Lo peor del futuro es que llega enseguida. Con lo placentero que es saborearlo cuando aún acecha, mientras ni siquiera es futuro, sino condicional, posibilidad íntegra que llena el presente de expectativas y sueños. Adoro el futuro abstracto de lo por venir, el que se conjuga en todos los modos posibles. El imperfecto —sólo en el nombre— de indicativo, tan contundente, tan seguro de sí mismo: Amarás. O el pretérito imperfecto de subjuntivo, un canto a la posibilidad, que sólo tiene de llano el lugar donde lleva el acento: Amaras. O mi favorito, el mejor de todos, hasta en el nombre: el futuro perfecto, tan de vuelta de todo que se le adivina la experiencia con sólo mirarlo: Habrás amado.
Adoro ese presente que se alarga a la espera del futuro, las zonas intermedias, la incertidumbre donde aún todo puede pasar. Una de las mejores zonas intermedias de mi vida es el momento de elegir el próximo libro que voy a leer. Me gusta tumbarme en mi sofá con vistas a la biblioteca. Ojear los lomos, reconocerlos desde lejos como se hace con los viejos amigos. Meditar un momento acerca de la posibilidad de volver a verles, de avivar de nuevo lo que nos unió. Descartar algunos sólo con presentirlos. Sin más motivo que aquella vieja verdad: todos los libros tienen un momento idóneo para atracar en la vida de alguien, y el momento de ciertos libros pasó para mí —me temo— hace tiempo. En cambio, hay muchos momentos aún por llegar, muchos títulos estupendos por descubrir. Puede que haya docenas de ellos que ni siquiera se han escrito aún y pensarlo —qué cosas— me hace feliz, como si el mundo fuera un lugar un poco mejor porque aún quedan cosas que contar.
Cuando elijo el próximo libro soy consciente de la gravedad de mi gesto: la vida tendrá una textura u otra dependiendo del nombre que habite en su cubierta, del temperamento y la honestidad del mago que conjure la historia. Querré que deje poso. Desearé que su lectura me haga otra persona distinta de la que soy cuando lo abro. Me gusta imaginarme como una sustancia a la que las palabras dan forma. Alguien imperfecto a quien la Literatura que degusta es capaz de hacer un poco mejor. Qué dicha.
Cuando llega la elección, el placer ya está casi consumado. Adoro decantarme. Conocer todas y cada una de las razones que me llevan a renunciar a unos títulos por otros. Quedarme con uno, abrirlo, olisquearlo, curiosear entre sus páginas como quien entra en el vestíbulo de un nuevo mundo, mordisquear la primera línea, detenerme a analizar a qué sabe. Y sólo después, sí, lanzarme. Aspirar a la perfección de este futuro a mi alcance.
La imagen: La primavera según Elia Olmedo (Barcelona, 2003)
21 de marzo de 2009
18 de marzo de 2009
Nada dura siempre o un buen motivo para un regreso
La literatura es un camino de largo recorrido en el que siempre hay que estar demostrando que una sigue estando en forma. En este momento de mi vida, me siento como un deportista que ha entrenado durante mucho tiempo y es capaz de batir sus propias marcas. Y no me refiero a subir a ningún escenario a recoger un premio, sino a ser capaz de contar la historia que deseabas contar, del modo en que querías hacerlo. La escritura gana con la madurez y yo estoy conquistando mi madurez, y me siento muy feliz de ello.
Sin embargo, no os alarméis sin motivo, porque todo pasa. La buena forma también es efímera. Todas las rachas llega un día en que se terminan. Llegará el día en que buscaré algo de lo que escribir y no se me ocurrirá nada. El día en que se me ocurrirán cosas que ya no interesen, que no emocionen, que no conecten con nadie. El día en que deje de entender el mundo y eso signifique que algo ha cambiado en mí.
No os preocupéis, pues, los que me encontráis grosera, pesada o zafia. Los que de vez en cuando visitáis este blog y dejáis claro la poca simpatía que os despierto. De todo esto, no quedará nada. Toda luz termina por apagarse. Y muy pronto, en apenas un parpadeo, nadie se acordará de si alguna vez leyó algo mío o que fue lo que le sedujo de mis historias. La memoria es breve y fugaz. En cuanto a mí, no hay que lamentarse, sino prepararse. Ser consciente. Madurar. La madurez ayuda a escribir. Entender ayuda a vivir.
En fin. Todo esto para deciros, queridos navegantes, que hoy tengo un feliz motivo para regresar. No puedo decir lo mismo del abandono en el que he tenido al blog durante estos días. A veces, las cosas ocurren sin ningún motivo. También el silencio a veces demanda su parcela, y una se concentra en otras cosas y se olvida de hablar, así, de pronto.
Un motivo para regresar: El martes por la noche me dieron el Premio Barco de Vapor de la Fundación SM y no se me ocurre mejor sitio para compartirlo con vosotros que éste. "El camino que habéis elegido es duro y largo, pero cuando os dé una satisfacción, será más grande que ninguna en la vida", dijo una vez Ana María Matute a un grupo de jóvenes escritores entre el que me contaba. Siempre me acuerdo de Ana María cuando ocurren cosas como la de anoche. Cuando las cosas van mal, me acuerdo de quienes me detestan y repaso un proverbio chino que dice: "Lo que más amo de mi imperfección es la alegría que provoca en los demás".
Es tarde y estoy agotada. En los últimos dos días apenas he dormido 8 horas. Mi próxima entrada será menos existencial, lo prometo. Pero no podrá ser más feliz. Buenas noches, navegantes. Gracias por esperarme.
Blog del premio, con videos y más AQUÍ
La primera imagen es de las oficiales. La segunda, de Rebeca Yanke, durante la rueda de prensa de ayer miércoles por la mañana, en la Asociación de la Prensa de Madrid.
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