31 de diciembre de 2009

Propósitos para el nuevo año


Soy mujer de rituales. Los defiendo (todos) y los practico (algunos). Me confieso afecta al ceremonial, al protocolo, a las buenas maneras, a los hábitos que siembran costumbres. Y a las prácticas tontas, como esta de mesurar el paso del tiempo y de hacerse propósitos cada vez que esa falsa cinta de continuidad nos marca un hito en el calendario.
Fin de año es mi hito, mi tontería cíclica temporal. Heme aquí, pues, dispuesta a hablar de propósitos para el año que comienza.
Primero, me impongo un repaso a los 10 propósitos que me hice para el 2009.
De los 10, he cumplido plenamente 4. Entre esos cuatro, había uno muy prosaico, muy material, uno muy práctico y dos muy espirituales. Considero equilibrada la balanza. Los otros seis, los incumplidos, o cumplidos sólo en una pequeña parte, repiten varias veces la palabra "despacio" y la palabra "tiempo". Hace tiempo que estas dos palabras se repiten en mis 10 propósitos del año. ¿Por qué lo sé? Porque los maniáticos de los rituales como yo apuntamos estas cosas siempre en el mismo cuaderno, de modo que cuando paso páginas hacia atrás tropiezo con joyas como éstas de 2004: "Escribir de una vez El anillo de Irina" o bien "Tener otro hijo". Seguro que estáis pensando que soy una obsesiva. Pues bien: acertáis. Lo soy. Es una de mis virtudes.
Sin embargo, ocurre que este año es especial y los propósitos deben serlo también. La cinta interminable del tiempo me acerca a una cifra que parece redonda (ninguna lo es) y parece importante (menos aún). En 2010 voy a cumplir 40 años. Creo que semejante cifra no puede celebrarse con pequeños propósitos, con nimiedades al alcance de cualquier adolescente, ni con palabras tantas veces repetidas que ya han perdido por completo su significado.
No.
Este año me propongo escribir primero los "5 propósitos a tener en cuenta para redactar los 10 propósitos para el 2010". Y son éstos:

1) Están prohibidos los deseos ridículos al alcance de cualquier voluntad (pero no de la mía, está claro), tipo: "ir a nadar dos veces por semana" o "perder diez kilos". Caresantos, mentálizate, mujer, de una vez por todas: no eres sistemática para nada más que para unir palabra tras palabra día tras día. Y con respecto al peso... bueno, la vida me ha regalado un conformismo cada vez mayor, de modo que la imagen del espejo sigue sin satisfacerme, pero ya no me sofoco. A todo terminas por acostumbrarte.

2) Debo ser ambiciosa al desear. Nada de menudencias. Nada de continuismos. Un rompimiento absoluto, esta vez que -por fin- puedo permitírmelo. A los 40, las cosas hay que hacerlas a lo grande, o no empezar siquiera.

3) No debo querer abarcar demasiado. ¿Diez propósitos? ¡Menudo problema! ¿Y no sería mejor quedarse con cinco? ¿O tres? Pocos, pero ambiciosos, necesarios, revolucionarios.

4) Es indispensable exigir su cumplimiento. Nada de ser benevolente conmigo misma. El típico bueeeeeeeeeeeno, pero es que no he podido, es que cómo voy a negarme, es que... ¡ni hablar! Caresantos, ¡cumple lo que dices! No te estafes más a ti misma.

5) Debo estar preparada para decir que no. No al viaje demasiado apresurado. No a quien no valora tu trabajo. No a quien pretende hurgar en tus intimidades antes de tiempo. No a quien te quiere seducir con una vanaglorioa a deshora. No a quien promete lo que en realidad no necesitas. No a quien cree que la prisa no avinagra el buen vino. No a quien te inunda el correo de mensajes insustanciales. No a quien no entiende. No a quien no te quiere. No, no y no.

Sentadas estas bases, creo que estoy lista para redactar mis 5 propósitos para el año 2010. Lo haré esta noche, minutos antes de las campanadas que, por cierto, para mí sonarán en un lugar alejado y silencioso que es, en sí mismo, un buen augurio.

Y para vosotros, navegantes, un deseo que os dejo de todo corazón:

QUE EL 2010 OS HAGA FELICES


La imagen es de FJTU, de Flickr

28 de diciembre de 2009

Un amigo en Facebook me propone una idiotez


Me escribe alguien llamado Toni, que se hace llamar editor, para hacerme "una propuesta de autoedición". Me dice que contacta conmigo porque "nos hemos conocido en Facebook" y a continuación me explica que la autoedición es "para muchos escritores al principio la única vía de llegar a ser leído y conocido". Y añade: "Puede que nunca te lo hayas planteado, estés en proceso, o incluso ya hayas editado. Si te interesa lo que te propongo, puedes ponerte en contacto conmigo. Te haré llegar el proceso de edición, y también según las características de tu obra, un presupuesto bastante aproximado de sus costes. Todo esto no tiene ningún compromiso por tu parte, ya que solo te estás informando. Si una vez conocido el presupuesto, decides tirar adelante la idea, te haré llegar la información necesaria para que te pongas en contacto con la editorial, por si necesitas aclarar algún tipo de duda".
No voy a contestar a mi amigo en Facebook Toni. Me sorprende tal acto de contención viniendo de mí, y lo considero una prueba de que, al contrario de lo que cantaba mi admirado José Alfredo Jiménez, algo me han enseñado los años. A no llevarme berrinches por idioteces ajenas, por ejemplo.
Porque yo, ya lo he dicho en otras ocasiones, considero la autoedición un lamentable error, un camino equivocado. Es mentira: no se llega a los lectores con un libro autoeditado. La distribución es un bosque infranqueable incluso para editores muy consolidados. No digamos para los pequeños empresarios de la impresión que pretenden hacer negocio con la ilusión ajena, y que una vez se encuentran con un montón de libros en las manos no saben qué hacer con ellos. Los casos que conozco de libros autoeditados son distribuidos penosamente por sus autores de librería en librería y en cada estación de este via crucis horrible deben soportar el ceño arrugado de unos libreros que también ven con malos ojos este tipo de libros de propio cuño.
Por no hablar de lo que significa pagar por editar un libro propio. Es como si el médico nos remunerara por dejarle que nos ausculte. Como si al subir al autobús el amable conductor nos diera dinero por ocupar un lugar de su vehículo. Como si al terminar la terapia, el psicólogo nos entregara cincuenta euros y nos diera las gracias por contarle nuestras miserias. Es el mundo al revés.
De modo que no, por el momento no estoy interesada en autoeditar mi obra, amigo Toni. Hace ya algunos años que no soy una escritora que comienza, pero cuando lo fui, jamás me planteé tal cosa. Tanteé otras vías, y no todas eran buenas ni todas me salieron bien. Un pequeño editor me salió rana, algún premio insignificante me catapultó hasta las páginas de los libros colectivos (qué ilusión cuando vi por primera vez mi nombre impreso en el encabezamiento de un cuento, el sexto de un conjunto de diez), quedé entre los diez finalistas del Premio Herralde con un libro que jamás salió del cajón y que un editor al que respeto y admiro encontró "demasiado experimental", encajé negativas de una docena de editores con deportividad suma y desilusión máxima, pero de todo ello aprendí mucho mientras no dejaba de escribir. Hasta que los premios me descubrieron. Fue lel Ciudad de Alcalá de Narrativa el que me permitió considerarme escritora por primera vez en mi vida. Otro error: no era menos escritora antes de publicar, sólo era más insegura. Tampoco lo soy más ahora que tengo varias decenas de títulos en mi bibliografía, y que todos los días me repito a mí misma la suerte que tengo por dedicar mi vida entera a aquello que más me gusta. Soy la de siempre: temo mucho, me equivoco constantemente y todavía me llevo berrinches por lo que considero injusto, indigno o poco respuetuoso con algo que yo amo tanto, como la Literatura. Por eso estoy escribiendo esta entrada, porque en el fondo creo que debo contradecir lo que he dicho hace un rato y ser consciente de que estoy, en primer lugar, contestando a Toni, mi amigo en Facebook y, en segundo, que tenía razón José Alfredo Jiménez, y en realidad, nada me han enseñado los años, y soy la misma enfadona-visceral-hiperestésica-que-no-piensa de siempre.

