Hoy he llevado a mis hijos al dentista. A Adrián le salen los dientes definitivos sin que se le caigan los de leche (extraño prodigio de la naturaleza que no sabía posible), Elia se golpeó un incisivo (también de leche) y se le ha puesto de un color preocupante. En la sala de espera, mis dos gamusinos han ojeado revistas del corazón, fingiendo un severo interés por los asuntos frívolos. Luego han pasado, al trote, hasta la sala del fondo, donde nos esperaba una médica joven vestida de azul, con una mascarilla último modelo, a quien Adrián se ha apresurado a interrogar:
—¿Cómo te llamas, señora dentista? —le ha preguntado.
Y el misterio se ha aclarado en el acto:
—Carla —ha dicho Carla, bajándose la mascarilla y mostrando una ristra de dientes perfectos (supongo que este último punto es lógico).
La primera ha sido Elia. Se ha tumbado, muy contenta, en la silla de exploraciones, con la boca muy abierta incluso desde antes de que se lo pidieran. Sus ojillos negros iban y venían, curiosos y divertidos, de la lámpara cenital a las manos enguantadas de Carla. Parecía encantada de haberse convertido, de pronto y con tanta facilidad, en una paciente. Adrián, mientras tanto, quería saberlo todo:
—¿Por qué le metes la mano en la boca a mi hermana?
Lo de Elia ha requerido hasta una mini-radiografía, que le han hecho allí mismo, después de cubrirla con un mandil de plomo y pedirnos a su hermano y a mí que esperáramos fuera. Se ha portado tan bien que he salido pensando que es más íntegra que yo, la monita de 4 años.
Cuando le ha tocado el turno a Adrián ha habido exploración y diagnóstico: tiene que tocarse los dientes todo el tiempo, para que se caigan de una vez, y para que el ratoncito, las hadas de los dientes o los angelitos (esta parte de la mitología doméstica está por resolver) hagan su trabajo y le traigan muchos regalos. Con gran alborozo, Adrián ha descubierto que se le mueven 3 dientes, y allí mismo ha planeado en qué iba a pasar el resto de la tarde: en llamar a todos y cada uno de los miembros de la familia para contarles el gran acontecimiento.
En fin, ha sido una aventura completa, adornada de sillas que suben y bajan y señoras con la cara tapada, como en las comedias antiguas de capa y espada. Para rematar, les han regalado un guante de látex y una mascarilla a cada uno. Yo no me he atrevido a pedirle otros para mí.
Lo más impactante del día ha sido el momento en que Carla (qué familiaridad) me ha enseñado la radiografía que le ha tomado a Elia. Ahí está su diente maltrecho, intacto, tranquilo, libre de infecciones y culpas; justo encima, escondidas dentro de la encía, en apariencia inofensivas, dos paletas que triplican el tamaño de los dientes actuales, esperan agazapadas su turno. Ha sido impactante: como tener el privilegio de contemplar durante un minuto la hija que tendré, no la que tengo, la silueta invisible pero real de lo que nos aguarda en el futuro.
Qué cosas, ¿no? Llevo a mis hijos al dentista y termino metafísica.
Perdonadme, navegantes, son las altas horas, que me afectan a los órganos de pensar.
La imagen de hoy, de otra con tres y de Cristopher Gilbert.
2 comentarios:
Ejem. Una confesión: yo no perdí NUNCA algunos dientes de leche. Con los cual, como los tiburones, tenía varias filas de dientes. (Inquietante, ¿no?).
Cuando la cosa daba ya un poco de miedo, el dentista me los tuvo que quitar; pero ya no había sitio para todos los dientes y no sólo eliminó los de leche, sino alguno definitivo "para hacer sitio".
De modo que ahora me faltan un par de piezas, y los colmillos (un poco afilados) quedan más "en medio" de lo que deberían. Eso me da un cierto aire de depredador...
Ahora me mola. Pero cuando era adolescente, pues no. Así que ¡¡arranca esos dientes de leche a tu hijo!! ¡¡Arráncalos!!
;-)
¡Hola, Care!
No sé si me recordarás, soy Amaia, Akowa, Bofetadas de la Luna.
Desaparecí durante bastante tiempo (supongo que eso tú lo sabrás entender) por problemillas personales, pero ya por fin encuentro toda mi vida en orden.
No tengo internet en casa, pero espero poder pasarme por aquí con cierta frecuencia.
La foto preciosa.
El texto me llevó a mi infancia, en la que tampoco mis dientes querían caerse y terminaban arrancándomelos los dentistas!
Bueno, un saludo y un besito.
Amaia.
Publicar un comentario