28 de febrero de 2006

Goncharova por Tsvietáieva

Editorial Minúscula acaba de publicar un libro hasta ahora inencontrable en España: Natalia Goncharova. Retrato de una pintora. Se refiere a la pintora vanguardista rusa (1881-1962), que su autora utiliza como excusa para hablar de la creación, de su país, de la infancia y también de otra Natalia Goncharova: la que fue esposa de Alexandr Pushkin (por ella se batió en duelo con Georges D'Anthés, resultando herido y muriendo más tarde). De ella dice la autora, por cierto, que «mujeres así han nacido para arruinar». Dice también Tsvietáieva en este libro que la viuda de Pushkin regaló a su muerte las pertenencias del gran poeta romántico ruso: el abrigo que llevó al duelo (rojo, con cuadritos verdes), el reloj de plata y la cartera con un billete de 25 rublos, un mechón de pelo rubio, la sortija talismán con la esmeralda y la "levita negra con un agujero pequeñito, del tamaño de una uña, a la altura de la ingle del lado derecho". La bala le destrozó la pelvis y le atravesó el intestino. Pushkin agonizó dos días en su casa y murió, a los 38 años, el 27 de enero de 1837. Se dice que para que todos aquellos que deseaban verle pudieran acudir a su velatorio hubo que derribar una de las paredes de su casa. A su entierro acudieron cerca de 50.000 personas.
Dice también Tsvietáieva:
Qué suerte para Rusia que Pushkin haya sido muerto por la mano de un extranjero. ¡No se encontró una mano rusa que lo hiciera!
La obra de Pushkin se ha publicado bien en España pero acaso una de las partes más desconocidas sea su correspondencia, precisamente a Natalia Goncharova, que ha aparecido fragmentariamente. En una de sus cartas, hablando de adulterio, le dice el poeta a la que será su esposa:
Qué diablos. Cuando se abandona al marido, el escándalo tiene que ser completo. Lo demás es nada o poca cosa.
Y hablándole de sus sentimientos (y haciendo méritos para convencer a la familia de Natalia) le dice en otra misiva:
Así que le prometo ser muy amable si usted viene, estaré alegre el lunes, exaltado el martes, el miércoles voy a ser tierno, ligero; el jueves seré lo que usted quiera, el viernes, el sábado y el domingo y la semana entera estaré a sus pies.
Pero mucho más premonitorios que este alegre enamorado son estos versos, que sirven para explicar su muerte y su posteridad:
Nuestra alma en el futuro vive,
la oprime el presente
todo es fugaz, todo pasa,
bien vendrá lo que viniere.

27 de febrero de 2006

El virus de la rusofilia

Ambos estaban en la colección Tus libros, de Anaya. Ahora no sé si fue primero Miguel Strogoff, de Verne o Primer amor, de Turguéniev, pero uno de los dos tuvo la culpa de la rusofilia que ya he padecido el resto de mi vida. Los leí en uno de esos aburridos e interminables veranos sin mar de mi preadolescencia. No debía de tener más de once o doce años. Lo que más me gustaron fueron los nombres, la onomástica y la toponimia. Los paisajes, el frío. El aire aristócrata de los personajes. Gracias a ellos comencé a frecuentar lugares fascinantes de los que nunca he regresado del todo. A los 14 años escribía cuentos (malos, claro) en los que todos los personajes se llamaban Olga Antónova o Mijail Andréievich. Más o menos lo mismo que volví a hacer en El anillo de Irina, la novela en la que aproveché y vertí tanta pasión rusa.
El detonante, esta vez, fue un libro de ensayos rusos de Juan Eduardo Zúñiga llamado El anillo de Pushkin (maravilloso, por cierto). Allí leí por vez primera la historia de un anillo que regaló a Pushkin una prostituta de Kiev y que él llevó hasta que murió en duelo, para luego pasar a su mejor amigo y de él a Turguéniev, quien a su vez lo regaló al amor de su vida, Paulina Viardot y ésta a una de sus hijas (¿tal vez hija de Turguéniev también, pese a que ella estaba casada con el señor Viardot, célebre hispanista y traductor del Quijote al ruso? Tal vez, tal vez...). La pista del anillo se perdió tras la revolución de 1917, cuando desaparece del museo donde se había instalado. Ya nunca más se supo de él. Excepto en mi novela, claro, en que el anillo —un aro de oro con una turquesa— aparece en el dedo de la protagonista, Irina, gracias a una historia familiar que comienza cuando el abuelo le compra el anillo de Pushkin a un oficial del ejército a cambio de un queso y una botella de vino.
Podría deciros que la historia del anillo es tan bonita que no pude resistir la tentación de continuarla. Pero hay algo más: deseaba vivir una temporada en Rusia, como cuando era niña, como me gustaría hacer algún día de menos servidumbres familiares. La única forma que se me ocurrió fue escribir una novela. Como siempre.
Si me lo permitís, durante siete días en este blog trataré de contagiaros el virus de la fiebre rusa. No me será difícil: es terriblemenmte contagioso. Y no hay vacuna.

