30 de diciembre de 2010

Rituales

Todos los años, ocupo una de las últimas horas del 31 de diciembre en anotar algunos propósitos para el nuevo año. Es el ritual ridículo de una mujer aficionada a los rituales (ridículos o no) desde antiguo. 
Mientras escribo esto, tengo delante la lista de mis propósitos del año pasado. Hago balance. De los 10 propósitos, 8 se han cumplido. Uno de los dos restantes no me parece ahora importante. Al otro, le hemos puesto fecha para después de vacaciones de Navidad. Lo que se me ocurre ahora al ver la lista es que 10 propósitos son muchísimos, demasiados. Creo que este año sólo habrá 5.
El año que se va deja cosas magníficas. Pasé más tiempo con la gente que me importa. Hubo planes de futuro, muchos de los cuales no se cumplen aún (pero lo maravilloso de los planes de futuro no es que se cumplan, sino tener alguien con quien compartirlos). Hubo paisajes nuevos y otros viejos. Hubo un libro que me llena de emoción, ¿Qué estás pensando? (Baladí) porque es lo más sincero y lo más personal que he escrito nunca. Cumplí 40 años. Escribí mi primera obra de teatro (¡qué atrevimiento, pardiez!), que espero ver algún día sobre un escenario. Hubo muchas horas de trabajo y escritura, pero con un resultado que me emociona mucho y que verá la luz en un trimestre. Y, lo más importante, hubo tranquilidad y silencio y cosas que no cambian. 
Por todo ello quiero hoy brindar con vosotros, navegantes. Mañana pensaré muy en serio mis 5 propósitos para 2011 pero, mientras tanto, brindo por lo bueno y también por lo malo que nos dejó 2010. Que lo malo nos haga fuertes y lo bueno nos regale lo mejor que puede poseer un ser humano: buenos recuerdos. La certeza de que alguna vez fue feliz y supo apreciarlo.


FELIZ AÑO NUEVO

29 de diciembre de 2010

Mi primer artículo en Mujer Hoy

26 de diciembre de 2010

Feliz post-Navidad, cotidiano Año Nuevo

De entre las razones por las que soy un bicho raro, una de las más incomprendidas es mi ausencia de espíritu navideño. A la mayoría de la gente le suena terrible cuando digo que mis navidades ideales consistirían en que todos se olvidaran de mí y me dejaran largarme a algún sitio perdido y gélido donde escribir y leer de la mañana a la noche. ¿Sola?, me preguntan. Bueno, no necesariamente, respondo yo, podría ser en compañía de alguien que también quiera hacer algo -sin mi ayuda- de la mañana a la noche, y a quien encuentre entre las sábanas cuando ambos nos acostemos, cansados de nuestros individualismos. No existen muchas personas así, lo sé, y por suerte estoy casada con una de ellas, de modo que le elegiría a él -y sólo a él- para pasar mis navidades ideales. ¿Y los niños?, me preguntan las gentes de buena voluntad. Suspiro. Ay, los niños. Gran paréntesis. Bueno, los niños son los responsables de todas y cada una de las cosas que ahora hago en Navidad. Desde que el diez de noviembre (datos de este año) empezaron machaconamente a reclamar el árbol, el belén, el calendario de adviento y las vacaciones (por este orden) yo me sumergí en eso que detesto y que comúnmente se denomina "espíritu navideño". Comencé a almacenar turrones, compré adornos para el árbol de plástico -muy aparente- que guardo en el trastero, inauguré calendarios de adviento y calmé ánimos desatados. Y lo mejor es que lo hice del mejor humor, porque la felicidad de mis hijos me compensa con creces las molestias que todo ello supone y porque su espíritu navideño es tan efervescente que sería de idiotas no dejarse contagiar un poco. Pero en realidad, mientras hago todas esas monadas que odio, me relamo de pensar en cómo serán las navidades futuras, cuando ellos tengan novios y novias y encuentren ridículas algunas cosas o -más allá- cuando ellos tengan familia, belén y árbol propios, y yo sea una invitada a su mesa. Qué dulce placer. Les haré algo de comer que les guste y me presentaré como la suegra ideal (la que guisa, regala y no molesta) y a las cinco en punto me despediré alegando mucho quehacer y me iré a mi casa, a leer y escribir hasta que me dé la gana. O, mejor aún: en fin de año les diré que me quedo en casa. Sin excusas, con la verdad por delante: quiero estar tranquila, cenar como todas las noches y acostarme con un buen libro (y con su padre, aunque la manera de atender a ambos aún está entre mis asignaturas pendientes). No más compras compulsivas, no más luces parpadeantes invadiendo mi salón-biblioteca, no más villancicos a la hora de los postres. ¿Navidad? Sí, ajena y corta, por favor. Yo adoro la normalidad. Esa normalidad que me permite sumergirme sin cesar en lo extraordinario (que siempre está en negro sobre blanco), que me habla de la grandeza de lo sencillo y de la belleza de lo pequeño. Mi mundo. 
Feliz post-navidad, pues, y muy cotidiano Año Nuevo.

22 de diciembre de 2010

19 de diciembre de 2010

Máquinas perfectas: diagonales


13 de diciembre de 2010

11 de diciembre de 2010

Carta abierta a un librero de verdad

El mundo comenzará a morir el día en que cierre la última librería de verdad del planeta. Uno de esos rincones atestados de buenos libros -no de todos los libros, sino sólo de aquellos que se dirigen a los enfermos de literatura-, donde puedes demorarte durante horas contemplando los anaqueles o conversando con el librero. Porque una buena librería siempre está capitaneada por un librero de corazón, uno de esos que arruga la nariz cuando vende lo que no le gusta y que se siente feliz de que su clientela le pida y lea buenos libros. Uno de esos que organiza clubes de lectura, publica críticas de sus libros favoritos en su blog y siempre se toma infinitas e innecesarias molestias, porque profesa la religión de los libros con dedicación completa, sin descansar jamás. Nunca me cansaré de ponderar el papel de esos mediadores tan necesarios. Lo dice mi admirado Emili Teixidor: la lectura es un aprendizaje, una educación que, como toda formación, requiere un maestro, alguien que sepa guiarnos y aconsejarnos, que nos conozca -por dentro, claro, porque se lee desde dentro y lo leído anida en lo más hondo de nosotros mismos- y que nos aprecie. El librero que sabe es un mediador inmejorable.Esta semana uno de esos libreros de verdad ha dedicado su tiempo y sus palabras a mi último libro, ¿Qué estás pensando? Un año en Facebook y otros mundos virtuales. Ha escrito una reseña divertida, generosa, que roza el atrevimiento. En ella, su autor me recrimina no haberle aceptado como amigo en Facebook (glups) y me llama rica y Karen, parafraseando un capitulito del libro en cuestión, y una vieja publicación de esta bitácora. Podría haberle mandado un mensaje de agradecimiento, pero he preferido escribirle una carta abierta aquí. Es coherente, ya que nuestra relación ha estado siempre marcado por lo virtual.
Sin embargo, lo que Javier no sabe es que he estado varias veces en su librería y que siempre me he ido cargada de libros. Que, en cierto modo, estamos en paz: yo he sido feliz entre los anaqueles superpoblados de su casa y ahora él dice haberlo sido entre mis renglones. En fin, a veces las cosas suceden con un hondo sentido de la justicia que me hace feliz. Vamos, Javier, que gracias. Desde este momento, la Librería Cervantes de Alcalá de Henares será algo más que una parada obligada.





* La foto es de otra librería inolvidable, pero un poco más lejana: la Arkadian Bookstore de Nueva Orleans, donde compré la más hermosa edición de The Canterbury Tales que pueda imaginarse, y por 10 dólares.

