4 de abril de 2007
Un sueño realizado (1)
Hace un tiempo, una noche de otoño, quedé para cenar con Francesc Miralles en un lugar con poco glamour pero mucho encanto llamado El celler de Macondo, en el barrio del Born, de Barcelona. Yo estaba atravesando una mala racha: acababa de salir de una crisis personal, estaba cargada de trabajo que no terminaba de apetecerme y no encontraba por ninguna parte un buen argumento al que hincar el diente y escribir con la motivación de otras veces. Como siempre, hablamos sin cesar. Como nunca antes, pregunté más yo que él (fue la primera vez). Estábamos en una terraza. Comenzó a llover. Grandes goterones otoñales. Tuvimos que salir huyendo y ponernos a resguardo. El lugar: el bar Mudances, en la calle Vidrieria. En un rincón del diminuto piso superior, frente a un par de tés. Fue allí donde le hablé de un proyecto aparcado: la idea para una novela. Algo así como: "Una fantasa de hace dos mil años se les aparece a una pobre pareja recién instalada en una vieja casa". Allí mismo, Francesc comenzó a animarme para que escribiera esa historia.
Él estaba a punto de comenzar una novela, me dijo. Se reservó el argumento para más tarde (Francesc es un maravilloso narrador, esta estrategia de reservar información interesante para después, suele caracterizar sus conversaciones) pero allí mismo, sobre la mesa de mármol de aquel café, hicimos una apuesta. La hizo él, en realidad.
Había un periódico sobre la mesa. Señaló la cabecera y dijo:
"La fecha de hoy. Antes de un año, o tu novela o la mía estarán en las listas de más vendidos de este mismo periódico".
Me pareció una locura. O un sueño. Algo irrealizable sobre lo que valía la pena decir tonterías, y nada más.
Ya en la calle, mientras esperábamos bajo a lluvia —yo tenía los pies sumergidos en un enorme charco— me contó su novela. El Cuarto Reino, una trama con nazis en busca de algo pero también de islas volcánicas habitadas por seres inverosímiles. Comprendí en el acto que lo que me acababa de contar sería oro en sus manos. De hecho, no fui la única: ya había varios editores tras su pista.
De camino a casa comencé a meditar en sus palabras: tal vez dejar todos mis compromisos aparcados y dejarme llevar por el entusiasmo, aunque fuera ajeno, no estaría mal.
Al día siguiente, lo vi claro: me concedí diez días para entregar algunos de los compromisos más urgentes y fijé un día para el inicio de la escritura de La muerte de Venus, mi novela de fantasmas.
Creo que fue más o menos en esos días cuando decidimos que las novelas serían hermanas, que las llenaríamos de juegos para los lectores pero también para nosotros mismos. Quedamos otra tarde lluviosa en Gracia, para establecer las reglas. Incluso establecimos un ritual de inicio de novelas, creando allí mismo, en un portátil, un documento con el título de cada una de ellas.
Ahora pienso que tal vez todo eso nos dio suerte.
Aunque esa conversación la dejaré para mañana. También yo sé mantener el suspense, qué creéis.
Ciao, navegantes. Regresad y sabréis.
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