26 de febrero de 2006

El éxito de la temporada

Esta semana saldrá a la venta el que sin duda será uno de los éxitos de ventas de la temporada. Antes de su lanzamiento, el título —que no desvelaré para poder ser más deslenguada y para jugar un poco a los acertijos— ya viene avalado por la venta de sus derechos de traducción a varios idiomas, por una oferta de Miramax para su adaptación a la gran pantalla, otra oferta de cuatro ceros de la misma firma editorial por la proxima novela —aún no escrita, claro— del autor y un tiraje que cuadriplica el que el sello preveía en un principio.
Periodistas de renombre le dedicarán estos días páginas completas en sus periódicos, y también dobles páginas (yo misma lo he pedido para poder leerlo y estudiar si hablo de él en mi suplemento). El autor es un señor de nombre rimbombante, profesión respetable y talludito. La novela, una trama histórica que los editores presentarán como la versión española de un conocido bestseller norteamericano, necesitó antes de llegar a las librerías una buena limpieza de cara por parte de su editor. Eso que en el gremio se llama un editing, pero de los quirúrgicos.
Sea como sea, el público verá sólo los resultados, como siempre. ¿Qué le importa al lector medio que La sombra del viento esté llena de catalanismos intolerables, que su trama sea repetitiva e ingenua y, a la postre, aburrida? ¿Que Pasiones romanas sea ñoña y tonta? ¿Que La historiadora sea un llover sobre mojado que no aporta nada y, encima, se sobreexplique constantemente? ¿Que lo último de Dan Brown dé una visión de Sevilla que evidencia su nula documentación y su desinterés por la verosimilitud más elemental? ¿Qué le importa al lector medio que antes de que cualquier novela llegue a sus manos haya media docena de personas que la hayan mutilado, engordado, rehecho, con tal de que fuera legible? ¿Acaso valora el lector medio eso que llaman talento de un autor, su profesionalidad, su capacidad de entregar originales que no sólo no necesiten, sino que no admitan intervenciones? ¿Acaso es la literatura algo parecido al cine, un trabajo en equipo?
Prometo, en honor a la verdad, hablar de esa misma novela aquí, con nombres y títulos, si, pese a todo lo que sé, me sorprende al leerla. Ya que rectificar es de sabios, no me importará hacerme un poquito más sabia ante vosotros, amigos, amigas, gente afín a este rincón de la red.

25 de febrero de 2006

El pasado en un diario

Durante un año de su vida, entre agosto de 1997 y agosto de 1998, la escritora estadounidense Phyllis Dorothy James, conocida en todo el mundo por sus novelas negras y de misterio, decidió escribir un diario. No quiso que fuera un diario íntimo:

Guardo muchos recuerdos en los que me resulta dooloroso detenerme. No veo la necesidad de escribir sobre ellos. Pertenecen al pasado y deben ser aceptados, comprendidos y perdonados, no se les debe otorgar más que el lugar que corresponde en una vida larga, en el transcurso de la cual siempre he sabido que la felicidad es un don y no un derecho.
En su diario, P.D. James no habla de intimidades, no hace inventario de su vida privada, pero sí habla, y mucho, de su oficio, de sus trucos como escritora, de sus inicios y de su éxito. También reflexiona sobre el pasado, al que dedica un jugoso párrafo en el prefacio de la obra:
El pasado no es estático. Sólo vive en la memoria, y la memoria es una estratagema para olvidar tanto como para recordar. Ésta tampoco es inmutable. Redescubre, reinventa, reorganiza. Como un pasaje de prosa, puede ser revisada y puntuada de nuevo.
Durante 22 años, yo también escribí un diario. 35 cuadernos. Tiempo atrás pensaba que quería ser incinerada con ellos, pero más tarde cambié de ópinión: no habría ataúd capaz de contenernos a todos; o afearía mucho el funeral la presencia de un ataúd cuadrado, o redondo. Además, un buen día, dejé de escribir diarios. La reorganización de mi magma interior dejó de interesarme. Ahora mis cuadernos se llenan de otras cosas: listas de libros escurridizos, nombres de personajes, posibles títulos, esquemas de novelas, documentación, citas, lecturas... Algún día que tenga ánimo suficiente, emprenderé la obra faraónica de rescatar de mis viejos diarios los pasajes que quiero conservar. Presumo que serán pocos, poquísimos. El resto, lo quemaré yo misma, no vaya a ser que alguien sienta a mi muerte la tentación de leerlos.
De algún modo, este blog rescata aquella vieja vocación mía de cronista del día a día. Sé que algún día tendrá que terminar, como ayer anunció mi amigo Ivan Thays el final de su blog Moleskine, que ha administrado durante 2 años. Puede que también haya para mí "causas de fuerza mayor" que me obliguen algún día a cesar este aprendizaje de la soledad pero, por ahora, las siento lejanas y ajenas.
También he decidido que si un día me diagnostican una enfermedad incurable, comenzaré un diario. En la red, naturalmente. "La creatividad es un recurso interno resuelto con éxito", cita P.D.James en ese prefacio. O los escritores podemos ahorrar mucho en psiquiatras, digo yo.
Por cierto, el diario de P.D. James se titula La hora de la verdad, y está publicado por Ediciones B. Otrosí: tengo una salud de hierro, amigos y amigas que me sufrís, me seguís, me alegráis la vida.

24 de febrero de 2006

Microcuentos de Cristian Villalobos (2)

Suicidio
Agobiado por el hilo musical, se ahorcó con él en la consulta del dentista.

Plenitud
Caen pétalos sobre tu cabeza. No es sorpendente, hoy es un buen día.

23 de febrero de 2006

Soy lo que veis en mí

Hace una semana alguien me dijo que soy un ángel. Aquella noche no pude dormir a causa de la emoción. Desde entonces, en lugar de mis habituales estiramientos, cada vez que necesito apartar la vista veinte segundos de la pantalla revoloteo un poco por el cuarto. Antes de acostarme, barro las plumas que he arrojado sin querer (tienen una fastidiosa tendencia a amontonarse en los rincones más inaccesibles, como las buenas ideas). Con ellas, con las plumas, relleno una almohada. Cuando la termine, se la regalaré a mi amigo para que mi esencia le acompañe por las noches.