La imagen de hoy es de Maderuelo, de Flickr

27 de diciembre de 2009

Instinto maternal (relato inédito)


¿Vendrás esta noche al concierto? Después habrá fiesta donde siempre.
Mis amigos conocen la respuesta, pero a pesar de todo insisten. Tuerzo el gesto, finjo tristeza, resignación. No puedo, les digo, ya sabéis, los niños...
Y ellos saben, por descontado que saben, para algo nos conocemos desde hace más de veinte años. Entienden. Se hacen cargo de que soy la única de la vieja pandilla de aves nocturnas que no puede disponer a su antojo de su tiempo, que se ha visto obligada a cambiar sus costumbres, que ya no puede seguirles de bar en bar cada vez que se les antoja a los de siempre. Me dan la razón sin pronunciar palabra y sus ojos buscan refugio en la comprensión cómplice del otro. A veces siento que me compadecen, pero simulo que no me doy cuenta. Yo sé que debe ser así: es esa zanja infranqueable que separa las preocupaciones de quienes tenemos hijos de las de aquellos que optaron por no hacerlo. Vivimos en mundos diferentes. No tenemos casi nada que ver. Sólo el vago espejismo de que yo un día fui libre como ellos y que ellos un día imaginaron el terror de estar amarrados a otras personas de por vida.
Sé que ellos recuerdan lo que ocurría años atrás, cuando en estos mismos bares querían saber el porqué de tanto empeño, de dónde había sacado mi espíritu de maternidad tan universal y tan sediento, y yo les explicaba, con alegría al principio, con una inmensa tristeza después, lo mucho que significaba para mí sostener entre mis brazos una pequeña vida que yo misma había traído al mundo y lo mucho que me dolería no poder hacerlo. Les hablaba de dolor y miraban dentro de sus vasos, hacían tintinear sus cubos de hielo, esquivaban la mirada de la vida. La seriedad de mis palabras les dejaban sin ganas de bromear.
Muy pocos supieron de la época en que lloraba en los parques, de aquella soledad consecutiva que sucedía a la huida de mis amantes, del angustioso deambular por aquellas clínias frías llenas de enfermeras que sonreían todo el rato, y de la palabra final, sanatorio, a la que di vueltas durante más de un año, en aquella soledad que me impuse a mí misma, en aquella blancura de los días y las noches. Recuerdo una migraña insufrible que parecía el fin y un enfermero atractivo y amable que no sonreía. Cerré los ojos y pensé: cuando amanezca de nuevo, seré otra persona o habré muerto. De algún modo, una misma se da cuenta cuando llega al punto de no retorno.
Sobreviví.
Nadie supo nunca cómo ni de quién llegó la solución. Yo jamás hablo de eso. Cuando salí de allí, apenas unas semanas más tarde, era madre. Atribulada y generosa, como la mayoría de las madres que deben serlo en solitario. Pero también feliz, por primera vez en mucho tiempo. Los amigos me aceptaron igual que siempre, aunque al principio nos costó encontrar temas de conversación. A ellos, es natural, les molestaba mi constante referencia a los niños. Los padres y madres de familia solemos aburrir con nuestras cuitas. Su sopor me parece natural, un precio que pago con gusto. Aunque procuro no abusar de ello.
Con el tiempo, mis amigos dejaron de espantarse. A veces incluso me dan su opinión sobre las cuestiones que me atormentan. Aquella gripe que dejó a mi hija en los huesos, por ejemplo, o cómo hacer para que se alimenten correctamente. Yo siempre fui de mal comer, mis hijos lo han heredado de mí y yo reproduzco con exactitud la desesperación que tanto recuerdo de mi madre, casi cuarenta años después. Me sorprende que nunca pregunten nada. A veces parecen molestos. Cuando eso ocurre recuerdo la frontera que nos separa y cambio de tema. Tengo derecho a divertirme. Al llegar a casa, después de esos ratos, suelo tropezar con la realidad de los platos de comida que nadie ha tocado. Arrojo los restos al cubo de la basura, preocupada, inundada de dudas. ¿Se puede sobrevivir comiendo tan poco? ¿Debería cambiar de pediatra?, me pregunto.
Lo peor es ducharme. No soporto escucharles corretear por el pasillo mientras intento relajarme bajo el chorro de agua caliente. Pensaba que tal vez aprenderían a respetar mis necesidades, pero no es así. Después de todo, los niños son niños y no entienden ciertas palabras. Me enfado con ellos, pero en el fondo les perdono enseguida. No puedo evitar recordar lo desgraciada que era cuando no les tenía, y eso me crea nuevas culpabilidades: acaso por ese motivo les estoy consintiendo demasiado. Todo el día transcurre en un trajín, de modo que llego a la noche agotada, me acuesto en cuanto ellos se meten en la cama y me duermo en el acto. Por fortuna, jamás he conocido malas noches. Los niños han dormido siempre de un tirón y jamás han sufrido indisposiciones nocturnas. Soy de las que acusan enormenente la falta de descanso, eso habría sido horrible para mí. Además, duermo como un bebé. A veces me pregunto si les oiría si me llamaran en la oscuridad. Tal vez lo hacían, en otro tiempo, y se rindieron a la evidencia de que su madre no iba a acudir.
Así que mañana comenzará un día idéntico a este. No me importa, todo lo contrario: me hace sentir segura. Despertaré a las siete y cuarto con las canciones infantiles de la televisión cantadas a voz en grito por mis dos tesoros. Les serviré el desayuno, insistiré para que se lo tomen, les llevaré al colegio, me iré a trabajar, contaré las horas que faltan para salir, por fin darán las seis, les recogeré, tararearemos canciones alegres de camino a casa, les prepararé una buena cena, insistiré en parecerme cada vez más a mi madre, me daré una ducha mientras ellos corretean por el pasillo, les regañaré con dulzura por no permitirme ni diez minutos de paz, tal vez luego le cepille el pelo a mi hija, o hablemos de cómo nos ha ido el día, les besaré con todo mi amor antes de dormir y me meteré en la cama destrozada.
Así ocurre desde hace más quince años.
Así seguirá ocurriendo hasta el día en que me muera.


La imagen es de Dalla, de Flickr

9 de diciembre de 2009

¡Viva Concha Quirós y viva su casa, la Librería Cervantes, de Oviedo!






Las fotos corresponden al día 26 de noviembre pasado y a mi neverending tour.

8 de noviembre de 2009

Madres de todo pelaje y condición: esta entrada os interesa


El viernes por la mañana estuve compartiendo un buen rato con los alumnos de las clases de Tercero y Cuarto del CEIP María Sanz de Sautuola de Santander, al hilo de mi libro Se vende mamá, que ellos habían leído. Les confesé que a mí a veces me dan ganas de vender a mi madre y les expliqué el motivo: porque me repite las cosas 50 veces. Con esa excusa, les pedí motivos por los cuales quieren a sus madres.
Salieron algunos muy interesantes, que os resumo:

-Porque me hace la comida.
-Porque me hace la cama (ya les dije: por este motivo mis hijos no me querrán jamás, porque no hago ni la mía).
-Porque siento que me quiere.
-Porque me compra cosas.
-Porque es guapa.

Luego, ya en confianza, les pregunté si a veces no sentían deseos de poner a la venta a su madre. Por internet, por ejemplo, como hace el protagonista de mi historia. A mano alzada, más de la mitad confesaron haber sentido ganas de hacerlo alguna vez. Les pregunté por qué motivo. Esto fue lo que me contestaron (atención madres):

1) Porque me obliga a comer verduras.
2) Porque quiere que recoja mi cuarto.
3) Porque conoce a todo el mundo (le pregunté a la niña que lo había dicho qué tenía de malo conocer a todo el mundo y me explicó que su madre se para en la calle con todo el que conoce y habla durante mucho rato mientras ella se aburre como una ostra. Después de conocer este pormenor, estuve muy de acuerdo ella).
4) Porque me ducha tres veces al día (pensaba que lo había entendido mal, pero no. La madre en cuestión es, sin duda, la más limpia de la que he tenido noticia).
5) Porque me miente (aviso para navegantes, mamás).
6) Porque no cumple sus promesas (ejem)
7) Porque está jugando todo el día con la Nintendo (¿perdón? ¿hay madres que saben jugar con la Nintendo?).
8) Porque quiere que doble el pijama todos los días (mis hijos también querrían venderme por eso).
9) Porque es una cascarrabias.
10) Porque chilla todo el rato (a esto se le llama, en la terminología moderna, trauma acústico, y es una razón de peso que las mamás debemos meditar).

En fin. El preguntorio terminó con un ejercicio. Les pedí a mis jóvenes letores que redactaran un anuncio imaginando que eran sus madres. Les pedí que se pusieran a la venta a sí mismos, y que al hacerlo enumeraran algunas de sus virtudes, pero que no olvidaran unos pocos defectos o nadie les tomaría en serio. Como no teníamos mucho tiempo, no pudimos leer los anuncios en voz alta, pero les prometí hacerlo en el avión de vuelta a casa y poner aquí los mejores y los más divertidos. Realmente, ha sido una tarea difícil seleccionar, porque todos tenían algo que les hacía únicos. Una niña de 10 años se ponía a la venta porque "siempre hace muchas preguntas". (yo también vendería a mi hijo por eso, debo confesarlo). Hay otra niña, también de 10 años, que cuando enumera sus méritos dice: "Quiere mucho a su madre, la acompaña al médico". Caray, me dan ganas de comprarla, si no fuera porque tu madre no querría venderte nunca. Algunas cosas me suenan muy familiares. Por ejemplo, cuando alguien dice que "su plato favorito es la pizza cuatro quesos. No le gusta acostarse pronto". Algo me dice que haríais buenas migas con Adrián, mi hijo mayor a quien, por cierto, tampoco le gusta andar, como a algunos de vosotros. Aquí tenéis un anuncio que lo dice bien claro:

Se vende hijo de 9 años, medio guapo y un poco protestón, muy listo, un poco bajo. Saca buenas notas, le gusta leer pero no le gusta andar.
Lo de medio guapo me ha encantado, por cierto (aunque no es verdad, yo os vi a todos guapísimos). Hay alguien que dice ser "guapo pero muy listo" (¡qué bien!) y también afirma algo estupendo: "le gusta todo lo que le pongas" (esa es una gran virtud, desde luego, que ojalá te dure muchos años). Aunque también me gusta la hija de 9 años que afirma de sí misma que "tiene un carácter enorme" (¡pues claro!).
La comida está también muy presente. A veces, prescindiendo de la ortografía (aunque lo he entendido igual). Como en este anuncio tan simpático:

Se bende ijo de 10 años, bastante guapo, un poco pesado. Su plato favorito es la arburguesa. No quiere acostarse prnto, está obsesio nado con la plei. No le gusta la berdura. Le gusta ducharse.
Hay otros que lo han dejado muy claro:

Se vende hija de 8 años que nunca recoge el pijama. No le gusta el pescado ni la cebolla.

