21 de marzo de 2009

Futuro perfecto

Lo peor del futuro es que llega enseguida. Con lo placentero que es saborearlo cuando aún acecha, mientras ni siquiera es futuro, sino condicional, posibilidad íntegra que llena el presente de expectativas y sueños. Adoro el futuro abstracto de lo por venir, el que se conjuga en todos los modos posibles. El imperfecto —sólo en el nombre— de indicativo, tan contundente, tan seguro de sí mismo: Amarás. O el pretérito imperfecto de subjuntivo, un canto a la posibilidad, que sólo tiene de llano el lugar donde lleva el acento: Amaras. O mi favorito, el mejor de todos, hasta en el nombre: el futuro perfecto, tan de vuelta de todo que se le adivina la experiencia con sólo mirarlo: Habrás amado.
Adoro ese presente que se alarga a la espera del futuro, las zonas intermedias, la incertidumbre donde aún todo puede pasar. Una de las mejores zonas intermedias de mi vida es el momento de elegir el próximo libro que voy a leer. Me gusta tumbarme en mi sofá con vistas a la biblioteca. Ojear los lomos, reconocerlos desde lejos como se hace con los viejos amigos. Meditar un momento acerca de la posibilidad de volver a verles, de avivar de nuevo lo que nos unió. Descartar algunos sólo con presentirlos. Sin más motivo que aquella vieja verdad: todos los libros tienen un momento idóneo para atracar en la vida de alguien, y el momento de ciertos libros pasó para mí —me temo— hace tiempo. En cambio, hay muchos momentos aún por llegar, muchos títulos estupendos por descubrir. Puede que haya docenas de ellos que ni siquiera se han escrito aún y pensarlo —qué cosas— me hace feliz, como si el mundo fuera un lugar un poco mejor porque aún quedan cosas que contar.
Cuando elijo el próximo libro soy consciente de la gravedad de mi gesto: la vida tendrá una textura u otra dependiendo del nombre que habite en su cubierta, del temperamento y la honestidad del mago que conjure la historia. Querré que deje poso. Desearé que su lectura me haga otra persona distinta de la que soy cuando lo abro. Me gusta imaginarme como una sustancia a la que las palabras dan forma. Alguien imperfecto a quien la Literatura que degusta es capaz de hacer un poco mejor. Qué dicha.
Cuando llega la elección, el placer ya está casi consumado. Adoro decantarme. Conocer todas y cada una de las razones que me llevan a renunciar a unos títulos por otros. Quedarme con uno, abrirlo, olisquearlo, curiosear entre sus páginas como quien entra en el vestíbulo de un nuevo mundo, mordisquear la primera línea, detenerme a analizar a qué sabe. Y sólo después, sí, lanzarme. Aspirar a la perfección de este futuro a mi alcance.

La imagen: La primavera según Elia Olmedo (Barcelona, 2003)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi me pasa lo mismo, escoger un libro siempre es una labor ardua. Es una aventura de la que no se sabe cual es el final. Para mi es difícil escoger porque nunca dejo un libro sin acabar ¿y si no me gusta? Felicidades por tu premio ¡lo comprare! Seguro que a mi hija le encanta.

Marta Cruces Díaz dijo...

Qué manera más fabulosa de expresar la elección del libro que degustarás poco después.
Todos queremos quedarnos con algo de la obra que leemos en ese momento y que nos haga ser diferentes al tiempo de leerlos y después dejarnos una señal en nuestra mente (aunque no tiene porque ser una enseñanza, sino un pensamiento)

Gus Nielsen dijo...

Hola, hermosa! Te felicito por tus logros en las escrituras. Y te mando muchos besos argentinos!!!! Continua así!!!!