22 de febrero de 2006

Amélie Nothomb: nueva novela

No soporto los libros autobiográficos sobre anorexia. Llamadle prejuicio y estaréis en lo cierto. La última novela de la belga de ascendencia japonesa Amélie Nothomb trata de anorexia y, para no variar, es autobiográfica. No sé si la leeré. Y eso que la autora francesa despierta en mí una fascinación extraña desde que me la recomendó una buena amiga. Empecé por Cosmética del enemigo. Seguí por Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, El sabotaje amoroso, Antichrista... Ahora me espera Diccionario de nombres propios, que caerá pronto. Mi favorita es Estupor y temblores, una novela que explica la humillación a que una occidental es sometida en una empresa japonesa y que describe la profunda zanja que separa Oriente de Occidente. Hace un retrato despiadado de la mujer japonesa y uno mucho más terrible de los occidentales vistos por los nipones. Además, sorprende el ritmo y el sentido del humor, la agilidad y la brevedad de la historia. Es todo un acieerto, y lo único que puedo lamentar es haberla leído tan pronto: le va a costar mucho a su autora cautovarme tanto otra vez.
Nothomb me parece una buena escritora: es muy talentosa, tiene un innegable mundo propio, es ciudadana del mundo (o, por lo menos, de varios países) y posee grandes dotes para contar casi cualquier cosa. Pero también es, en lo malo, una hija de su tiempo: llevada por las prisas y por un cierto desquiciamiento que la lleva a esribir sin descanso. Ella misma confiesa que escribe tres libros al año por lo menos y que en sus 38 años de vida ha terminado 58 novelas, de las cuales sólo ha publicado una pequeña parte.
Bueno, tal vez sí terminaré leyendo Biografía del hambre. Me cae simpática esta Nothomb. ¿Será porque me identifico con ella en muchas cosas, sobre todo en las malas?

21 de febrero de 2006

Cromatismo (microcuento)

Cuando le conocí era rubio. Un día, de pronto, comenzó a oscurecer. Muy deprisa.

Le dejé cuando pasó de castaño a oscuro.

20 de febrero de 2006

Jamais: una estafa


En abril de 1998, cuando todavía me presentaba a cualquier concurso de cuentos dotado con cien mil pesetillas, tomé parte en un supuesto concurso organizado por la entonces recién lanzada Editorial Jamais. No gané, lo cual solía ocurrir, pero al cabo de unas pocas semanas recibí una extraña carta, a la que se adjuntaba un contrato de edición. Santiago Rojas, director de Jamais, firmaba la carta, donde me decía que habían contado los caracteres de mi cuento y que si pagaba la módica cantidad de 18.000 pesetas sería publicado en una recopilación de los finalistas del concurso que se llamaría 100 relatos geniales. Todo aquello tenía un inquietante tufillo a desvergüenza que me alentó a la hora de escribir al tal Santiago Rojas una carta en términos muy contundentes (yo entonces no era inédita y, por supuesto, tampoco gilipollas). Entre otras cosas, le decía así:
Convocar un concurso literario sin la intención de llevarlo a cabo en realidad y sólo como reclamo comercial es un fraude. Su método es, no sólo poco sutil, también de muy mal gusto. Le sugiero que si desea llevar a cabo su abnominable cometido cambie de estrategia o nadie que valga la pena le hará ningún caso. Que pagar por publicar es una alienación a la que ningún autor debería prestarse y que sólo el desconocimiento, la excesiva ingenuidad o la falta más absoluta de calidad literaria nutren empresas como la de ustedes.
Cuatro días más tarde, el 24 de abril de 1998, el director de Editorial Jamais contestó a mi carta en estos términos:
Le engañaría si no confesara que su carta me ha resultado brutal, además de un punto injusta. (...) Lamento que haya encajado la selección de su relato para dicho libro como una tragedia y no como una buena noticia. Le aseguro que esta forma de hacer las cosas va a permitir que muchos autores noveles de España y aun del exterior puedan ver su obra publicada y puedan iniciar una carrera literaria. No debe olvidar que todas las personas que escriben no tienen una actitud tan inamovible como usted a la hora de hallar el sistema de edición que le haga posible ver su obra publicada.
Hasta hace un par de semanas no ha tenido lugar el desenlace de aquella vieja historia. En un artículo sobre autoedición y edición suvbencionada que publicó El Cultural, se hablaba en estos términos de:
EL CASO JAMAIS
Desde hace cuatro años medio centenar de autores de España e Hispanoamérica se enfrentan en los tribunales a Santiago Rojas, de la editorial sevillana Jamais, aunque cientos no quieren dar la cara por vergüenza. Al parecer, Rojas ofrecía en internet y en revistas la publicación de libros a precios competitivos, garantizando la distribución y la promoción periodística. «Después –explica una de las víctimas– te prometía que eres el próximo Coelho, y te pedía que fueses su socia. El paso siguiente era la firma de un contrato estándar: 5000 copias, distribución nacional, presentación con grandes personalidades del mundo de las letras... A partir del cobro todo eran excusas». «Hace cuatro años –afirma Antonio González– firmé un contrato de publicación de un poemario del que guardo copia y justificaciones de ingreso a favor de Rojas de unas 400.000 ptas. El contrato establecía un plazo máximo de publicación de año y medio. A fecha de hoy tengo sólo un contrato, medio millón menos, y pocas ganas de publicar».
Os recomiendo, después de saber la verdad, volver a leer las palabras del editor quien, según un artículo de Diario de Sevilla, también le debe un buen dinero a los impresores y, por supuesto, está ilocalizable. Lo dicho: un tufo a cosa mal hecha...

19 de febrero de 2006

Cristina Cerrada

Cristina Cerrada ha ganado la última convocatoria del Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla con su primera novela, Calor de hogar S.A. Como cuentista, ya se había revelado como una de las voces más singulares de su generación, y había publicado dos títulos: Noctámbulos y Compañía, ambos en Editorial Lengua de Trapo. Cristina ha accedido a responder a un par de preguntas en exclusiva para este blog. Si queréis saber más de ella, en la sección Biblioteca de mi web podréis leerla.
—¿Cómo ha sido el paso a la novela de la Cristina Cerrada cuentista que todos conocíamos?
—No lo sé. Hace tiempo que empecé a escribir la novela (me refiero a Calor de Hogar, S.A), cuya primera redacción concluí mucho antes de escribir Noctámbulos. Para mí no hay tanta diferencia entre el tipo de cuento que yo escribo y la novela, que, de hecho, construyo partiendo de una configuración de la estructura en cuyos cimientos se encuentra la del cuento.

