rusia imaginada. AQUÍ podéis leer una de ellas.

No está bien que lo diga, porque he tenido la suerte de ser la editora de este libro, pero deberíais regalaros esta preciosidad por Navidad. Os doy dos poderosas razones: los cuentos que lo componen son de lo mejor que he leído en años y la editorial que lo publica, Nevsky, es un proyecto independiente y valiente fundado por una parejita tan enamorada de la literatura rusa como para jugarse en ella los cuartos.


11 de octubre de 2011

Vindicación de lo otro


No alcanzo a comprender qué mesuran los watios,
No interpreto la escala de los mapas.
No entiendo el dictado de las brújulas.
Y -menos- los programas de mi secadora.
Llevo años afilando mi inglés pero sin grandes logros.
Las ecuaciones de segundo grado me amargaron la infancia.
No digamos las fórmulas químicas, las fracciones
o, mucho más tarde, la teoría económica
que un señor con bigote predicaba en Derecho
como en mitad de un desierto en expansión.

Del universo, sólo entiendo
que la mitología lo llenó de historias
y eso lo hizo habitable a nuestros ojos.
Por mí, la matemática quedaría en suspenso
excepto en sus funciones más elementales:
sumar, restar, multiplicar, medir el mundo
y dividir, sólo en última instancia.
No comprendo el euribor, ni las oscilaciones
de las bolsas del mundo, ni tantos decimales
bailando a la deriva. También veo un misterio
en la función hidráulica de cada cafetera
y no sé qué es un hertzio, un pascal, el wolframio,
la sinergia, el DNS, el TAE, el PIB, el IBEX,
el Fitch, el FROB, los activos contables... 

Ya no escucho políticos ni leo titulares.
y he perdido la fe en la verdad absoluta.

Mi mundo es otra cosa.
 Y me basta.


* La imagen: largo atardecer sobre el Atlántico, desde el cielo, el 26 de septiembre pasado.

10 de octubre de 2011

Cita a las doce y dos

Documentarte para escribir una novela es elegir
en qué mundo vas a vivir durante los próximos años.

7 de octubre de 2011

Un artista en el norte (un poema de Tomas Tranströmer traducido por Roberto Mascaró para celebrar su Premio Nobel de Literarura)

Yo, Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres,
bromeaba habitualmente, leía los periódicos, viajaba y marchaba.
Yo dirigía la orquesta.
El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril
en el momento de atracar.

Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.
Mi cabaña de trabajo es pequeña.
El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina
bajo la teja.

En general, los bellos acantilados a pique callan.
No hay ningún pasaje
pero hay una compuerta que a veces se abre
y una peculiar luz que mana directamente del duende.

¡Disminuir!

Y los golpes de martillo en la montaña llegaron
llegaron
llegaron
llegaron una noche de primavera a nuestra habitación
disfrazados de latidos de corazón.

El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos para rastrear a Dios.
Pero eso empieza aquí.
Una canción de aquello que está cerca.

Lo que está cerca.

Campos de batalla dentro de nosotros
donde los Huesos de los Muertos
luchan para volverse vivos.

6 de octubre de 2011

Hagan juego, lectores


Hoy se falla el Premio Nobel de literatura y, como todos los años, menudean las quinielas. Las quinielas del Nobel de Literatura son uno de los entretenimientos más inútiles que existen, pues es sabido que la Academia Sueca gusta de hacer lo que le viene en gana, como otorgarle el premio a Elfriede Jelinek, Perl S. Buck o Winston Churchill. Este último, por cierto, lo recibió en 1953, después de Mauriac y antes de Hemingway, por «su dominio de las descripciones biográficas e históricas así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos exaltados». 

Este año, las inútiles quinielas apuntan estos nombres (mi fuente es el ABC): Haruki Murakami (japonés), Adam Zagajewski (polaco), Les Murray (australiano), Ko Un (coreano), Adonis (sirio) y Tomas Tranströmer (sueco). 

Algunos dicen que esto del Nobel va por turnos. Si es así, es bueno saber que hace 17 años que no lo gana un japonés (Kenzaburo Oe), 15 que no lo gana un polaco (polaca: mi amada Wislawa Szymborska), 37 que no lo gana un sueco (dos, exactamente, ya que el del 74 fue ex-aequo para Harry Martinson y Eyvind Johnson), uno más -38- que no corresponde a un australiano (Patrick White) y que nunca le ha sido entregado a un sirio ni a un coreano. De modo que según este dato, tienen más posibilidades Adonis y Ko Un. Por otra parte, si es cierto lo de que el Nobel sirve, en cierto modo, para compensar tropelías políticas contemporáneas al año del galardón, sonarían los mismos nombres. 

Egoístamente me parece una magnífica noticia. Enseguida me explico.

