Cuando fundé la Asociación de Jóvenes Escritores —hace ya 17 años— lo hice convencida de que los escritores tenemos cierta necesidad de gregarismo. Es saludable compartir manías y escuchar opiniones ajenas. Saber cómo y en qué trabajan los demás.
Yo, como Francesco Piccolo, también leía de pequeña biografías de escritores buscando espejos en los que mirarme, ejemplos que seguir. Pero, a diferencia de él, yo jamás tomé una sola nota sobre el modo de trabajar de esos autores a los que admiré antes de leerlos, sólo por la fascinación que me despertaban sus biografías. Ellos habían logrado ser lo que yo más deseaba ser.
Con sus notas, Piccolo escribió, años después, un libro. La primera edición, aparecida en una pequeñísima editorial italiana, se agotó rápido. Durante años, el libro fue inencontrable. Hace un par de temporadas, se reeditó, en una versión fiel a la primera pero prologada por su autor. En ese prólogo, Piccolo explica el sueño de adolescente que le llevó a tomar notas de las manías de muchos escritores famosos. En España lo acaba de publicar editorial Ariel con el mismo título que tuvo en italiano: Escribir es un tic. La razón por la cual ayer lo compré y lo leí de un tirón es idéntica a aquella por la cual fundé la Asociación de Jóvenes Escritores: a veces, necesito sentirme acompañada.
Y este libro acompaña mucho a cualquiera que escriba.
Conocer las extravagancias de autores famosos ayuda a ver las propias como algo insignificante. La vela que enciende Isabel Allende en su escritorio para saber cuándo debe acabar su jornada, por ejemplo, o el biombo negro en el interior del cual Camilo José Cela escribió Oficio de Tinieblas 5, o la costumbre de Maldestamm de escribir mientras caminaba —¡qué engorro!— o la de Proust de hacerlo sobre las rodillas, en la cama, con diez plumillas en la mesita de noche.
Las propias paranoias quedan en nada al lado de las de alguno. Eco considera, por ejemplo, que los poemas se escriben despacio y con pluma y las novelas deprisa y con ordenador. Dorothy Parker se sintió tan atribulada cuando a su máquina de escribir recién comprada se le terminó la cinta que, incapaz de cambiarla, tiró la máquina y compró otra. A Camilo José Cela le dio tanta rabia haber extraviado el original de La familia de Pascual Duarte, que después de que se publicara lo copió de principio a fin de su puño y letra.
También nos ayudarán estas páginas a ver nuestras costumbres como lo más normal, sean las que sean: Moravia y T.S. Elliot escribían por la mañana, de 9 a 13. Gil de Biedma pensaba poemas en reuniones de trabajo, a Dickens le gustaba escribir con toda la familia mirando, Mark Twain tenía la costumbre de contar letra a letra sus frases, a medida que las escribía. Torrente Ballester llevaba una grabadora por la calle, para emergencias narrativas. Néstor Luján dictaba sus novelas.
También nos servirá como terapia, como libro de auto-ayuda. ¿Sientes que trabajas poco, que pierdes el tiempo? Te irá bien saber que T.S. Elliot consideraba que no debía escribir nunca más de tres horas, porque alargar el tiempo de escritura perjudicaba la obra. Que Pasolini consideraba imprescindible perder el tiempo, porque es perdiendo el tiempo cuando el escritor puede pensar, y si no piensa no se le ocurre nada que escribir. Flaubert creía que para trabajar tres horas tenía que estar diez sentado ante su escritorio...
Y así, 150 páginas largas de anécdotas en las que escritores de todo pelaje explican cuándo, dónde, por què, de qué manera y con qué manías escriben.
Confieso una manía personal, al hilo de todo esto: me gusta leer en los Starbucks. Un Mocca Café de tamaño mediano, tres horas por delante, conseguir un sillón (no siempre es fácil) y abrir un libro por la página 1. Dar sorbos pequeños de café, desatender el teléfono y no parar hasta cerrar la última página. Me pasa lo que dice Claudio Magris que le ocurre en los cafés: «se trabaja mucho pero parece que se trabaja menos».
¿Y vuestras manías, vuestros tics, navegantes, cuáles son?
4 comentarios:
Vale, QUIERO (con mayúsculas)ese libro. Gracias por hacerme saber que existe, Care!!
Ah! Mi manía? Tengo tantas!! Por ejemplo, no soporto escribir en silencio. Me agobia mucho el silencio porque me pesa demasiado y la escritura ya es demasiado solitaria como para, además, recordarte esa soledad con el silencio. Si puedo, me pongo música. Bajito. Pero música. Además, la música ayuda a que me entre el estado anímico que necesito para lo que tenga que escribir en ese momento.
Y yo no cuento páginas, sino palabras. 2000 es mi media perfecta para cada día.
Necesito emborronar la página antes de ponerme a escribir. No me concentro frente a una hoja completamente en blanco.
Hola Care,
Me gusta descubrirte en este blog y espero pronto a través de tus libros... Te invito a mi blog de microrrelatos... Estaría genial conocer tu experimentada opinión...
Te apetece participar?
Besines,
Miriam
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