Y en cambio, alguno que afirma todo lo contrario:

Se vende hijo guapo, listo y cariñoso. Le encanta ir a la playa aunque haga frío. Nunca se pega con nadie. Siempre quiere de postre fruta: manzana, pera, plátcano, melocotón, piña. Y le gusta estudiar.

¡Qué estupendo!
Tampoco faltan en esta lista las comidas poco saludables. "No le gustan las alubias y le encanta el arroz con ketchup". Uf, ¿el arroz con ketchup, de verdad? ¿Pero tú lo has probado con tomate frito? Hay una niña, por cierto, que dice: "no le gusta el sancacobo". ¡Claro! A mí tampoco me gusta el sancacobo. ¡En cambio el sanjacobo me parece riquísimo!
Hay anuncios breves y sinceros, como éste:

Se vende hijo de 8 años, muy protestón y muy guapo. No recoge su cuarto, come mucha pizza, se enfada mucho y no hace los deberes.

¡Cuánta sinceridad!
Aunque la sinceridad no escasea, ciertamente. Una niña de 9 años afirma, sin ir más lejos, algo contundente: "No le gusta jugar con sus hermanos pero con sus amigos sí". Y otro dice algo preocupante: "No le gusta salir a la calle" (¡pues menudo problema! ¿A ninguna calle o sólo a la tuya? ¿Has probado a ver qué hay en la calle de al lado?)
Luego están los que tienen mucho carácter. Como la autora de este anuncio:

Se vende hija de 8 años que manda a su madre, se enfada mucho si no le compran lo que quiere. Se come la paella en casa de su tía y en casa, no. Hace los deberes delante de la tele, no recoge, se enfada con sus primas y no hace lo que le manda su madre.

¿Cómo será la paella de su tía? ¿Y la de su madre? Tal vez la solución está en que su tía le dé la receta a su madre.
De la playa también se habla mucho. No me extraña, viviendo en Santander:

Se vende hija de 8 años con gafas. Cuando ace sol quiere ir a la playa. Le gusta escribir cuentos de animales. Come casi todo, verduras, frutas y abeces como dos o tres chuches. Tiene amigos de cuatro o cinco años que son majos.

Es fantástico tener amigos majos de cualquier edad, desde luego. Y esa paabra, abeces, habría que inventarla. Me encanta. Así, el abecedario no sería algo tan inamovible.

Y mirad éste:

Se vende higo de 8 años, muy guapo, inteligente, aficionado al fútbol, siempre saca notables, le gusta leer, el libro que más le gusta es Harry Potter, es normal.

Me ha encantado, porque los higos son mi fruta favorita. Aunque a mí me daría no-sé-qué comerme un higo que saca notables y lee Harry Potter.

Y este otro, muy audaz, aprovechó y vendió a su hermano:

Se venden hijo travieso de 20 años. Es muy guapo pero tiene novia fea de 27 años.

(Espero que la novia no lea este blog).
Y dejo dos para el final. El primero, me gusta por sincero y equilibrado. Es un anuncio perfecto.

Se vende hijo muy guapo, de 8 años, un poco gamberro. Le gusta el solomillo con queso, la pleiestesion dos, ver la tele, patinar y las piscinas. No le gustan las berduras ni andar. Sabe nadar.

Qué rico el solomillo con queso. Y qué estupendas las piscinas.
El último es similar y suena a sincero (ya sabéis que esa es la clave de la publicidad):

Se vende hija de 8 años muy protestona, no le gusta leer pero le gusta ir de paseo al parque. Hace la cama y le gusta ir al colegio a estudiar.

En fin, que sois unos estupendos publicistas. Gracias por todo, chicos y chicas. Fue un verdadero placer conoceros y escucharos. Hasta la próxima.


Las ilustraciones, también son de los chicos de 3º y 4º del María Sanz de Sautuola.

4 de noviembre de 2009

Las 10 razones por las que me odia mi admirado (y querido) Félix J. Palma


El pasado 29 de octubre, Félix J. Palma obró de maestro de ceremonias en la presentación madrileña de mi libro de cuentos Los que rugen. Esta es su presentación, que muy generosamente me ha dejado compartir con vosotros. Os la sirvo como una verdadera delicatessen, para todos aquellos que no pudisteis acompañarnos en la librería 3 Rosas Amarillas. Asimismo, la foto debo agradecérsela a Lawrence Schimel, que primero la tomó y luego me la ha cedido.




10 RAZONES POR LAS QUE ODIO A CARE SANTOS

Uno. Porque Care disfruta escribiendo, y aunque os resulte extraño, no todos los escritores disfrutan escribiendo. Pocos lo confiesan en público, pero es cierto. Yo no disfruto escribiendo y conozco a muchos otros que tampoco, por lo que creo que los escritores pueden dividirse en dos bandos: a los que les gusta escribir y a los que les gusta haber escrito. Y a Care le gusta escribir, sentarse en la silla, ver crecer sus historias en la pantalla, darles forma con mimo y abstraerse del mundo envuelta en la exaltada sinfonía de sus teclas. No siente presión en el pecho, ni padece quebraderos de cabeza que arruinen sus noches, ni la asaltan las dudas que desgraciadamente nos atacan a la mayoría para robarle toda la gracia al acto de escribir. Es más, Care ha confesado que para evitar pasarse todo el día ante el ordenador, escribe con una vela que tarda tres horas en consumirse. Cuando la vela se agota, Care se levanta y se va a pasear, en vez de seguir en el ordenador, que es lo que le gustaría. Yo, por el contrario, aprovecho cualquier excusa para levantarme de la silla, incluso la de cambiar el coche de sitio, lo cual podría considerarse algo enfermizo, dado que no tengo coche.

Dos.
Por la cantidad de páginas que produce al día, porque si después de estar tanto tiempo ante el ordenador Care produjese una sola página, no sería una escritora tan odiosa. Pero ella produce exactamente 8 páginas. Y si multiplicamos 8 por los 365 días del año obtenemos la cantidad de 2.920 páginas, y aunque le restemos algunos días, porque me niego a creer que Care pueda escribir todos y cada uno de los días del año, y lo dejemos, por ejemplo, en 2.000 páginas, tendríamos para unos seis libros al año de 300 páginas. Con lo cual Care no es solo la escritora más odiosa que conozco, sino también la más prolífica

Tres.
Porque puede escribir cualquier cosa. Si echáis un vistazo a las solapas de sus libros podréis descubrir que Care toca todos los géneros con naturalidad, y en todos parece sentirse cómoda. Ha escrito seis novelas, algunas de ellas premiadas, como por ejemplo La muerte de Venus o Hacia la luz, novelas en las que Care adapta el modo narrativo cinematográfico, y abreva sin complejos en las aguas del fantástico. Ha escrito docenas de novelas juveniles, que no puedo enumerar aquí por falta de tiempo, entre ellas la saga Arcanus. Ha escrito también libros a cuatro manos, cómo no, y ha practicado el ensayo e incluso la poesía, y ahora publica un nuevo libro de cuentos que viene a sumarse a los cinco anteriores. Ha escrito tantísimo que se ve obligada a resumir su bibliografía para que quepa en las solapas de sus libros, mientras otros tenemos que engordarla como buenamente podemos para que no parezca un aforismo. Yo no he podido leer todo lo que ha publicado, porque soy un pobre humano que, como todos, lee más despacio de lo que Care escribe, pero he leído buena parte de su obra y constatado con envidia que lo hace condenadamente bien, sea en el género que sea.

Cuatro.
Pero no solo trabaja en su obra, sino que también se ocupa de todas esas servidumbres que nos agobian al resto de los escritores. Care contesta todos los emails de sus admiradores, participa en foros, presenta libros, se lee las novelas que le mandan los amigos, compone antologías, e incluso ha realizado la fotografía de la cubierta de este libro, lo que ya no sé es si lo habrá construido la iglesia que aparece en ella. Sus días tienen más horas que los nuestros, está claro. Y hace todo eso con tres hijos. Si hay alguna madre presente entenderá el mérito que eso tiene. Querido público, estamos ante un milagro.

Cinco.
Es que, por si esto fuera poco, Care es una de las críticas más lúcidas de nuestro país y tiene el privilegio de ejercer de anfitriona o portera dando la bienvenida al mundo de la literatura española a los escritores que comienzan. Ella es la primera en tasar sus obras desde el suplemento El Cultural de El Mundo, y lo hace siempre con exquisito tino y amabilidad, como hizo con un servidor hace ya más de diez años.