18 de noviembre de 2010

Quince meses de obsesión

Hace quince meses, exactamente en agosto de 2009, decidí escribir una novela sobre la memoria de una familia burguesa. Comencé a leer. Biografías y memorias, al principio. Epistolarios, artículos, alguna que otra novela (pocas: leo pocas novelas cuando escribo una novela). Me sumergí, literalmente, en algunas hemerotecas reales y otras virtuales. Los seguidores habituales de este blog habéis ido encontrando pistas de esa búsqueda en este sitio, donde he ido colgando a lo largo de todo este tiempo de pesquisas publicidad aparecida en la prensa de principios del siglo XX o de finales del XIX, alguna que otra crónica digna de guasa y curiosidades por el estilo. 
Luego, como siempre ocurre, la novela se encalló. Cambié el narrador. Fue la primera de las dos veces que lo hice (un horror). La di por perdida definitivamente el día de mi cumplaeños de este año, exactamente el día en que cumplía 40. Anuncié a mis cuatro lectores de confianza: "He tirado la novela". Los cuatro se enfadaron, cada uno a su modo, pero los tres quisieron leerla. Deni dijo: "Estos personajes parecen amebas. Haz que les ocurran más cosas y salvarás la novela". Francesc dijo: "Lo más interesante son los recursos A y B. Explótalos más y salvarás la novela". Sandra dijo: "Me dan ganas de saber más. Termínala". Ángeles dijo: "Los personajes son seres humanos. Quiero conocerles."
Así que la resucité, la reescribí de cabo a rabo. Hubo un momento en que tenía cuatro versiones (numeradas del 1 al 4), y no sabía cuál era la buena. Maté personajes, nacieron otros, le cambié la vida entera a la protagonista (le puse un amante, le quite el amente, la hice soltera, casada, malcasada, con hijos...), eliminé más de 120 páginas... Luego llegó el verano, me fui al lago de Como y allí, mirando las montañas, todo cobró sentido. A mi lado estaba Ángeles, y eso nunca es un detalle que deba ocultarse. Ángeles inspira. Tanto como el lago de Como o más.
Desde el 25 de agosto he escrito compulsivamente. Llegué al número de páginas que había previsto (300) pero la historia necesitaba más para cerrarse. Seguí adelante. En los últimos meses, he despertado casi casa noche urgida por apuntar escenas, y diálogos, y nombres y pequeños y grandes detalles. Algunas noches más de tres veces. Pura obsesión. Hace más de un mes que estoy "terminando la novela".
Y hoy, de pronto, a las 13:54, la novela se ha terminado. He escrito la última frase, que tiene 12 líneas, y el punto final. Luego: "Esta novela se escribió en Mataró, Madrid, Turégano y Como entre abril de 2009 y noviembre de 2010". Un segundo después, me daba lástima haber terminado la novela. ¿Cómo voy a vivir sin ellos? ¿Sin Amadeo, sin Rodolfo, sin Violeta, sin Teresa, sin Concha...?
Me queda la corrección y la larga y hermosa etapa de edición, mano a mano con Miriam, mi editora. Pero ellos, mis personajes, ya se han desgajado de mí. Ya sé que no hay quien me entienda, pero les echo de menos.
Y soy feliz de haber terminado una historia que, a decir de uno de esos lectores en quien tanto confío, a día de hoy es lo mejor que he escrito nunca. Ahora lo que más deseo es que llegue a otras manos y haga reír, emocione, permita disfrutar a otros. Será a partir de abril, y este lugar, el primero donde exista, claro.

¿Qué estás pensando?

Es coherente, y bonito, presentar aquí antes que en ninguna otra parte a esta nueva criaturita, que hoy mismo sale de la imprenta. En primer lugar, porque más de dos terceras partes de los textos que conforman este nuevo libro mío han salido de este blog. En segundo, porque siento que a vosotros, los que estáis al otro lado de la pantalla, os pertenece desde antes de existir. Creedme: si dispusiera de ejemplares suficientes, haría llegar uno a cada uno de los seguidores habituales de este rincón de la red.
Se trata de un libro misceláneo, que agrupa artículos sobre escritura y sobre virtualidad a partes iguales, pero también mucha autobiografía, mucha nimiedad cotidiana -esa que da pie a todo-, algún que otro poema, algún microcuento y varios aforismos.  Y todo ello siguiendo el recorrido de un año sin salir de los mundos virtuales, del blog a Facebook -de ahí el título-, desde el 8 de abril de 2009 hasta el 8 de abril de 2010. Esto de las fechas es una ficción, porque en realidad el libro recoge textos escritos en los últimos 6 años, pero el calendario me sirvió como excusa para darle una forma y un sentido a un material muy diverso. 
Como lectora, me encanta tropezar con libros así. Como autora, me siento feliz de que un par de editores valientes -David y Nacho, los jóvenes y prometedores Baladí- se hayan animado a publicarlo.
Por último, comparto con vosotros una última felicidad. Los colorines de la cubierta son obra de un artista plástico muy especial: para mí: Adrián Olmedo. Es mi hijo, de ocho años, y no podría haber debutado tan por todo lo alto sin el empeño -otra vez- de mis editores y el magnífico trabajo de su diseñador gráfico. Es una cubierta alegre y locuela, muy acorde con el contenido del libro, que me llena de ese baboso orgullo maternal.
Y como ahora corro el riesgo de ponerme pesadita hablando del joven artista, lo dejo aquí para no abrumaros, navegantes. 
Feliz lectura.

14 de noviembre de 2010

Discovering Pedro Muñoz Seca

D. Pedro Muñoz Seca, celebre autor de La venganza de D. Mendo, vivía en Madrid, en una finca de la C/ Velázquez, y con pocos días de diferencia fallecieron los porteros de dica finca, una venerable pareja de ancianos, querida y respetada por todos, fueron enterrados juntos, y uno de sus hijos, le pidió a Muñoz Seca que le escribiera un epitafio para sus padres y éste, cumplió el encargo y le escribió el siguiente verso: 

Fue tan grande su bondad
Tal su generosidad
Y la virtud de los dos
Que están con seguridad
En el Cielo, junto a Dios

En aquella época, los epitafios de las lápidas debían ser aprobados por el Obispo de la diócesis, y el de Madrid no lo aprobó, diciendo que Muñoz Seca no era quien para decir que los difuntos estaban en el cielo junto a Dios. Muñoz Seca, entonces, rectificó y escribió este otro epitafio:

Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos
Donde siempre va el que muere….
Pero no están junto a Dios,
Porque el Obispo no quiere.

El obispo se enfadó y envió un escrito a Muñoz Seca:

“Ni yo ni ningún representante de la Sta. Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable, que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar”.


Muñoz Seca volvió a rectificar y escribió el epitafio definitivo:

Flotando sus almas van
Por el éter débilmente,
Sin saber que es lo que harán
Porque desgraciadamente
Ni Dios sabe donde están.

8 de noviembre de 2010

2 de noviembre de 2010

Pasando lista...

