
El lomo de mi primer libro no llegaba al medio centímetro de grosor. Cuando le di el primer ejemplar a mi madre, recién salido de la caja en que el editor me lo acababa de enviar, ella me sorprendió con un solemne: "Vamos a buscarle sitio".
Deambulando por la casa, ella delante -con mi libro en las manos- y yo detrás, llegamos a un anaquel del salón donde convivían obras de Gironella, Alfonso Grosso y una rancia edición de los poemas de José María Pemán. Mi madre los barrió a todos, dejó el estante vacío y colocó en una esquinita mi modesto volumen, que de pronto me pareció diminuto, desolado.
"¿Y todo este espacio?", pregunté, angustiada pensando cómo debía de sentirse mi pobre libro en aquel espacio enorme.
"Son para todo lo que vas a ir publicando", dijo ella, con un convencimiento que movió a la risa nerviosa.
Desde luego, tenía fe en mí mi progenitora, pero el tiempo ha demostrado que también tenía capacidad para adelantarse a los acontecimientos.
Hace unos días, una de las visitantes habituales de este blog escribía que en ciertas bibliotecas mis libros ya ocupan todo un estante. Cuando me dicen algo así, nunca me queda claro si debo pedir disculpas por semejante osadía o celebrarlo con alguna expresión que subraye lo oído. Pienso en mi biblioteca, siempre tan falta de espacio, y me pregunto qué sería de mí si mis amigos, aquellos cuyos libros conservo con veneración, publicaran tanto como yo. Alguno me regaña por ser tan promiscua (ellos dicen "trabajadora", que suena mejor): "Hemos tenido que ampliar tu estante dos veces, a ver si descansas una temporada". Algunos no son tan delicados: "Como no dejes de publicar tanto tendremos que mudarnos de casa".
Esta semana, una amiga periodista decía en la prensa catalana que acabo de publicar mi libro número 50. Me preguntó si era cierto. Los conté para la ocasión... y descubrí apabullada por mis propias circunstancias que sí, que es cierto. Precisamente hoy sale a la venta mi último libro de cuentos,
Los que rugen, que es además el que hace 50 de todos los libros que llevan, como aquel primero, mi nombre en la cubierta. Pormenorizado, diré que esos 50 comprenden 2 libritos de poesía, 6 novelas, 6 colecciones de relatos, 3 libros de no-ficción que yo siento emparentados con mi faceta periodística, 15 novelas para jóvenes y que el resto son libros infantiles. El anaquel que vació mi madre hace casi quince años, está hoy tan lleno que ya ha desalojado a sus vecinos. Y, por supuesto, si nada me lo impide, voy a trabajar porque siga creciendo.
Así que termino con un aviso para navegantes: hacedme sitio en vuestras bibliotecas. Desalojad estantes. Poned estanterías en el baño, en el balcón, en la caseta del perro, en el ascensor. Mudaos de piso. Porque a mí me queda mucho que contar y mucha guerra que dar.