14 de noviembre de 2008

Aitana y las gallináceas

Para celebrar el final de las consecutivas promociones en las que he estado desde hace 5 semanas, en mi última noche en Madrid, decido ir al teatro. Es un milagro encontrar una entrada: están agotadas hace meses. Maribel Verdú y Aitana Sánchez Gijón en el mismo escenario tiran mucho (también están Antonio Molero y Pere Ponce, por cierto). Yo voy más por el texto, que es de Yasmina Reza y se llama Un dios salvaje (Le dieu du carnage). Me gusta mucho la autora francesa. Me gustan sus tramas basadas en malentendidos, las corazas de sus personajes por las que siempre asoma su parte más débil, me gusta cómo muestra lo vulnerables y desquiciados que somos en realidad, bajo esa pátina de hombres y mujeres de mundo, refinados por la cultura, que nos empeñamos en mostrar siempre. Yasmina Reza nos recuerda a cada obra suya: "Cuidado, porque bajo la sofisticación vive el monstruo, uno dentro de cada uno de nosotros".
Hace no tanto, Reza fue mamá. A mi modo de ver, ese cambio en su vida ha supuesto también un giro muy interesante en su obra. Sus personajes son los que eran antes, sofisticados, parlanchines, dados al análisis... -los de Arte, para entendernos- pero ahora tienen hijos, y no hay nada que saque a relucir nuestros instintos más primarios mejor que los hijos.
Hace unos pocos meses vi en Barcelona Tres versions de la vida, un texto en el que dos matrimonios tratan de resolver algunas cuestiones, y de mantener una conversación, mientras el hijo de dos de ellos les interrumpe constantemente porque no quiere dormir. Los personajes no comparten puntos de vista con respecto a la educación, los invitados acaban opinando -y muy duramente- sobre la falta de normas que perciben en la casa y la intromisión les lanza a todos a un combate dialéctico brillante, cargado de sentido del humor, pero en el fondo muy amargo. Toca cuestiones que dan justo en la diana de quienes tenemos algún interés en la educación y, sobre todo, nos muestra tal y como somos, seres de carne y hueso.
Un dios salvaje es hermana de aquella, pero mucho más dura. Aquí la risa apenas surge -aunque constato que el público de Madrid es más risueño que el de Barcelona- y el drama aflora enseguida. Dos matrimonios también, reunidos porque el hijo de uno de ellos ha pegado brutalmente (le ha arrancado dos dientes) al hijo de los otros dos. Intentan ponerse de acuerdo para llegar a una solución, pero no hay acuerdo posible, como se verá enseguida. Intentan ser civilizados, pero no lo logran. Acaban recurriendo a la misma violencia que, se supone, están tratando de evitar.
Es un buen texto, y la puesta en escena, que es de la directora Tamzin Townsend, merece la pena. Fue un buen final de fiesta.


A modo de anécdota, ocurrió algo en la representación de anoche que no he visto jamás en mis ya más de 20 años como espectadora frecuente de teatro. Tres señoras más que maduritas se sentaban en la primera fila. Reían como gallináceas y comentaban constantemente los movimientos que ocurrían en escena. Por ejemplo, si al personaje de Antonio Molero le sonaba el móvil, decían: "Otra vez el teléfono, contesta". Si Maribel Verdú vomitaba, comentaban: "Está mareada, pobrecita". Otros espectadores les chistaron varias veces, pero no hicieron ningún caso. Hasta que de pronto, la muy guapa Aitana Sánchez Gijón se detuvo en mitad del escenario, se volvió hacia ellas y dijo: "Esto es una pesadilla, señoras. No pueden estar haciendo comentarios todo el rato porque nos desconcentramos y nos salimos del papel. Les ruego silencio, muchas gracias". Levantó una ovación espontánea, admirada. Luego, la función continuó como si nada. No, como si nada, no: las gallináceas permanecieron en silencio el resto de la noche. Y es que Aitana cuando regaña, regaña de verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo vi hacer algo similar a Rosa M Sardà, sólo que ella fue más tajante o se callaba el publico o no seguía la función

Anónimo dijo...

¿Y cómo conseguiste las entradas? ¿Te colaste en el teatro? (algo así tuve que hacer yo)