Colgar esta entrada será lo último que haga antes de salir hacia el aeropuerto de Medellín, rumbo al primero de los dos aviones que me devolverán a casa. Me iré de esta ciudad con tristeza, como siempre me voy de Colombia. No bien me habré marchado y comenzaré a añorar la hospitalidad y amabilidad de su gente, los sabores de su comida y el calorcito de su sol. Tendré de nuevo la impresión de que dejo mucho atrás, y sólo me consolaré pensando en quiénes me esperan al final del camino. Aún sin bajar del avión, lo sé, ya estaré contando los días que faltan para volver, y siempre serán demasiados.
Medellín me ha impresionado como pocos lugares de los que he conocido. Una ciudad que lucha contra la memoria de un pasado terrible que apenas terminó: el de las bandas urbanas que hacían la ciudad invivible hasta principios de los 90. Hoy Medellín es una ciudad en construcción. Una ciudad que ha inaugurado bibliotecas en mitad de los que fueron los barrios más conflictivos de la ciudad. Una de esas bibliotecas se llama España. Fue inaugurada el mes de marzo pasado. Se encuentra en el barrio de Santo Domingo, uno de los muchos en los que, hasta hace apenas diez años, ni la policía se atrevía a entrar. Es un lugar tumultuoso, de casas apretadas unas contra las otras, ubicado en la ladera de una montaña -como todo aquí-, y comunicado con el centro de la ciudad por un rápido y modernísimo sistema de teleféricos llamado "metro-cable". La tarde que estuve allí, la biblioteca estaba muy animada. Había un montón de niños esperando para utilizar los ordenadores de la sala infantil (de 6 a 10 años) y otros tantos en las otras salas de ordenadores. Estuve curioseando entre el fantástico fondo de libros en la sala de los más pequeños, deseando ser niña, o no tener a mis hijos al otro lado del Atlántico. La biblioteca es una obra arquitectónica imponente, magnífica, que se distingue entre las pequeñas construcciones de ladrillo. Es un faro que brinda a los habitantes de esa zona otras alternativas para pasar una tarde. Bukowski habla en sus poemas de la biblioteca pública de Los Ángeles, que le salvó de ser un mal tipo. Esta biblioteca impresionante em este lugar también salvará a muchos.
Para conocer bien qué infierno fue esta ciudad hace 15 años, he buscado entre la literatura colombiana. Me cuentan que ciertos autores detestan a toda esa oleada de escritores que han tratado el tema de las bandas del narcotráfico. La verdad, creo que hay algo de envidia. Nacional e internacional: en ese tema, Colombia tiene una cantera de autores de novela negra impresionante.
La primera que leí fue un clásico moderno: La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, llevada al cine por el francés Barbet Schroeder. También Mario Mendoza tiene algunas novelas sobre esos ambientes. La más conocida tal vez sea Satanás, que ganó el Biblioteca Breve. Pero la mejor de todas me parece Rosario Tijeras, de Jorge Franco, una novela que parte de la tesis doctoral de su autor y en la que analiza el papel de la mujer en las bandas urbanas de narcotraficantes. En España está ya descatalogada, pero acabo de comprobar que quedan aún varios ejemplares, a precios de risa, en iberlibro (pinchando AQUI), y os aseguro que merece la pena: es ágil, dura, tiene personajes estupendos y está magníficamente escrita. Además, nos sumerge en un mundo de pesadilla desde la primera línea. Un mundo, por cierto, donde el amor también tiene su sitio.
Además, tiene una de las mejores primeras frases que he leído en mi vida:
Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte.
No lo penséis y leedla. Es breve y rotunda como el tiro que le pegaron a Rosario.
En cuanto a mí, me quedan los libros que me llevo de autores que no podría conseguir en España (Germán Espinosa, Mejía Vallejo, el propio Jorge Franco...) y algunos discos de salsa, vallenato y otras hierbas para irme curando de esta nostalgia de Medellín. Hasta que pueda regresar, por lo menos.
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