Hace unas semanas formé parte del jurado de un premio literario. Se premió un precioso álbum ilustrado que verá la luz dentro de unos meses. Un día después, encontré un mensaje en mi bandeja de entrada. Los autores del libro mandaban un correo colectivo para anunciar que se habían llevado el premio y manifestar su alegría. Como era de esperar, estaban muy contentos.
Los mensajes colectivos son muy peligrosos.
Ayer llegó a mi bandeja de entrada otro mensaje. No iba dirigido a mí, sino a los ganadores del concurso. En él, alguien que firma como "vuestro admirador... y ojalá que amigo" se deshace en babosos elogios hacia la obra de los dos galardonados. Empezando por el encabezamiento: "Por fin conozco a alguien, vosotros, a quien se ha dado un premio justo". El resto del mensaje tiene esa vergonzosa pátina del halago interesado: "lo que habéis hecho es una pequeña gran obra...", "continuad, es necesario, sois el trabajo bien hecho que limpia tanta inmundicia...". Al final, el corresponsal pide, como era de esperar: "Me gustaría tener una litografía o cualquier otra cosa vuestra, para hacerla mía día tras día en las paredes de mi casa".
Si pensaba pedir era mejor que se ahorrara los halagos. Por lo menos, no se habría puesto en evidencia de ese modo.
Ayer, a la salida del Premio Planeta, el director de la red comercial del grupo comentó, muy contento, su satisfacción por el Premio Nacional de Millás. Ha sido oportuno, tres días antes de la concesión del premio de este año, y ayuda a borrar un poco la imagen de galardón-sólo-comercial que tiene el Planeta, cree él que injustamente. Su indignación me pareció noble, casi enternecedora: es estupendo que el director de la red comercial defienda así un Premio al que todos atacan. Como para recordarnos que el Planeta no es sólo comercial, junto al menú, la casa siempre imprime el impresionante palmarés del galardón: Matute, Cela, Vargas-Llosa, Puértolas, Muñoz Molina... Y eso sin citar a los finalistas, entre los que están Juan Benet, Alfonso Grosso o el propio Fernando Savater, flamante ganador de la noche de ayer, como habían anunciado las quinielas. Entiendo al director de la red comercial. Yo también me enfadaría.
Y comparto su alegría, por cierto, pero por diferentes motivos. Estoy como loca de que la finalista sea Ángela Vallvey. Su discurso fue estupendo y tan brillante como siempre es ella, comenzando por ese divertido: "No sé si se han dado ustedes cuenta, pero he estado a punto de ganar el Planeta". Luego habló de Lara, "el viejo Lara" o "Lara padre", a quien dijo imaginar en el cielo, persiguiendo a Jesucristo para que escriba sus memorias: "Tú eres bastante conocido, tu libro se venderá bien", puso en boca del clarividente empresario.
Luego Savater dijo que su novela era rara porque "No sale la guerra civil, ni la guerra mundial ni ninguna otra guerra" y porque, el colmo, "tampoco sale ninguna catedral, ni ninguna iglesia, ni ninguna ermita, ni ninguna capilla ni nada de nada...". Por cierto, que llevaba una corbata de King Kong sobre su sempiterna camisa de cuadros.
Ay, qué extraña felicidad planetaria me embarga hoy, navegantes.
Para terminar, una estupefacción. La que me cuenta una editora amiga que sienten los editores extranjeros ante los premios comerciales españoles. "Esto fue un invento del padre Lara", dice, "Porque no hay otro país en el mundo que tenga premios como los nuestros, entregados a obras inéditas. Lo normal es que los premios los den las instituciones a libros publicados, y no que se organice esta verbena, que da un poco de vergüenza".
Sí, la verbena da un poco de vergüenza, sobre todo por los trapitos que me llevan algunas (ex-ganadoras y posibles ganadoras incluidas) pero qué queréis que os diga, son tan divertidas las verbenas. Y tan entrañables.
En fin, un año más, hemos sobrevivido al Premio Planeta. Y encima, contentos. ¿Debería preocuparme?