14 de marzo de 2007
De Re Coquinaria (II)
Esto de cocinar, pienso a menudo, me gusta tanto porque se parece mucho a escribir. El segundo lugar del mundo, después de mi ordenador, donde he pasado más horas en mi vida es, sin duda alguna, mi cocina. O mis cocinas, porque ha habido varas. Veo similitudes, además, en el proceso que te lleva a guisar una buena fideuá o a escribir una buena novela. Hay que cuidar las materias primas, hay que echarle horas, y mimo, y originalidad, y también seguir ciertas reglas. En ambas cosas se mejora con el tiempo. Ambas dan un miedo atávico la primera vez que te enfrentas al propósito de elaborarlas. La pantalla en blanco es similar, pues, a la cazuela vacía. El buen aceite es como los adjetivos: mejor poco que mucho, mejor de textura única y mejor en frío, que en caliente. Al principio, son imprescindibles recetas, y proporciones exactas. No se puede cocinar sin recetario ni escribir sin guión: sería conjurar el fracaso. Luego, con el tiempo, después de muchas fideuás y de muchas narraciones, podemos permitirnos ciertas licencias: calcular a ojo la cantidad de tensión que le falta a una historia, no pesar los ingredientes como si nos fuera en ello el porvenir. Confiar los resultados a la cocción lenta de dos elementos imprescindibles que crecen con el tiempo: el talento y el oficio.
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