18 de septiembre de 2007
La pulga de Leskov
Dijo Walter Benjamin en su ensayo "El narrador", dedicado a Nikolai Leskov, que existen dos tipos de narradores: los que recorren el mundo y regresan para contarlo y encandilar con ello a sus oyentes; y los que jamás salieron de su casa y jamás pensaron en el otro mientras escribían. Kafka, Proust, García Márquez, Stevenson... es relativamente fácil -y muy divertido- colocar a cada uno en su lugar. Algunos son inclasificables, como Shakespeare. Hubo mentirosos magistrales, como Verne. Pero la regla, con sus excepciones, puede que se cumpla.
Nikolai Leskov, dice Benjamin, pertenece a ambos grupos. Viajó por su adorada Rusia, derrochó pasiones hacia el mundo eslavo y algunos de sus componentes, y escribió para compartir esa admiración. Pero también miró hacia adentro, reflexionó sobre la fe, criticó al clero ruso, a las costumbres ancestrales y a la cerrazón de su gente. Supo practicar ese deporte ruso —Nabokov dixit— de hablar mal de su propia gente, pero lo hizo con tan fino sentido del humor que pocos le entendieron y muchos le malinterpretaron. Fue ninguneado y utilizado. Le rechazaron los imperialistas y los comunistas, los europeístas y los patriotas orgullosos. Los líderes del comunismo le utilizaron como ejemplo en sus discursos, pero también loos zaress. Finalmente, todos le olvidaron.
Hasta los años 80 no se publicaron en Rusia las obras completas de Nikolai Leskov. En España ha sido conocido por traducciones de dos de sus obras: Lady Macbeth de Mtsensk, sobre todo (hay una edición en Libro amigo, de Bruguera y otra en Alba, mucho más reciente) y por esta La pulga de acero, que algunos han llamado El zurdo. Esta edición, el segundo título de Impedimenta, la nueva osadía editorial de Enrique Redel es una ocasión magnífica de descubrir a Leskov en una traducción atrevida y estupenda de un texto divertido, crítico, profundo e inteligente. Palabra de (afortunada) prologuista.
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