Si la Academia Sueca atiende a sus propias estadísticas, tal vez sería hora de que se lo dieran a un ruso. Lo cual, sin duda, contribuiría también a mi felicidad. Y aunque no creo que mi felicidad importe mucho a los miembros de la Academia Sueca, lo dejo dicho, por si acaso: señores, háganme feliz eligiendo a un ruso y, de paso, desbaraten todas las quinielas mundiales, comenzando por la de mi patrio ABC.

Pero hay infinidad de otros datos a tener en cuenta. Últimamente la Academia es muy propensa a premiar mujeres, como si quisiera compensar de tantos premios masculinos-, de modo que dárselo a alguna escritora sería otro buen modo de salirse por la tangente. Así pues, permítanme exclamar: ¡una nobelesa asiática, eso es lo que todos necesitamos!Me permito sugerir a la india Anita Desai, amiga de Salman Rushdie, que escribe como él en inglés (lo cual facilita mucho las cosas a la hora de traducirla a todos los idiomas del mundo) y que se ha singularizado por la defensa de las mujeres en su país. Además, una ve las fotos de la señora Desai y le parece tocada de una prestancia tan absoluta que ya se diría que es Premio Nobel. Quedaría muy bien en la orla. No digamos en la entrega de premios. Otra posibilidad sería la china Ru Zhijuan, nacida en 1925. Y ya que hablamos de autoras ahora-o-nunca, nombraré a mi adorada Joyce Carol Oates, que -para variar- este año no figura en las quinielas. Y hace no sé cuánto que no se lo dan a un estadonidense. Lo interpreto como una esperanzadora señal. Acaso este año sí. Hurra.

Aunque este año debería tocar un poeta, porque la lírica pura lleva desde el año de Szymborska (96) sin hacer su aparición en esta lista. De modo que lo siento por Murakami. Ya se lo darán dentro de 35 años, que ahora hay cosas más urgentes. 

Hablando en términos egoístas, mis favoritos son todos menos Zagajewski y Murakami. De Adonis no he leído nada a pesar de que Visor -con mucho ojo- publicó el año pasado una antología de sus poemas: Árbol de Oriente. En Hiperión y en 1992 salió en castellano el único libro del que tuve noticias durante mucho tiempo de Tomas Transtömer. Se titula Para vivos y muertos. Jesús Munárriz, el editor, merecería verse premiado con el Nobel, por previsor y visionario. El título de ese libro, por cierto, unido al palatal nombre de su autor, me entusiasma tanto que creo que voy a encargarlo en cuanto termine de escribir este panfleto. Por lo que pueda pasar. Aunque actualmente hay varias obras disponibles del sueco -y también con sugerentes títulos, como Deshielo a mediodía- en una de mis editoriales favoritas del actual panorama: Nórdica. Of course, ¿quién, si no? A Les Murray tampoco le he leído, pero podría hacerlo. En Lumen, gracias a un volumen titulado Australia, Australia, publicado en 2000. Otro editor que merece una recomensa en forma de ventas numerosas. De Ko Un, en cambio, no puedo leer nada, al menos en mis dos lenguas maternas, puesto que no ha sido traducido ni al castellano ni al catalán. En Amazon encuentro un poemario titulado 108 Zen Poems, en inglés, que curioseo. Pero mejor espero a mañana. 

Tengo la costumbre de comprar todos los años por lo menos una obrita del flamante nuevo Premio Nobel de Literatura. Suponiendo que sus obras no habiten ya en mi biblioteca, claro. Si los elegidos son Murakami o Zagajewski, me ahorraré la compra y la lectura (una lástima) y será como si le dieran el Nobel a un tío querido. Y esas cosas, en familia, siempre son motivo de alegría. Si Ko Un es el afortunado, podré por fin leerle en alguno de mis idiomas, de modo que también habré tenido suerte. Y si lo son Adonis, Transtömer o Murray, podré hacer los deberes rápido. 

Por cierto, que quien eche de menos españoles en la lista incierta, sepa que hay dos: Juan Marsé y Javier Marías. Y también latinoamericanos: Juan Gelman, Ernesto Cardenal y Néstor Amarilla. Aunque, tan dada como es la Academia Sueca a los desenlaces inesperados, dentro de unas pocas horas (sobre las 12:30) podemos estar felicitando por el Nobel a Óscar Esquivias (lo cual también sería una magnífica noticia, porque no hay premios Nobel burgaleses y Burgos sería una fiesta y etcétera). En mi casa lo celebraríamos por todo lo alto.


En fin. Hagan juego, lectores. Los suecos tendrán la última palabra. Capaces son de dárselo a Bob Dylan, aunque cueste trabajo creerlo.