Seis.
Ha escrito un libro de cuentos de fantasmas, un género por el que siempre me he sentido atraído pero que nunca he abordado por considerarme incapaz de aportar nada nuevo sobre el tema. ¿Qué se puede escribir hoy sobre fantasmas? Desde Plinio el Joven, que creó al fantasma más antiguo que se conoce, y que ya vagaba errante por el mundo de los vivos porque no había sido convenientemente sepultado, pasando por la iconografía terrorífica que tras la eclosión del cuento gótico ingles del S. XVIII convertiría al fantasma en una criatura pálida que dedicaba las noches de tormenta a recorrer con pasos renqueantes los interminables pasadizos de los castillos, no se ha parado de escribir sobre estos traslúcidos inquilinos de la ultratumba, y los que hoy lo hacen se limitan a respetar los patrones del terror moderno, contando historias donde alguna mujer traumatizada por la perdida de un hijo o similar se enfrenta a un fantasma que antes de mostrarse en toda su apariencia espectral, se toma su tiempo para manifestarse moviendo objetos en plan poltergeist o produciendo trabalenguas psicofónicos. Esas historias están ya demasiado vistas. La otra opción que nos queda es contarlas desde el punto de vista del fantasma y, durante un tiempo, la mejor baza argumental de ese enfoque fue jugar con la idea de que el fantasma no sabía que lo era, como hicieron Cortázar o Benedetti en muchos de sus relatos, pero después de que la película El sexto sentido popularizara dicha estrategia, hoy ya no podemos sorprender a nadie con eso.

Siete.
Porque no ha escrito un cuento de fantasmas, sino que ha tenido la osadía de escribir nada menos que trece, trece variaciones sobre el gastado mito del fantasma que me demuestran lo equivocado que estaba, pues todavía puede escribirse algo original sobre el asunto. Por ejemplo, la mayoría de las historias tratan del intento de comunicación entre los habitantes del más allá y los vivos, pero en el relato que abre el volumen, titulado Por las noches aullamos, Care se pregunta cómo sería la comunicación entre los propios fantasmas, unos fantasmas que deambulan por un mundo apocalíptico cepillado de vida humana, donde los animales campan a sus anchas, y que tanto recuerda al futuro onírico de la película Doce Monos. En el relato titulado Círculo Polar Ártico, le da una vuelta de tuerca más al mencionado cuento del fantasma que no sabe que lo es, mediante el brillante uso de los tics de este tipo de historias, de manera que nunca llegamos a saber si el protagonista es un fantasma que ignora su condición o alguien normal y corriente, porque el relato admite ambas lecturas. Y esa originalidad alcanza su pleamar en el relato Comunicación, uno de mis favoritos del volumen, en el que a la protagonista se le presenta el fantasma del hijo que todavía lleva en el vientre, para guiarla al más allá cuando ambos mueran en el parto por un error del anestesista. Pero se trata de un fantasma adulto, del hombre que el bebé habría llegado a ser de no producirse el desgraciado accidente, una especie de regalo de un universo paralelo. Y cuando no busca la originalidad, Care asume la tradición, como en el relato Asuntos pendientes, que narra en clave de comedia el clásico tema del fantasma que no puede acceder al más allá hasta que resuelva sus cosas en este mundo, o en el titulado Confesión, en el que el fantasma es un periodista becario que se le aparece cada noche a la protagonista para continuar la entrevista que no pudo terminar antes de que la entrevistada lo estrangulara con sus propias manos. Se trata de un cuento hilarante que, además, incluye un divertido retrato de los periodistas que todos sufrimos en las promociones y que no me resisto a compartir con vosotros. Dice Care: “Pertenecía a la clase prescindible de los informadores culturales, uno de esos especialistas en el refrito de notas de prensa, en distorsionar las declaraciones y en fusilar artículos de otros. Jamás grava conversación alguna, sino que toma notas. Se sienta ante ti enarbolando un cuaderno cuadriculado y un bolígrafo de plástico. A veces imploran: ¿podría hablar un poco más despacio, por favor? Cuando eso sucede, yo hablo aún más rápido. Tengo comprobado que no importa lo que digas porque ellos interpretarán lo que les plazca y al día siguiente todo los lectores se preguntarán como una idiota como tú, que apenas sabe conjugar los verbos, se ha atrevido a publicar un libro”. Care también ensaya la clave poética en el relato titulado Orden alfabético, en el que son los autores que no tenemos en nuestra biblioteca los que se encarnan en fantasmas, y en el delicioso cuento Más allá de esta oscuridad y este silencio, en el cual el fantasma es un hombre aquejado de invisibilidad, un pariente lejano del Griffin de H. G. Wells.

Ocho.
Por hablar de su infancia, cuando todos sabemos que sobre la infancia de los escritores es mejor correr un tupido velo, pues son casi siempre infancias penosas y traumáticas, de niños solitarios que se refugian en los libros porque no soportan vivir en un mundo que se ríe de ellos por su torpeza en los deportes, por sus botas ortopédicas, su aparatito dental o por su timidez invencible. En Defensa y ataque Care ha tenido la osadía de relatar cómo eran sus clases de gimnasia, confirmando una teoría que sostengo desde hace tiempo: detrás de cada escritor, más que un libro de Verne o Salgari, siempre hay un potro que nunca conseguimos saltar. Es un cuento que me ha obligado a enfrentarme a los fantasmas que llevo dentro y que ya casi había olvidado. Como le sucede a la protagonista de Marcar un gol, una mujer que llega como directora al colegio donde estudió de pequeña y que aprovecha la hora de cerrar para dar un paseo por su viejo instituto, tropezando en cada esquina con el fantasma de la niña tímida y torpe que era el blanco de las bromas de sus compañeras, un cuento de una desgarradora melancolía que se cierra magistralmente con la inesperada venganza que el tiempo concede a la protagonista. Por último, Amanecer con monstruos marinos es un relato en el que la imaginación de la hija transforma en fantasma al padre muerto y le permite mantener una última conversación con él, una conversación dispersa, sobre nimiedades, que continúa dejando sin contestar las preguntas cruciales de la vida. Y dado que en la última página de este relato aparece una ilustración de “La marina azul”, el cuadro que su padre le regala a la protagonista, podemos pensar que el recurso de Care de usar su propio pasado como material para modelar sus ficciones alcanza aquí su muestra más personal.

Nueve.
Porque en este libro figuran dos o tres cuentos que me hubiera gustado firmar a mí, como algunos de los citados o el titulado Seis botellas, o tres, de Gran Reserva. Este relato está recogido en la segunda parte del libro, que en contraposición con la primera, titulada Ellos, donde se muestra al fantasma clásico, lleva por nombre Nosotros, y presenta a fantasmas cuya condición ectoplasmática no es necesaria, sino que se usa el vocablo en sentido más amplio. En este relato a la pareja protagonista le regalan seis botellas de gran reserva con la condición de que conmemoren las seis ocasiones más especiales de su vida, pero esas ocasiones nunca llegan, por supuesto, porque son incapaces de reconocerlas en el momento exacto en el que se producen. El hombre, ya se sabe, es el único animal que no sabe vivir en el presente, pues siempre vive recordando el pasado o anhelando el futuro. Es un hermoso cuento sobre el fantasma de nuestra vida anterior, de todas las vidas que se desvanecen para dar paso a otras, de todas esas vidas que inevitablemente vamos acumulando a lo largo de nuestra existencia.

Diez.
Porque en el 2011 publicará una novela magistral que la convertirá en la autora más famosa del mundo. No es que yo tenga una máquina del tiempo y lo haya comprobado, sino que es algo que ocurrirá por pura ley de probabilidades teniendo en cuenta al ritmo al que escribe.
Y ahora os dejo con la escritora más odiosa que conozco.

23 de octubre de 2009

¡Rugiremos en Barcelona, Madrid y Zaragoza!


Juan Casamayor y Editorial Páginas de Espuma han organizado algunas presentaciones de LOS QUE RUGEN, mi último libro de cuentos, recién salidito del horno.
Me encantaría veros por allí, si tenéis tiempo de acercaros.

-Barcelona. Martes 27 de octubre, 20 h. L'Astrolabi. Carrer Martínez de la Rosa, 14. A cargo de David Roas y Jordi Cantavella.


-Zaragoza. Miércoles 28 de octubre, 20 h. Librería Cálamo. A cargo de Carlos Castán e Hilario J. Rodríguez.


-Madrid. Jueves, 29 de octubre, 20:30 h. Librería 3 Rosas Amarillas. A cargo de Félix J. Palma. Con lectura dramatizada de la actriz Licia Alonso.

21 de octubre de 2009

Fallo con acierto

La ventana infinita, con texto de Andrés Pi Andreu e ilustraciones de Kim Amate gana el XXIX Premio Destino – Apel·les Mestres de literatura ilustrada.



El premio, con una dotación económica de 4.500€, ha sido concedido por el jurado formado por: Carmen Bieger, Jesús Gabán, Care Santos, Fernando Valverde, y Marta Vilagut en representación de la editorial. A la convocatoria de este año se han presentado más de 25 originales procedentes de diferentes lugares de España y otros países como EE.UU o Inglaterra.
Destino Infantil & Juvenil publicará la obra ganadora el próximo mes de enero de 2010.

Alguien observa tras los cristales de una ventana... ¿Qué misterio esconde?
A veces los niños «nuevos» o recién llegados a la escuela o al barrio nos parecen antipáticos... La ventana infinita es un cuento medio de risa, medio de misterio, sobre dos niños que aprendieron que la amistad es una gran ventana que siempre debe estar abierta. Aunque a veces nos asuste.

Andrés Pi Andreu (La Habana, 1969) cree que la lectura es una necesidad que nos hace más humanos y mejores. Quizá por eso acabó siendo escritor y vinculándose al mundo de la edición, tareas que realiza en Estados Unidos, donde reside actualmente.
Como escritor, ha recibido premios tan prestigiosos como el IBBY 2000 por El libro de Claro Carlitos, el Nacional de literatura infantil y el Premio Nacional de la Crítica 2004, ambos por Lo que sabe de Alejandro.

