30 de septiembre de 2010

23 de septiembre de 2010

Otoño: instrucciones de uso


Abrígate contra todo lo que hiere o hiela. Sabes que no hablo del tiempo.
Helor: ausencia de ti. Calor: tú bajo las sábanas.
Lo desapacible no es ninguna estación.
En noviembre, las sombras desnudas de los árboles juegan a ser lo que parecen.
El mar respira, tranquilo, feliz de haber sido abandonado.
Prefiero esta estación, porque es la de los fantasmas.
Cuando caiga la nieve, lo que abandonaste quedará escondido
y habrá que esperar unos meses para recuperarlo.
Esta no es una estación para impacientes. Gana con el paso de los años.
El otoño intriga y levanta niebla sobre la ilusión.
En esta casa, no le tememos al otoño.

21 de septiembre de 2010

17 de septiembre de 2010

El inmenso placer de darle vueltas a todo


"Todas las mujeres piensan que su marido les es infiel. Todos los hombres pensamos que nuestra mujer nos es fiel".
Esta frase la pronunció un amigo en una cena, esta semana. Como soy de proceso lento, me quedé dándole vueltas.

¿Pienso que mi marido me es fiel? En principio sí, pero por economía sentimental. Si pensara que me es infiel, me obligaría a adoptar actitudes que me dan mucha pereza. Por otra parte, no me demuestra lo contrario. Me siento atendida, querida, deseada, ayudada (¡ay, la erótica de las tareas domésticas compartidas!), apoyada y hasta multiplicada cuando él está a mi lado.
Si va por ahí echando canas al aire, no es de mi incumbencia, siempre y cuando lo anterior siga en pie. Eso sí: no quiero saberlo ni organizar mesas redondas sobre aventuras de ningún tipo. "Si quieres ser feliz, como tú dices / no analices, hermana, no analices" es mi máxima.
Segunda parte de la ecuación: ¿Soy fiel a mi marido?
En principio, también sí. A menos que se considere infidelidad alguno de los puntos siguientes:
-Babear (literalmente) cada vez que sale Don Draper (Jon Hamm) en la serie Mad Men.
-Babear (literalmente) cada vez que sale Joan (Christina Hendricks) en lo mismo. Esta serie, ya lo he dicho, me genera confusión sexual.
-Dejar que de vez en cuando me acune dulcemente el tan architraído y llevado "qué pasaría si..."
-Dejar que de vez en cuando me acune del mismo modo algún recuerdo pasado que el tiempo (y las ganas, ejem) se encargan de agrandar.

Pregunta ingenua que no lo es en absoluto: ¿Alguien de verdad se traga que los seres humanos somos capaces de desear siempre, a cualquier hora y del mismo modo al ser humano que tenemos más cerca (ése al que llamamos "nuestro") olvidándonos de todos los demás seres humanos apetitosos que circulan libremente por ahí?

-Ah, y la muy importante cuestión lexicográfica: reírme cada vez que alguien llama "mi marido" a mi marido. Lo siento, pero no me sale. Llevo un año y medio casada y no hay manera. Mi amante. Mi locura. Mi compañero. El padre de mis hijos. Eso sí.

Otrosí: Miento mejor que él, lo sé, para algo soy mentirosa profesional. Pero, por ahora, no tengo ganas de aprovechar esa ventaja. Dentro de unos años, despertaré sonrisillas de conmiseración si lo digo. La pasión no pasará, pero aprenderé a disimularla, os lo prometo.
Nunca he pertenecido a nadie en virtud de ningún papel. Pero en este instante pertenezco a alguien por otras razones, que me reservo.
La única vez que creí que una persona me pertenecía, la vida se encargó de darme una buena lección. De modo que ahora le tomo prestado y le disfruto igual. Procuro ser buena usuaria, eso sí. Ejemplar, diría yo.
¿Todos los hombres piensan que su mujer les es fiel y todas las mujeres piensan que su marido les es infiel? Tengo mis dudas de que el mundo funcionara si eso fuera cierto.
Aunque todo tiene remedio.
Menos que alguien te mire a los ojos y te diga: "Ya no te quiero".
En eso estuve de acuerdo con mi amigo.

* Foto: Diagonales.