—Has dicho algunas veces que construyes personajes a fuerza de una suma de detalles, podrías explicar un poco esto?
—El personaje no es sólo lo que el narrador dice de él, ni siquiera lo que dice él mismo. El personaje es lo que los otros personajes dicen de él, lo que hacen cuando él está delante, lo que no hacen. Las historias que confluyen en el vértice que el personaje es (y me refiero, sobretodo, a las historias secundarias, pues se puede decir que los personajes secundarios son, en realidad, «subsidiarios de» el personaje principal). Las horas del día o de la noche en que las cosas le suceden, el tiempo (no es lo mismo que llueva o haga sol cuando el personaje se pone en camino hacia su destino), el color de su coche, la ropa que lleva, la forma en que le lame (o no) su perro. Los gestos, los movimientos, la forma en que orquesta la información que nos llega de él —a través del narrador. Y sobre todo, el personaje es su conflicto, su especial problemática, la forma en que se enfrenta al universo de la historia, el particular punto de vista —el suyo— que transita el relato (o debería) de principio a fin (no es la misma historia si la cuenta Caperucita que si la cuenta el Lobo. Y, por otra parte, qué distintos personajes resultarían ser Caperucita y el Lobo dependiendo de si la historia fuese la historia de Caperucita o la del Lobo Feroz). No imagino otra forma de construir personajes que a fuerza de detalles, como no imagino otra forma de llegar a conocer a alguien (ni siquiera de que alguien se conozca a sí mismo. ¿O habrá alguien que se haya construido de una vez?).

18 de febrero de 2006

Los lugares comunes de Flaubert (y 2)

Antes de poner a Flaubert en su justo lugar en el orden alfabético de mi biblioteca (Felding, Finn Garner, Flaubert, Fo, Fole...) os dejo aquí lo mejor de su Diccionario de lugares comunes.

Ajedrez: Demasiado serio como juego, demasiado fútil como ciencia.

Barba: Útil para proteger las corbatas.

Bosques: Muy apropiados para escribir versos.

Corán: Libro de Mahoma en el que sólo se habla de mujeres.

Corsé: Impide tener hijos.

Cúpula: proeza arquitectónica.

Desierto: Produce dátiles.

Diccionario: Sólo son útiles para los ignorantes.

Estreñimiento: Influye en las ideas políticas.

-Todos los escritores son unos estreñidos.

Fósiles: La prueba del Diluvio.

Homero: Nunca existió.

Hormigas: Inspiraron las cajas de ahorros.

Infinitesimal: No se sabe lo que es, pero tiene relación con la homeopatía.

Introductor: Término obsceno.

Laconismo: Lengua que ya no se habla.

Matemáticas: Secan el corazón.

Medianoche: Hora límite para el trabajo y los placeres honrados. Todo lo que se hace después es inmoral.

Pederastia: Enfermedad que padecen todos los hombres de cierta edad.

17 de febrero de 2006

Vuelta a casa

Estar lejos de casa: Extrañar unas manos que recorran tu cuerpo por las noches. Refugiarse en los libros, compañeros de siempre; escribir: un instinto, un subterfugio, un truco para alejar a los fantasmas del silencio. Y el silencio, en este justo instante de mi vida: un caro capricho.

Regresar a casa (ya sólo es una cosa): La risa impagable de mis hijos, al verme.

16 de febrero de 2006

Los lugares comunes de Flaubert

En este viaje que me tiene lejos de casa y cerca de mis cosas, me acompaña Flaubert. Hoy estamos en Jerez de la Frontera. Voy leyendo el Diccionario de lugares comunes, recién editado por Edaf en bolsillo, que el autor dejó inacabado pese a trabajar en él durante muchos años de su vida. Tampoco escribió para él el extenso prólogo que tantas veces había descrito en su correspondencia.
De todas las entradas de este atípico diccionario, y atendiendo a la alta densidad de escritores que hay por aquí, os dejo ésta:

Novelas: Corrompen a las masas
-Por entregas son menos inmorales que en un solo volumen.
-Únicamente se pueden tolerar las novelas históricas porque enseñan historia.
-Hay novelas escritas con la punta de un escalpelo y otras que reposan sobre la punta de una aguja.

De esto último, me hubieran gustado ejemplos.

15 de febrero de 2006

Libros-puerta

Nunca hubiera leído a Fredric Brown si César Mallorquí no lo hubiera recomendado en su blog y el editor de Bibliópolis no me hubiera enviado muy amablemente un ejemplar de Marcianos go home! una desternillante novela en la que 1000 millones de marcianos —diminutos y verdes— aparecen simultáneamente en la tierra con el fin de observar a los humanos y demostrarles lo mucho que les desprecian. Los marcianos aparecen gracias a la técnica de la kwimación, una teleportación que acaban de perfeccionar y que les permite desplazarse millones de quilómetros en lo que dura un parpadeo. Cuando están cansados de ver humanos y putearlos, kwiman en sencillo contrario y se acaba la novela. Lo dicho: jamás la hubiera leído. Por algo de prejuicio, lo reconozco.
El día anterior al de la recepción del libro de Brown tambien editado por Bibliópolis estuve en Laie, una de mis dos librerías de cabecera, y compré un libro de relatos de Robert Bloch, uno de esos escritores de género estadounidenses que se hicieron célebres publicando en las revistas de los años 30 y 40 (y gracias a la adaptación que de su Psicosis hico Alfred Hitchcock). Brown era otro de ellos. El libro de Bloch se titula Dulces sueños..., contiene 15 relatos y lo ha publicado Valdemar en su colección Gótica. Lo dejé en una de las tres pilas de libros por leer: la de prioridad alta.
La lectura de la historia de los marcinaos verdes de Brown me llevó a rastrear más cosas de él en los arcones virtuales de los libreros de lance. Encontré dos: una novela de edición infumable y título ídem: El asesinato puede ser divertido (Diana, México, 1963), en cuya portada reza —glups!— «programas policiacos de radio que sirvieron de inspiración para crímenes reales» (confieso que no me atrevo a hincarle el diente aún) y un libro de relatos publicado por Bruguera en 1978 titulado El ratón estelar —en inglés era The Best of Fredric Brown, qué cosas—. El prólogo a este libro estaba firmado por, ¡sorpresa!, Robert Bloch, quien además de hacer un interesante recorrido por la trayectoria de Brown como autor de serie negra y de ficción científica, se declaraba el mejor amigo que tuvo el creador de marcianos antes de morir tempranamente a causa de sus dificultades respiratorias.
El ratón estelar es un libro interesante, donde Brown hace gala de su mucho oficio y sus innegables habilidades como narrador. Es un maestro de la construcción y, sobretodo, del final sorprendente. No puedo resistirme a inaugurar con uno de sus mejores textos —también uno de los más breves— una sección de cosas para picar que bautizo como Wan-Tun frito. Huelga decir que ninguno de los libros a los que me he referido es, en este momento, fácil de conseguir, salvo en las librerías de viejo.
El libro de Bloch cayó a continuación. Sus cuentos me gustan más que los de su amigo: es hábil presentando personajes, sus diálogos son verosímiles como pocos y las situaciones, aunque a veces algo manidas, están muy bien resueltas. Me sentí como a los 15 años volviendo al género terrorífico, que tan mal (¡y tan bien!) me lo pasar en la adolescencia.
Me encantan los libros-puerta, ese pasadizo que se construye a veces entre dos libros, o entre los libros y la vida, y que se recorre con entusiasmo. No habría leído a Brown sin César. Brown traía a Bloch de la mano. Bloch y Brown eran amigos. También César es amigo mío. Ahora los he leído a los dos. O a los tres, si cuento a César.