ALFONSO XIII
AMÈLIE
ALDO
ANTONIA
AURORA
BASSEGODA, RAMÓN
BESSA, MATILDE
BESSA, SILVIA
BRUSÉS, CASIMIRO
BRUSÉS, LUISA
BRUSÉS, MARÍA
BRUSÉS, SILVITA
BRUSÉS, TATÍN
BRUSÉS, TERESA
CANALS AMBRÓS, FRANCESC
CARMELA
CONDE GIMÉNEZ , EDUARDO
CONDE GÓMEZ DEL OLMO, OCTAVIO
DANIEL
DE LA CUADRA, EMILIO
DESPUJOLS, ALBERT
EUTIMIA
ESPELLETA TORRES, MONTSERRAT
GAMBÚS, DR.
GARCÍA, ARCADIO
GENTILE, SILVANA
GOLORONS, MARIA DEL ROSER
GOLORONS, HERMANOS
GÓMEZ DEL OLMO, CECILIA
JASON
JUANITA
LAX FREY, RODOLFO
LAX BRUSÉS, MODESTO
LAX GOLORONS, AMADEO
LAX GOLORONS, JUAN
LAX GOLORONS, VIOLETA
LAX RAHAL, VIOLETA
MALLAIS, MARGOT
MARIANO
MARTÍNEZ CRUCES, CONCHA
MAURA, ANTONIO
MONTULL, FELIPE
MONTULL, JULIÁN
MONTULL SERRANO, EULALIA (LAIA)
OLYMPIA
OTRANTE, FIORELLA
PAREDES, SARGENTO
PRIMO DE RIVERA, MIGUEL
RAHAL, VALÈRIE
ROSALÍA, SELVAS, RICARD
SERRANO, VICENTA
TORRES-SOLANOT, VIZCONDE DE
VICTORIA EUGENIA
VIVES, MIGUEL
WALDEN, DRINA

He aquí la lista, por orden alfabético, de los personajes de la novela que estoy terminando. No me puedo creer que sean tantos. Y por fin comprendo que me haya llevado tanto tiempo y tantos dolores de cabeza.

Suculenta lectura de noviembre

Con enorme satisfacción os presento hoy una antología de relatos terroríficos de autores españoles. No la he recibido aún, pero estoy deseando hacerlo para hincarle el diente a los cuentos de gente a quien admiro y sigo. Mientras la encontráis en vuestra librería habitual, os dejo la lista de autores incluidos (entre los que, entusiasmada, me cuento), a modo de aperitivo. Y mi felicitación a este sello editorial que en su todavía corta vida ha sabido convertirse en imprescindible.

Alfredo Álamo
Juan Ramón Biedma
Emilio Bueso
Matías Candeira
Santiago Eximeno
Cristina Fernández Cubas
David Jasso
José María Latorre
Alberto López Aroca
Lorenzo Luengo
Ismael Martínez Biurrun
Ángel Olgoso
Félix Palma
Pilar Pedraza
Juan José Plans
Miguel Puente
Marc R. Soto
Norberto Luis Romero
Care Santos
José Carlos Somoza
José María Tamparillas
David Torres
José Miguel Vilar-Bou
Marian Womack

1 de noviembre de 2010

31 de octubre de 2010

"Bel. Amor más allá de la muerte" está en la lista de los más vendidos de México, por segunda semana consecutiva

1.- "Monster High" - Lisi Harrison

2.- "Pobre patria mía" - Pedro Angel Palou

3.- "Trilogía Millenium" - Stieg Larsson

4.- "Nunca olvides que te quiero" - Delphine Bertholom

5.- "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina" - Stieg Larsson

6.- "Bel: el amor más allá de la muerte" - Care Santos

7.- "Arrebatos carnales II" - Francisco Martín Moreno

8.- "La mecánica del corazón" - Mathis Malzieu

9.- "Travesuras de la niña mala" - Mario Vargas Llosa

10.- "El miedo en el espejo" - Juan Villoro

(Fuente: Librerías Gandhi)



MÁS INFORMACIÓN, AQUÍ

1 de octubre de 2010

La verdad

Cuando un escritor habla de cómo escribe, en realidad está hablando de cómo le gustaría escribir.

30 de septiembre de 2010

23 de septiembre de 2010

Otoño: instrucciones de uso


Abrígate contra todo lo que hiere o hiela. Sabes que no hablo del tiempo.
Helor: ausencia de ti. Calor: tú bajo las sábanas.
Lo desapacible no es ninguna estación.
En noviembre, las sombras desnudas de los árboles juegan a ser lo que parecen.
El mar respira, tranquilo, feliz de haber sido abandonado.
Prefiero esta estación, porque es la de los fantasmas.
Cuando caiga la nieve, lo que abandonaste quedará escondido
y habrá que esperar unos meses para recuperarlo.
Esta no es una estación para impacientes. Gana con el paso de los años.
El otoño intriga y levanta niebla sobre la ilusión.
En esta casa, no le tememos al otoño.

21 de septiembre de 2010

17 de septiembre de 2010

El inmenso placer de darle vueltas a todo


"Todas las mujeres piensan que su marido les es infiel. Todos los hombres pensamos que nuestra mujer nos es fiel".
Esta frase la pronunció un amigo en una cena, esta semana. Como soy de proceso lento, me quedé dándole vueltas.

¿Pienso que mi marido me es fiel? En principio sí, pero por economía sentimental. Si pensara que me es infiel, me obligaría a adoptar actitudes que me dan mucha pereza. Por otra parte, no me demuestra lo contrario. Me siento atendida, querida, deseada, ayudada (¡ay, la erótica de las tareas domésticas compartidas!), apoyada y hasta multiplicada cuando él está a mi lado.
Si va por ahí echando canas al aire, no es de mi incumbencia, siempre y cuando lo anterior siga en pie. Eso sí: no quiero saberlo ni organizar mesas redondas sobre aventuras de ningún tipo. "Si quieres ser feliz, como tú dices / no analices, hermana, no analices" es mi máxima.
Segunda parte de la ecuación: ¿Soy fiel a mi marido?
En principio, también sí. A menos que se considere infidelidad alguno de los puntos siguientes:
-Babear (literalmente) cada vez que sale Don Draper (Jon Hamm) en la serie Mad Men.
-Babear (literalmente) cada vez que sale Joan (Christina Hendricks) en lo mismo. Esta serie, ya lo he dicho, me genera confusión sexual.
-Dejar que de vez en cuando me acune dulcemente el tan architraído y llevado "qué pasaría si..."
-Dejar que de vez en cuando me acune del mismo modo algún recuerdo pasado que el tiempo (y las ganas, ejem) se encargan de agrandar.

Pregunta ingenua que no lo es en absoluto: ¿Alguien de verdad se traga que los seres humanos somos capaces de desear siempre, a cualquier hora y del mismo modo al ser humano que tenemos más cerca (ése al que llamamos "nuestro") olvidándonos de todos los demás seres humanos apetitosos que circulan libremente por ahí?

-Ah, y la muy importante cuestión lexicográfica: reírme cada vez que alguien llama "mi marido" a mi marido. Lo siento, pero no me sale. Llevo un año y medio casada y no hay manera. Mi amante. Mi locura. Mi compañero. El padre de mis hijos. Eso sí.

Otrosí: Miento mejor que él, lo sé, para algo soy mentirosa profesional. Pero, por ahora, no tengo ganas de aprovechar esa ventaja. Dentro de unos años, despertaré sonrisillas de conmiseración si lo digo. La pasión no pasará, pero aprenderé a disimularla, os lo prometo.
Nunca he pertenecido a nadie en virtud de ningún papel. Pero en este instante pertenezco a alguien por otras razones, que me reservo.
La única vez que creí que una persona me pertenecía, la vida se encargó de darme una buena lección. De modo que ahora le tomo prestado y le disfruto igual. Procuro ser buena usuaria, eso sí. Ejemplar, diría yo.
¿Todos los hombres piensan que su mujer les es fiel y todas las mujeres piensan que su marido les es infiel? Tengo mis dudas de que el mundo funcionara si eso fuera cierto.
Aunque todo tiene remedio.
Menos que alguien te mire a los ojos y te diga: "Ya no te quiero".
En eso estuve de acuerdo con mi amigo.

* Foto: Diagonales.

