31 de agosto de 2007

Diagonales III (bis)


Diagonales III


30 de agosto de 2007

Diagonales II



29 de agosto de 2007

¡Genio y figura!

28 de agosto de 2007

Laxdalshús (cuento inédito)


Para Alicia, partera

—Cuando llegué aquí, yo era como ustedes —dijo el hombre pálido del pelo rojo—. Yo también tenía prisa. Sentía una inmensa curiosidad. Me disgustaba cualquier contratiempo. Luego, el paso del tiempo se encargó de todo. A ustedes les ocurrirá lo mismo.
Sus pupilas, de un azul transparente como el hielo, rastreaban sin cesar la biblioteca repleta de volúmenes amarillentos. Miró hacia el fiordo solitario. Suspiró, dejándose caer en la butaca, y adoptó un aire melancólico. Vestía levita y aparatosos zapatones con hebillas. El disfraz hubiera causado mayor impresión después de un lavado y un zurcido.
Alicia apuró el café. El sonido de la cremallera de su mochila al cerrarse sonó como un colofón.
—Todo lo que nos ha contado es muy interesante —dijo mi mujer—. Ese señor Laxness que construyó la casa debía de ser un excéntrico cuando quiso vivir solo un lugar así y en aquellos tiempos.
—Le hubiera gustado mucho su proyecto, estoy seguro —intervine—. Los últimos moradores, en el mismo sitio que los primeros. Qué ingenioso.
—Gracias… —dijo nuestro anfitrión, mientras sonreía con orgullo.
—¿Hace lo mismo con todos los turistas? —prosiguió Alicia—. El café, esta estupenda conversación...
Mi mujer se encontraba a gusto allí. A las mujeres se les nota mucho cuando no lo están.
—No vienen muchos turistas por aquí —dijo el hombre pálido de pelo rojo, sin perder su cordialidad extrema—. Los anteriores a ustedes eran muy distintos…
Recogí la cámara y limpié la mesa de cristales de azúcar.
—No hagas eso —susurró Alicia—. Siempre con tus porquerías.
Al hacer girar el picaporte de la puerta de la calle, lo encontré bloqueado. Nuestro anfitrión nos miraba con expresión triste. Al tercer intento inútil, Alicia me apartó para intentarlo ella misma. Cuando se volvió hacia mí había perdido la sonrisa. El hombre parecía a punto de llorar cuando dijo:
—Síganme. Les enseñaré su habitación.
Alicia me miró con incredulidad mientras el hombre se alejaba escaleras arriba. Frunció los labios en una pregunta que formuló sin voz:
—¿Qué dice este hombre?
Subí tras él para reparar el malentendido. El hombre pálido de pelo rojo caminó por el breve pasillo de madera mientras un llavín tintineaba en sus manos. Se detuvo ante la habitación número cuatro. A través de la puerta entreabierta de la estancia contigua pude ver a una pareja de mediana edad. Eran mulatos, obesos y vestían del modo en que suelen hacerlo los turistas estadounidenses. Estaban en silencio, resignados.
Junto a la entrada de la número cuatro reconocí el mismo reclamo turístico que nos había conducido hasta aquel lugar:

Visite la vivienda de los primeros pobladores, conocida como Laxdalshús, o casa de Laxness. Fue construida en madera en el año 1795 y constituye una experiencia única, que le transportará en el tiempo.

—Ésta es —dijo el hombre, mostrando el interior de una habitación pulcramente arreglada—. Espero que no echen en falta nada de lo que consideren realmente importante.
Depositó en mis manos el llavín. Su mano estaba tan helada como sus ojos.
—No es necesario que cierren la puerta al salir. Los otros huéspedes son de absoluta confianza —dijo—. El desayuno se sirve a las ocho, el almuerzo a la una y la cena a las siete y media. Abajo hay una pequeña pero bien surtida biblioteca, aunque para consultarla tendrán que aprender islandés. Yo mismo puedo enseñarles, si lo desean. Aquí tendrán todo el tiempo del mundo. Si necesitan cualquier cosa, sea la hora que sea, no tienen más que tocar el timbre.
Reparé entonces en que sus ropas no eran un disfraz.
—Disculpe, pero todo esto es ridículo. Nos alojamos en el Hotel Kea. Nos esperan unos amigos para almorzar dentro de quince minutos. Tenemos allí una doble por dos noches más.
Él negaba con la cabeza y sonreía con esa indulgencia que solemos emplear con los niños. Me mostraba dos hileras de dientes podridos. Dijo:
—Amigo mío: ya no.

Reykiavik, 24 de agosto de 2007

27 de agosto de 2007

Agosto en Islandia: Diagonales