30 de octubre de 2008

De repente... la desmemoria

Al final de la cena del Planeta alguien me pregunta: «¿Conoces a Fernando Savater? ¿Vamos a darle la enhorabuena?». Contesto: «No, no le conozco, mejor vas tú sola». Lo hice con esa naturalidad de la verdad absoluta. Sin vacilar.
Al día siguiente, tan contenta como me saben los lectores de este blog con los Planeta de este año, decidí celebrarlo siguiendo —por fin— los consejos de mi amiga Alicia y leer un ensayo de Savater que rondaba desde hace tiempo por mi cabeza, La infancia recuperada, un libro precioso donde el filósofo habla de las lecturas que le marcaron de adolescente, y hace una loa al arte de contar historias y al —no menor— de recibirlas.
Antes de comprarlo, hice algo que por fin he aprendido a hacer para no duplicar libros en mi biblioteca: consulté la base de datos donde tengo constancia de todos y cada uno de los libros que hay en casa —unos siete mil— para saber si el de Savater estaba o no entre ellos. Eureka: estaba.
Primera perplejidad: Vaya, tanto tiempo queriendo leerlo, y lo tenía al alcance de la mano. Recuerdo a Alicia hablándome de La infancia recuperada hace dos veranos por un pasaje despoblado de una isla remota del mar del Norte. Desde entonces, mi memoria aún más despoblada ha querido caer en esas páginas. Entre otras cosas, porque Alicia siempre recomienda con sabiduría. En fin.
Corrí a las eses de mi biblioteca y di con el libro. Una edición de Taurus del 94 que de inmediato me resultó familiar. Nada más verlo supe, por lo menos, que alguna vez lo había tenido entre las manos. Ya fue algo, por cierto. La segunda sorpresa fue abrir el libro por las guardas y descubrir que está dedicado por su autor: «A Care Santos, joven escritora», dice. Una dedicatoria que comienza a ser triste pero que lo será más dentro de veinte años, cuando de la juventud sólo quede este despiste mío permanente. Me regañé íntimamente: «Mira que no acordarte de que le conociste y que te dedicó este libro, entonces recién re-publicado...». Sí, me dije, conocí a Savater en el penúltimo de los Congresos de Jóvenes Escritores de Alcalá de Henares, cuando le invitamos a visitarnos en calidad de figura consagrada. Dijo cosas estupendas. Luego nos tomamos una foto, que tengo a la izquierda de mi mesa de trabajo, en la que tanto Savater como los jovencitos que le acompañamos estamos de lo más sonriente. Allí estoy, junto a Toni Montesinos y Ricard Ruiz. Está también José Luis Sampedro, a quien un día de estos soy capaz de decir que no conozco.
Pero lo peor estaba por venir. Cuando abrí el libro, me di cuenta de que está subrayado y anotado por mí. Vamos, es mi letra, pero después de lo que os acabo de contar estoy por creer que fue mi Doppelhanger, ese doble fantasmal de uno mismo en el que creen los germánicos. tal vez mi doble se alimenta leyendo los libros de mi biblioteca, cada noche, mientras yo duermo.
De modo que rectifico: Sí, conozco a Savater. Me temo que quedé como una maleducada al no saludarle en el Planeta y felicitarle por su premio. Pero no fue culpa mía, sino de la desmemoria que, de repente, avanza, implacable, devorando lo que encuentra a su paso.
Me temo que fue sólo el primer aviso: Care, niña, atiende. Esto es lo que habrá al final. La nada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo queria preguntar-te... ¿quién entra los datos en la ficha de cada libro? ¿Tú secretaria? ¿O lo haces tu misma? Això si que deu ser una "matada"!

Clarissa

Coro dijo...

Care, (suspiro)...

Besos

Anónimo dijo...

Consuélate, estoy convencida que antes de los 40 acabaré con Alzheimer...