Kim Amate (Terrassa, 1974), cuya formación y experiencia profesional ha sido principalmente en el ámbito del diseño y las artes gráficos, se inició en la ilustración cursando estudios en la Escola Llotja. La ventana infinita es su primer trabajo publicado como ilustrador. Actualmente, expone su obra pictórica «El destí artificial de la truja blanca» en la galería BAT de Barcelona.


De blog a blog y tiro porque me toca...

El susurro que cruzó el espacio me ha hecho unas preguntas.

http://susurroespacial.blogspot.com/2009/10/1-autora-entrevistada-del-blog-que-se.html

20 de octubre de 2009

¡Vuelvo al cuento!


LOS QUE RUGEN

Páginas de Espuma, Madrid, 2009
Desde ayer, existe.

19 de octubre de 2009

Ocupar un lugar


El lomo de mi primer libro no llegaba al medio centímetro de grosor. Cuando le di el primer ejemplar a mi madre, recién salido de la caja en que el editor me lo acababa de enviar, ella me sorprendió con un solemne: "Vamos a buscarle sitio".
Deambulando por la casa, ella delante -con mi libro en las manos- y yo detrás, llegamos a un anaquel del salón donde convivían obras de Gironella, Alfonso Grosso y una rancia edición de los poemas de José María Pemán. Mi madre los barrió a todos, dejó el estante vacío y colocó en una esquinita mi modesto volumen, que de pronto me pareció diminuto, desolado.
"¿Y todo este espacio?", pregunté, angustiada pensando cómo debía de sentirse mi pobre libro en aquel espacio enorme.
"Son para todo lo que vas a ir publicando", dijo ella, con un convencimiento que movió a la risa nerviosa.
Desde luego, tenía fe en mí mi progenitora, pero el tiempo ha demostrado que también tenía capacidad para adelantarse a los acontecimientos.
Hace unos días, una de las visitantes habituales de este blog escribía que en ciertas bibliotecas mis libros ya ocupan todo un estante. Cuando me dicen algo así, nunca me queda claro si debo pedir disculpas por semejante osadía o celebrarlo con alguna expresión que subraye lo oído. Pienso en mi biblioteca, siempre tan falta de espacio, y me pregunto qué sería de mí si mis amigos, aquellos cuyos libros conservo con veneración, publicaran tanto como yo. Alguno me regaña por ser tan promiscua (ellos dicen "trabajadora", que suena mejor): "Hemos tenido que ampliar tu estante dos veces, a ver si descansas una temporada". Algunos no son tan delicados: "Como no dejes de publicar tanto tendremos que mudarnos de casa".
Esta semana, una amiga periodista decía en la prensa catalana que acabo de publicar mi libro número 50. Me preguntó si era cierto. Los conté para la ocasión... y descubrí apabullada por mis propias circunstancias que sí, que es cierto. Precisamente hoy sale a la venta mi último libro de cuentos, Los que rugen, que es además el que hace 50 de todos los libros que llevan, como aquel primero, mi nombre en la cubierta. Pormenorizado, diré que esos 50 comprenden 2 libritos de poesía, 6 novelas, 6 colecciones de relatos, 3 libros de no-ficción que yo siento emparentados con mi faceta periodística, 15 novelas para jóvenes y que el resto son libros infantiles. El anaquel que vació mi madre hace casi quince años, está hoy tan lleno que ya ha desalojado a sus vecinos. Y, por supuesto, si nada me lo impide, voy a trabajar porque siga creciendo.
Así que termino con un aviso para navegantes: hacedme sitio en vuestras bibliotecas. Desalojad estantes. Poned estanterías en el baño, en el balcón, en la caseta del perro, en el ascensor. Mudaos de piso. Porque a mí me queda mucho que contar y mucha guerra que dar.

3 de octubre de 2009

Lo mejor y lo peor


En un par de ocasiones alguien me ha preguntado qué es lo mejor y lo peor de dedicarse a escribir. Suelo decir que lo mejor son los lectores y lo peor, la incertidumbre que siempre acompaña a la escritura. Explico esto último. Martin Amis dijo que escribir supone tomar decisiones todo el tiempo. Unas 30 por página, aventuró. Cómo se llama el protagonista, qué hace, por qué hace lo que hace, dónde vive, cuál es su carácter, cómo viste, qué piensa, cómo se llama su hija y la amiga de su hija y el novio de la amiga de su hija, qué nivel de vida lleva, a qué aspira, cuál es su problema, cómo se efrenta a él... en fin, un agotador ejercicio. Sobre todo para alguien como yo, que a veces tarda un buen rato en decidir si quiere el fuet entero o en láminas (en serio) o que a veces lleva tres o cuatro libros a un viaje de 24 horas porque es incapaz de decidirse por uno. Observo, además, no sin preocupación, que cuantos más años cumplo más me cuesta tomar decisiones. Por ejemplo, merluza al limón o magret al oporto. Si elijo la merluza, pienso que hubiera estado mejor el magret. Si el magret, añoro la merluza. Y así con todo. Es agotador. Vacilo, dudo, medito... y ni así. Imaginaos qué tortura las 30 decisiones por página.
Estoy escribiendo algo en lo que creo y constantemente me asaltan las dudas: ¿Esto interesará a alguien? ¿Será verosímil? ¿Tendrá gancho este personaje? ¿Sonará demasiado manido? Es un cuento de nunca acabar, que no me abandona hasta que pongo el punto final. Escribir, para mí, equivale a luchar cuerpo a cuerpo contra mi enfermiza indecisión.

Pues bien, y ahora viene lo bueno, todo eso tiene una recompensa: la hora de encontrarse con los lectores que ya han leído tu novela, la han disfrutado y la han hecho suya. Ese es el terreno de la seguridad, de las decisiones tomadas e irrevocables, de lo inamovible (o lo que ya no tiene remedio, claro). Me encanta hablar con ellos sobre personajes, situaciones, saber en qué momentos se han emocionado, escuchar sus comentarios, a veces sus críticas (se aprende mucho de una buena crítica) y dejarme llevar por sus sensaciones, que fueron las mías cuando concebí la historia y que recupero cuando la defiendo. Es un proceso único, emocionante, que justifica todo el trabajo en soledad que una novela demanda, que te reconcilia con el mundo.

Esta tarde va a tener lugar uno de esos momentos mágicos, en la Fnac de Callao, en Madrid. Lo estoy deseando. Será la primera vez que me encuentro con lectores de Bel. Amor más allá de la muerte, y sólo por eso va a ser una velada especial. Lectores no profesionales, que leen por lo mismo que yo escribo. Qué inmenso placer.

La foto es de SM, tomada el lunes pasado en el Hard Rock, después de la rueda de prensa.

28 de septiembre de 2009

Bel y yo echamos a andar



Publicar un nuevo libro siempre es una sensación inigualable. Da lo mismo que estés acostumbrada a publicar porque lo haces a menudo: el olor a papel nuevo, el tacto de un libro que nadie ha abierto aún, són únicos. Cuando tu nombre aparece en la portada de una bella edición, se cumple un sueño muy importante que tuviste alguna vez.

Hoy es el día.
28 de septiembre. Hoy sale Bel. Amor más allá de la muerte (SM). Durante toda la semana voy a tener, por este motivo, bastante trabajo. La promoción es una dictadura a la que todo autor debe someterse. Debo reconocer que a mí me agota mucho eso de estar hablando de mí misma todo el tiempo, como si no hubiera mil cosas mejores de las que hablar.
Sin embargo, hay algo que lo justifica todo y que me tranquiliza en esta semana de vorágine: me encantan los encuentros con los lectores. Esta semana terminará con uno de ellos, al que me gustaría invitaros de todo corazón:

El próximo sábado 3 de octubre a las 18:30
En FNAC de Callao, en MADRID
Tendrá lugar la primera presentación de Bel

Sé que en algunos blogs se están organizando "quedadas" para acercarse hasta allí, y me encanta. La editorial prepara alguna sorpresa, me consta.
Seguro que será una fiesta estupenda.
Bel y yo os lo agradecemos de antemano.

Diagonales: Nueva York en septiembre


30 de agosto de 2009

29 de agosto de 2009

La clave de la literatura

Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío.

José Antonio Marina, Anatomía del miedo (Anagrama, 2009)

27 de agosto de 2009

Enlace

Hoy estoy en LA CAJA DE PANDORA.

25 de agosto de 2009

Terror nocturno

Recibo un mensaje de correo electrónico: alguien ha leído una novela que escribí hace 14 años. Le ha gustado mucho. Le ha amenizado un viaje por una ciudad desconocida, dice. No podía parar de leer. Se sentaba en cualquier parte, apuraba el tiempo para leer media página. Le ha gustado la novela porque trata temas actuales, que reflejan el mundo de hoy. Termina su carta con un entusiasta: "Sigue así".
Mi primer impulso es contestarle enseguida. Agradecérselo con sinceridad. Decirle que si un día soñé con ser escritora fue, precisamente, animada por la idea de que mis libros pudieran despertar en alguien las emociones que él acaba de describir. Sin embargo, me refreno. Leo de nuevo la última frase: "Sigue así". Una y otra vez.
Escribí esa novela hace 14 años. No he vuelto a releerla por miedo a no reconocerme en quien la tramó. Y también por pereza, lo confieso. ¿No habrá cosas interesantes que leer como para andar revisitándose a una misma, puaj? No tengo claro si he cambiado mucho. Escribo mejor, de eso estoy casi segura. En mis tramas de hoy ya no colean cabos sueltos (aquélla sí los tenía). Soy técnicamente mejor, pero ¿soy mejor escritora?
"Sigue así", escribió el lector ideal.
¿Sigue cómo? ¿He seguido de aquél modo, de alguno, de otro? ¿Había algún modo de seguir? ¿Se trocará en decepción el entusiasmo del lector viajero si lee algo de lo que he escrito últimamente? ¿Y si en realidad no me releo por culpa de aquel viejo terror, el de haber dado lo mejor de mí hace ya mucho tiempo?
¿Es terror lo que hace que en lugar de estar contestando a ese lector tan generoso, me halle aquí, a estas horas y con este calor, escribiendo sobre el pánico y la literatura?