14 de febrero de 2006

Buf

Ayer, por primera vez desde que se abrió este blog, fui infiel a él (y, por ende, a vosotros). Sabed que sólo dos cosas me pueden apartar de escribir a diario: la muerte o un error irreparable en la conexión Wi-Fi en el hotel de Triana (Sevilla), donde me alojo. Por fortuna, fue lo segundo.

Valentine's Day.

El amor no compartido es una hemorragia.
(Michel Huellebecq)

Enamorado: Amante sin libertad para amar.

Matrimonio: Ideal del amor que tienen los perezosos.

(Rafael Argullol)

Cursi: El amor cuando le ocurre a otro.

Este ramillete de frases sobre el amor, con cosecha propia, para desearos que por lo menos una vez en la vida os enamoréis de quien no debéis.

Peligro, microcuento de Cristian Villalobos*


Éramos cuatro gatos. Los otros tres me daban miedo.

* Cristian Villalobos es un excelente escritor que permanece inédito. Tiene 33 años, es de Barcelona y es amigo mío, pero eso lo digo sólo por presumir. En sucesivas entradas os iré dando a conocer algunos de sus excelentes microcuentos. Éste de hoy ha sido mi favorito desde que lo leí hace ya, por lo menos, 5 años. Espero que os gusten tanto como a mí.

Ilustración: Mercedes Ruiz Navarro.

12 de febrero de 2006

Adrián Olmedo, 4 años, creador del lenguaje (2)

Lafitos: Como bien dice en el paquete, se trata de "pasta con vegetales" (fito: vegetal). El vulgo se empeña en desoír la etimología de las palabras y los llama "lacitos". En casa, se comen en ensalada y con boloñesa.

Dragona: Cualidad de quien "draga" mucho. Dícese también de las señoras glotonas, en especial aquellas que pertenecen a la familia.

Bebida ipsotónica: Como su nombre indica, es el brebaje que quita el cansancio ipso facto.

Micromondas: Electromodéstico.

(Continuará)

11 de febrero de 2006

Depeche Mode: minicrónica

Hoy llego tarde al blog, pero tengo un buen motivo: anoche fui una de las 36.000 personas que asistieron al primero de los conciertos de Depeche Mode en Barcelona. Fue impresionante. Pero como eso ya lo podéis leer en la prensa, os aporto los datos frívolos a los que tan aficionada soy: Martin L. Gore está muy mono con alitas negras de angelito caído, pero se le corría el rímel (y se veía por la pantalla gigante). De Andrew Fletcher decían sus fans más constantes que está echando papada y tripa. Yo, como soy fan sobrevenida, me reservo mi opinión. En realidad, creo que no tengo opinión, porque no vi nada: los ojos se me iban tras David Gahan, el líder del grupo, que mueve el culete que da gusto. Qué arte tiene, el tipo, en encender a las masas en general y a mí en particular. Y, de paso, qué palmito, y qué voz, a sus 43 años en canal...
Pero de todo el concierto, me quedo con el fragmento de una canción que me cantaron mirándome muy fijamente a los ojos:

Some people have to be
Permanently together
Lovers devoted to
Each other forever
Now I’ve got things to do
And I’ve said before that
I know you have too
When I’m not there
In spirit I’ll be there

Emociones como ésta, comprenderéis, la dejan a una tan agotada que no es capaz ni de llegar a tiempo al blog, como todos los días.
Fotografía: Leo Ortiz (¡gracias, Leo!)

10 de febrero de 2006

Al habla con Pinocchio (microcuento)


La verdad es el consuelo de los imbéciles.

