4 de mayo de 2006

E de Editora (palabrario personal)

El primer editor al que conocí era un chorizo. Pareció que la vida me advertía de algo al ponerle en mi camino. Como si enseñándome la peor cara del mundo de la edición fuera a curarme de espantos para siempre. En cierto modo, fue así. Ya nada me sorprende. No lo hace, por ejemplo, esa pregunta maldita (en los años que llevo publicando me la han formulado dos veces, la primera cuano entregué la primera novela y la segunda hace apenas cinco meses):
—¿Te importaría quitarle 100/40 páginas a la novela?
—Pues claro que me importaría —dije en ambas ocasiones. En ninguna de las dos acepté quitar ni un folio, por supuesto, aunque en ambas trataron de convencerme de que lo hiciera.
En este tiempo he conocido también a editores que no leen (por falta de tiempo, dicen), a quienes reniegan de sus autores fugados o de los autores, en general; a quienes prometen pero no dan, a quienes fingen un entusiasmo que no sienten, a quienes tardan seis meses en leer dos folios, a quienes juzgan moralmente el contenido de los libros, a quienes sugieren cambios estúpidos guiados por ideas estúpidas, a quienes censuran y lo reconocen, a quienes censuran y no lo reconocen, a quienes tratan de pagarte el 4 por ciento de derechos de autor y a quienes te lo pagan sin que puedas evitarlo, a quienes te esconden información y a quienes juran que apuestan por ti sin mover un dedo.
He tenido tiempo de pensar en mi editor ideal: es alguien que sienta un cierto entusiasmo con lo que lee (incluidas mis cosas), que se maneje con una cierta diligencia, que posea una cierta conversación libresca, buen oficio a la hora de leer (también mis cosas), moderación y tino con las correcciones y el necesario buen gusto que debe manifestarse a la hora de tomar decisiones. Si, además, viene de tarde en tarde a cenar a casa, me siento feliz. He de decir que, para mi fortuna, he conocido media docena de estos últimos. Debería hablar en femenino, puesto que casi todas ellas son mujeres. Y no me duelen prendas al decir que todas ellas han mejorado en algo mis novelas con sus anotaciones al margen, con sus correcciones, aunque sea en detalles mínimos. Ellas (y algún que otro él) nunca serán el enemigo, que es lo que son todos los demás.
Por último, hay algo más sutil que caracteriza a un buen editor. Su sabiduría para permanecer en segundo plano. No lo había pensado jamás hasta que hace unos pocos días recibí un correo electrónico de A., una de las mejores editoras que he conocido. En él decía algo muy valioso, que utilizo como colofón de esta segunda entrega del Palabrario:

Que unos u otros se atribuyan méritos me da lo mismo, porque siempre he dejado claro que yo no soy editora para brillar, sino para ver brillar a los libros: y yo quiero que este libro brille... ¡QUE BRILLE!... más que cualquier estrella de toda galaxia conocida.

7 comentarios:

Montse dijo...

Volveré!
No soy el General McArthur, sólo soy una madre de familia numerosa que escribe...
Un beso desde mi mar.

Anónimo dijo...

Care, ¿por qué querían los editores recortar 40 ó 100 páginas de tus libros?¿para reducir costes?

Saludos cordiales,

Javier A.

Anónimo dijo...

Sí, Javier, para publicar un libro no muy grueso (caro) ni muy delgado (al lector no le gustan: se siente engañado). Lo mejor es un libro mediano. Puede venderse por un precio similar al de uno grueso pero cuesta mucho menos. Besos.

Anónimo dijo...

Soy editora.
Te contaré lo que he conocido: autores que entregan sus originales plagados de erratas, autores que no entregan sus originales en el plazo pactado, autores que se empeñan en ser tratados como si su libro fuese lo único que existe en el mundo, autores noveles que escriben muy mal, muy pronto y muy rápido. También he conocido escritores que cambian de editorial por ganar un puñado más de adelanto, escritores que se dejan seducir por un par de cenas y un par de generalidades.

Los libros se venden (si se regalarán sería otra cosa) y los libros cuestan dinero (no sólo en papel sino en muchísimos otros elementos). Ignorar que la actividad editorial se inserta dentro de la actividad económica es como ignorar que España sigue teniendo uno de los niveles más bajos de lectura de toda Europa y que sacar adelante una mediana edición es fruto de una obra de creación y del esfuerzo y la profesionalidad de muchos malditos editores.
Si el trato es tan horrible, existe el maravilloso campo de la autoedición a la altura de la mano de cualquiera. Por menos de 3 000 euros se puede uno autoeditar, entonces... ¿por qué todo el mundo prefiere una editorial tradicional?
He conocido malos autores y buenos autores, malos editores (y editoras) y buenísimos editores (y editoras).

Anónimo dijo...

Como en todo, seguro que hay aurores y editores que son encantadores, pero también hay auténticos hijos de puta. (Es cosa del género humano, tan variadito él).

por otro lado el problema puede no ser auto editarse, que desde luego es barato.

El problema es "auto distribuirse", que es lo complicado. Y por ende: "autovenderse"...

Care dijo...

Anónimo/editora: No sabes cuánto te agradezco esa entrada. Desde luego, tu punto de vista acerca de los autores es muy valioso. Y claro que también hay de todo. Ya lo dijo Mario Muchnick: lo peor no son los autores. Pero casi. Lo que ocurre es que yo soy una autora seria, que cumplo mis plazos con rigor, que no entrego cualquier cosa, que apenas necesito corrección (perdonad la chulería, pero quienes habéis trabajado conmigo lo sabéis) y por eso reclamo lo mismo de la otra parte: seriedad, profesionalidad, sentido común... y puede que más cosas.

Anónimo dijo...

Creo que los editores son inevitables. Conozco varias personas que han autoeditado y tienen en su casa amontonados los ejemplares sin distribuir. Es como los jefes del curro, te salen buenos, malos, regular. Hay de todo. Pero lo jodido realmente es que uno cumpla y la otra parte no. eso sí, seguid escribiendo.