14 de septiembre de 2010

13 de septiembre de 2010

Cronoelefante


Os presento a Fresón, el vigilante de la hora. Voy a contaros su historia.

Conocimos a Fresón el 13 de agosto pasado, en Segovia, durante nuestras vacaciones. Él vivía feliz en un estante del Taller de Alfarería de Mateo e Ignacio Sanz, en compañía de dos ovejas y un San Frutos. Se supone que Fresón es un elefante, como todos podéis apreciar, pero como su autor es muy amante de los cochinos, le salió un poco "agorrinado", lo cual -por cierto- le da un aire encantador que le hace único. Fresón es un elefante enano, de piel rosada, con las ancas rellenitas y un rabo mutante que para nada recuerda al de sus parientes indios o africanos.
Se enamoró de él mi hijo Álex, de 4 años, y como todo lo que hace Álex, tuvo su punto de desmesura. Fue verle y prendarse. ¡Lo quiero!, dijo. De modo que nos lo llevamos. En esta familia, tenemos fe en los flechazos. Sabemos que funcionan.
Cuando llegamos a casa, le buscamos una ocupación a Fresón. Por su tamaño tampoco se trataba de pedirle demasiado, de modo que le nombramos guardián de la hora. Ese reloj de la fotografía es el mismo que todos miramos mil vez cada mañana, para saber si nos sobran treinta segundos o si hay que correr. Antes de Fresón, dudábamos. Ahora sabemos que las manecillas no nos confundirán, porque Fresón vigila. El reloj está en la cocina, donde nuestro pequeño ronoelefante parece sentirse muy a gusto. Además, es un buen lugar para que tenga contacto con los niños, especialmente con Álex, que es su debilidad. Los niños ven a Fresón cuando desayunan, cuando cenan y los fines de semana a cada momento.
Fresón vigila por nosotros que las agujas no corran demasiado ni se duerman en los laureles. En esta casa no nos gusta alargar las cosas demasiado, pero detestamos las prisas. Fresón nos comprende. Y creo que sabe que en los próximos años tendrá mucho, muchísimo trabajo. He notado que a él también le gusta pensar en el futuro.

10 de septiembre de 2010

"Lo que encuentro me indica lo que busco" presenta: "No era su hora"

En Francia, Jacques LeFevrier quiso asegurar bien la manera de suicidarse.
Se fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga.
Anudó la otra extremidad de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se incendió la ropa. Hasta trató de dispararse al último momento.
Todo esto para querer morir, pues ese era su deseo
Saltó del precipicio y en el mismo momento que caia se disparó . La bala, que no lo tocó, fortuitamente cortó la soga sobre él.
Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar.
El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador que pasaba por ahi lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió... de hipotermia.



Más muertes absurdas en el blog Crónicas Terrestres

9 de septiembre de 2010

Descansen en paz los personajes que hablan en este diálogo, que parece surgido no ya en otra novela, sino en otro mundo


Le conté a Amparo mis cuitas con Leo. Le hicieron mucha gracia. Como siempre, ejerció de amiga sensata que dice las cosas que piensa.
—Pero Vio, cariño, cómo te has vuelto. ¡Estás sentando la cabeza! ¿Has pronunciado la palabra «pereza»? ¿Tú?
—Yo no digo que esté sentando la cabeza, sólo que con Leo no me interesa perderla.
—Ya. En cambio, te gusta que te mire el culo.
—Claro. Pero él no entiende que con eso me basta. Miraditas, algún toqueteo inocente, frases con doble sentido... No necesito más.
—No lo entiende porque es un hombre, Vio. Para ellos los preliminares conducen a algo o son una pérdida de tiempo.
—Ya. Conducen a follar. Justo lo que a mí no me interesa.
Me miró entrecerrando los ojos. Tenía un cubata en la mano.
—No sé si te haces mayor o es que el pobre Leo no te gusta lo bastante.
—¿Tal vez una mezcla de ambas cosas?
—Entonces, déjale en paz y no le des esperanzas, mala.
—No puedo. Me gusta demasiado que me mire el culo.
—Y que te invite a cenar, haciéndose ilusiones.
—Oye, que siempre pagamos a medias. No me llames aprovechada.
—Lo eres. Una aprovechada con todas las letras.
—Yo me considero más bien una idealista en busca del hombre ideal.
—Nanai: una ilusa convencida de que lo que tú quieres existe.
—Una cuarentona con cuerpo de veinte.
—Una calientabraguetas que no acepta que se hace mayor.

