30 de mayo de 2007

Descifrar el mundo

A los ocho años empecé a pasar largas temporadas en la estepa siberiana. El frío era allí mucho más intenso de lo que yo había imaginado jamás: convenía protegerse los pies con vendas para que los dedos no se congelaran. Los termómetros bajaban de vez en cuando hasta lo cuarenta bajo cero, algo que también sucedía en las calles de San Petersburgo, una de las primeras ciudades que amé. Creo que mi pasión petersburguesa se desató apenas unos meses antes de aquel primer invierno que pasé en los Mares del Sur, admirada por aquellas casas con techumbres de palma que siempre miraban al mar y por el espíritu de unas gentes amables y extrovertidas que nada sabían de la palabra tiempo. Ya lanzada a las navegaciones, me enrolé en un barco ballenero, y acompañé en la obsesión y la muerte a un viejo capitán, curtido en muchos naufragios, y a un chiquillo de quien —qué cosas— me enamoré sin remedio. Se llamaba Ismael.
También sobre los ocho años conocí por primera vez el terror, el terror absoluto e incomprensible de estar amarrado a un cadalso sobre el que una enorme cuchilla bascula cada vez más cerca de tu estómago; la ambigüedad de una locura que puede al fin decidir la existencia ajena, especialmente si tiene la forma del misterio, es mujer y viste de blanco; o la pasión arrebatada de un amor imposible que cuenta, además, con la desgracia de un ingrato rival; o esa otra pasión de la muerte ajena, del asesinato, cuando el arrepentimiento llega tras la consumación. Convivir con asesinos, con damas níveas, con irredentos viajeros, con prisioneros inocentes o con funcionarios que tanto podían haber perdido lo único que tenían en la vida como encontrarse de pronto convertidos en escarabajo hizo de mí alguien capaz de descifrar el mundo, de entenderlo.
El aburrimiento me llevó a los libros y la biblioteca de mi ciudad, modesta pero suficiente, me acercó a Poe, a Collins, Gógol, Dostoyevski, Turguéniev, Melville, Stevenson y tantos otros. Entrar en aquel vetusto edificio donde reinaba un silencio infrecuente significaba para mí combatir el tedio de mi soledad de hermana pequeña rodeada de adultos atribulados por aburridas cuestiones de adultos. Leí, como tantos otros, por intentar ser otra persona. Y lo logré: leyendo, también como suele suceder, se obró el encantamiento: todos ellos, los citados, y muchos más que vinieron después —no todos tan reseñables: al lector voraz no siempre le acompaña el buen gusto— hicieron de mí alguien que mira el mundo con curiosidad, con respeto y con enorme interés. Los libros me enseñaron que juzgar es fácil y comprender difícil. Por eso yo me apliqué en comprender incluso lo más complejo. Los libros me demostraron que las historias viven en cualquier parte y que lo mejor que hay en ellas son las gentes, sus actores, capaces de gestas tan cotidianas como enamorarse de quien no deben o de otras tan fabulosas como dar muerte a la gran ballena blanca. O de imaginar un mundo sin salir jamás del propio, o de marcharse a morir a una remota isla llamada Samoa, o de revivir la propia juventud en las peripecias de un joven de ficción. Para ser como ellos, los inventores de todo, empecé a escribir. Tenía poco más de ocho años.

5 comentarios:

sfer dijo...

Precioso... :-)

[Anoche, gracias a Qwerty y a la semifinal de la copa Cataluña - si no hubiera sido por ella, hubieran programado Herois y yo no hubiera estado haciendo zapping antes de irme a la cama con Lázaro Aguirre - tuve el placer de verla "en vivo" por primera vez. Espero que la promoción de su novela no se le esté haciendo excesivamente pesada... Ánimo.]

Anónimo dijo...

"el terror absoluto e incomprensible de estar amarrado a un cadalso sobre el que una enorme cuchilla bascula cada vez más cerca de tu estómago" ¿no debería ser, "cerca de tu cuello"? La guillotina ataca el cuello, el miedo, el estòmago. Creo que aquí te has confundido.
(Y perdón por participar siempre para criticar)

Esther

Anónimo dijo...

Sería tal cómo dices Esther si el relato de Poe tratara de una guillotina y no de un péndulo afilado descendiendo poco a poco hacia el estómago del personaje. Un reloj macabro si quieres y una historia genial.

Puedes leer una traducción del Pozo y el péndulo si te apetece aquí:
http://www.literatura.us/idiomas/eap_pozo.html

En mi opinión, las críticas son aceptables. El propósito de éstas es lo cuestionable. No creo que sea tu caso.

Anónimo dijo...

Vale, de acuerdo. No conocía esta historia. Me alegro de haverme equivocado!

ESther

Care dijo...

Por eso (entre otras cosas) me gustáis tanto: sabéis mucho (lo digo por la referencia a Poe, perfecta), sois delicados, aceptáis bien las críticas y siempre llegáis antes que yo. En unos días, haré recomendaciones de cosas terroríficas deliciosas.