Alguien dejó hace poco en este blog el arranque de una novela mía escrita hace diez años. La leí un par de veces, perpleja. De esa perplejidad nace esta entrada de hoy.
Hace un par de días, una periodista me preguntó en qué momento de una novela sé que debo desnudarme. Estábamos hablando de Dos Lunas y yo acababa de decirle que siempre escribes desde tu propia experiencia, desde tus vísceras, y que por mucho que estés hablando de viajes en el tiempo o de posesiones diabólicas, hay pasajes que contienen más verdad sobre ti misma de la que nunca le contarías a nadie cara a cara. Poco después me pidió que leyera en voz alta un fragmento de la novela. Abrí por una página al azar, en busca de unas frases que no sonaran muy extrañas aisladas del resto. Tropecé con un pasaje en que Eilne, la niña protagonista, escribe en un cuaderno en medio de la oscuridad absoluta y se ufana de saber hacerlo muy bien. Recordé cuando yo misma, de pequeña, mi padre me regañaba por tener la luz encendida hasta tarde y entonces apagaba la luz y seguía escribiendo a oscuras. Era difícil, pero adquirí mucha habilidad, y por la mañana me gustaba contemplar los garabatos nocturnos a la luz del sol y ver que cada vez me salían mejor, como hace mi protagonista. A eso me refiero con verdad. A veces son verdades insignificantes, como ésta. Otras, no.
Cada novela responde a un momento concreto de tu vida. No sólo contiene la historia que has elegido contar, también tu estado de ánimo, tus preocupaciones, tus manías de ese momento. Las novelas no cambian, se quedan como las dejaste. Todo lo contrario de lo que se supone que debe ocurrirle a un ser humano. Por eso, entre otras cosas, los reencuentros con tus propias cosas son entre traumáticos y perplejos. De pronto, estás ante un espejo que te devuelve una imagen antigua de ti misma. Reconoces tus rasgos, y también lo que ha ocurrido con ellos.
Jamás me releo. Por eso me provoca estupefacción tropezar con un fragmento de una novela mía. Casi nunca lo reconozco a la primera. Luego, lo reconozco demasiado. Identifico cada adjetivo, cada nombre propio, cada color del paisaje. Podría corregirme a mí misma, reescribir algo que ya di por terminado hace una década, pero sería absurdo (y agotador).
En realidad, no me releo porque el pasado no puede corregirse.
La imagen es de Meredith Farmer y se titula como esta entrada de hoy
3 comentarios:
Buena entrada Care, muy emotiva.
Acabo de entender una cosa muy importante. Gracias por estas entradas. =)
Muchos se preguntan cómo lograr una voz propia y auténtica al escribir. Y creo que muchas respuestas a eso se encontrarían en este interesante post que nos has compartido.
Siempre te leo, pero hoy día me animé a dejarte un comentario, quizás porque me identifiqué con mucho de lo que escribiste en este texto
Muchos saludos
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