14 de septiembre de 2010

13 de septiembre de 2010

Cronoelefante


Os presento a Fresón, el vigilante de la hora. Voy a contaros su historia.

Conocimos a Fresón el 13 de agosto pasado, en Segovia, durante nuestras vacaciones. Él vivía feliz en un estante del Taller de Alfarería de Mateo e Ignacio Sanz, en compañía de dos ovejas y un San Frutos. Se supone que Fresón es un elefante, como todos podéis apreciar, pero como su autor es muy amante de los cochinos, le salió un poco "agorrinado", lo cual -por cierto- le da un aire encantador que le hace único. Fresón es un elefante enano, de piel rosada, con las ancas rellenitas y un rabo mutante que para nada recuerda al de sus parientes indios o africanos.
Se enamoró de él mi hijo Álex, de 4 años, y como todo lo que hace Álex, tuvo su punto de desmesura. Fue verle y prendarse. ¡Lo quiero!, dijo. De modo que nos lo llevamos. En esta familia, tenemos fe en los flechazos. Sabemos que funcionan.
Cuando llegamos a casa, le buscamos una ocupación a Fresón. Por su tamaño tampoco se trataba de pedirle demasiado, de modo que le nombramos guardián de la hora. Ese reloj de la fotografía es el mismo que todos miramos mil vez cada mañana, para saber si nos sobran treinta segundos o si hay que correr. Antes de Fresón, dudábamos. Ahora sabemos que las manecillas no nos confundirán, porque Fresón vigila. El reloj está en la cocina, donde nuestro pequeño ronoelefante parece sentirse muy a gusto. Además, es un buen lugar para que tenga contacto con los niños, especialmente con Álex, que es su debilidad. Los niños ven a Fresón cuando desayunan, cuando cenan y los fines de semana a cada momento.
Fresón vigila por nosotros que las agujas no corran demasiado ni se duerman en los laureles. En esta casa no nos gusta alargar las cosas demasiado, pero detestamos las prisas. Fresón nos comprende. Y creo que sabe que en los próximos años tendrá mucho, muchísimo trabajo. He notado que a él también le gusta pensar en el futuro.

10 de septiembre de 2010

"Lo que encuentro me indica lo que busco" presenta: "No era su hora"

En Francia, Jacques LeFevrier quiso asegurar bien la manera de suicidarse.
Se fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga.
Anudó la otra extremidad de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se incendió la ropa. Hasta trató de dispararse al último momento.
Todo esto para querer morir, pues ese era su deseo
Saltó del precipicio y en el mismo momento que caia se disparó . La bala, que no lo tocó, fortuitamente cortó la soga sobre él.
Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar.
El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador que pasaba por ahi lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió... de hipotermia.



Más muertes absurdas en el blog Crónicas Terrestres

9 de septiembre de 2010

Descansen en paz los personajes que hablan en este diálogo, que parece surgido no ya en otra novela, sino en otro mundo


Le conté a Amparo mis cuitas con Leo. Le hicieron mucha gracia. Como siempre, ejerció de amiga sensata que dice las cosas que piensa.
—Pero Vio, cariño, cómo te has vuelto. ¡Estás sentando la cabeza! ¿Has pronunciado la palabra «pereza»? ¿Tú?
—Yo no digo que esté sentando la cabeza, sólo que con Leo no me interesa perderla.
—Ya. En cambio, te gusta que te mire el culo.
—Claro. Pero él no entiende que con eso me basta. Miraditas, algún toqueteo inocente, frases con doble sentido... No necesito más.
—No lo entiende porque es un hombre, Vio. Para ellos los preliminares conducen a algo o son una pérdida de tiempo.
—Ya. Conducen a follar. Justo lo que a mí no me interesa.
Me miró entrecerrando los ojos. Tenía un cubata en la mano.
—No sé si te haces mayor o es que el pobre Leo no te gusta lo bastante.
—¿Tal vez una mezcla de ambas cosas?
—Entonces, déjale en paz y no le des esperanzas, mala.
—No puedo. Me gusta demasiado que me mire el culo.
—Y que te invite a cenar, haciéndose ilusiones.
—Oye, que siempre pagamos a medias. No me llames aprovechada.
—Lo eres. Una aprovechada con todas las letras.
—Yo me considero más bien una idealista en busca del hombre ideal.
—Nanai: una ilusa convencida de que lo que tú quieres existe.
—Una cuarentona con cuerpo de veinte.
—Una calientabraguetas que no acepta que se hace mayor.

8 de septiembre de 2010

Limpieza: otro fragmento de novela a la basura (y sigo)


A pesar de que llegamos tarde al hotel, decidí salir a dar un paseo. No quería perderme el espectáculo de la ciudad de noche. Hacía muchos años que había estado allí, y sentía curiosidad por recuperar los recuerdos que Roma podía traerme, como si algo de nuestra memoria viviera para siempre en las ciudades que vamos dejando atrás. Mientras atravesaba la Piazza Navona en dirección a la Via Santa Maria dell’anima me preguntaba si seguiría allí la pizzeria Ponte & Parione, si mantendría su terraza y su menú degustación. También calculé el tiempo que había pasado desde que cené acompañada en aquel restaurante: más de quince años. No está mal para una vida de cuatro décadas. Eché un vistazo lejano y un pudor extraño conmigo misma me impidió ir más allá. De qué sirve perseguir el pasado, me dije. De qué sirve perseguir nada, en realidad. Las cosas ocurren cuando deben ocurrir y luego se borran para siempre de la retina.
También la Fontana de Trevi, en cierto modo, «ocurre». Me lo dijo aquella vez mi acompañante, lo bueno de este lugar es que no hay que buscarlo, porque siempre te encuentra. También me enseñó que a la Fontana es mejor ir de noche, porque un lugar como ése «hay que oírlo, además de mirarlo.
La noche de las callejas romanas es bastante tranquila, si se tiene la paciencia de esperar. Era tarde cuando en mi paseo sin mapa presentí el lugar. El rugido del agua me hacía una advertencia. Si crees que no vas a soportarlo, aún estás a tiempo de marcharte. Por supuesto, continué adelante. Era portentoso aquel rumor, como si hubiera un Niágara en aquel dédalo de piedras viejas. Seguro que nunca te la habías imaginado así: en las películas, parece redonda. Prepárate, Violín, mejor que cierres los ojos. Lo hice de nuevo. Cerré los ojos. Me detuve en una esquina. ¿Preparada? Ahora, ¡mira qué belleza! Qué grandilocuencia más indescriptible, la de ese lugar diminuto a quien el cine, es verdad, nunca hizo justicia. El cine sólo le ha traído problemas. Si supieras la cantidad de turistas que quieren bañarse aquí, como Anita Ekberg en La dolce vita, ¡ni que las fuentes romanas fueran piscinas públicas! Me senté a disfrutar del espectáculo, a contemplar los detalles. Los dos tritones domando a los hipocampos, he aquí las aguas mansas junto a las aguas bravas. Las estatuas de la Abundancia y la Salud, la jarra de agua que se vierte sin fin y la copa que se bebe sin miedo. No lo pensé dos veces antes de abrir el bolso, sacar una moneda de cincuenta céntimos, ponerme en pie dándole la espalda a las estatuas y lanzarla por encima de mi hombro. Ten cuidado con lo que deseas, amor mío, no vaya a ser que tengas que aguantarme el resto de tu vida. En el centro, tan estupefacto como yo —pero mucho más orgulloso—, Neptuno, bendiciendo acaso la grandilocuencia barroca del papa que lo puso ahí y al mismo tiempo ufano de mi sensiblería inútil. Vamos, Violín, te estás poniendo pesada. A dormir. Ya volveremos.
Claro que volveré, a Roma se vuelve siempre, pero lo haré sin ti. Dentro de quince años que habrán pasado sin avisar.