8 de septiembre de 2010

Limpieza: otro fragmento de novela a la basura (y sigo)


A pesar de que llegamos tarde al hotel, decidí salir a dar un paseo. No quería perderme el espectáculo de la ciudad de noche. Hacía muchos años que había estado allí, y sentía curiosidad por recuperar los recuerdos que Roma podía traerme, como si algo de nuestra memoria viviera para siempre en las ciudades que vamos dejando atrás. Mientras atravesaba la Piazza Navona en dirección a la Via Santa Maria dell’anima me preguntaba si seguiría allí la pizzeria Ponte & Parione, si mantendría su terraza y su menú degustación. También calculé el tiempo que había pasado desde que cené acompañada en aquel restaurante: más de quince años. No está mal para una vida de cuatro décadas. Eché un vistazo lejano y un pudor extraño conmigo misma me impidió ir más allá. De qué sirve perseguir el pasado, me dije. De qué sirve perseguir nada, en realidad. Las cosas ocurren cuando deben ocurrir y luego se borran para siempre de la retina.
También la Fontana de Trevi, en cierto modo, «ocurre». Me lo dijo aquella vez mi acompañante, lo bueno de este lugar es que no hay que buscarlo, porque siempre te encuentra. También me enseñó que a la Fontana es mejor ir de noche, porque un lugar como ése «hay que oírlo, además de mirarlo.
La noche de las callejas romanas es bastante tranquila, si se tiene la paciencia de esperar. Era tarde cuando en mi paseo sin mapa presentí el lugar. El rugido del agua me hacía una advertencia. Si crees que no vas a soportarlo, aún estás a tiempo de marcharte. Por supuesto, continué adelante. Era portentoso aquel rumor, como si hubiera un Niágara en aquel dédalo de piedras viejas. Seguro que nunca te la habías imaginado así: en las películas, parece redonda. Prepárate, Violín, mejor que cierres los ojos. Lo hice de nuevo. Cerré los ojos. Me detuve en una esquina. ¿Preparada? Ahora, ¡mira qué belleza! Qué grandilocuencia más indescriptible, la de ese lugar diminuto a quien el cine, es verdad, nunca hizo justicia. El cine sólo le ha traído problemas. Si supieras la cantidad de turistas que quieren bañarse aquí, como Anita Ekberg en La dolce vita, ¡ni que las fuentes romanas fueran piscinas públicas! Me senté a disfrutar del espectáculo, a contemplar los detalles. Los dos tritones domando a los hipocampos, he aquí las aguas mansas junto a las aguas bravas. Las estatuas de la Abundancia y la Salud, la jarra de agua que se vierte sin fin y la copa que se bebe sin miedo. No lo pensé dos veces antes de abrir el bolso, sacar una moneda de cincuenta céntimos, ponerme en pie dándole la espalda a las estatuas y lanzarla por encima de mi hombro. Ten cuidado con lo que deseas, amor mío, no vaya a ser que tengas que aguantarme el resto de tu vida. En el centro, tan estupefacto como yo —pero mucho más orgulloso—, Neptuno, bendiciendo acaso la grandilocuencia barroca del papa que lo puso ahí y al mismo tiempo ufano de mi sensiblería inútil. Vamos, Violín, te estás poniendo pesada. A dormir. Ya volveremos.
Claro que volveré, a Roma se vuelve siempre, pero lo haré sin ti. Dentro de quince años que habrán pasado sin avisar.

7 de septiembre de 2010

Al principio, a las novelas hay que empujarlas. Luego, te empujan ellas a ti (O breve crónica de la resurrección de una novela)


