27 de febrero de 2006

El virus de la rusofilia

Ambos estaban en la colección Tus libros, de Anaya. Ahora no sé si fue primero Miguel Strogoff, de Verne o Primer amor, de Turguéniev, pero uno de los dos tuvo la culpa de la rusofilia que ya he padecido el resto de mi vida. Los leí en uno de esos aburridos e interminables veranos sin mar de mi preadolescencia. No debía de tener más de once o doce años. Lo que más me gustaron fueron los nombres, la onomástica y la toponimia. Los paisajes, el frío. El aire aristócrata de los personajes. Gracias a ellos comencé a frecuentar lugares fascinantes de los que nunca he regresado del todo. A los 14 años escribía cuentos (malos, claro) en los que todos los personajes se llamaban Olga Antónova o Mijail Andréievich. Más o menos lo mismo que volví a hacer en El anillo de Irina, la novela en la que aproveché y vertí tanta pasión rusa.
El detonante, esta vez, fue un libro de ensayos rusos de Juan Eduardo Zúñiga llamado El anillo de Pushkin (maravilloso, por cierto). Allí leí por vez primera la historia de un anillo que regaló a Pushkin una prostituta de Kiev y que él llevó hasta que murió en duelo, para luego pasar a su mejor amigo y de él a Turguéniev, quien a su vez lo regaló al amor de su vida, Paulina Viardot y ésta a una de sus hijas (¿tal vez hija de Turguéniev también, pese a que ella estaba casada con el señor Viardot, célebre hispanista y traductor del Quijote al ruso? Tal vez, tal vez...). La pista del anillo se perdió tras la revolución de 1917, cuando desaparece del museo donde se había instalado. Ya nunca más se supo de él. Excepto en mi novela, claro, en que el anillo —un aro de oro con una turquesa— aparece en el dedo de la protagonista, Irina, gracias a una historia familiar que comienza cuando el abuelo le compra el anillo de Pushkin a un oficial del ejército a cambio de un queso y una botella de vino.
Podría deciros que la historia del anillo es tan bonita que no pude resistir la tentación de continuarla. Pero hay algo más: deseaba vivir una temporada en Rusia, como cuando era niña, como me gustaría hacer algún día de menos servidumbres familiares. La única forma que se me ocurrió fue escribir una novela. Como siempre.
Si me lo permitís, durante siete días en este blog trataré de contagiaros el virus de la fiebre rusa. No me será difícil: es terriblemenmte contagioso. Y no hay vacuna.

4 comentarios:

miwok dijo...

A mí me gustó mucho más "Primer amor"...me enamoré de los rusos y todos mis muñecos y mis gatitos se llamaban Serguey.¡Qué tiempos!

Ladynere dijo...

Care, parece que leas la mente, acabe hace un par de dias de leer "El anillo de Irina", y me entro la fiebre por la literatura rusa. Ten cuidado, tus letras, tus palabras, tu literatura tienen demasiada influencia en nosotros, jaja!
No me molesta para nada que durante siete dias nos contagies tu enfermedad de letras y tinta. Por cierto, sobre "el anillo de Irina", uno de tus mejores libros, sin dudarlo, genial en todas y cada una de las palabras.

Anónimo dijo...

A la literatura rusa me acercó el cine, supongo que no seré la única, pero las imágenes no pueden competir con la fuerza y la pasión de las letras, que no tienen toda la vida que les pertenece hasta que alguien las lee. Yo también estoy dispuesta a este viaje casi iniciático que me propones, y haré mis deberes como buena alumna, intentando leer algo de lo que propongas.
A mí también me apasionó El anillo de Irina, como a ladynere, y me dejé conquistar por la libertad que te tomas al inventar una historia para ese anillo.
Posdata: Yo nunca quise ir a Rusia pero, ahora...

darkverzight dijo...

Aunque mi contacto con la literatura rusa es aún escaso, mi interés por esta cultura va en aumento desde octubre, cuando empecé a estudiar ruso....así que esperaré impaciente tus posts durante estos siete días...