7 de septiembre de 2010

Al principio, a las novelas hay que empujarlas. Luego, te empujan ellas a ti (O breve crónica de la resurrección de una novela)


No hace mucho escribí esta frase en mi perfil de Facebook. Luego la utilicé para un libro raro que he pergeñado, del que os hablaré pronto (espero que sus editores me den el beneplácito para hacerlo público). Desde hace más o menos quince días, me la repito a todas horas. Y es que ese es el tiempo que llevo siendo felizmente empujada por mi nueva novela, a la que hasta ahora empujaba yo, con mucho trabajo, por una interminable y y empinada cuesta llena de dificultades.
No tengo ni idea de por qué ocurren estas cosas ni cómo dejan de ocurrir. Tenía la idea, tenía la documentación, tenía el entusiasmo y el 8 de abril, justo el día en que cumplí 40 años, decidí tirar a la basura las casi 200 páginas de la novela en la que trabajaba desde noviembre de 2009. Por fortuna, antes de tirarla se las envié a cuatro personas de mi absoluta confianza, sufridores de casi todos mis borradores y salvadores de no pocos: Ángeles Escudero, Francesc Miralles, Deni Olmedo, Sandra Bruna. De un modo u otro, todos me animaron a rescatarla de la papelera. El más gráfico de todos -siempre, siempre- fue Olmedo, quien dijo: "Tus personajes parecen amebas". Tenía razón. Mis personajes estaban como aletargados.
Dediqué los siguientes meses a hacer (o intentar) que mis personajes dejaran de ser amebas. Reescribí lo que llevaba hasta entonces, suprimí personajes, seguí leyendo y leyendo, se supone que para documentarme. Libros sobre Barcelona, sagas familiares, novelas ambientadas a fines del XIX y principios del XX, libros de viajes, memorias, biografías, tratados de arte, catálogos de exposiciones, epistolarios... Creo que me dejé abducir un poco por el proceso de documentación, algo que suele ocurrirme con demasiada frecuencia cuando el tema me interesa (hay que tener mucho cuidado con eso o la documentación te secuestra). Llegué al verano con otras 200 páginas y un montón de documentos llenos de fragmentos descartados. Releí el texto antes de irme de vacaciones. No me gustó. La segunda muerte de la misma historia, donde por cierto hay varias muertes y alguna resurrección, estaba a punto de producirse.
Entonces me fui a
Como. ¿Fue para documentarme? A estas alturas, ni lo sé. Planeé el viaje de todos los años con mi amiga Ángeles. No queríamos ir lejos, no queríamos gastar mucho, nos gusta Italia, yo llevaba tiempo queriendo conocer el Norte, había buenas ofertas a Milán... a veces una casualidad cambia tu vida. Casi siempre las casualidades cambian -y mucho- las novelas. Fue una casualidad lo que me llevó a Bellagio. Allí, dando un interminable paseo por el lago, pensé y pensé. Conocí Nesso, vi casonas decadentes hundiendo sus cimientos en las aguas, pensé en lo adecuado que es ese lugar para alguien que desea alejarse de su vida, olvidar, olvidarse, entregarse a otra persona. De pronto, miré hacia la orilla y los vi allí: Amadeo, el personaje central de mi novela, mirándome con sus ojos gélidos desde un balcón necesitado de una mano de pintura. A su lado estaba ella, desnuda, recostada en la cama, a punto de ser abandonada para siempre. Pensé qué diría su nieta, varias décadas después, si escribiera una carta de desagravio. Pensé en la memoria, tan parecida al paisaje lejano que rodea al lago. Cuando llegué de nuevo a Bellagio, la novela estaba resuelta. Sólo faltaba escribirla.
En eso estoy desde entonces. Ya la nieta de esa mujer ha escrito su carta. Ha causado, por supuesto, un gran revuelo. Mis personajes han vuelto a ponerse en danza y ahora sé que no son medusas. Completo, reescribo, aprovecho, monto y desmonto una historia que ya parece un patchwork, por tercera -espero que última- vez. Me sé la vida de mis muchos personajes como si formara parte de su familia. Hasta sé qué rincón de esa casa familiar cercana al
Paseo de Gracia, que por supuesto nunca existió, es mi favorito. Todos los días paseo por la Barcelona de 1890, de 1920, de 1932, de 1936. Y por la mía, que es protagonista también.
No sé por qué o de qué forma ocurren estas cosas, pero el lago de
Como desbloqueó mi historia. Ahora, sólo tengo que dejarme arrastrar por ella, escribirla con urgencia, porque todas las horas me parecen pocas, y desear que llegue abril de 2011 para compartirla con otras personas.

5 de septiembre de 2010

Deberes


Estos señores de la foto, obreros de la fábrica textil Pujolà-Vinardell de Mataró, que nos observan tan serios, siento que me piden algo. Y yo estoy dispuesta a hacerles caso.
La foto debió de tomarse alrededor de 1901. Florian Pujolà, que debió nacer hacia 1870, era uno de los propietarios de la empresa, además de mi bisabuelo. Fue un señor de buena casa que murió 10 años antes de nacer mi madre, totalmente arruinado, después de una vida por todo lo alto. De él no sé casi nada, nada, pero pronto solucionaré ese problema.
Con la vuelta al cole, he decidido ponerme deberes.

3 de septiembre de 2010

Bienvenidos a la temporada 2011-2012, paseantes del Silencio

He renovado el diseño de este sitio, como viene siendo tradición. Así no nos aburrimos de ver siempre lo mismo. A partir de ahora, y hasta dentro de aproximadamente un año, este bucólico Gorki presidirá lo que aquí ocurra, siempre mirando con una nostalgia muy rusa a esos árboles moscovitas de la derecha. Algo de ruso tendrá el curso que ahora empieza, como en su momento se irá revelando.

Para celebrar a Gorki y al curso os dejo un cuento quasi inédito y quasi verídico en Gazpacho, WA LOK.

Feliz lectura, feliz vuelta al cole, feliz reencuentro con las cosas nuestras de cada día, feliz despedida de vacaciones, feliz septiembre.

2 de septiembre de 2010

Goethe lo sabía

"Escribir es un ocio muy trabajoso"