24 de agosto de 2009

Un lunes de agosto

Necesitamos de la ficción durante toda nuestra vida. Cuando somos jóvenes, para descubrir y descifrar el mundo. Luego, para refugiarnos de lo que ya sabemos.

23 de agosto de 2009

París: Diagonales


14 de agosto de 2009

Lectura veraniega

María Castillo inaugura blog y habla de los Arcanus.
Para verlo pincha AQUÍ.

11 de agosto de 2009

Link

Cristina Monteoliva me ha incluído en su Biblioteca Imaginaria.
Para verlo, pincha AQUÍ.

24 de julio de 2009

Ah...


Ah, las laxas tardes de verano.
Disney Channel en la tele ("Venga una legión entera de calamares diábolicos", proclama un bicho verde con voz de pito ante la mirada fija de mis tres hijos).
Una pila de 5 libros que voy renovando (en la última: Arsuaga, Fred Vargas traducida por Blanca Riestra, Torgny Lindgren, Ultz Hubner y una antología recién hecha de relatos fantásticos españoles) para picotearlos sin orden ni concierto, hasta que uno me atrapa lo suficiente. Últimamente, me atrapan tanto todos que la pila se renueva poco y tarde. Pero es parte de la gracia...
Mi Moleskine número 5 (la actual) por si hay algo que anotar (siempre hay).
Una brisilla intrusa pero muy bienvenida.
El teléfono como si no tuviéramos.
El ordenador apagado desde hace varias horas.
Todos los horarios caídos de la agenda. El color crudo impoluto de los días es lo mejor de la agenda.
La nevera, llena.
Mi madre, de vacaciones.
Un futuro apetecible a la vuelta de la esquina: en un par de horas, los niños se acostarán, agotados, guapos, morenos, y la casa quedará en silencio.
El silencio es un lujo. Igual que la lentitud.
Entonces abro la nevera y me preparo algo. Vodka con naranja o leche fría, según me dé.
Y vuelvo con mis libros y mi cuaderno.
Empieza la fiesta.
Ah, las laxas noches de verano.

La imagen de hoy, de Cordelius en Flickr

19 de julio de 2009

El homínido que echó a correr


Los paleoantropólogos, que deben de tener mucho tiempo, discuten desde hace décadas cómo fue posible que un homínido comenzara de pronto a hablar. Y que no lo hiciera con un protolenguaje o eso que aún hoy se llama pidgin (es decir, la mínima expresión de un lenguaje) sólo útil para las funciones más básicas, sino con un complicado sistema que le permitiera incluso la abstracción y la memoria. El mismo homínido, conocido como Homo Ergaster, había sido ya capaz de grandes y sorprendentes logros. Levantarse sobre sus dos patas traseras, por ejemplo, y echar a correr. Hasta ese momento, otros homínidos se habían levantado sobre sus cuartos traseros (debió de serles muy útil, además) pero a ninguno se le había ocurrido correr así. La carrera bípeda trajo ciertos cambios. La caja torácica se estrechó y alargó, por ejemplo. La nuez de Adán bajó en su cuello porque se alargó la laringe. Las extremidades se hicieron más largas. El cerebro, más grande. Ergo, no es tan descabellado afirmaer que hablamos porque corrimos.
Gracias al alargamiento de la laringe el homínido que fuimos se volvió capaz de articular. De utilizar los centenares de músculos que intervienen en la producción de cada fonema. Lo pagó muy caro: dejó de ser capaz de tragar y respirar al mismo tiempo. Comenzó a morir por una causa inédita hasta ese momento: el atragantamiento al ingerir. Su cerebro comenzó a desarrollar las denominadas áreas del lenguaje. Se convirtió en lo que los neurólogos denominan hoy "el cerebro narrativo", portetoso logro de la evolución.
Le dan muchas vueltas los antropólogos a la cuestión de si el lenguaje nació cuando el cerebro fue capaz de imaginar o si el cerebro comenzó a imaginar gracias al uso del primer protolenguaje. Yo, osada, opino que el cerebro narrativo es la gallina y el lenguaje el huevo. Y lo digo porque en las cuevas de Lascaux, en Francia, pintadas por los descendientes casi directos de aquellos humanos que echaron a correr por la sabana -y de qué manera, porque llegaron hasta Francia-, no hay lenguaje pero hay narración. En una de las paredes más escondidas de la cueva hay una pintura única en su especie: una pintura narrativa del arte prehistórico. Representa a un bisonte herido atacando a un humano vestido de chamán. El bisonte embiste, tiene el lomo erizado y las tripas fuera por efecto de la herida que le ha provocado una lanza (la lleva clavada aún). El humano está cayendo, lleva una cabeza de pájaro en la testa y a su lado se ve una especie de báculo. Es un dibujo que cuenta una historia muy antigua, pero aún hoy es posible interpretarla de algún modo y sin saber nada de arte ni de cómo vivían los pintores de las cuevas.
Y es que nuestro cerebro necesita "contar". Buscar explicaciones, encontrar respuestas, ver el mundo como algo lógico, que seremos capaces de entender, si no de dominar. Nuestro cerebro es un iluso, sí, y también un optimista, con esa tendencia a ver siempre o bueno, pero gracias a sus ansias de historias, a su necesidad de comprenderlo todo, de redondear el círculo interminable, ha existido la Literatura desde que aquel primer homínido echó a correr por la sabana y no paró hasta imaginar La Odisea o El Quijote. No me digáis que no es estupendo.

La imagen de hoy: Ése es. "Puedes llamarme Ergui", le imagino decir.

13 de julio de 2009

Un fenómeno siciliano

Planeo un viaje a Palermo. Mi guía dice que el Hotel Posta es "un pequeño hotel en una callecita frente al edificio de correos, en la céntrica Vía Roma, antaño frecuentado por célebres actores, cuyas fotos decoran el vestíbulo (Gassman, Dario Fo, Totó...)". Decido preguntar en el propio hotel si tienen habitaciones disponibles y si el establecimiento está cerca del Convento dei Capuccini, que es el lugar que deseo visitar para completar cierta documentación en la que sigo inmersa. También le pregunto acerca del horario, porque planeo caer por allí un miércoles y ya me ha pasado otras veces encontrarme con que el día que elegí es, precisamente, el día que cierra el monumento que deseo ver.
Me contesta por correo electrónico, con suma diligencia, una señorita llamada Annalisa. Me informa de que tienen habitaciones disponibles y cuál es su precio y me dice que si deseo reservar una les cuente qué tipologia di camera e di fornirci deseo (lo segundo no lo entiendo bien, pero me dan ganas de decir que de fornirci, poco, porque iré sola, como siempre que me documento). También me pide que les facilite lo ante posible un número de tarjeta de crédito. Del horario o la cercanía de los Cappucini nada dice.
Consternada porque no ha respondido a la pregunta que más me importaba -al fin y al cabo lo de la tarjeta ya lo sabía- insisto, esta vez en inglés. No es la primera vez que en Italia utilizo el inglés como lingua franca ante la imposibilidad de comunicarme con alguien. Qué cosas. Le pregunto de nuevo si los Capuccini está cerca del hotel y si conoce el horario de apertura y le explico que una vez tenga esa información decidiré si reservo o no en el Posta.
Constato que Annalisa es, de natural, rápida. Me contesta enseguida, esta vez en inglés. Me dice que el convento que deseo visitar está abierto todos los días. También informa que no está lejos del hotel pero que es fácil llegar en transporte público.
Me decido por otro hotel más cercano a mi objectivo y comienzo pesquisas en otra parte. Olvido el Hotel Posta y su vestíbulo lleno de actores como Dario Fo.
Por la tarde, recibo otro correo del Posta. Esta vez lo firma Rossella, quien me llama "Segnor Albert". Parece contestar al primero de mis mensajes, el que escribí en español. Contesta en un español tan fluido como mi italiano. Me dice que si quiero reservar les facilite un número de tarjeta de crédito y me informa de que el Convento de los Capuchinos está muy cerca de su hotel.
Qué cosas. Ayer estaba lejos y hoy está cerca. Es un extraño fenómeno siciliano.
Contesto diciendo que ya he elegido otro hotel, pero que igualmente le agradezco la información.
El asunto parece zanjado, pero Rossella no piensa lo mismo. Vuelve a escribirme al cabo de un rato, informándome de nuevo de que el convento capuchino está cerca. Esta vez me llama "Segnor Santos", eso sí y me pide disculpas "por el mal correo".
Ay, el mal correo, de él somos víctimas todos, amiga Rosella. Cuánto me hubiera gustado conocerte y debatir sobre esto en persona.
Sin embargo, ya no es posible. La reserva ya está hecha en otra parte. El Hotel Posta, cuyas empleadas insisten a la par que se contradicen con calidez sinpar, tendrá que esperar. Es una lástima, sus contradicciones e imperfecciones comenzaban a envolverme en un aire de familiaridad encantador.
Del hotel donde al fin he reservado dice mi guía: "Un palacio espléndidamente rehabilitado y amueblado en pleno centro histórico. Si puede, vaya".
Los imperativos es lo que tienen. Iré.


