24 de julio de 2008

Cuatro


Unos amigos esperan el cuarto. De cuanta gente conozco, son los únicos.
Los embarazos ajenos invitan a la reflexión. Hay gente sabia a quien le provocan repulsión hacia cualquier cosa que tenga que ver con niños. Hay gente sabia a la que, por contra, le provocan deseos de tener hijos. O más hijos.
Este concreto y ajeno embarazo ha generado bastante debate en casa durante las últimas semanas. Hemos pasado del lugar común («Qué valientes, ¡cuatro!» o «Qué barbaridad, ¡cuatro!») a las miradas desconfiadas de mi compañero, cuando observó que yo me quedaba pensando una vez la conversación ya había terminado. Luego llegó el debate real, cuando él me preguntó en serio —bastante preocupado— si yo tendría el cuarto. Primero dijo, por si acaso su postura no había quedado clara: «A mí me daría una pereza horrible...». A continuación confirmó sus temores, porque yo asentí.
Atacó: «¿Ya no te acuerdas de lo mal que lo pasaste en el embarazo de Álex?».
«No lo pasé tan mal», repuse yo.
«¿Ves? ¡Ya no te acuerdas!», insistió él.
Se queda pensativo. Parece ausente. Le he dejado descolocado.
Unos minutos después, pregunta, estupefacto:
«¿De verdad, tendrías otro hijo?».
Sí, navegantes, soy así de perversa, degenerada, suicida, valiente, inconsciente, infantil, inmadura, envidiosa: si por mi fuera, tendría un cuarto hijo.
Se lo dije a mi madre. Utilicé el tiempo condicional. Frunció los labios en una mueca de desaprobación.
Susurró: «¡Por favor!».
Dos palabras pueden decir mucho más de lo que querrías saber.
Luego preguntó: «¿Y para qué?».
Pregunta rara. No se tienen hijos para nada. En todo caso, se tienen hijos por algo (aunque es bastante difícil explicar por qué). Las razones por las cuales deseas tener un hijo no pueden reclamarse ni esgrimirse. No son egoístas, pero tampoco altruistas completamente. No tienen pies ni cabeza, no son sostenibles, ni siquiera son muy legítimas.
En mi caso, mis deseos de ser mamá por cuarta vez surgen cuando miro a mi hijo Álex, que en septiembre cumple 3 años. Acaba de dejar el pañal y está a punto de empezar P3. Le miro y pienso, con esa mezcla rara de orgullo y tristeza: «Ha crecido». Siento nostalgia de bebé. Sí, lo sé, un sentimiento peligroso. Mi compañero está aterrado, cuando se lo digo.
En fin. Respira, mamá: no voy a tener el cuarto. También por muchos motivos, que serían largos de explicar aquí.
Pero envidio —y admiro— a quienes sí se atreven.

La fotografía es de Cristopher Gilbert

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Celobro tu desición, Care. No se si tu misma leíste el post "raro" del otro día, en el que mirabas tu familia y te sentias ajena... Sé que en caso de escritores como tu esta "ajenidad" es más una pose que algo real, però... ¿no crees que seria una inconsciencia augmentar la familia con sentimientos tan negativos como estos hacia los otros miembros de la misma?

Anónimo dijo...

SAbes que lo normal es que yo te dijese: "Ay, CAre por dios. ¿cómo se te ocurre siquiera pensarlo?" Pero yo, la renegada, la más cobarde, la que veía una barriga y se echaba a temblar, yo ésa, no me reconozco a mí misma. El otro día miré con una ternura sospechosa una enorme y maravillosa tripa de mujer embarazada (digo mujer porque ya hay que matizar) y me descubrí dejándome conquistar por los ojos estrábicos de un bebé. Yo, cómo tú, tampoco explicaré mis razones, pero cómo tú ya he considerado la posibilidad, aunque sea en mi imaginación. Y ya no me parece tan terrible, para nada. Y pese a tu compañero yo te entendería y te apoyaría. (Le pido perdón a él por esta puñalada trapera).