1 de septiembre de 2010

Obsesión


Me he dado cuenta de que últimamente pronuncio mucho la palabra obsesión. La primera vez que la leí asociada al día a día del escritor supongo que fue leyendo a Martin Amis pero, curioso, no le di mucha importancia. Pensé que el inglés exageraba, o recurría a la hipérbole para mejorar la anécdota.
Esta noche de partido de la selección de baloncesto y anuncios de la vuelta al cole de los grandes almacenes, he decidido inaugurar la temporada de este blog hablando de las vacaciones. Pero no de cualesquiera vacaciones, sino de las vacaciones obsesivas, inexistentes por mucho que quieras evitarlo, del escritor. Perdón, amigos, pero en este, para muchos, primer día de trabajo, he decidido hablar de mis vacaciones.
Este año decidí tomarme un descanso. Esto es, no escribir ni una línea durante, al menos, 20 días. Aclaro que pocas veces he estado tanto tiempo sin escribir y aclaro también que siempre que me he propuesto descansar de la escritura he vuelto a escribir a los pocos días o incluso a las pocas horas. Incluso tengo una contrastada teoría: mis épocas de mayor producción suelen ir precedidas de uno de esos propósitos míos de descanso.
La verdad descarnada, esa que siempre asoma, es esta: dedicarse a la literatura es una suerte, un privilegio indiscutible que sería de tontos no valorar, pero lleva asociada la condena de la obsesión que no cesa.
Sí, este año me he tomado vacaciones. He estado de retiro familiar, al sol, junto a una piscina. He jugado con mis hijos, he leído bajo un árbol y he recargado las pilas, que buena falta me hacía. Pero no he podido evitar, en todo ese tiempo, dejar que la obsesión campe a sus anchas. Por las noches he inventado cuentos de aparecidos. De día he cambiado mil veces el título de mi nueva novela -que después de llenar una hoja de mi Moleskine con más de 30 posibilidades diferentes, sigue sin título-, he enriquecido a algunos de los personajes que ya tenía inventados, he cambiado el narrador principal, y también el orden de algunas escenas... También se me han ocurrido tres novelas nuevas, que estoy segura de no poder escribir, por lo menos ahora, ni tampoco en un futuro a medio plazo (porque otras que se me ocurrieron antes aguardan también en mi lista de obsesiones). De modo que he regresado del descanso con un montón de deberes y la necesidad de aplicar cuanto antes todo lo anotado, puntillosamente, durante los días en que no escribí ni una línea.
No cambiaría lo que hago por nada del mundo pero a veces me gustaría ser una persona capaz de irse de vacaciones veinte días y no pensar en nada que le quite el sueño. Sí, ya sé que puede parecer ridículo, pero el narrador, el orden de las escenas, el matiz de una línea de diálogo... estas cosas quitan el sueño a un novelista. En fin. Sin obsesión, lo decía Amis, no hay literatura. O lo digo yo, ahora que estoy de acuerdo.


* La imagen de hoy, de Fernandoprats en Flickr

21 de julio de 2010

19 de julio de 2010

16 de julio de 2010

Qué Leer, especial literatura infantil y juvenil, julio 2010



* La foto es de Paula Santos Giménez

14 de julio de 2010

El pulpo adivino o por qué siempre existirá la literatura


Acabo de leer las declaraciones de un científico del CSIC, experto en pulpos, asegurando que el pulpo Paul no posee dones adivinatorios, sino una agudeza visual limitada. Esa es la razón por la que se decantó, una vez tras otra, por las banderas que resultaban más visibles a sus miopes ojos y añade, imagino que muy serio, que "los cefalópodos, por lo que sabemos, no son capaces de adivinar el futuro". Y dice aún más, dispuesto el científico a arruinarnos el día: "los pulpos viven un promedio de tres años". De modo que no podemos contar con Paul de cara al próximo Mundial de Fútbol, porque o es el Matusalén de los pulpos o habrá pasado a mejor vida.
La noticia, leo, consterna a los seguidores de
España. Muchos se habían hecho ya ilusiones de contar con este oráculo tentacular. La desilusión se palpa en Facebook, donde hay un montón de grupos que tienen como protagonista al pulpo Paul. "No sé mamá, pregúntale al pulpo", "Quiero que el pulpo Paul tome todas las decisiones importantes de mi vida" o "Hazle una pregunta al pulpo Paul", son sólo algunos ejemplos. Buena idea, pienso, esta de preguntarle todo al pulpo Paul. Mi sobrina, sin ir más lejos, le consultó hace sólo unas horas sobre si cierta persona era el amor de su vida y el pulpo, para gran satisfacción de toda la familia, le ha dado fundadas esperanzas.
¿Qué vamos a hacer, entonces, sin el
pulpo Paul? ¿Le crionizaremos? ¿Inventaremos ídolos de barro? ¿Abrazaremos los paraísos artificiales? ¿Escribiremos poesía?
El pulpo
Paul -me encanta decirlo: pul-po-paul, es todo tan oclusivo, tan primigenio, tan de primeras palabras- es la prueba más reciente de que la especie humana se lo cree todo. Es más: necesita creer en algo. Necesita pensar que existe algún ser en esta galaxia -da lo mismo que sea animal, mineral, vegetal o nada de lo anterior- que conoce nuestro destino en este viaje incierto. El pulpo Paul no es un adivino, estoy de acuerdo con el experto del CSIC. Es un icono. Un símbolo simple y simpático de la razón por la cuál la ficción nunca morirá. La necesitamos tanto como el oxígeno. Escuchamos, crédulos y entregados, todo lo que nos dicen, mientras en silencio afirmamos: cuéntame lo que quieras, querido, porque todo-todito lo tomaré al pie de la letra. Estoy programado para eso, para creerte. Es más: para soñar que tus palabras son la única verdad.
De modo que respirad felices, tristes del día, víctimas de los expertos en pulpos del CSIC: aunque muera Paul, nada logrará apagar su legado.
Somos
mentiranómanos. Ficcionadictos. Deliciosos seres mitad verdad-mitad cuentos chinos.
Otra cosa es: ¿qué clase de ficción perdurará?
Ajá, eso quién lo sabe. ¿Y si se lo preguntamos al pulpo
Paul, ahora que aún vive?

* La imagen de hoy, de syymza, tomada de Flickr

11 de julio de 2010

¿Cuántos veis?






10 de julio de 2010

Mañana iré a la primera "mani" de mi vida (traducción del post de ayer en este mismo sitio)


