19 de julio de 2009

El homínido que echó a correr


Los paleoantropólogos, que deben de tener mucho tiempo, discuten desde hace décadas cómo fue posible que un homínido comenzara de pronto a hablar. Y que no lo hiciera con un protolenguaje o eso que aún hoy se llama pidgin (es decir, la mínima expresión de un lenguaje) sólo útil para las funciones más básicas, sino con un complicado sistema que le permitiera incluso la abstracción y la memoria. El mismo homínido, conocido como Homo Ergaster, había sido ya capaz de grandes y sorprendentes logros. Levantarse sobre sus dos patas traseras, por ejemplo, y echar a correr. Hasta ese momento, otros homínidos se habían levantado sobre sus cuartos traseros (debió de serles muy útil, además) pero a ninguno se le había ocurrido correr así. La carrera bípeda trajo ciertos cambios. La caja torácica se estrechó y alargó, por ejemplo. La nuez de Adán bajó en su cuello porque se alargó la laringe. Las extremidades se hicieron más largas. El cerebro, más grande. Ergo, no es tan descabellado afirmaer que hablamos porque corrimos.
Gracias al alargamiento de la laringe el homínido que fuimos se volvió capaz de articular. De utilizar los centenares de músculos que intervienen en la producción de cada fonema. Lo pagó muy caro: dejó de ser capaz de tragar y respirar al mismo tiempo. Comenzó a morir por una causa inédita hasta ese momento: el atragantamiento al ingerir. Su cerebro comenzó a desarrollar las denominadas áreas del lenguaje. Se convirtió en lo que los neurólogos denominan hoy "el cerebro narrativo", portetoso logro de la evolución.
Le dan muchas vueltas los antropólogos a la cuestión de si el lenguaje nació cuando el cerebro fue capaz de imaginar o si el cerebro comenzó a imaginar gracias al uso del primer protolenguaje. Yo, osada, opino que el cerebro narrativo es la gallina y el lenguaje el huevo. Y lo digo porque en las cuevas de Lascaux, en Francia, pintadas por los descendientes casi directos de aquellos humanos que echaron a correr por la sabana -y de qué manera, porque llegaron hasta Francia-, no hay lenguaje pero hay narración. En una de las paredes más escondidas de la cueva hay una pintura única en su especie: una pintura narrativa del arte prehistórico. Representa a un bisonte herido atacando a un humano vestido de chamán. El bisonte embiste, tiene el lomo erizado y las tripas fuera por efecto de la herida que le ha provocado una lanza (la lleva clavada aún). El humano está cayendo, lleva una cabeza de pájaro en la testa y a su lado se ve una especie de báculo. Es un dibujo que cuenta una historia muy antigua, pero aún hoy es posible interpretarla de algún modo y sin saber nada de arte ni de cómo vivían los pintores de las cuevas.
Y es que nuestro cerebro necesita "contar". Buscar explicaciones, encontrar respuestas, ver el mundo como algo lógico, que seremos capaces de entender, si no de dominar. Nuestro cerebro es un iluso, sí, y también un optimista, con esa tendencia a ver siempre o bueno, pero gracias a sus ansias de historias, a su necesidad de comprenderlo todo, de redondear el círculo interminable, ha existido la Literatura desde que aquel primer homínido echó a correr por la sabana y no paró hasta imaginar La Odisea o El Quijote. No me digáis que no es estupendo.

La imagen de hoy: Ése es. "Puedes llamarme Ergui", le imagino decir.

1 comentario:

Laura dijo...

Es estupendo. Si unimos esas reflexiones a los descubrimientos recientes de collares de cuentas en las costas de Africa, que tienen unos 70 mil años de existencia, podemos afirmar que el gusto por la belleza (o por la vanidad, puedes interpretarlo como quieras) y el arte -pintura, literatura, posiblemente música- precedieron cualquier otra forma de disciplina humana superior. Entonces, los artistas no hacen otra cosa que seguir desarrollando a lo largo del tiempo aquello que posiblemente nos definió como humanos en primer lugar.
Sí, es estupendo. :)