9 de febrero de 2006

Margaret Atwood 15 años después

El 24 de septiembre de 1990 entrevisté a la escritora canadiense Margaret Atwood para el Diari de Barcelona, del que entonces era redactora. Hace un par de noches terminé un librito de conferencias —¿por qué se empeñarán en llamarlas «ensayos» en el prólogo?— que acaba de publicar Lumen bajo el horrísono título de la primera de ellas, La maldición de Eva (y ni eso, porque esa primera se llama La maldición de Eva o lo que aprendí en el colegio, que es algo mejor). En ese libro, Atwood habla del oficio de escribir, dedica unas pocas páginas a dos de sus progenitores literarios —Orwell y Woolf—, se ríe de sí misma con sentido deportivo y lo estropea al final dirigiendo una carta lamentable a América (el editor debería haber arrancado esas ¿3? ¿4 hojas?; y ya de paso también el prólogo de Mercedes Monmany). No es un libro imprescindible, pero sí interesante.
Entre la lectura de estas conferencias y aquella entrevista han transcurrido 15 años. Recuerdo que en aquella ocasión comparecí donde me había citado su editorial de entonces —y que hoy es la mía—, Ediciones B: el Hotel Calderón, en la Rambla de Cataluña, de Barcelona. La recuerdo envarada y antipática. No me cayó nada bien. Aunque pensé que escribir valía la pena si te transformaba en alguien tan borde, tan capaz de mirar a alguien como yo como al mosquito que se posa en su antebrazo.
Esta mañana, cuando buscaba la entrevista publicada (esta que veis, pero que por fortuna no podéis leer) lo he comprendido todo. Horror: ¡le pregunté qué era la literatura femenina y si la practicaba!, si se sentía distinta por ser mujer y escritora, si le daba miedo la página en blanco e incluso por qué vivía en Toronto (imagino que para mí, que tenía 20 añitos en aquel momento, vivir en Toronto era el colmo del exotismo).
En La maldición de Eva se refiere con mucha gracia a este tipo de preguntas imbéciles formuladas por periodistas que o bien no han leído el libro o bien lo han leído y no han entendido gran cosa (yo pertenecía al segundo grupo porque, desde luego, a voluntariosa y trabajadora no me ganaba nadie) y habla también del tedio de repetirse y de repetir mil veces lo mismo ante interrogadores recién salidos del parvulario que ni siquiera se toman la molestia de grabar la conversación para luego no tener que escucharla, y aparecen en la temible compañía de su cuaderno y su boli bic, ah, cuánta bisoñez.
Para colmo de males, el fotógrafo que me acompañaba le pidió eso tan horrible con que los fotógrafos castigan a los escritores: «¿Podrias sostener tus libros? Que parezca natural.» Es como si pudiera oírle, y eso que no estuve presente en la sesión de fotos, pero sólo hay que ver la cara de Atwood en la imagen que acompaña la entrevista para entender lo harta que estaba de todos nosotros. Claro: ¡Nunca se parece natural sosteniendo uno de tus libros, qué memez!
Nunca podrá imaginar Margaret Atwood lo bien que la he comprendido, 15 años después, al leerla de nuevo. Ahora que jamás hablo con nadie de la prensa sin grabadora o correo electrónico de por medio. Ahora que, irremediablemente, camino hacia esa suficiencia que da tener 50 años, dejar que te entreviste una niña de 20 y te pregunte por qué vives en Toronto.

Y para dejaros algo de sus palabras, un fragmento sobre el oficio de escribir que me parece lleno de verdad:
Está la página en blanco. Está la historia que quiere dominarte y está tu resistencia a que eso suceda. Está tu deseo de liberarte de aquello, de esa servidumbre, hacer novillos, hacer cualquier cualquier cosa. Hacer la colada, ver una película. Están las palabras con sus inercias, sus matices, sus insuficiencias y su grandeza. Están los riesgos que corres y la serenidad que pierdes, y la ayuda que te llega cuando menos lo esperas. Está la revisión minuciosa, las tachaduras, las páginas arrugadas que inundan el suelo de papeles para tirar. Está la frase que sabes que vas a conservar. Al día sifguiente la página en blanco. Te entregas a ella como una sonámbula. Algo te empuja, que luego no puedes recordar. Miras lo que has escrito. Es inútil. Empiezas de nuevo. Nunca es fácil.

8 de febrero de 2006

Grandes existencias

De Juan Casamayor, el editor de Páginas de Espu- ma, se podría decir lo mismo que de Augusto Monterroso dice Bryce Echenique: es tan pequeño que no le cabe la menor duda. De ese firme convencimiento ha sacado este hombre menudo la energía para echar adelante un proyecto editorial valiente como pocos. Páginas de Espuma es un sello especializado en el cuento literario, que en poco tiempo se ha confeccionado —y sigue haciéndolo— uno de los mejores catálogos dedicados al género del panorama hispanoamericano y que, por si eso fuera poco, se ha atrevido a llevar adelante proyectos como el de Pequeñas resistencias, que hoy quiero recomendaros, y del cual acaba de publicacarse el cuarto volumen, centrado en el cuento norteamericano y caribeño.
Pequeñas resistencias empezó con una antología de Andrés Neuman centrada en el nuevo cuento hecho en España. El criterio generacional era claro: nacidos después de 1960. Debían —debíamos, puesto que me incluyó— haber publicado, al menos, un libro de cuentos en una editorial comercial. Con los mismos criterios se dedicó en tomo 2 al cuento centroamericano y caribeño, el 3 al sudamericano y ahora el 4 al que se hace en Norteamérica. Es decir: en México, Estados Unidos y Canadá.
Esto es lo que dijo de ella J. Ernesto Atala-Dip en Babelia hace apenas una semana:
Se trata de que la sensación que nos deja su lectura es la de que todas las piezas elegidas (todas pertenecientes a libros editados) sintonizan con las exigencias básicas del cuento contemporáneo: sentido de la transfiguración de la realidad, inventiva y metaforización, concisión y sentido revelador del ocultamiento de lo narrado.
Corren buenos tiempos para quienes amamos el género breve. Y como no hay entrada sin información ni blog sin estriptís, diré después de lo dicho que en abril se publicará en Páginas de Espuma una Antología del Nuevo Cuento catalán (10 autores nacidos entre 1960 y 1974, a saber: Eduard Márquez, Vicenç Pagès, Flavia Company, Toni Sala, Jordi Puntí, Albert Calls, Màrius Serra, Pere Guixà, Xavier Gual y David Ventura) que conozco bien. Tan bien como las madres conocen a sus criaturas (y eso es mucho, os lo aseguro).