No hace mucho escribí esta frase en mi perfil de Facebook. Luego la utilicé para un libro raro que he pergeñado, del que os hablaré pronto (espero que sus editores me den el beneplácito para hacerlo público). Desde hace más o menos quince días, me la repito a todas horas. Y es que ese es el tiempo que llevo siendo felizmente empujada por mi nueva novela, a la que hasta ahora empujaba yo, con mucho trabajo, por una interminable y y empinada cuesta llena de dificultades.
No tengo ni idea de por qué ocurren estas cosas ni cómo dejan de ocurrir. Tenía la idea, tenía la documentación, tenía el entusiasmo y el 8 de abril, justo el día en que cumplí 40 años, decidí tirar a la basura las casi 200 páginas de la novela en la que trabajaba desde noviembre de 2009. Por fortuna, antes de tirarla se las envié a cuatro personas de mi absoluta confianza, sufridores de casi todos mis borradores y salvadores de no pocos: Ángeles Escudero, Francesc Miralles, Deni Olmedo, Sandra Bruna. De un modo u otro, todos me animaron a rescatarla de la papelera. El más gráfico de todos -siempre, siempre- fue Olmedo, quien dijo: "Tus personajes parecen amebas". Tenía razón. Mis personajes estaban como aletargados.
Dediqué los siguientes meses a hacer (o intentar) que mis personajes dejaran de ser amebas. Reescribí lo que llevaba hasta entonces, suprimí personajes, seguí leyendo y leyendo, se supone que para documentarme. Libros sobre Barcelona, sagas familiares, novelas ambientadas a fines del XIX y principios del XX, libros de viajes, memorias, biografías, tratados de arte, catálogos de exposiciones, epistolarios... Creo que me dejé abducir un poco por el proceso de documentación, algo que suele ocurrirme con demasiada frecuencia cuando el tema me interesa (hay que tener mucho cuidado con eso o la documentación te secuestra). Llegué al verano con otras 200 páginas y un montón de documentos llenos de fragmentos descartados. Releí el texto antes de irme de vacaciones. No me gustó. La segunda muerte de la misma historia, donde por cierto hay varias muertes y alguna resurrección, estaba a punto de producirse.
Entonces me fui a
Como. ¿Fue para documentarme? A estas alturas, ni lo sé. Planeé el viaje de todos los años con mi amiga Ángeles. No queríamos ir lejos, no queríamos gastar mucho, nos gusta Italia, yo llevaba tiempo queriendo conocer el Norte, había buenas ofertas a Milán... a veces una casualidad cambia tu vida. Casi siempre las casualidades cambian -y mucho- las novelas. Fue una casualidad lo que me llevó a Bellagio. Allí, dando un interminable paseo por el lago, pensé y pensé. Conocí Nesso, vi casonas decadentes hundiendo sus cimientos en las aguas, pensé en lo adecuado que es ese lugar para alguien que desea alejarse de su vida, olvidar, olvidarse, entregarse a otra persona. De pronto, miré hacia la orilla y los vi allí: Amadeo, el personaje central de mi novela, mirándome con sus ojos gélidos desde un balcón necesitado de una mano de pintura. A su lado estaba ella, desnuda, recostada en la cama, a punto de ser abandonada para siempre. Pensé qué diría su nieta, varias décadas después, si escribiera una carta de desagravio. Pensé en la memoria, tan parecida al paisaje lejano que rodea al lago. Cuando llegué de nuevo a Bellagio, la novela estaba resuelta. Sólo faltaba escribirla.
En eso estoy desde entonces. Ya la nieta de esa mujer ha escrito su carta. Ha causado, por supuesto, un gran revuelo. Mis personajes han vuelto a ponerse en danza y ahora sé que no son medusas. Completo, reescribo, aprovecho, monto y desmonto una historia que ya parece un patchwork, por tercera -espero que última- vez. Me sé la vida de mis muchos personajes como si formara parte de su familia. Hasta sé qué rincón de esa casa familiar cercana al
Paseo de Gracia, que por supuesto nunca existió, es mi favorito. Todos los días paseo por la Barcelona de 1890, de 1920, de 1932, de 1936. Y por la mía, que es protagonista también.
No sé por qué o de qué forma ocurren estas cosas, pero el lago de
Como desbloqueó mi historia. Ahora, sólo tengo que dejarme arrastrar por ella, escribirla con urgencia, porque todas las horas me parecen pocas, y desear que llegue abril de 2011 para compartirla con otras personas.

