Me explica una amiga editora que en Alemania triunfan los libros-testimonio de mujeres adúlteras. El más exitoso de todos se llama algo como Tengo un amante o Yo tuve un amante (el pretérito, perfecto e imperfecto, en este caso, hiere menos). Ocurre que las alemanas parecen muy interesadas en conocer al dedillo la casuística de la cita clandestina de sus conciudadanas. Y mi amiga asegura que la fiebre recorre Europa, con una propagación tan imparable como la de la gripe del pollo. No sólo es un fenómeno editorial: afirman los psicólogos que en esto de ponerle los cuernos a quien dormita en nuestro sofá las chicas avanzamos posiciones que da gusto vernos, y que ya casi estamos igualando a los hombres, por lo menos en cantidad, en el arte del remordimiento creativo y la excusa del día después.
En Internet queda bien claro: el famoso siglo de las mujeres lo fue en todos los terrenos, también bajo las sábanas. Nos trajo el lavavajillas (y la lavadora, la plancha, la secadora, el microondas, el espray quitamanchas y la lentilla), desterró el corsé, inventó la píldora, el tiempo libre, la suficiencia económica y el teléfono móvil. También hizo ciertas aportaciones a los juegos para dos: el clítoris, el multiorgasmo, las jugueterías para adultos... Seguro que no podía imaginar Virginia Woolf ni en sus momentos más lúcidos para qué utilizaríamos las mujeres modernas la habitación propia.
En Internet queda bien claro: el famoso siglo de las mujeres lo fue en todos los terrenos, también bajo las sábanas. Nos trajo el lavavajillas (y la lavadora, la plancha, la secadora, el microondas, el espray quitamanchas y la lentilla), desterró el corsé, inventó la píldora, el tiempo libre, la suficiencia económica y el teléfono móvil. También hizo ciertas aportaciones a los juegos para dos: el clítoris, el multiorgasmo, las jugueterías para adultos... Seguro que no podía imaginar Virginia Woolf ni en sus momentos más lúcidos para qué utilizaríamos las mujeres modernas la habitación propia.
El asunto de les madames bovarys o las ladys chatterleys da para tanto y gusta de tal manera a las lectoras que no habría que extrañarse de encontrar dentro de poco novelones que aprovechen ese tirón y descubran verdades insoslayables. Ya me estoy imaginando sobre la mesa de novedades de las librerías El Código Chatterley: la historia de una católica practicante atormentada por la debilidad del alma que otros llaman lujuria, votante convicta del PP y miembro de la Plataforma de Padres Por Una Enseñanza Católica (PPPUEC), que cae en las garras de un guardabosques turco muy dado a hacerle guarradas en el garaje que le demuestra, a modo de revelación, para qué sirven todas y cada una de las partes de su cuerpo, aún rondeño. Yo me lo compraría enseguida.
Y si hoy vuelco aquí estas impresiones es porque una vez una jefe de sección me dijo que tuviera siempre en cuenta que «se escribe con voluntad de servicio o no se escribe» y porque, además, sé de qué hablo. Yo también he sido, en tiempos pasados que no fueron mejores, una lady chatterley (sin guardabosques, eso sí) y quiero advertir a los maridos, parejas de hecho, compañeros, padres-de-sus-hijos y contuberniados con más o menos papeleo que corren un grave peligro en estos tiempos tan propicios para espejarse en el mal ejemplo.
Cuidado si la legítima llega de pronto al hogar común con un puñado de libros sobre cuernos. Cuidado con la abstinencia, el hoy-no-tengo-ganas, el vete-tú o el necesito-mi-espacio. Ojo, buenazos: por mucho que la legítima se deshaga en elogios hacia la nueva candidata catalana del PP, no hay mujer impermeable a los encantos del guardabosques de turno, que puede acechar en cualquier esquina. Y quien dice guardabosques dice traductor de ruso, dentista, notario o diputado en Cortes. Aunque no hay lugar exento de peligro: hasta el encargado de planta más pintado sabe hacer guarrerías en un garaje, llegada la ocasión.
Y si hoy vuelco aquí estas impresiones es porque una vez una jefe de sección me dijo que tuviera siempre en cuenta que «se escribe con voluntad de servicio o no se escribe» y porque, además, sé de qué hablo. Yo también he sido, en tiempos pasados que no fueron mejores, una lady chatterley (sin guardabosques, eso sí) y quiero advertir a los maridos, parejas de hecho, compañeros, padres-de-sus-hijos y contuberniados con más o menos papeleo que corren un grave peligro en estos tiempos tan propicios para espejarse en el mal ejemplo.
Cuidado si la legítima llega de pronto al hogar común con un puñado de libros sobre cuernos. Cuidado con la abstinencia, el hoy-no-tengo-ganas, el vete-tú o el necesito-mi-espacio. Ojo, buenazos: por mucho que la legítima se deshaga en elogios hacia la nueva candidata catalana del PP, no hay mujer impermeable a los encantos del guardabosques de turno, que puede acechar en cualquier esquina. Y quien dice guardabosques dice traductor de ruso, dentista, notario o diputado en Cortes. Aunque no hay lugar exento de peligro: hasta el encargado de planta más pintado sabe hacer guarrerías en un garaje, llegada la ocasión.
5 comentarios:
Pero por Dios, el de hoy es buenísimo.
Suerte que pronto me llamarán del convento para ingresar a fraile, de lo célibe que soy.
Esta de 'El Código Chatterley', se parece a una de aquel poeta-cantaor ¿cómo se llama? Aquel que marca el ritmo de sus poemas con un bastón...Antonio Cigala
en fin, que ya no se puede dormir ni tranquilo. Qué le vamos a hacer. Ahora si, el libro me lo compro. (aunque ahora que pienso, habría que hacer uno de hombres también)
A ver, a ver. ¿Este guardabosques no será el de Caperucita? Porque si es así por fin me queda todo claro.
¿Nos jugamos algo a que tenemos algo parecido por aquí antes de... Navidad?Sant Jordi?
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