8 de septiembre de 2010

Limpieza: otro fragmento de novela a la basura (y sigo)


A pesar de que llegamos tarde al hotel, decidí salir a dar un paseo. No quería perderme el espectáculo de la ciudad de noche. Hacía muchos años que había estado allí, y sentía curiosidad por recuperar los recuerdos que Roma podía traerme, como si algo de nuestra memoria viviera para siempre en las ciudades que vamos dejando atrás. Mientras atravesaba la Piazza Navona en dirección a la Via Santa Maria dell’anima me preguntaba si seguiría allí la pizzeria Ponte & Parione, si mantendría su terraza y su menú degustación. También calculé el tiempo que había pasado desde que cené acompañada en aquel restaurante: más de quince años. No está mal para una vida de cuatro décadas. Eché un vistazo lejano y un pudor extraño conmigo misma me impidió ir más allá. De qué sirve perseguir el pasado, me dije. De qué sirve perseguir nada, en realidad. Las cosas ocurren cuando deben ocurrir y luego se borran para siempre de la retina.
También la Fontana de Trevi, en cierto modo, «ocurre». Me lo dijo aquella vez mi acompañante, lo bueno de este lugar es que no hay que buscarlo, porque siempre te encuentra. También me enseñó que a la Fontana es mejor ir de noche, porque un lugar como ése «hay que oírlo, además de mirarlo.
La noche de las callejas romanas es bastante tranquila, si se tiene la paciencia de esperar. Era tarde cuando en mi paseo sin mapa presentí el lugar. El rugido del agua me hacía una advertencia. Si crees que no vas a soportarlo, aún estás a tiempo de marcharte. Por supuesto, continué adelante. Era portentoso aquel rumor, como si hubiera un Niágara en aquel dédalo de piedras viejas. Seguro que nunca te la habías imaginado así: en las películas, parece redonda. Prepárate, Violín, mejor que cierres los ojos. Lo hice de nuevo. Cerré los ojos. Me detuve en una esquina. ¿Preparada? Ahora, ¡mira qué belleza! Qué grandilocuencia más indescriptible, la de ese lugar diminuto a quien el cine, es verdad, nunca hizo justicia. El cine sólo le ha traído problemas. Si supieras la cantidad de turistas que quieren bañarse aquí, como Anita Ekberg en La dolce vita, ¡ni que las fuentes romanas fueran piscinas públicas! Me senté a disfrutar del espectáculo, a contemplar los detalles. Los dos tritones domando a los hipocampos, he aquí las aguas mansas junto a las aguas bravas. Las estatuas de la Abundancia y la Salud, la jarra de agua que se vierte sin fin y la copa que se bebe sin miedo. No lo pensé dos veces antes de abrir el bolso, sacar una moneda de cincuenta céntimos, ponerme en pie dándole la espalda a las estatuas y lanzarla por encima de mi hombro. Ten cuidado con lo que deseas, amor mío, no vaya a ser que tengas que aguantarme el resto de tu vida. En el centro, tan estupefacto como yo —pero mucho más orgulloso—, Neptuno, bendiciendo acaso la grandilocuencia barroca del papa que lo puso ahí y al mismo tiempo ufano de mi sensiblería inútil. Vamos, Violín, te estás poniendo pesada. A dormir. Ya volveremos.
Claro que volveré, a Roma se vuelve siempre, pero lo haré sin ti. Dentro de quince años que habrán pasado sin avisar.

3 comentarios:

Rebeca dijo...

Que casualidad!

Te descubrí con Bel: Amor más allá de la muerte..., y me hiciste recordar mi viaje a Barcelona con mi pareja, encontrando un poco de nosotros en la línea amarilla del metro...

Ahora al leer este fragmento sobre Italia, me haces encontrarnos, en cada rincón, cada recuerdo, de nuestro tour del Norte a Sur de Italia,(Milán, Verona, Venecia, Padua, Florencia,Asís,Roma, Nápoles,Capri) de este verano...

Inolvidable.

Una chica de 24 años que recién comienza a viajar, vivir, y conocer.

Seguiré leyéndote.Gracias!

Un abrazo desde Torrelavega (Cantabria)

Rebeca dijo...

Se me olvidaba, la Fontana de Trevi, en nuestra excursión guiada Roma de noche, simplemente maravillosa, te deja sin palabras, tu corazón se paraliza al admirarla...te atrapa...
;-)

Fernando Alcalá dijo...

La última frase deberías reciclarla, Care. Me ha encantado.