Hoy esta entrada habla catalán. Esto no ha pasado nunca, en este blog. Nunca sin traducción al castellano, por respeto básico a los (muchos) lectores que lo siguen en castellano. Pero hoy este blog sólo puede hablar catalán. No me saldrían estas palabras en otro idioma. No tendría ningún sentido. Hoy, hace ya unos días, estoy desengañada y triste. Por eso mañana iré a la manifestación que ha convocado Ómnium Cultural. Será la primera mani de mi vida. Y lo mejor es que ni siquiera he tenido que pensarlo: asistir me sale del corazón. Y ya hace tiempo que aprendí que hay que hacer lo que sale del corazón. Aunque después tenga consecuencias. O aunque no las tenga, que en este caso es peor.
Siempre he navegado entre dos aguas y, guste o no, lo continuaré haciendo. No por esta especie de tradición a nuestros valores más sentidos que quieren ver algunos, sino por amor a mi propia tradición, a mis propias convicciones. Siempre he considerado que el catalán era mi idioma tanto como el castellano. No es una decisión política, sino biológica: soy hija de un andaluz que se enamoró de una catalana tan arrebatadoramente que lo dejó todo por venir a esta tierra, que siempre se sintió orgulloso de formar parte de ella, que aprendió catalán de inmediato y como algo natural, que no podía dejar de hacer; que con el tiempo se permitía el lujo de corregirnos a sus hijos las metidas de pata lingüísticas y que incluso lucía muy orgulloso un carné de catalán (?) que le había regalado no sé qué paciente suyo. Una vez vi a mi padre regañar duramente a un colega médico porque se ufanaba de "llevar en Catalunya más de quince años y no hablar ni papa de catalán". Vi que mi padre le decía: "¿Y no te da vergüenza?". Y me sentí orgullosa de él, naturalmente. De pequeña, por cierto, yo estaba convencida de que era algo así como la intérprete al catalán de mi padre. Yo le traducía todo, convencida de que no entendía el idioma. Cuando descubrí que lo entendía -y lo hablaba- a la perfección, me sentí un poco decepcionada. Hoy me gusta recordarlo, porque es la constante de mi vida: hablar dos idiomas sin poder dejar ninguno de lado.
Mi madre, último eslabón de una cadena de parientes nacidos -parece- en l'Empordà, se enamoró de un elemento exótico. Andaluz, sevillano, mayor que ella, banquero, estudiante de medicina. Algunas amigas dejaron de hablarle cuando se casó con un andaluz. No se lo podían creer. Los andaluces, entonces, ahora, tenían aquí mala fama. Un dicho catalán dice "Si et vols casar ben casat, casa't al mateix veinat" ("Si quieres casarte bien casado, cásate en el vecindario"). Está claro que mi madre no acabó de entenderlo. Ni yo tampoco, por cierto, tantos años más tarde.
De modo que estoy desde siempre en una zona incómoda: amo el catalán, Catalunya, su gente, sus particularidades, sus defectos, sus aspiraciones... y no dejo de amar el castellano, Sevilla -es también mi tierra-, Adalucía, algunas tradiciones que aquí siempre seran foráneas, charnegas, mal vistas. Y, por descontado, las defiendo como sólo puede defenderse aquello que forma parte de tu propia sangre.
Esta pertenencia a los dos bandos me hace sentir, a menudo, fuera de lugar. A veces, me ha llevado a discutir con alguien. Como aquel día en Valladolid, cuando un comercial de editorial SM me preguntó si yo era catalana y cuando le dije que sí soltó: "Vaya, pues no lo pareces". O aquel otro en que un amigo al que quiero mucho me espetó una tesis completa de por qué enseñar en catalán en Catalunya es una actitud fascista. Se lo expliqué. Qué pasa con el catalán, por qué motivo es necesario que la enseñanza sea cien por cien en catalán, qué le ocurriría a nuestra lengua si las instituciones dejaran de apoyarla... Al final, fue mejor cambiar de tema.
Y del otro lado: cuando alguien dice que ser catalán es un sentimiento de exclusividad, como si se tratara de un matrimonio monógamo, o que desde ahora dejará de hablar en castellano, como si el castellano fuera patrimonio del PP o de los políticos de asco que nos han tocado y no una lengua que hablan 500 millones de personas y que han conjugado algunos de los escritores a quienes más admiro del mundo. O como cuando alguien suelta un comentario vejatorio, profundamente peyorativo, por ejemplo, de los madrileños, como si todos fueran iguales o todos fueran, pongamos, Rajoy.
Durante muchos años he nadado en esta corriente imposible, intentando comprenderlo todo y respetando a todo el mundo. Admirando a aquellos que vocean alto y claro consignas nacionalistas, pero manteniéndome un poco al margen. Y he visto muchas cosas, sin pronunciarme jamás sobre esta cuestión. Cuando me preguntaban por qué escribo en castellano les respondía que porque
también es mi lengua y porque respetaba demasiado la lengua catalana como para utilizarla a la hora de escribir. Era la pura verdad: pensaba que no tenía nivel suficiente para escribir en catalán. Ahora esto también ha cambiado. Continúo escribiendo en castellano como primera opción, pero me traduzco yo misma y de vez en cuando escribo una novela en catalán porque el corazón y el estómago me lo piden. Por otra parte, he aprendido. Quiero decir que he mejorado mi catalán hasta el extremo de atreverme a utilizarlo como lengua literaria. Puntualizo que la lengua literaria debe ser, necesariamente, una búsqueda de la excelencia. Esta idea es, precisamente, la que me ha mantenido alejada de ella durante tanto tiempo. Ahora, creo, puedo intentar ser excelente en catalán.
Durante muchos años, qué ingenua, he pensado que podía hacerme entender. Por los míos, los catalanes, que de vez en cuando me han visto como una especie de desertora. Entre los otros, que no me son ajenos, ya sean los comerciales de Valladolid o mis primos andaluces. Algunas veces lo he conseguido. No hace tanto que mi querida amiga Ángeles, que además de sevillana y profesora de filosofía es la madrina -laica, una figura creada a nuestra medida- de mi hija, me contaba la discusión que tuvo con un compañero de trabajo al defender que para trabajar en Catalunya hay que saber catalán. Ay pobre, con lo traquila que ella vivía hasta ahora y ya anda contagiada de estas interminables discusiones lingüísticas nuestras.
A mi marido -madrileño- no me hizo falta convencerle de nada, porque Catalunya "le caía bien" desde antes de conocernos. Tomó clases de catalán nada más llegar. En las primeras elecciones autonómicas estudió todas las opciones como quien prepara unas oposiciones. Observó mucho, también, sin decir ni pío. Hasta que un día soltó un concluyente "Esto no se puede entender si no se vive aquí" que me dio mucho que pensar, y aún hoy. Por cierto, un amigo suyo de la infancia, cuando supo que aquella chica a la que se había ligado por Internet se lo llevaba a vivir a Barcelona, le preguntó "si tendría que sacarse el pasaporte para ir al extranjero". Me encantó que a él, a mi compañero, también le molestara, el dichoso comentario.
Y todo esto, ¿para qué? Pues para decir que con esto que ha hecho el Tribunal Constitucional he perdido una esperanza que aún conservaba: la esperanza de que se nos entienda. Quiero decir, claro, de que cierta gente nos entienda, porque hay otros que ni nos entienden ni quieren hacerlo). La esperanza de que no se vuelva a repetir, una vez más, aquella vieja historia de nuestra gente: defendemos lo nuestro, lo que amamos, en lo que creemos y aquello a lo que tenemos derecho y desde Madrid nos miran como si fuéramos de otro sistema solar. Lo hacen porque no saben nada de nosotros, de aquello que
de verdad somos los catalanes. Por aquella vieja máxima que nunca falla: es mucho más fácil juzgar que tratar de comprender.
Lo entiendan o no, lo que ha pasado en el Constitucional es un agravio para nosotros. Y me parece que conviene dejarlo claro. Nos duele. Nos cabrea. Nos obliga a repetir la historia. I estamos hasta el gorro de repetir la historia.
Por todo esto, mañana iré a la primera mani de mi vida.
Y por todo esto he escrito este post.
Es muy probable que mañana lo traduzca al castellano y lo cuelgue aquí mismo. Por respeto. Por íntima convicción. Pero eso será mañana. Hoy toca hablar en catalán.

