De vez en cuando, siento la necesidad de huir. Escaparme, perderme, dejar de ser yo. No es tanto que necesite un cambio de aires porque mi vida actual está sobrecargada de trabajo y responsabilidades (aunque, no lo niego, nunca viene mal). Es más bien, me parece, que de vez en cuandlo necesito escaparme de mí misma. Viajar sola te enfrenta a un paisaje nuevo, que nunca está fuera, sino dentro: aquella desconocida con la que cargo desde antiguo y que permanece agazapada, esperando su ocasión para mostrarse.
Yo suelo viajar con mi inseparable cuaderno Moleskine, un par de libros bien escogidos, una cámara de fotos (que uso poco), mi reproductor de música y los ojos bien abiertos. La música y los libros los llevo para sentirme en casa. Ya hace tiempo que sé que mis verdaderas patrias son éstas. Allá donde esté, abro las páginas de un libro o escucho las Suites para cello solo de Bach y regreso a mi territorio, a aquel en el que he vivido más tiempo y al que siempre me apetece regresar. Dos libros son pocos, sí, pero siempre confío en la lectura que me depare el lugar al que voy. Para mí, dejarme impresionar por un lugar es menos contemplar sus castillos, sus palacios, sus monumentos, pasear por sus museos como una búsqueda mucho más íntima por las páginas de sus escritores, las butacas de sus teatros o los sabores de los restaurantes más humildes. Y la gente. Sobre todo, la gente. Me gusta hablar con ellos, preguntarles, escucharles...
Un viaje comienza cuando sueñas con el lugar que vas a encontrar. Con algunos he soñado tanto y durante tanto tiempo que luego, al regresar, la imagen real queda de inmediato borrada por la imaginaria. Es como si la ficción tuviera su sitio legítimo, en el que la realidad nada tiene que decir. Me pasó, por ejemplo, con Rusia. Da lo mismo cómo sea, yo sigo viendo los paisajes que describieron mis autores favoritos. Los campos moscovitas de Turguéniev, los veredas arboladas de Tolstoi, las carreteras polvorientas de Chéjov, la Perspectiva Nevsky de Dostoyevski y de Gógol... En otros países prevalece la imagen al natural, pero lo que sé de ellos por los libros les otorga una dimensión mágica, engrandecedora, que se mezcla con la realidad y la distorsiona -creo- sin remedio. Me ocurre con Medellín, con Nueva York, con París, con Londres...
Estos días, planeo un viaje que -me temo- no podré realizar. Mi objetivo era Cracovia. Alguien me preguntó: ¿Vas a documentarte? Y yo respondí, sin vacilar: Sí, sí.
Esta es la desnuda verdad: No. No tengo nada que hacer en Cracovia, salvo perderme. Aunque no es del todo cierto que no vaya a documentarme.
Hace mucho que aprendí algo: para encontrar, no hay que buscar. Sólo permanecer alerta.
Feliz martes, navegantes del silencio.
* La imagen, es del extravío último. La tomé en Canal Street, Nueva Orleans, el pasado noviembre.
6 comentarios:
Lo mismo sucede con un libro que has leído y del que se ha hecho una película. Nada que ver entre lo visto en pantalla y lo imaginado.
Cuando los dos enfoques dan perspectivas diferentes resulta conmovedor.
Feliz viaje.
Feliz viaje, lo más seguro es que ese Moleskine venga repleto de ideas que plasmar en papel...
Siempre hay algo que no queremos que se nos olvide...
Cuando viajas, te sientes diferente...
Yo soy muy joven, y recién empiezo a viajar con mi pareja, pero ya he experimentado la sensación, ya nunca vuelves a ser quien eras, te ayuda a crecer...y eso me gusta...
Un abrazo!
Rebeca.
Feliz travesía, tráenos historias nuevas de regalo!
Yo también estoy necesitando escaparme de la ciudad, pero no me decido donde. Creo que me apetece más irme que el propio viaje... Como andamos... Un saludo
Ja, ja, bueno, yo ya he emprendido un viaje que aunque no me voy a mover de casa, promete ser muy interesante. Tengo entre mis manos el último volumen de Acanus. De momento, está genial. Pero, me da pena terminarlo, menos mal que los podree leer y seguir viajando y aprendiendo con ellos, siempre que lo desee y pueda. Gracias, Care ^ ^
P.D.: Me encanta el nuevo aspecto de tu blog.
Cracovia...
Peso un poco más que la maleta con la sueles viajar; no hablo inglés (aunque le estoy poniendo remedio; me empeño en preguntar cuando tú lo que quieres es seguir, continuar, no parar. Hago que te comas lo que me pido yo porque no me llegan las ganas. O sea, hago algunas cosas mal y, me pongo pesada a la hora de volver, siempre me parece que llegaremos tarde y veo problemas donde tú ves soluciones... pero, ¡ay!, yo me iría contigo a Cracovia.
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