17 de octubre de 2006

Leer para ser otro

Una vez existió un hombre que, antes de decantarse por la lectura voraz, vivía consagrado al cuidado de su hacienda y a la caza. No era rico, pero no pasaba hambre. En su hacienda vivían con él otras dos personas, pero no se le conocía mujer, ni siquiera en pretérito indefinido. No nos resulta extraño, porque de su mocedad y madurez no sabemos nada, acaso porque no haya nada que saber. El pobrecillo debió de aburrirse mucho en sus mejores años de tanto ver pasar las estaciones por su lugar de La Mancha. Cuando comenzó a leer tenía recién cumplidos los cincuenta años, esa edad en la que los varones se empeñan en creer que los últimos trenes están por partir.
A partir de ese momento, el señor Quijano, o Quesada o Quijada, adopta una vida nueva. La ficción le trastorna hasta volverle ficticio. Una bacía, un podenco, una moza esquiva y un amigo gordinflón sirven para hacer realidad un sueño. Todo lo demás es silencio. Y, además, no importa.
Desde entonces, todos los lectores ansiamos ser él: el hombre que fue capaz de ser feliz en los libros. También todos los escritores soñamos con un lector como Quesada: entregado, entusiasta, crédulo, noble y soñador. Un llanero solitario de los cuentos, que no atiende a modas, ni consejos ni puñetera falta que le hace. Puede que esté un poco loco, sí. Loco de Literatura, de invención. No lo parece cuando habla como un cuerdo de su pasión por los libros, y proclama ante aquel canónigo que le escucha, y también ante la humanidad, que sin invención, sin Literatura, el mundo no merecerí salvarse. El canónigo se admira de él y de su enciclopédico saber. Y lo hace en voz alta, para que todos sepan que leer produce el efecto secundario de la sabiduría.
Ni Quijote lo sabía. El leyó para dejar de ser él o tal vez para ser otro (no es lo mismo) y para conquistar la ínfima felicidad que proporciona un sueño cuando sabemos que no va a cumplirse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La última vez que leí para ser otra me tocó ser Julia Valera(La segunda mujer), y la verdad es que al principio lo pasé muy bien con tantas atenciones, pero al final el corazón se me iba a salir por la boca, y la ansiedad era tan real!!
Ahí radica la grandeza de la literatura no?
Una lectura que me atrapó de principio a fin y no pude dejarla hasta que ella cuelga el teléfono tras la última llamada de Federic.

Pilar

Anónimo dijo...

La primera vez que lloré con un libro fue con Reencuentro, de Fred Ulhman. La segunda, con Paradero desconocido, de Kressman Taylor. La tercera, con Mala gente que camina, de Benjamín Prado. Y suma y sigue... Por cierto, soy nuevo aquí. Saludos a todos.

Ladynere dijo...

No sé cuántas veces he leído el post, es uno de los mejores que has subido aquí, Care, o al menos a mí así me lo ha parecido.
Leer para ser otro... ^^
Besos!

Anónimo dijo...

Justamente ahora estoy descubriendo el Quijote... Cómo le admiro =)
Y cómo admiro a Cervantes.
Un abrazo!