8 de enero de 2010

Fragmentos de un texto presente o futuro


Sí, es cierto, una vez tuve un amigo. Luego, desapareció. De pronto, sin saber por qué. Ocurre, a veces: la gente desaparece. Amas a una persona, compartes con ella algo importante. Sufres un espejismo de perdurabilidad. Todo amor se proyecta engañosamente hacia un futuro yermo. La estupidez de nuestro optimismo no conoce límites. El cerebro optimista, le llaman a la gelatina que nos engaña desde dentro. No es más que un truco, una argucia para hacernos confiar. La verdad nos haría incapaces. La magia es esa nada que no podemos predecir. Luego, la vida nos extirpa órganos vitales. Sonríe sin dientes y nos dice: «¿Lo ves? Sin esto también respiras, caminas, haces la digestión». Nada por aquí, nada por allá. Es así como de pronto te descubres que estás solo, echando de menos a quien ya no volverá. Telón.

Mi piso barcelonés lo vendí en aquella época, a un editor sueco que buscaba en España soles tibios para su mujer. El día que ambos, el sueco y yo, comparecimos ante un notario de Paseo de Gracia, dijo haber salido de su casa en Estocolmo a una temperatura de veinte grados bajo cero. Los primeros días después de cerrar la venta, el sueco me llamaba para darme noticias de su felicidad recién adquirida:
My woman’s happy here, enjoying the sunlight! We have put a lot of plants in the terrace. This is a wonderful place in the world.
Yo le escuchaba al borde de las lágrimas. En ese lugar concebí dos hijos, pensaba. Miré al cielo apagado de la ciudad un szinfín de veces. Casi siempre fui feliz allí. Mi amigo me visitaba y yo hacía café. Nos sentábamos a charlar entre libros. Reíamos a carcajadas, a lágrima viva. Me pregunto si seguirá riendo de ese modo. Si lo hago yo.
—Cuando la ironía se aleja, la vida se acaba —me dijo mi amigo una vez.
Hablando con el sueco, yo no era capaz de encontrar mi ironía por ninguna parte. Me sentía como si un huésped incómodo hubiera tomado mi casa hasta expulsarme de ella, dejándome en la puerta, como a un perro recién abandonado. Odiaba al sueco, a su esposa y al sol tibio que les hacía tan felices.
Odiaba no poder contárselo a mi amigo, porque la niebla de silencio que nos envolvía desde hacía mucho había terminado por devorar todas las palabras futuras.
Acaso eso fue lo peor, lo que nunca nos perdonamos. El silencio.
Cuando dos personas dejan de comprenderse y comienzan a juzgarse, es imposible que todo sea como antes.
Me fui a vivir al área metropolitana. También aquí miro al cielo. Incluso soy feliz. Se puede ser feliz sin ser inocente.


Hace unos días, descubrí a mi amigo cuando me disponía a cruzar una calle del Ensanche. Él estaba al otro lado, y también aguardaba a que el semáforo cambiara a verde. Fingí no verle. Decidí darle cierta ventaja, como el jugador de ajedrez que cede con gusto las blancas. Miré al suelo, hablé por teléfono. Él me reconoció entre los transeúntes, desvió la mirada, giró sobre sus pasos. Se marchó calle Numancia abajo, en dirección a la estación de Sants. Es un camino que no lleva a su casa, que tal vez no debía tomar, que no habría tomado si yo no hubiera estado allí. Reconocí su gesto. Sólo intentó no cruzarse conmigo, no tener que saludarme.
Le di la razón también en esto. Después de todo -la risa, las palabras, la memoria- saludarnos en mitad de un paso de peatones con una mirada esquiva y una sonrisa circunstancial habría sido horrible.
Siempre es mejor no darle ocasiones a la vida de ponerte contra las cuerdas.
Huir siempre fue uno de nuestros argumentos favoritos.

