
De entrada, no parece que tenga que defenderse de nada una lengua que hablan ¡500 millones de personas! pero me gustaría explicarle algo al señor Ministro de Cultura. En Barcelona, es raro subir a un taxi y que te hablen en catalán. Si caminas por la calle, y escuchas con atención, sólo una de cada ¿seis? conversaciones (puede que siete, puede que quince) son en catalán. En los restaurantes del Raval, en pleno centro de Barcelona, los camareros no te entienden si les hablas en catalán. Encontrar en el Servei Català de la Salut (¡!) un médico que hable catalán es casi un milagro. Y no hablemos de la justicia. O de algo tan sencillo como el servicio de correos. El catalán es una lengua pequeña por su número de hablantes pero grande por su tradición, su literatura y hasta por el empeño de quienes la hablamos. Un idioma siempre es un patrimonio a proteger, pero un idioma expuesto al bombardeo constante de una lengua más hablada y omnipresente, la lengua tradicional del poder y de los medios de comunicación, necesita sobreprotección para sobrevivir. Y esa sobreprotección es la que no se entiende fuera de las fronteras de Catalunya: la que nos lleva a defender la enseñanza sólo en catalán, el catalán en la justicia, en la administración, en los medios de comunicación y en nuestro día a día. "Quiero poder vivir en catalán", me decía un buen amigo hace poco. Lo decía con cara de tristeza. Justificada tristeza.
Así que, señores políticos, dejen de decir que el castellano está perseguido. El castellano es un coloso, no necesita que nadie venga a protegerle de nada. Menos del catalán, que es como el pájaro arrojado del nido en plena la tormenta.
Pero hablaba de Marsé. Para compensar al Ministro, el escritor ha dicho algo muy oportuno, al hilo de todo esto: "Espero que el premio no tenga intencionalidad política porque yo no defiendo nada ni a nadie, sólo el derecho a escribir en la lengua que me dé la gana". Como es sabido, la "lengua que le da la gana" utilizar a Marsé para escribir es el castellano. O el español, aunque el sinónimo levante más ampollas. La misma, por cierto, en la que "me da la gana" escribir a mí (aunque con salvedades, porque de vez en cuando siento necesidad de escribir en "mi otra" lengua materna, el catalán). Hay catalanes que arrugan la nariz porque Marsé, nacido y criado aquí, escriba en castellano. Hay quien le rechaza sólo por eso. Siempre me ha inspirado ternura esta gente mía que conoce Nueva York o Londres o Tokio como la palma de su mano y que sin embargo no encuentra nada interesante que visitar en Madrid. O que lee en inglés y francés pero nunca se le ocurriría leer lo último de Marsé, a no ser que se traduzca (a Mendoza se le tradujo, ¡cosas veredes!). Me inspiran ternura porque les comprendo bien: protegen lo nuestro, protegen una cultura frágil, históricamente bombardeada, que con razón a veces ha focalizado en lo castellano al enemigo. Hya que recordar que la Cultura, con mayúsculas, está por encima de este tipo de rencillas. Y algunos de nuestros actuales políticos no contribuye, precisamente, a pasar página.
Yo formo parte de esa gente incómoda que siendo catalana de nacimiento y corazón comete la traición de escribir en castellano. Estoy en una incómoda frontera: cuando viajo por España, tan a menudo, me entristezco al comprobar que Catalunya es la eterna malinterpretada, desconocida, despreciada. Me indigno o me apeno, a partes iguales, ante comentarios cazados al azar, en conversaciones. A veces salto, y discuto, trato de luchar contra molinos gigantes: el desconocimiento, los prejuicios, las manías... El problema es que cuando juego en casa me pasa lo mismo: ¿Quién se atreve a considerarme ajena a todo esto por mucho que escriba en castellano? ¿No son las novelas de Marsé algunas de las que mejor han dibujado la Barcelona literaria? ¿No ha hablado siempre de su ciudad, de sus raíces, de su entorno? Y, el tema incómodo: ¿No es Catalunya una tierra maravillosamente mestiza, abierta, tolerante, que sabe hacer la digestión de diversas culturas, idiomas, costumbres...? ¿Qué nos pasa con el castellano, que nos provoca indigestión permanente? ¿No habría una forma de garantizar una convivencia más afectuosa sin descuidar que el catalán no puede descuidarse? ¿De verdad no es posible amar a la vez la literatura catalana escrita en catalán y la misma literatura escrita en castellano?
El tema provoca exaltaciones y, como veis, no me quedo precisamente al margen. De modo que, a modo de conclusión: gracias, señor Marsé, por hablar de lenguas en este día, aunque sea para replicar a una idiotez. Ah. Y felicidades. Con tanta vehemencia, por poco se me olvida.