7 de febrero de 2006

Biblioteca Breve: crónica


Como cada año, ayer estuve en el fallo del Premio Biblioteca Breve. Un lugar estupendo para ver a los amigos a quienes sólo ves una vez al año en el fallo del Biblioteca Breve. Lo malo será que un año se lo den a uno de ellos y no podamos disfrutar de su compañía porque deberá atender a los medios de comunicación y hacer esas cosas horribles que hay que hacer cuando ganas un premio literario (emocionarte, sonreír, ser estupendo/a, en fin...). Luisa Castro, por cierto, recordaba con sus brillos a una bailarina de charlestón de los años 20. El lugar, un poco claustrofóbico y caluroso, la Casa Fuster de Barcelona (han repetido ubicación): muy bonito el primer piso, donde el cóctel, pero insufrible el sótano donde dan de comer («¿Qué sería esto antes? ¿El establo?», se preguntaba Robert Saladrigas). El poder de convocatoria de Seix Barral, enorme, como siempre, casi inverosímil (y eso que la verosimilitud es tan importante en la narrativa...). Eduardo Mendoza está cada día más joven. Le hablé de mis hijos: «Un hijo es como una novela que no se termina de corregir nunca», me dijo. Caballero Bonald me estrechó las manos cando le felicité por el Nacional de las Letras. Invité a cenar a casa a Jorge Volpi, que ahora vive en San Sebastián (Jorge, no te olvides). Ángela Vallvey estaba más guapa que nunca (las fotos jamás le hacen justicia), diciendo que las relaciones públicas no se le dan bien. Mentira. Andrés Neuman me tocó el culo. Creo que mi culo le gustó más que de costumbre. A mí él me gusta tanto como siempre (con perdón, ambas cosas, de Erika). Qué peligro tiene, tan guapo, tan inteligente y tan talentoso. Para ser perfecto a la par que de mi gusto le falta un palmo (mejor dos). Ah, y que el Caballero de Olmedo amenaza con tocarle el culo a su novia cuando nos veamos. Ejem. Poli G. Navarro estaba como siempre, efusivo, querible, peludo. Fernando Iwasaki, en cambio, tenía un cierto aire de dandy recién abandonado. Igual que Juan Manuel González, pero en él es más habitual, ya no sorprende. Yo siempre abandonaría, además, a un hombre que fumara en pipa. A Rosa Regás la vi algo más pálida y arrugada de lo que esperaba. Ana María Moix llevaba un abrigo horrible. Susana Fortes estaría más guapa con 10 kilos más. Emili Teixidor se escamaba de que la portada del libro ya estuviera en el punto de lectura que nos regalaron con el menú del almuerzo. Robert Saladrigas no encontró la hueva de trucha en la ¿ensalada? que nos sirvieron como primer plato. ¿Ensalada? Un yerbajo viudo. El segundo estuvo mejor (una muestra de cordero), y el postre, espectacular. Bien: mejor en sentido ascendente que al revés. Joaquín Pérez Azaústre está cada vez más guapo, qué ojazos, qué todo, y le dejé por Caballero Bonald, qué idiota soy (aunque creo que lo entendió y hasta lo aprobó). Ricard Ruiz, de negro como acostumbra, con esa sonrisa con hoyuelo incluido. Gabi Martínez, el hombre serio, también como suele. Y todos los que no nombro. Editores (ah, qué fascinantes), agentes (siempre a punto de despellejar a alguien), periodistas (se les reconoce por su libreta o su prisa, o ambas cosas). Una agente, por cierto, contó varias intimidades y algunas porquerías de la flamante ganadora de la velada en mi misma mesa. Entretenido pero imperdonable y, por tanto, irreproducible. La mía, en cambio, lo digo y lo diré hasta la muerte, se caracteriza por no cometer jamás este tipo de ordinarieces. Y luego estaba esa plasta de Care Santos, hablándole a todo el mundo de sus tres niños y del año estragado pero felicísimo que padece. Seguro que más de uno la evita a partir de ahora, a ella, al tema o a ambas cosas a la vez. Ah, y dejo para el final lo mejor: una periodista que también es escritora y también es inteligente, Eva Piquer, me felicitó, nada más llegar, por el punto final de la entrada de ayer y anticipándose a mi torpeza me dijo que lee este blog (hola, Eva, maca!), qué alegría. En fin. Sólo espero que esta crónica sesgada del Biblioteca Breve no sea como todo lo que se lee por ahí de los premios literarios, amigos y amigas que os detenéis aquí.

6 de febrero de 2006

Finis Coronat Opus


Esta mañana me siento eufórica: ayer por la noche, a eso de las diez y media, puse el punto final a una novela a la que he estado rondando, de un modo u otro, durante el último año y medio.
Me gusta conocer las emociones de los autores cuando terminan algo importante. Algunos dicen que se sienten deprimidos por tener que abandonar esa especie de territorio feliz que es siempre una obra de ficción (cuando crees en ella).
Fin: Una habitación con vistas sobre la nada, dice Rafael Argullol en su Breviario de la aurora. Hay otros que dicen sentir liberación, libertad sobrevenida, permiso para salir a que les dé el aire. No me identifico con ninguno. Soy optimista patológica y escribo porque disfruto. Cuando más libre soy es cuando escribo y el aire también entra por las ventanas, aunque me gusta dar largas caminatas siempre que puedo. Ayudan a pensar en los personajes y en las tramas, además.
Lo que más siento cuando termino una novela, sobre todo si es una novela extensa, como esta (333 páginas han salido, qué cosas) es que he vencido en una especie de pulso contra mí misma. Lo que experimento creo que es lo más parecido a lo que siente un deportista el día después de conseguir una victoria importante. Aunque nunca he practicado deporte en serio, así que tal vez me equivoco de medio a medio.
Respecto a reacciones ajenas, con la que más me identifico es con aquella respuesta estupenda que dio una vez Patricia Highsmith en una entrevista:
—¿Cuánto descansa entre que termina un libro y empieza otro?
—Quince segundos.
Pues eso. Mañana abriré la puerta a otro mundo. De ficción, por supuesto.

