22 de marzo de 2012

La pluma y la aguja


Leo que Concepción Arenal tenía siempre la caja de costura junto a su mesa de trabajo y que era una estupenda costurera "de labor de aguja, de punto o, simplemente, de remiendo" y me invade una tristeza muy decimonónica de ser una tarada para estas cosas.
Descubro que en mi vida ha habido varias personas empeñadas en enseñarme a bordar, a hacer punto o, simplemente, a lo más útil, como cambiar una cremallera o poner un botón. Ah, aquellas labores de calceta con que mi madre se desesperaba las tardes de verano. Ah, sor Margarita, la pobre monja que lidiaba conmigo en clase de  labor, en mi ya no tan tierna infancia. Las dos terminaron por resignarse a que yo no aprendiera nada de nada y, lo que es peor, a que no mostrara el más mínimo interés por redimirme.

Siento que la biógrafa de Arenal me regaña cuando dice: 

Un trabajo bien dirigido demuestra que hay tiempo para todo. Que se puede ser perfecta ama de casa y al mismo tiempo desarrollar una labor intelectual: que no se menoscaban las aptitudes de pensamiento por dedicar algunos ratos a una labor doméstica; que mientras se remienda una sábana pueden elaborarse proyectos para mejorar la situación del preso o del pobre. *

No es tarde, amigas. Voy a cambiar. Prometo empezar hoy mismo. Romperé una sábana para poder remendarla. Me esmeraré en el bordado primoroso, en el zurcido del calcetín, en el dobladillo de la bainica, en el nudo del festón; retomaré las labores de mi infancia: los patucos de lana que nunca comencé, la almohada que salió constreñida como un dolor de tripa, los ojales -¡ay, los ojales!- y sus correspondientes botones del muestrario. No seré un caso perdido. Por fin podré exclamar claro y fuerte, con la cabeza bien alta: yo, amigas, lo he logrado a los cuarenta y un años. He dejado el teclado y he empuñado la aguja, nunca más una mesa de trabajo sin cesta de costura. ¡Ya sé coser!


* La mujer española en el romanticismo, de Concha Marco. Editorial Teide, 1969

** La imagen de hoy: una mercería de Nueva York, donde todo es grande y hermoso, y donde no compré nada porque aún no estaba redimida, claro.

3 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Todo es cuestión de intentarlo, y buscarse una buena profe. En eso yo tuve la mejor, Dios mismo la llamó muy joven para remedarle el cielo. Sus manos entrelazadas y quietas dentro de un ataud fue una visión de esas que no se superan.
Aprendí a coser y ello me sirvió para hacerme la ropa a mi gusto. Para poner a mi gusto a los míos. E incluso mi casa en cortinajes y demás. Después me dio por ganchillar y tejer.
Supongo que eso fue un aprendizaje necesario para aprender a tejer palabras. Confeccionar escritos. Ganchillar recuerdos. Entretejer paisajes. Remendar personajes.
Bien pensado creo que la costura y la escritura tienen hilos comunes, que sirven para coser.
Saludos

Rebeka October dijo...

Yo remendar sé, igual que punto de cruz y ciertas cositas que las monjas me enseñaron de pequeña y ya tengo muy olvidadas.

Pero para arreglar un descosido valgo!!xD

Lo bueno de ser heavy es que los pantalones molan más rotos, y de estar con un heavy es que las camisetas son de bandas y por lo tanto hay pocos botones que remendar...xD

Nunca es tarde para aprender mientras pongamos voluntad!!!

Muchos besos Care!!

Rebeca.

Isabel dijo...

Vaya, has mencionado la aguja y acudimos.
No es mi caso, ha sido casualidad que al pasear hoy con más tiempo por blogs amigos te he encontrado, y me alegro.
Te conocí en una mesa redonda en Sevilla donde vivo.

Sobre tu entrada, Arenal tiene razón, se puede hacer todo siempre que te guste. Yo sé coser,pero no me gusta; mi madre, que fue modista (mi blog está dedicado a ella)me enseñó.

Lo curioso es que cuando veo que escribir, (escribo no para publicar, sino porque me encanta)es algo como etéreo, necesito coser algo, sentir el resultado de lo que construyo, tocarlo.

Un abrazo.