La imagen de hoy es un fenómeno romano.

30 de junio de 2009

Primera noticia: llega Bel

http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/504600/Care_Santos_publica_Bel-_amor_mas_alla_de_la_muerte_la_primera_novela_con_su

Y el blog del asunto, by SM:

http://www.belamormasalladelamuerte.com/

Para terminar,en mi web también hay sorpresas varias.

www.caresantos.com

He aquí el despertar virtual, visitantes.

24 de junio de 2009

Fin de temporada a lo grande

El día de San Antonio estuve firmando en la Feria del Libro de Madrid. Como cada año por estas fechas, tengo la impresión de haber estado en todas partes (y en cierto modo, ha sido así). Uno de los lugares donde más me gusta estar entre finales de mayo y mediados de junio es la Feria del Libro de Madrid. Desde que iba en calidad de lectora entusiasta, siempre bien acompañada (la primera vez fui con mi amigo Óscar Esquivias), no he faltado casi ningún año. Y si he faltado ha sido porque me estaba muriendo de algo que finalmente se curó (por fortuna). Así que el año que no me veáis en Madrid durante la Feria del Libro, lamentadlo (los amigos) o alegraos (los enemigos) porque significará que estoy fatal y esta vez no me recupero.
Bueno, a lo que íbamos. Estuve en la Feria del Libro. La primera tarde, participé en una mesa redonda muy sesuda sobre derechos digitales. Ah, qué gran asunto. Habría que organizar algún congreso, encuentro o ejercicio espiritual para que quienes saben más de ello nos lo cuenten bien. Es EL GRAN ASUNTO. Todo el mundo habla de qué vamos a hacer cuando el libro digital nos invada y nos expolie, cuando los piratas (algunos dicen "los ladrones") campen a sus anchas por la red y, por extensión, por nuestras cosas. En fin. Un dia de estos hablaremos de ello, que yo soy de la parte de la población que está (y mucho) interesada en el particular.
Pero hoy quiero hablar de cosas agradables. Mi segunda cita con la Feria del Libro fue para firmar. Ni más ni menos que tres horas, en la caseta de Editorial SM, un sábado muy caluroso que además era el último. Fue fantástico. Me llevé los rotuladores para hacer dibujitos a mis pequeños lectores. Firmé mucho, conocí a algunos lectores estupendos y charlé con algunos padres y madres igualmente fantásticos. También observé, en silencio, refugiándome en las sombras como un amante de Bécquer.
Vi padres y madres que compraban los libros que querían ellos y no sus hijos. Una madre, por ejemplo, estaba empeñada en llevarse un libro de animales a pesar de que su hijo quería uno de egipcios. "Nos gustan los animales", pluralizaba la buena mujer, ante la mirada desolada del pequeño. Cuando vio, pagó y venció, tuvo el morro de interpelar a su hijo (que me miraba con ojos compungidos) y exigirle un beso: "Después de lo bien que lo hemos hecho contigo, papá y yo nos lo merecemos, ¿no?", le preguntó. El niño lanzó un tímido "no" que (creo) sólo escuché yo. Miraba la portada de mi libro (Se vende mamá)como comprendiendo. Yo también le comprendía a él. Me daban ganas de decirle: "Véndela, chaval. Seguro que si encuentras a uno a quien le gusten los libros de animales, te la compra seguro".
También vi padres que engañan a sus hijos. Sí, sí, y sólo para ahorrarse 15 euros. Ejemplo real. Un niño ve un libro titulado Star Wars.
-Cómpramelo, papá -le dice al padre.
El padre echa al libro un vistazo esquinado.
-No, que está en inglés -contesta.
El niño, valiente, se acerca a la caseta y pregunta:
-¿Ese libro está en inglés?
Contesta alguien con propiedad:
-No. Está en castellano.
El padre dirige una mirada asesina a quien ha contestado y se lleva al niño casi a rastras.
También están los que ante la petición entusiasta de su hijo (que tal vez quiere un libro de Spiderman, por ejemplo, precioso por cierto) le contesta: "No, que ese es de mirar y no de leer". Y se queda tan ancho.
Claro que también observé el comportamiento contrario. El niño o niña apenas manifestaba interés por un tútulo y el padre o madre ya estaba sacando el monedero. Me temo que me identifico con este tipo de conductas. Supongo que a veces a los padres se nos nota demasiado el superlativo interés que tenemos en que lean, aunque itentemos disimular para no parecer sospechosos. Al final, estoy muy de acuerdo en que lo mejor es la indiferencia. Lo que hay que ponderar insistentemente termina por resultar sospechoso. Lo mejor es dar por sentado que los libros son estupendos. Como los macarrones con tomate, la cocacola, las puestas de sol, los parques de atracciones y todas esas cosas tan maravillosas que no necesitan que nadie las alabe todo el tiempo para que nos den ganas de probarlas.
Al final, la Feria del Libro fue lo mejor del mes, como siempre. Un final de temporada digno de un curso fabuloso, del que espero ir contando perlas en este lugar.

La foto: del día en cuestión, y según lo dicho. Creo que se me ve satisfeha.
La tomó Juan Miguel Sánchez Vigil

30 de mayo de 2009

Primer baño de la temporada

La grandeza del mar está hecha para el corazón sin límites de los niños.

26 de mayo de 2009

Jornada de trabajo

Autotraducirse es autotraicionarse.
Y (mucho peor) autoaborrecerse.

Aún me quedan 250 páginas, ¡ay!

21 de mayo de 2009

El paraíso

Antonio Pereira escribió: el paraíso es como un buen hotel a la hora del desayuno.
Ahora él lo sabe, y nosotros le echaremos de menos mucho tiempo.

11 de mayo de 2009

Prisas

De pronto, mi corazón se puso a latir más deprisa. Recuerdo perfectamente dónde estaba y que afuera llovía. No era mi ciudad. Ni es una de esas frases recurrentes con que se empiezan novelas malas. No, no, esta vez era cierto. La ciudad era Santander. Una Santander bajo la lluvia, con sus ancianitas hermosas camuflándose bajo sus paraguas oscuros y unos señores simpáticos esperándome para almorzar. Y yo, encerrada en un baño, resollando mientras me miraba al espejo, refrescándome las mejillas con agua fría y preguntándome qué demonios le estaría pasando a mi corazón. Tal vez se había dado cuenta de algo de repente, el pobre. Nunca se sabe con qué velocidad llegan las noticias a esas profundidades de una misma. Igual son siete años, o tres, y ahora mi víscera se estaba enterando de todo y le estaba dando un síncope.
Fuera como fuera, la primera pérdida de ritmo fue leve. Apenas un pum-pum desacompasado, como el descuido de un soldado que pierde el paso. Luego, la cosa fue a más, se complicó. Mi corazón se tomó la velocidad por costumbre. Le encontró gusto a vivir acelerado. Y esa nueva costumbre suya se convirtió en mi pesadilla. Tal vez, al cabo, se trataba de eso. Tal vez fuese un vendido, mi corazón, un órgano al servicio de quien me detesta (hay varios), un mercenario contratado para llevarme al último estertor simulando que fue un accidente. Nada más natural que la muerte natural.
Fui al médico, claro está. Me sometió a pruebas muy vulgares. En una de ellas me capturaron con una red de pescar besugos. En otra, un médico canijo me abrazó con firmeza y me fotografió el corazón desde todos sus ángulos. Mi corazón posaba, satisfecho de verme a mí tan entrelazada con el doctor canijo. Nada dio ningún resultado. Quiero decir, que todas las pruebas condujeron a confirmar que mi corazón está sano y fuerte y que lo único que le ocurre es que tiene mucha prisa.
¿Prisa por qué?, pregunté. El médico canijo se encogió de hombros. No se sabe. Hay corazones como el suyo. Llegan tarde a todos lados, o eso creen ellos. No hay nada que hacer.
Presentar batalla, pues, era inútil. De modo que me rendí. Decidí vivir al ritmo que marcaba mi corazón. "Yo también sé correr, bonito", le dije a mi víscera. Y comencé a practicar el arte de la prisa. Se me da muy bien.
Me han salido dos canas. En quince días he cumplido nueve años. Ahora hablo en pasado casi siempre. No me dejo tomar fotos de cerca. A los treintañeros les llamo "jóvenes", así, sustantivado: "¡Eh, jóvenes!". No salgo de casa si hace mal tiempo. En el sexo, sólo me pongo debajo. Estoy releyendo "El conde de Montecristo". Miro los libros que me quedan por leer con aire ausente. Hago balances. Reviso el testamento. Vuelvo a escribir el blog.
Dentro de unas horas, comenzaré a morir. No os apuréis, será rápido. El primer caso de muerte uniformemente acelerada de la historia de la literatura española. Esta página me sobrevivirá.

23 de abril de 2009

Feliç Diada de Sant Jordi


Hoy, Diada de Sant Jordi, podemos vernos en las siguientes librerías, donde estaré firmando:

-De 12 a 13:
Llibreria Alibri (Rambla de Catalunya amb Gran Via)

-De 13 a 14:
Abacus (Passeig de Gràcia / Gran Via)

-De 16 a 17:
Llibreria Catalonia (Rda. Sant Pere).