5 de febrero de 2006

Compañeros de viaje


Seguro que no descubro nada a los selectos visitantes de este blog si digo que El Acantilado es una de las mejores editoriales del momento. Un sellol donde se siguen publicando perlas de difícil catalogación que muy difícilmente tendrían cabida en otra parte.
Acaban de aparecer, precisamente, dos libros de Rafael Argullol aptos para recomendar a los mejores amigos. Quienes hace años seguimos a su autor por los papeles tenemos la suerte de ver ahora reunidos sus artículos escritos durante 25 años en Enciclopedia del crepúsculo. El autor explica en la introducción que escribió estos textos al atardecer —de ahí el título— y siempre deseando estar al otro lado del cristal. Es decir, viviendo y no escribiendo. Están ordenados alfabéticamente, datados con precisión y acompañados de un índice onomástico. Desbordan inteligencia, como era de esperar. Y oficio, y sensatez y cierta mala leche, también. En la entrada Estupidez, por ejemplo, se puede leer lo siguiente respecto del gobierno del PP y sus ocho años de ídem:
Durante los ocho años de gobierno del Partido Popular la vida pública ha alcanzado sus cotas culturales más bajas, hasta el punto que se ha hecho consistente la amenaza del pensamiento cero. Quizá sería injusto atribuirle todo mérito a aquel gobiernom pero no hay duda de que sí es responsable de una parte importante de la devastación intelectual del país. Ajena a toda capacidad crítica en el Parlamento, la administraciuón de José María Aznar ha llevado a las últimas consecuencias la desertización de la educación y la estupidización de la televisión pública, un verdadero apocalipsis de la mente.
El libro se complementa o se acompaña de otro, de pequeño formato (se ha publicado en la colección Cuadernos) titulado Breviario de la aurora en el que, siguiendo fiel al orden alfabético, recoge Argullol breves definiciones que son pequeñas joyas. Una muestra:
No: La sílaba que cultiva quien preserva su libertad.
Palabra: La huella del sonido original.
Demonio: El que habita en nuestro interior y hace miles de años simulamos haber encontrado en las afueras.
Debo emprender un viaje la semana que viene. Estoy deseando elegirlos como compañeros.

4 de febrero de 2006

Celebración de la amistad


La amistad tiene una ventaja grande sobre el matrimonio: no es exigente. Puedes estar siete años sin ver a un amigo, apenas sabiendo de él por correos electrónicos dispersos, que a veces dicen poco o casi nada, pero puedes volver a verle después de ese tiemo, ir a cenar con él, y sentirte como si entre la última vez y esta cena hubiera habido un vacío, eso que en literatura se llama una elipsis. El amigo no te echa en cara que no le atiendas, o que atiendas más a otro que a él, o que te dediques a otras cosas. Tengo varios buenos amigos con quienes mantengo una relación epistolar de cartas muy distanciadas, y de los que, sin embargo, me siento muy cerca. Aunque a veces, también hay amigos que se divorcian de mí, que me dejan para siempre, y a los que nunca termino de echar de menos.
Todo esto viene a cuento de que ayer fue para mí una especie de día de celebración de la amistad a lo largo y ancho. A mediodía, aprendí de mis mejores amigos muchas cosas gracias a una pregunta que les formulé por correo electrónico y que ellos, tal y como esperaba, respondieron enseguida. Me pasa a menudo: aprendo de ellos, de mis mejores amigos. Son grandes tipos y tipas.
Por la noche, cené con Israel Centeno, a quien vi por última vez en Caracas en 1999. Estaba acompañado de su hija, que se encargó de recordarnos con su sola presencia el paso del tiempo: la última vez que la vi era una niñita. Ahora es una mujer camino de la exuberancia. Hablamos de política y de literatura. De amigos comunes: los cercanos y los lejanos. Recordamos a Graciela, su mujer, quien me enseñó a hacer arepas («está cocida cuando suena a tripa llena»). Brindamos por repetir el encuentro «aquí, allá o acullá» y nos despedimos deseando que fuera antes de 7 años.
No ocurrirá nada si no lo cumplimos.
(Desde hoy, además, Israel estará un poco más cerca gracias a este blog, que enlazo con el suyo.)

3 de febrero de 2006

El invierno de los árboles (6)

Recuerdo o reescribo, no sé, a Julio Cortázar cuando pienso:
A los árboles hay que ir a verlos
porque ellos no se molestan.
Y para compensar el frío de esta imagen, que tomé hace más o menos un año en Zaragoza, el cuento de febrero (en Gazpacho) no puede tener más cálido escenario.

Feliz viernes, amigos, amigas.

2 de febrero de 2006

La amistad es un arte difícil (microcuento)


Le dijo el ratón al gato:
—Ya que en tantos años no he sido capaz de comprenderte, a partir de mañana te juzgaré.

1 de febrero de 2006

5 Rarezas Severas


Hoy es el día de San Severo. Tengo un buen plan para celebrarlo: una comida con un par de buenas amigas, con sorpresa incluida. Para celebrarlo con vosotros, amigos y amigas que honráis y justificáis este blog con vuestra presencia, recojo una idea de mi primo Oriol y paso a enumeraros las que creo mis 5 mayores rarezas.
1) Colecciono plumas estilográficas pero jamás de los jamases las saco de casa.
2) Nunca he fregado la encimera de la cocina porque me deprime.
3) No puedo empezar a escribir nada si antes no sé cómo se titula.
4) Me gusta fotografiar copas de árboles y ventanas.
y 5) De vez en cuando bebo manzanilla con leche.
Me doy cuenta de que en esto de las rarezas soy más bien sosa, qué decepción. Os enumero 5 rarezas de gente que conozco, a ver si dan más de si.
1) Un tío mío dormía con el brazo levantado, en ángulo recto con respecto al cuerpo. Su mujer, mi tía, no podía pegar ojo hasta ver dónde caía el brazo.
2) Tengo una amiga que no soporta -pero hasta la náusea- que alguien olisquee lo que se va a comer frente a ella.
3) Mi madre suele caminar siempre por la acera de la derecha. Si se encuentra a alguien de frente, dice: «Que se aparte él, que va en dirección contraria».
4) Un amigo mío sólo lee las páginas pares de los libros. Si la protagonista se muere en una impar (una vez le pasó), no se entera.
5) El hombre de mi vida no sabe dormir si no es después de la medianoche.
Dicho lo cual, os dejo aquí el testigo, para qu hagáis lo mismo. ¿Tenéis rarezas compartibles? Ah, y jocoso día de San Severo.