14 de diciembre de 2008

Libros (y libreros) sin fronteras

De las cosas que más me gustan de mi vida nómada son los almuerzos con libreros. Hace poco he tenido la suerte de compartir pan y sal (qué bíblico me ha salido) con dos de los mejores libreros de este país y en dos almuerzos distintos. Fernando, de librería Estvdio de Santander y Estrella, de librería Oletvum de Valladolid. A Estrella me la reservo para otro post, que da para mucho. Dejadme hoy que os hable de Fernando y de Julián, su encargado de Literatura Infantil y Juvenil.
¿Cómo se reconoce a un buen librero? Lo primero, por el entusiasmo. Por ese brillo en los ojos que se le pone cuando te enseña su librería, cuando te habla de las obras o de las ampliaciones o de cómo coloca sus libros favoritos en una mesa intocable y lucha para que el aluvión de novedades no las desplace de inmediato. Un buen librero, he aprendido, es aquel que cuida con celo su mesa de recomendados. Por supuesto, por lo que contiene esa mesa también se reconoce a un librero de raza, y por sus recomendaciones de sobremesa, por supuesto. Un consejo: jamás desatendáis las recomendaciones de un buen librero.
En un almuerzo reciente en Santander, después de pasar la mañana en Estvdio, una librería-refugio, donde los pasos resuenan sobre la madera y hay rincones dedicados monográficante a Ediciones del Viento, Impedimenta, Anagrama o Libros del Asteroide (por citar algunas editoriales suculentas), Julián me habló de sus filias como lector-devorador de literatura juvenil. Repasamos algunos títulos clásicos de álbumes ilustrados, esa puerta de entrada al mundo de la lectura para los más pequeños: Donde viven los monstruos, Vamos a cazar un oso, Los tres bandidos, Yo... y poco a poco fuimos llegando a otro tipo de clásicos. La Pippi Calzaslargas de Astrid Lindgren, tan repleta de sueños infantiles —empezando por la libertad y la anarquía absolutas en las que vive— que sólo podía ser un clásico, o Historias de Winny de Puh, de A. A. Milne, un libro publicado con esmero por Valdemar —colección Avatares, nº 40— que reúne en un magnífico volumen los dos libros que el autor inglés, íntimo amigo de Barrie, dedicó al oso glotón —Winny de Puh y El rincón de Puh— junto con las ilustraciones originales de E. H. Shepard.
Lo leí ayer, de un tirón, durante un azaroso viaje de regreso desde Valladolid. Y resultó una lectura tan estupenda que este post pretende ser una muestra de agradecimiento a Julián, por recomendármelo. Me reí con las ocurrencias de Winny y su pandilla, disfruté eligiendo a mi personaje favorito, que es el desdichado burro Iíyoo, al que le pregunta Winny en un momento dado: «¿Cómo estás?» y él contesta: «No estoy muy cómo. Hace mucho que no estoy cómo», me pareció acertadísimo el juicio negativo que emite Conejo cuando sabe que al bosque ha llegado un extraño, que es un canguro: «Un animal del que ni siquiera habíamos oído hablar. Un animal que lleva a su familia metida en un bolsillo». Y, por supuesto, me emocioné con la historia verdadera que hay tras el cuento: Milne escribió estos dos libros para su propio hijo, el Christopher Robin real (1920-1996), quien para sus juegos disponía de varios "amigos" de peluche: un oso, un cerdito, un tigre, un canguro y un burro. El final del segundo libro es emocionante, cuando se nos dice que Christopher Robin se va, aunque no se sabe a dónde, y él y Winny se prometen mutuamente ser siempre fieles al recuerdo de lo que juntos han compartido. Es una preciosa alegoría de la infancia y de su final, como el libro está repleto de emocionantes y divertidos guiños a un montón de lugares comunes de la madurez. Es un libro que puede leer tanto un niño como un adulto, aunque Julián —y no sólo él— se lamentan de que la gente no conoce el clásico de Milne y sólo pide el osito Puh de Disney, sin saber que al rey midas del cine para niños casi no le hizo falta añadir nada a la historia original o a los dibujos de Shepard para crear su película sobre el mismo personaje.
Como curiosidad: no hace mucho, en un viaje a Nueva York, me encontré con Winny de Puh y sus amigos, Porquete, Iíyoo y los demás, en la Quinta Avenida. Por algún avatar, los peluches reales con quienes jugaba Christopher Robin Milne
terminaron en la Biblioteca Pública neoyorquina, en el interior de una vitrina, y sus gastados pellejos transmiten una emoción idéntica a la que sentí cuando, ayer muy de madrugada, en el seno de un avión retrasadísimo, terminé de leer el segundo de los libros. De modo que si no sabéis que leer estas Navidades, supongo que a Julián le hará feliz saber que su consejo de librero experto llega también a los lectores de este blog, no menos duchos en tantas cosas importantes, por cierto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca he leído ni comprado un libro de Winy de Poo, no sé me parecía muy comercial, un poco como el rollo Disney. Yo compro siempre en la Libreria Cervantes de Oviedo y en su hermano pequeño El Buho Lector y estoy my contenta. Para Papá Noel he elegido un clasico infantil que no pasa de moda "El diccionario estrafalario" de Gloria Fuertes ¡FELIZ NAVIDAD!