«El concurso no podrá ser declarado desierto». «El premio podrá ser declarado desierto». Entre estas dos afirmaciones hay una distancia equivalente a la que separa el Premio Planeta del Premio Tusquets Editores, ambos de novela, ambos convocados por sellos radicados en Barcelona, ambos para autores vivos en español y obras de más de 150 folios mecanografiados a doble espacio por una sola cara. Sin embargo, la distancia entre esas dos afirmaciones les convierten en la cara y la cruz de los galardones literarios en España.
Hace poco estuve en el jurado de un premio que fue declarado desierto. Confieso que esperaba encontrar más reticencia por parte del resto de los miembros y, sobre todo, por parte de la editorial, a ese resultado, que era ni más ni menos que el que yo defendí fervientemente desde el principio de la reunión. Incluso pensaba que no habría nada que hacer, que no querrían escucharme. En otras ocasiones me he enfrentado a miembros del jurado tan aficionados a premiar cualquier cosa, a otorgar distinciones literarias como quien reparte sopa a los pobres, que ya he aprendido con resignación a discutir sólo hasta un cierto punto. No quiero dejarme la salud en la reunión de un jurado, ni conviene gastar energías en asuntos perdidos de antemano.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Ninguna de las cinco novelas finalistas se lo merecía, era obvio, aunque alguna apuntara maneras. Unánimemente de acuerdo en lo literario, se pusieron sobre la mesa los otros argumentos: ¿Qué regalará la editorial en Navidad si no hay libro premiado recién salido del horno? ¿Qué ocurrirá con la fiesta de entrega anual pensada como un gran jubileo de la empresa, sin el brillo del ganador? Y uno más, que no afloró, pero debía de estar dentro de la cabeza de los editores: ¿Qué efectos tendrá sobre la tributación de la editorial el ahorro que supone no entregar la cuantía del premio?
El año pasado ocurrieron dos cosas muy representativas en el descabellado mundo de los galardones literarios. El 15 de octubre se entregaba el Planeta en medio del escándalo—ya tradicional, qué bonitas son las costumbres— causado por el desacuerdo de Juan Marsé a premiar la novela ganadora. Al margen del descrédito y hasta el sin sentido que supone que un jurado otorgue un premio mientras uno de sus miembros más destacados descalifica al ganador en público, no sé de qué se extrañó nadie. Las bases del Planeta lo dicen bien claro: «El concurso no podrá ser declarado desierto». Lo cual, en realidad, significa: «El concurso lo ganará la novela menos mala». Planeta otorgó su premio y celebró su fiesta el día de Santa Teresa, como cada año, y la ganadora, por cierto, aportó a la misma un inesperado toque de distinción, elegancia y hasta sex-appeal que, seguramente, gustó mucho a los jerifaltes de la empresa y puede que incluso a Juan Marsé. Y es que algunos escritores —y escritoras— se desempeñan mucho mejor en el salón de los invitados que en la soledad de la página en blanco.
Unas pocas semanas más tarde, un jurado presidido por Alberto Manguel tuvo la valentía de dejar desierto («El premio podrá ser declarado desierto») nada menos que la primera convocatoria del Premio Tusquets de Novela. En las consideraciones del jurado yo, que soy una romántica, veo brillar la luz de la esperanza. Para empezar, se recuerda el propósito del premio, que no es otro sino «recompensar aquella creación literaria que presente méritos excepcionales» (como cualquier ser racional pensaría que debe de ser en estos casos, por otra parte), sin que en la decisión influyan «los intereses de la editorial» o «cualquier otra consideración ajena a la literatura». Ese texto termina con un párrafo modélico, que todos los escritores deberíamos colgar en lugar bien visible frente a nuestra mesa de trabajo (yo lo he hecho ya): «La aparición de una buena novela es fortuita. No depende del ciclo de premios ni puede ser fruto de la cantidad de manuscritos presentados. El jurado confía en que ahora mismo alguien se encuentre escribiendo las novelas merecedoras de este premio en cualquiera de sus futuras convocatorias.»
Yo, como lectora, también confío en ello, y lo deseo. Las razones por las que hace tiempo que he dejado de leer el Premio Planeta son las mismas por las que espero con ansiedad la decisión, a fines de noviembre, del jurado del II Premio Tusquets. Si este año sus «de cinco a siete miembros» encuentran a quien entregar la «estatuilla de bronce diseñada por Joaquim Camps» y los 20.000 euros por duplicado —los de la edición anterior se acumularon a esta, otra originalidad que lo hace único—, tengan por seguro que correré a leer el libro.
En el instante que precede al envío por correo electrónico de este artículo, me asalta la negra sombra de un miedo terrible: ¿Cuántos premios de los que no podían ser declarados desiertos habré ganado? ¿Cuántos ganaré?