5 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Hermosa historia, Care. Hermosa pero tremenda porque significa que toda la amistad se terminó y es lo que sucede con las amistades que alguna vez fueron cien por cien verdaderas, o con el amor. Pero la pregunta es si la indiferencia ha llegado a ser tal que se prefiere no ver, o el dolor a ser ignorado después de saludar provoca ese fingir no ver, o girarse hacia un lugar al que no se va.
Siempre me parece terrible la soledad del artista porque al tener cientos de seguidores, su soledad es también de cientos de personas y por lo tanto una soledad aún más difícil. Así se me antoja desde el anonimato tal vez erróneamente.
En cualquier caso yo creo que los amigos que se terminan perdiendo no se implicaron nunca del todo con nosotros. Y tal vez sucede como con los pájaros enjaulados que a poco que les abras la puerta terminan por volar.
Si te sirve de consuelo te diré algo que dice Sonia Belloto y es algo con lo que estoy de acuerdo: los escritores viven dos veces, una vez en la vida cotidiana y otra en las historias _por lo tanto te quiera hablar o no_ le llevas mucha ventaja.
Sé que no hay ni punto de comparación pero yo te saludo y te agradezco esta entrada desde mis dos vidas. Un abrazo.

... dijo...

Bufs...

pantera dijo...

Pienso que a veces lo que nos une a las personas son las circustancias, no el amor, por lo que, cuando esas circustancias cambian, esas personas desaparecen.
Hay un motivo por el que esas personas estuvieron en nuestras vidas, algo aprendimos de ellas,pero a veces, para seguir creciendo esas personas se van.
La verdadera amistad, el verdadero amor siempre vuelven, lo que pasa es que vivimos muchas ilusiones a lo largo de la vida y ya se sabe, las ilusiones llenas mucho pero no son reales.

Anónimo dijo...

A veces personas que nos son cercanas desaparecen, más bien se silencian y desconocemos el por qué. El silencio como mensaje, como salida, com refugio, como huida...Su interpretación puede ser positiva o negativa, las circunstancias nos ayudan a interpretarlo, ya que no siempre las palabras son mejores que el silencio.

Anónimo dijo...

Me llamo Rafael Rosselló Cuervas-Mons, soy autor y, ahora, autor-editor y os cuento un poco lo que hago y mi trayectoria por si os pudiese ayudar en algo. En el año 2003/2004 publiqué con el sello Span Ediciones una novela "Los contrabandistas del Estrecho"(La ruta del hachís) que tuvo muy buena acogida. Para escribir sobre este tema, durante más de tres años estuve infiltrado con grupos que se dedicaban al tráfico de hachís entre España y Marruecos. Todo lo que cuento en estas novelas está basado en hechos absolutamente reales. Este año, he constituído una editorial, Ediciones Zeppelin, y he sacado al mercado la segunda parte de "La ruta del hachís" que se titula "traficantes", que es una novela que se puede leer sin haber leído Contrabandistas ya que, aunque es la continuación de las aventuras del protagonista, es independiente.
Por otra parte, Ediciones Zeppelin es una editorial que he creado con idea de que autores que no tienen acceso a grades editoriales puedan ver sus obras publicadas y, lo que es más importante, distribuidas por toda España incluyendo grandes superficies. Ediciones Zeppelín ofrece a los autores hacerse cargo de la maquetación, diseño, impresión, gestiones de ISBN y depósito legal de la obra, asesoramiento y distribución por toda la geografía española. Es decir, el autor se convierte en editor de su propia obra, pero amparado por una editorial que, como es obvio, tiene firmado un acuerdo con una importante distribuidora para que esa obra esté en los principales puntos de venta de España, ya que lo principal es la distribución y a un autor que se auto publiqué no le coge ninguna distribuidora. Lógicamente el autor, al ser coeditor de su propia obra, no se reduce a cobrar los derechos de autor, que como sabéis son mínimos, sino que cobra un tanto por ciento importante del precio de venta del libro al público con lo que se le puede asegurar la recuperación del capital que ha invertido en su edición si la obra se vende normalmente.

Es más o menos, por decirlo con otras palabras, la asociación del autor a la editorial para esa obra determinada.
Si alguno estuviese interesado, puede contactar conmigo por mail a rafaelrossello@hotmail.com ó edicioneszeppelin@gmail.com ó por teléfono al 692035667.
Muchas gracias