5 de octubre de 2011

De jugadores y partidas


El librero tiene el pelo algo revuelto y una cara como concentrada de rasgos. Frente amplia, inteligente. Mirada de hurón curioso: larga, demorada, escrutadora. Hablar silabeante, de alguien que tiene tiempo o que no tiene prisa, que no es lo mismo. Te mira largo y sonríe un poco, no mucho, y mueve los labios como si mascara algo pequeño, una duda tal vez, puede que un recelo, tal vez una sospecha, y te pregunta: "Y tú, ¿en qué mundo estás?", refiriéndose a lo que escribo. En fin, puede ser que el librero preguntara en realidad y tus libros en qué mundo están, pero yo sentí, ante el brillo insistente de sus ojos, que lo que me estaba preguntando era algo íntimo, personal, inconfesable. Y tú, niña, en qué mundo estás.

El librero es un ajedrecista consumado. Durante años publicó una columna de ajedrez en un periódico de su ciudad. Luego, porque sí, dejó de hacerlo. No da motivos, pero una adivina que los tiene, sólo porque esa mirada no deja escapar nada. Aunque nunca dejó, ni dejará, de ser ajedrecista. El mundo es un tablero y en él estamos todos mientras no dejamos de estarlo. El librero es un hombre misterioso, que no se explica. Una tiene que adivinar.

Prepara café. Lo sirve en una diminuta taza multicolor. Nos sentamos a la mesa, como buenos amigos que vuelven a encontrarse. Tres taburetes y una mesa: he aquí las dimensiones del mundo en el que coincidimos.
Entonces el librero mira a su compañero, su socio, su amigo; me mira con esos ojos profundos que todo lo quieren entender, dibuja una media sonrisa de gran conocedor de la partida y dice: "Uno enseguida sabe frente a qué clase de jugador está".

Escribí lo anterior en mi cuaderno tras visitar la Librería Palinuro de Medellín y compartir un rato de conversación y amistad naciente con dos de sus propietarios, Sergio Valencia y Luis Alberto Arango. Aquí están las fotos del encuentro y mi recuerdo. Cada vez tengo más la impresión que este blog es mi memoria.




3 de octubre de 2011

1799


Por una extraña casualidad, mis últimas dos lecturas han sido novelas ambientadas en el año 1799: Senyoria, de Jaume Cabré (maravillosa novela inexplicablemente no traducida al castellano, y sí al alemán y al francés) y Mil otoños, de David Mitchell. La primera, está escrita por un autor catalán que vive en Matadepera (provincia de Barcelona). La segunda, por un inglés que ha vivido en Sicilia y Japón antes de radicar en Irlanda. Cabré tiene más de sesenta años. Mitchell poco más de 40. Ambos tejen novelas complejas, extensas, que rehúyen las definiciones, donde los personajes embelesan. La de Cabré ocurre en Barcelona en las últimas semanas del siglo XVIII. La de Mitchell arranca en Deshima, Japón, en julio de ese mismo años. En ambas hay magistrados corruptos, viajeros con sed de aventura, prostitutas moribundas y amantes de los libros. 

Cabré y Mitchell pertenecen, sin saberlo, lo más probable es que sin haberse leído nunca, a una misma familia. Por lo que a mí respecta, me une a ambos una fidelidad sin mácula. Lo he leído casi todo de los dos. La pasión por Mitchell surgió hace ya algunos años, cuando cayó en mis manos El Atlas de las Nubes. Poco a poco fui descubriendo sus novelas, y llenando de significado aquella frase que puedo pronunciar tan pocas veces: es un autor que jamás defrauda. Lo de Cabré es una fiebre reciente, recientísima. Podríamos decir que en septiembre me he dedicado, casi de forma profesional, a ser lectora de Jaume Cabré. He hecho algo horrible: comencé a leerle por su última novela -Jo confesso (Proa) / Yo confieso (Destino)-, casi mil páginas de emoción tras emoción y quedé tan impresionada que comencé a recular. Les veus del Pamano, Senyoria, La teranyina, su única obra de teatro, sus libros de ensayitos sobre el arte de escribir y la virtud de leer... Y a pesar de recorrer el camino inverso -es decir, de lo último a lo primero- aún no sé cuál de estos libros es el mejor, pues todos me parecen magníficos, redondos. Lo que más me maravilla es haber llegado a ellos tan tarde. Y me enfurruño de pensar que se me están terminando y que el autor tarda ocho años en escribir una nueva novela. Así que, mientras tanto, busqué consuelo en Mitchell. Y he aquí que la casualidad del último año del siglo XVIII hizo que todo tuviera ese sentido difuso y feliz de las casualidades que nunca lo son.

Y termino con palabras de Cabré que reflejan este estado de exaltación desde el que escribo:

El lector de una novela, el lector de poesía, si ha salido de ellas transformado, cuando cierra el libro por última vez sabe que desde ese momento él es él más esa lectura.

* La ilustración es del artista neoyorquino Eric Drooker.