9 de julio de 2010

Demà aniré a la primera "mani" de la meva vida


Avui aquesta entrada parla català. Això no ha passat mai, en aquest blog. Mai sense traducció al castellà, per respecte bàsic als (molts) lectors que el segueixen en castellà. Però avui, aquest blog, només pot parlar català. No em sortirien aquestes paraules, en castellà. No tindria cap sentit. Avui, ja fa dies, estic desencisada i trista. Per això demà aniré a la manifestació que ha convocat Òmnium Cultural. Serà la primera mani de la meva vida. I el millor és que no m'ho he hagut de rumiar gaire: em surt del cor anar-hi. Ja fa temps que he après que s'han de fer sempre les coses que surten del cor. Encara que després tinguin conseqüències. O no en tinguin, que en aquest cas és pitjor.
Sempre he navegat entre dues aigües i, agradi o no, ho continuaré fent. No per aquesta mena de traïció als valors nostrats que volen veure alguns, sinó per amor a la meva pròpia tradició, a les meves propies conviccions. Sempre he considerat que el català era tant el meu idioma com el castellà. No és una decisió política, sinó biològica: sóc filla d'un andalús que va enamorar-se d'una catalana tan arrebatadorament que va deixar-ho tot per venir a viure a casa nostra, que va sentir-se sempre orgullós de formar part d'aquesta terra, que va aprendre català de seguida com una cosa òbvia, que no podia deixar de fer; que amb el temps es permetia el luxe de corregir els fills les posades de pota llingüístiques i que fins i tot lluïa molt orgullós un carnet de català (?) que li havia donat no sé quin pacient seu. Un cop vaig veure el meu pare renyar durament un col·lega metge perque s'ufanava "de llevar quince años en Catalunya y no hablar ni papa de catalán". Vaig veure com li deia: "I no et fa vergonya?". I vaig sentir-me'n orgullosa, és clar. De petita, per cert, jo creia que per a ell era alguna cosa així com la seva intèrpret de català. Jo li traduïa tot, convençuda que no entenia l'idioma. Quan vaig descobrir que l'entenia -i el parlava- perfectament, vaig sentir-me una mica decebuda. Avui em fa gràcia recordar-ho, perquè és la constant de la meva vida: parlar dos idiomes sense poder deixar-ne cap de banda.
La mare, última baula d'una cadena de parents nascuts -sembla- a l'Empordà, va enamorar-se d'un element exòtic. Andalús, sevillà, més gran que ella, banquer, estudiant de medecina. Algunes amigues van deixar de parlar-li, quan va casar-se amb un andalús. No s'ho podien creure. Els andalusos, llavors, ara, tenien mala fama, aquí. Allò de "Si et vols casar ben casat, casa't al mateix veinat" no ho va acabar d'entendre, la mare. Vaja, ni ella ni jo, tants anys més tard.
De manera que estic des de sempre en una zona incòmoda: estimo el català, Catalunya, la seva gent, les seves particularitats, els seus defectes, les seves aspiracions... i no deixo d'estimar el castellà, Sevilla -és la meva terra, també-, Andalusia, algunes tradicions que aquí sempre seran foranes, xarnegues, mal vistes. I, per descomptat, les defenso com només pot defensar-se allò que forma part de la teva sang.
Aquesta pertinença a tots dos bàndols em va sentir, sovint, fora de lloc. De vegades, m'ha fet barallar amb algú. Com aquell dia a Valladolid, quan un comercial d'editorial SM va preguntar-me si jo era catalana i quan li vaig dir que sí em va dir: "Vaya, pues no lo pareces". O com aquell altre en que un amic que m'estimo molt, mentre compartíem una sobretaula, va clavar-me tota una tesi sobre per què ensenyar en català a Catalunya és un comportament feixista. Li ho vaig explicar. Què passa amb el català, per quin motiu cal que l'ensenyament sigui cent per cent en català, què passaria amb la nostra llengua si les institucions la deixessin de banda... Al final, va ser millor canviar de tema.
I d'altra banda: quan algú diu que ser català és un sentiment d'exclusivitat, com si ser català fos un matrimoni monògam, i que des d'ara deixarà de parlar en castellà, com si el castellà fos un patrimoni del PP o del fàstic de polítics que ens han tocat, i no una llengua que parlen 500 milions de persones, i que han conjugat alguns dels escriptors que més admiro. O com quan algú deixa anar un comentari vexatori, profundament pejoratiu, per exemple, dels madrilenys, com si tots fossin iguals o tots fossin, posem per cas, Rajoy.
Durant molts anys, he nedat en aquests corrent impossible, mirant d'entendre-ho tot i respectant tothom. Admirant aquells que criden ben alt consignes nacionalistes, però mantenint-me una mica al marge. I he vist moltes coses, sense pronunciar-me mai sobre aquesta qüestió. Quan em preguntaven per què escrivia en castellà deia que perque també era la meva llengua i perquè respectava massa la literatura en català per practicar-la. Era ben bé la veritat: pensava que no tenia prou nivell, en català, per escriure-hi. Ara, això ha canviat. Continuo escrivint en castellà com a primera opció, però em tradueixo jo i de tat en tant faig una novel·la en català perquè el cor i l'estómac m'ho demanen. D'altra banda, n'he après. Vull dir que he millorat el meu català fins als punt de gosar utilitzar-lo com a llengua literària. Per cert, la llengua literària ha de ser, necessàriament, una recerca d'excel·lència. Aquesta idea és, precisament, la que me n'ha mantingut allunyada tant de temps. Ara, crec, puc mirar de ser excel·lent en català.
Durant molts anys, què ingènua, he pensat que podia fer-me entendre. Fer-me entendre pels meus, els catalans, que de tant en tant m'han vist com una mena de desertora. Fer-me entendre pels altres, que no em són aliens, ja siguin els comercials de Valladolid o els meus cosins andalusos. Alguns cops ho he aconseguit. No fa pas tant que la meva estimada amiga Ángeles, que a més de sevillana i professora de filosofia és madrina -laica, una figura feta a la nostra mida- de la meva filla, em deia que s'havia barallat amb un company de feina tot defensant que per treballar a Catalunya s'ha de saber català. Pobreta! Tant tranquil·la que vivia, fins ara, i l'he ben posada en interminables discussions lingüístiques.
El meu home -madrileny- no em va caldre convèncer-lo de res, perque Catalunya "li queia bé" des d'abans de conèixer-nos. Va prendre classes de català només arribar, a les primeres eleccions autonòmiques va estudiar-se totes les opcions com qui es prepara unes oposicions i va observar molt, també, sense dir ni piu. Fins que un dia va deixar anar un concloent: "Esto no se puede entender si no se vive aquí" que va fer-me pensar molt, i encara ara. Per cert, un amic seu de l'infantesa, quan va saber que aquella noia que s'havia lligat per Internet se l'emportava a viure a Barcelona, li va preguntar si "tendría que sacarse el pasaporte para ir al extranjero". Em va agradar que a ell, el meu home, també li sabés greu, el comentariet.
I tot plegat, per què? Doncs per dir que, amb tot això que ha passat al Tribunal Constitucional, he perdut una esperança que encara tenia. L'esperança que ens entenguessin. Vull dir, és clar, que certa gent ens entengués (perque n'hi ha que ni entenen ni volen entendre). Que no tornessim a repetir, un cop més, aquesta vella història de la nostra gent: defensem allò que és nostre, allò que estimem, allò en què creiem, i allò al que tenim dret i des de Madrid ens miren com si fossim d'un altre sistema solar. Ho fan perque no en saben res, de nosaltres, d'allò que de debò som els catalans. Per aquella vella màxima, que mai no falla: és molt més fàcil jutjar que prendre's la molèstia de comprendre.
I, ho entenguin o no, el què ha passat al Constitucional, és un greuge per a nosaltres. I crec que convé deixar-ho clar. Ens dol. Ens emprenya. Ens fa repetir la història. I n'estem fins al cap, de repetir la història.
Per tot plegat, demà aniré a la primera mani de la meva vida.
I per tot plegat, he escrit aquest post.
És molt probable que demà el tradueixi al castellà i el pengi aquí mateix. Per respecte. Per íntima convicció. Però això serà demà. Avui toca parlar català.

8 de julio de 2010

Bañeras librescas

Conozco a una familia tan aficionada a leer en la bañera que ha hecho de ello un arte. Tienen un atril, donde los hijos instalaban los apuntes mientras aún estaban en la Universidad. Ahora, con los hijos ya mayores, el padre y la madre devoran en remojo novelones de 800 páginas. Jamás mojan el libro, y saben pasar las páginas con la mano seca -una de las dos nunca se sumerge- para no estropear el papel. A veces se llevan hasta la merienda al cuarto de baño, o un gintonic. Salen cuando el agua se enfría, o a veces -si el libro está interesante- recalientan el agua. Por supuesto, para semejantes sibaritas no vale una bañera cualquiera. La suya tiene un sistema de aire caliente que mantiene el agua a la temperatura adecuada todo el tiempo, y sin gastar más.
Hoy os sirvo estas dos imágenes de usos diversos y librescos de la bañera, para recordar a mis amigos los lectores acuáticos. La primera es de Montse Vallmitjana, y corresponde a la época en que tuvo que hacer reformas en casa. La segunda es un diseño de Antonio Lupi que puede ser vuestro por unos 10.000 euros: una bañera con biblioteca incorporada, diseñada en resina y madera y con un sistema especial que evita que el agua se desborde. No está mal.