Hace poco estuve en el jurado de un premio que fue declarado desierto. Confieso que esperaba encontrar más reticencia por parte del resto de los miembros y, sobre todo, por parte de la editorial, a ese resultado, que era ni más ni menos que el que yo defendí fervientemente desde el principio de la reunión. Incluso pensaba que no habría nada que hacer, que no querrían escucharme. En otras ocasiones me he enfrentado a miembros del jurado tan aficionados a premiar cualquier cosa, a otorgar distinciones literarias como quien reparte sopa a los pobres, que ya he aprendido con resignación a discutir sólo hasta un cierto punto. No quiero dejarme la salud en la reunión de un jurado, ni conviene gastar energías en asuntos perdidos de antemano.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Ninguna de las cinco novelas finalistas se lo merecía, era obvio, aunque alguna apuntara maneras. Unánimemente de acuerdo en lo literario, se pusieron sobre la mesa los otros argumentos: ¿Qué regalará la editorial en Navidad si no hay libro premiado recién salido del horno? ¿Qué ocurrirá con la fiesta de entrega anual pensada como un gran jubileo de la empresa, sin el brillo del ganador? Y uno más, que no afloró, pero debía de estar dentro de la cabeza de los editores: ¿Qué efectos tendrá sobre la tributación de la editorial el ahorro que supone no entregar la cuantía del premio?
El año pasado ocurrieron dos cosas muy representativas en el descabellado mundo de los galardones literarios. El 15 de octubre se entregaba el Planeta en medio del escándalo—ya tradicional, qué bonitas son las costumbres— causado por el desacuerdo de Juan Marsé a premiar la novela ganadora. Al margen del descrédito y hasta el sin sentido que supone que un jurado otorgue un premio mientras uno de sus miembros más destacados descalifica al ganador en público, no sé de qué se extrañó nadie. Las bases del Planeta lo dicen bien claro: «El concurso no podrá ser declarado desierto». Lo cual, en realidad, significa: «El concurso lo ganará la novela menos mala». Planeta otorgó su premio y celebró su fiesta el día de Santa Teresa, como cada año, y la ganadora, por cierto, aportó a la misma un inesperado toque de distinción, elegancia y hasta sex-appeal que, seguramente, gustó mucho a los jerifaltes de la empresa y puede que incluso a Juan Marsé. Y es que algunos escritores —y escritoras— se desempeñan mucho mejor en el salón de los invitados que en la soledad de la página en blanco.
Unas pocas semanas más tarde, un jurado presidido por Alberto Manguel tuvo la valentía de dejar desierto («El premio podrá ser declarado desierto») nada menos que la primera convocatoria del Premio Tusquets de Novela. En las consideraciones del jurado yo, que soy una romántica, veo brillar la luz de la esperanza. Para empezar, se recuerda el propósito del premio, que no es otro sino «recompensar aquella creación literaria que presente méritos excepcionales» (como cualquier ser racional pensaría que debe de ser en estos casos, por otra parte), sin que en la decisión influyan «los intereses de la editorial» o «cualquier otra consideración ajena a la literatura». Ese texto termina con un párrafo modélico, que todos los escritores deberíamos colgar en lugar bien visible frente a nuestra mesa de trabajo (yo lo he hecho ya): «La aparición de una buena novela es fortuita. No depende del ciclo de premios ni puede ser fruto de la cantidad de manuscritos presentados. El jurado confía en que ahora mismo alguien se encuentre escribiendo las novelas merecedoras de este premio en cualquiera de sus futuras convocatorias.»
Yo, como lectora, también confío en ello, y lo deseo. Las razones por las que hace tiempo que he dejado de leer el Premio Planeta son las mismas por las que espero con ansiedad la decisión, a fines de noviembre, del jurado del II Premio Tusquets. Si este año sus «de cinco a siete miembros» encuentran a quien entregar la «estatuilla de bronce diseñada por Joaquim Camps» y los 20.000 euros por duplicado —los de la edición anterior se acumularon a esta, otra originalidad que lo hace único—, tengan por seguro que correré a leer el libro.
En el instante que precede al envío por correo electrónico de este artículo, me asalta la negra sombra de un miedo terrible: ¿Cuántos premios de los que no podían ser declarados desiertos habré ganado? ¿Cuántos ganaré?
3 comentarios:
Hace unas semanas dejé el trabajo para dedicarme a escribir. Me anima pensar que hay certámenes en este país en los que aún se busca la calidad literaria otro cantar es cómo está el panorama para aquellos que empezamos prácticamente desde cero en este complejo mundo de autores, editores, agentes, editoriales, etc....
Pues mucha gente te saltaría al cuello por lo que has dicho, Care (frecuento yo ciertos foros de premios que ríete tú de las carnicerías de Sierra Leona).
Lo de que lo dejaran desierto pudo ser por otras razones "ocultas", aparte de las puramente objetivas y honestas que comentas. Nunca se sabe, creo yo.
Vete a ver ya el laberinto del fauno... Te gustará.
que ganes un premio que no pueda ser declarado desierto no quiere decir que tu novela sea horrible(a lo mejor siendo la menos mala es buena). Es más bien un tope por debajo (aq tb se puede ir muy abajo claro). De todas formas todos sabemos cómo es planeta, y yo me he leído algunos buenos premios y otros terribles. DE hecho a veces me ha pasado no poder tragarme ciertos libros que en boca de la crítica eran estupendos, auténticos hitos, y yo no les veía la gracia por ningún lado. Me pasó con Mathew Pearl, con Cercas en soldados de salamina, con los libros de Javier Marias, que me aburre soberanamente aq están muy bien escritos. En fin, cosas de la literatura.
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