5 de septiembre de 2010

Deberes


Estos señores de la foto, obreros de la fábrica textil Pujolà-Vinardell de Mataró, que nos observan tan serios, siento que me piden algo. Y yo estoy dispuesta a hacerles caso.
La foto debió de tomarse alrededor de 1901. Florian Pujolà, que debió nacer hacia 1870, era uno de los propietarios de la empresa, además de mi bisabuelo. Fue un señor de buena casa que murió 10 años antes de nacer mi madre, totalmente arruinado, después de una vida por todo lo alto. De él no sé casi nada, nada, pero pronto solucionaré ese problema.
Con la vuelta al cole, he decidido ponerme deberes.

3 de septiembre de 2010

Bienvenidos a la temporada 2011-2012, paseantes del Silencio

He renovado el diseño de este sitio, como viene siendo tradición. Así no nos aburrimos de ver siempre lo mismo. A partir de ahora, y hasta dentro de aproximadamente un año, este bucólico Gorki presidirá lo que aquí ocurra, siempre mirando con una nostalgia muy rusa a esos árboles moscovitas de la derecha. Algo de ruso tendrá el curso que ahora empieza, como en su momento se irá revelando.

Para celebrar a Gorki y al curso os dejo un cuento quasi inédito y quasi verídico en Gazpacho, WA LOK.

Feliz lectura, feliz vuelta al cole, feliz reencuentro con las cosas nuestras de cada día, feliz despedida de vacaciones, feliz septiembre.

2 de septiembre de 2010

Goethe lo sabía

"Escribir es un ocio muy trabajoso"

1 de septiembre de 2010

Obsesión


Me he dado cuenta de que últimamente pronuncio mucho la palabra obsesión. La primera vez que la leí asociada al día a día del escritor supongo que fue leyendo a Martin Amis pero, curioso, no le di mucha importancia. Pensé que el inglés exageraba, o recurría a la hipérbole para mejorar la anécdota.
Esta noche de partido de la selección de baloncesto y anuncios de la vuelta al cole de los grandes almacenes, he decidido inaugurar la temporada de este blog hablando de las vacaciones. Pero no de cualesquiera vacaciones, sino de las vacaciones obsesivas, inexistentes por mucho que quieras evitarlo, del escritor. Perdón, amigos, pero en este, para muchos, primer día de trabajo, he decidido hablar de mis vacaciones.
Este año decidí tomarme un descanso. Esto es, no escribir ni una línea durante, al menos, 20 días. Aclaro que pocas veces he estado tanto tiempo sin escribir y aclaro también que siempre que me he propuesto descansar de la escritura he vuelto a escribir a los pocos días o incluso a las pocas horas. Incluso tengo una contrastada teoría: mis épocas de mayor producción suelen ir precedidas de uno de esos propósitos míos de descanso.
La verdad descarnada, esa que siempre asoma, es esta: dedicarse a la literatura es una suerte, un privilegio indiscutible que sería de tontos no valorar, pero lleva asociada la condena de la obsesión que no cesa.
Sí, este año me he tomado vacaciones. He estado de retiro familiar, al sol, junto a una piscina. He jugado con mis hijos, he leído bajo un árbol y he recargado las pilas, que buena falta me hacía. Pero no he podido evitar, en todo ese tiempo, dejar que la obsesión campe a sus anchas. Por las noches he inventado cuentos de aparecidos. De día he cambiado mil veces el título de mi nueva novela -que después de llenar una hoja de mi Moleskine con más de 30 posibilidades diferentes, sigue sin título-, he enriquecido a algunos de los personajes que ya tenía inventados, he cambiado el narrador principal, y también el orden de algunas escenas... También se me han ocurrido tres novelas nuevas, que estoy segura de no poder escribir, por lo menos ahora, ni tampoco en un futuro a medio plazo (porque otras que se me ocurrieron antes aguardan también en mi lista de obsesiones). De modo que he regresado del descanso con un montón de deberes y la necesidad de aplicar cuanto antes todo lo anotado, puntillosamente, durante los días en que no escribí ni una línea.
No cambiaría lo que hago por nada del mundo pero a veces me gustaría ser una persona capaz de irse de vacaciones veinte días y no pensar en nada que le quite el sueño. Sí, ya sé que puede parecer ridículo, pero el narrador, el orden de las escenas, el matiz de una línea de diálogo... estas cosas quitan el sueño a un novelista. En fin. Sin obsesión, lo decía Amis, no hay literatura. O lo digo yo, ahora que estoy de acuerdo.


* La imagen de hoy, de Fernandoprats en Flickr