Al llegar a casa, las dejo en una repisa del armario (tengo bastantes, con diferentes etiquetas de diferentes hoteles). Me gusta agasajar a mis invitados con un tarrito de mermelada junto a la tostada recién hecha. También me gusta ofrecérsela a mis hijos. Les gusta la de fresa, especialmente. Mi compañero, prefiere la de naranja o la de melocotón. Yo, en cambio —y esa es la gracia, lo que me convierte en una artista del robo de mermeladas en los hoteles— detesto la mermelada en el desayuno. Combinada con mantequilla casi me hace vomitar. No la tomo jamás.
Igual por eso la robo.
Pero lo advierto a quien va conmigo: «Te hago saber que robo mermeladas en el desayuno». Pocos me creen a la primera, pero tarde o temprano se rinden a la evidencia.
Esta semana comienzo la gira de promoción de El mejor lugar del mundo es aquí mismo, publicado por Urano. Junto a mi amigo Francesc Miralles, coautor del libro, tendré que patearme algunas ciudades y algunos hoteles. Él no sabe de mi cleptomanía mermeladera. Me pregunto qué dirá cuando conozca esa debilidad mía que, seguro, ni sospecha.
Y es que ya lo decía mi abuela: sólo puedes decir que conoces a alguien cuando te has comido a su lado un saco de sal.
3 comentarios:
Care yo me llevo por delante todos los productos de aseo de los hoteles que visito, tan pequeños, tan cucos,... ¡no lo puedo evitar!
¿Vas a promocionar tu libro en Oviedo? Ya me contaras. Saludos
Yo también la robo!! Especialmente cuando estoy en el Reino Unido, me encanta su mermelada de naranja amarga.
Soy tu complice, a veces introduces en mi bolso las mermeladas de la discordia. Lo digo para que conste, y para que corramos el mismo destino de delincuentes ocasionales.
Publicar un comentario