-De 18 a 19:
El Corte Inglés (Avda. Diagonal)

-De 19 a 20:
Casa del Llibre (Passeig de Gràcia)

¡¡¡FELIZ DÍA DEL LIBRO, NAVEGANTES!!!

17 de abril de 2009

Diagonales XI


16 de abril de 2009

Cita a las doce y dos

Ramón de Campoamor: Y aunque de todo me salvé en el mundo, nunca pude salvarme de mí mismo.

14 de abril de 2009

Criaturita

No soy psicóloga. No soy educadora. No soy formadora de formadores. No soy médico. No soy una periodista experta en educación. No soy líder de la Liga de la Leche. Ni siquiera voy a las reuniones de la Asociación de Padres y Madres del cole de mis hijos. Tampoco soy jueza de menores.
Soy madre. Esta es la única razón que me avala para escribir estas líneas.
Una de las mujeres que habla en estas páginas dice que las madres no debemos culparnos, ni dividirnos en bandos. Debemos hacer piña en torno a la maternidad. Hablar del asunto. Analizarlo. Reirnos de nosotras mismas. Ver los distintos puntos de vista: el de aquellas que han escrito y publicado sobre la maternidad y el de las verdaderas protagonistas de este trabajo. Es decir, las madres.
Este libro, pues, no tiene vocación de manual. Quiere ser un espejo. Un reflejo de nosotras mismas que de vez en cuando nos observa, sorprendido. Un puñado de amigas que ponen sus cosas en común, como en una terapia. Un rato de tertulia para hablar de lo que más nos interesa y al mismo tiempo curiosear, compatir, a veces mirando por el hueco de la cerradura.
Porque si algo tenemos claro las madres es que nos gusta contar batallitas. ¡Que suerte tenemos de estar tan acompañadas!

13 de abril de 2009

Lentitud del amor

Una vez conocí en un tren a una mujer que se ufanaba de no haberse enamorado jamás. Se había casado tres veces, eso sí, pero nunca había perdido la cabeza por un hombre. Eso, al parecer la hacía sentir muy orgullosa. Sin ir más lejos, me contó que en aquellos momentos regresaba de París, donde había pasado seis días con su marido. Iba camino de Barcelona, decía ella que «para respirar». «El amor es tan absorbente», opinó, «que en cuanto te descuidas, te esclaviza. Y yo no deseo ser esclava ni de mí misma.»
Estábamos solas en el compartimento. Ella hablaba un buen castellano con acento francés y comía naranjas a la misma velocidad que contaba secretos. Nuestro breve espacio se llenó del olor dulzón del cítrico. Me invitó varias veces a participar en la merendola, pero yo prefería oler las naranjas a comerlas. Y no deseaba perderme detalle de la narración de su vida, que me acortó el largo viaje. De regreso, la convertí en protagonista de un relato. En realidad, pienso ahora, el verdadero protagonista no era ella, sino el tren que propició nuestra complicidad.
Se ha escrito mucho acerca de la relación entre el ferrocarril y el amor. En el siglo XIX, los primeros trenes supusieron una revolución de inmediatez y velocidad en los encuentros amorosos. Los amantes se subían al tren y llegaban descansados a sus destinos. Tecnología punta al servicio del amor.
Suele decirse que Gustave Flaubert, el novelista francés, no habría podido ser amante de Louse Colet de no haber existido el tren que unía París (donde vivía ella) con Rouen (la ciudad de él). Su idilio acaso fue mucho menos apasionado de lo que ella deseaba —a juzgar por sus cartas— y mucho más extenuante de lo que él estaba dispuesto a tolerar, pero sin el tren no habría sido nada de nada, pues la distancia que les separaba era lo bastante grande para que un agotador viaje en diligencia fuera una posibilidad muy poco apetecible.
Cada vez que subo a un tren me da por recordar a la comedora de naranjas y los amores de Flaubert y Louise. Me pregunto qué pasiones propiciará en nuestros días la alta velocidad. Qué conversaciones truncarán las menguadas horas de recorrido. O mejor aún: qué ciudades conocerán los atribulados viajeros que por culpa de un buen conversador, y aún poco habituados al ritmo de las cosas, se pasen de largo de sus destinos. A qué radio de acción puede extenderse el amor en estos modernos tiempos de ferrocarriles confortables. En el fondo, todos estamos de acuerdo con Flaubert. El amor es extenuante. Conviene abordarlo con lentitud.
Sin embargo, la lentitud merece que lleguemos pronto.

12 de abril de 2009

Kyoto de noche



10 de abril de 2009

El país donde las flores posan


Calle concurrida de una gran ciudad a la hora de la comida. Un operario vestido con un mono de trabajo llega con su camión, lo aparca en mitad de un paso de peatones, desciende del vehículo teléfono en mano, cruza la calle a grandes zancadas, se detiene, abre el teléfono y observa un cerezo en flor. Elige la rama que más le gusta, sitúa el aparato a escasos tres centímetros de ella y toma una fotografía. La repite, por si acaso. Luego deshace el camino hasta la cabina de su camión, también a grandes zancadas, y vuelve al trabajo. El cerezo se queda allí, impertérito, precioso, a esperar al siguiente. Como si no le importara.
El escenario es Tokyo y el operario, por supuesto, tiene rasgos japoneses. Por más que pienso, y me esfuerzo en comprender que en lo esencial todos somos iguales en todas partes, no me resulta fácil imaginar a un transportista —pongamos— extremeño, protagonizando la misma escena. Prometo preguntarle a los muchos mensajeros que cada semana me visitan si alguna vez han dado un paso para capturar imágenes de flores fugaces con sus teléfonos móviles.
Es de las cosas que más me gustan de la cultura japonesa: cómo lo delicado, lo sutil, lo apenas perceptible, sobrevive con toda su fuerza en mitad de la prisa de la modernidad, de la tecnología, del mundo cada vez más pequeño y cada vez más superpoblado que todos padecemos.
«Por mucho que el mundo corra o por mucho que nos haga correr, siempre hay que reservar tiempo para lo que apenas dura», nos enseñan.


Por cierto. No creáis que es fácil fotografiar una flor en Japón. La competencia, por lo que acabo de contar, es dura. Retratando la de la imagen que acompaña estas líneas, que vivía la semana pasada en el parque de Ueno, en Tokyo, estábamos tres personas. Dos señoras japonesas y yo misma. Está claro que la modelo, muy ufana, ofreció su mejor pose a los muy honorables visitantes de este pequeño y a mi pesar inconstante rincón del ciberespacio.

21 de marzo de 2009

Futuro perfecto

Lo peor del futuro es que llega enseguida. Con lo placentero que es saborearlo cuando aún acecha, mientras ni siquiera es futuro, sino condicional, posibilidad íntegra que llena el presente de expectativas y sueños. Adoro el futuro abstracto de lo por venir, el que se conjuga en todos los modos posibles. El imperfecto —sólo en el nombre— de indicativo, tan contundente, tan seguro de sí mismo: Amarás. O el pretérito imperfecto de subjuntivo, un canto a la posibilidad, que sólo tiene de llano el lugar donde lleva el acento: Amaras. O mi favorito, el mejor de todos, hasta en el nombre: el futuro perfecto, tan de vuelta de todo que se le adivina la experiencia con sólo mirarlo: Habrás amado.
Adoro ese presente que se alarga a la espera del futuro, las zonas intermedias, la incertidumbre donde aún todo puede pasar. Una de las mejores zonas intermedias de mi vida es el momento de elegir el próximo libro que voy a leer. Me gusta tumbarme en mi sofá con vistas a la biblioteca. Ojear los lomos, reconocerlos desde lejos como se hace con los viejos amigos. Meditar un momento acerca de la posibilidad de volver a verles, de avivar de nuevo lo que nos unió. Descartar algunos sólo con presentirlos. Sin más motivo que aquella vieja verdad: todos los libros tienen un momento idóneo para atracar en la vida de alguien, y el momento de ciertos libros pasó para mí —me temo— hace tiempo. En cambio, hay muchos momentos aún por llegar, muchos títulos estupendos por descubrir. Puede que haya docenas de ellos que ni siquiera se han escrito aún y pensarlo —qué cosas— me hace feliz, como si el mundo fuera un lugar un poco mejor porque aún quedan cosas que contar.
Cuando elijo el próximo libro soy consciente de la gravedad de mi gesto: la vida tendrá una textura u otra dependiendo del nombre que habite en su cubierta, del temperamento y la honestidad del mago que conjure la historia. Querré que deje poso. Desearé que su lectura me haga otra persona distinta de la que soy cuando lo abro. Me gusta imaginarme como una sustancia a la que las palabras dan forma. Alguien imperfecto a quien la Literatura que degusta es capaz de hacer un poco mejor. Qué dicha.
Cuando llega la elección, el placer ya está casi consumado. Adoro decantarme. Conocer todas y cada una de las razones que me llevan a renunciar a unos títulos por otros. Quedarme con uno, abrirlo, olisquearlo, curiosear entre sus páginas como quien entra en el vestíbulo de un nuevo mundo, mordisquear la primera línea, detenerme a analizar a qué sabe. Y sólo después, sí, lanzarme. Aspirar a la perfección de este futuro a mi alcance.

La imagen: La primavera según Elia Olmedo (Barcelona, 2003)