21 de septiembre de 2011

Historias esperando


Cuando necesito con urgencia un respiro, entro en una librería de viejo. La ceremonia debe realizarse con tiempo (mínimo, una hora por delante sólo para mí, sin móviles, sin urgencias, sin nadie ni nada que me apremie) y, por supuesto, en soledad. Si lnunca he estado allí antes, la cosa toma visos de iniciación, de aventura, de descubrimiento. Lo primero, un vistazo rápido, para cartografiar ese mundo desconocido. Cada librería tiene su propio caos, su propia geografía. Hay que saber dónde están los tesoros que codicias. Luego, un segundo vistazo, ya en situación, para detectar aquellos libros que te reclaman, los que no puedes dejar atrás. Los que te estaban esperando desde hace mucho, tal vez desde antes de que nacieras.
Siempre que empujo la puerta de una librería de viejo sé que en sus anaqueles hay dos, cuatro, seis, tal vez ocho libros que son  míos, aunque yo aún no lo sepa. Es un encuentro fortuito, como todo en la vida, que se produce porque así debe ocurrir. Como el amor. Como la muerte. Como todo lo importante.
La semana pasada entré -por primera vez en mi vida- en una librería de Jaén. Había hecho un trabajo de inspección previo a través de internet y sabía que tenían un par de libros que me interesaban. Pregunté por ellos, como quien busca a un pariente que mucho tiempo atrás habitó en ese lugar y esperé entregándome a ese placer tan ansiado de dejarme hipnotizar por los libros.
Tuve en la mano varios títulos. Yourcenar, Delibes, Manrique, el tratado de un teólogo alemán sobre la morfología del Diablo, un ejemplar de David Copperfield en inglés, editado por Collins & Sons en Londres no se sabe en qué año (aunque anterior a 1906 seguro, porque lleva la firma de alguien que lo compró precisamente en ese año al lado de otra firma y otra fecha, esta vez de 1990). 


Me fijé en los detalles. Algunos llevaban una discreta anotación a lápiz, donde se hacía constar el día y el lugar en que fueron adquiridos. En un par de casos, a esa anotación seguía otra, una breve clasificación del libro. Todos lucían un vistoso exlibris rectangular, de los que se estampan con un tampón. Un libro abierto en cuyas páginas se leen las palabras LUMEN CHRISTI. Sobre él, resplandece una cruz. A ambos lados, sendas coronas de laurel enmarcan diversos instrumentos profesionales. Se distingue con claridad un compás, a la derecha. En la parte inferior, dos letras mayúsculas: D. A. Y una inscripción: EX LIBRIS VALERIANO ZORIO BLANCO.
Descubrí, de pronto, que llevaba en la mano diez libros, de los cuales ocho pertenecían a la biblioteca de Valeriano Zorío Blanco. Lo menos que podía hacer, vistas nuestras afinidades lectoras, era preguntar por ese señor. El librero me contó que la biblioteca del señor Zorío había sido una de sus últimas adquisiciones. La compró en Madrid a la muerte de su propietario y aún le quedaban veinte cajas por abrir. También fue inevitable imaginar qué tesoros esconderían esas veinte cajas aún cerradas.
A un hombre se le puede conocer sólo con echar un vistazo a su biblioteca. Por eso, en sólo un rato, me quedó claro que el señor Zorío era un hombre muy ilustrado, cuidadoso (subrayaba con lápiz,, con discreción, no deformaba los lomos, conservaba las camisas intactas), políglota (leía ruso, francés e inglés, y tenía algunas joyas en catalán) y curioso (su biblioteca comprendía una sección de teología, una de viajes, una de poesía y una, la mayor, de novela). Un espíritu inquieto, seguramente con mucho tiempo para leer. ¿Un hombre solo, solitario, abandonado? Por un momento, deseé poder adoptar su biblioteca entera, los seis mil libros que, según el librero, trajo de Madrid.
En mi viaje de regreso repasé mis adquisiciones. Observé con detalle los subrayados de Valeriano, sus notas al margen. Ya en casa, busqué información en el gran oráculo de internet. Así supe que mi amigo, el dueño de mis libros, murió el 8 de octubre de 2006. Era doctor ingeniero en Caminos, Canales y Puertos (promoción de 1963), doctor en Ciencias Matemáticas y doctor en Derecho. Le interesaba todo lo demás, dice su nota mortuoria, en la que se destaca su gran amor a los libros, claro. Escribió varios tratados técnicos sobre matemáticas, urbanismo y obras públicas y dedicó su vida profesional a las carreteras y costas, terrenos en los que llegó a ser toda una referencia. La necrológica publicada en el Boletín del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (número 211) dice que era una persona buena, en el sentido machadiano de la palabra.

El destino de las bibliotecas huérfanas siempre me parece triste. Sospecho que el señor Zorío no dejó hijos. La venta de la biblioteca la llevó a cabo un hermano. De no ser por él, o por ella, esos volúmenes no habrían llegado nunca a mi biblioteca. Esta segunda vida de los libros siempre me parece fascinante, un milagro al alcance, una historia que enriquece la propia historia que el libro contiene. Todo esto, creo, es lo que busco cada vez que empujo la puerta de una librería de viejo.


* Las imágenes: Librería del Prado y Librería Bardón, ambas en Madrid.

11 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

En todas partes nos hallamos historias esperando para ser escritas. Incluso cada recuerdo que conservamos es algo que nos incita a escribir. Sucede algo mágico en las bibliotecas, quizá el convencimiento de que nos faltarían muchas vidas para leer todo lo que nos gustaría leer. Y muchas vidas para escribir lo que quisiéramos escribir.
...Pero sólo tenemos una y pasa fugaz...
Saludos

Rebeka October dijo...

Que siempre nos quede algún libro que parezca estar escrito para nosotros. Que siempre quede un libro que nos esté esperando, solo a nosotros.
Porque ese libro puede cambiar el rumbo de nuestra vida.

El chico que leía demasiado dijo...

Me ha encantado la historia, es preciosa. Y lo mejor de todo es que es real.

Yo también estoy deseando pasar la tarde en una librería de viejo, a ver si lo hago pronto :)

ÁNGEL dijo...

Yo también he sentido la necesidad de saber quién era este Valeriano que firmaba una edición del Oráculo Manual, de Gracián, y que hoy mismo adquirí en una librería de viejo de Jaén. Sobre todo cuando comprobé esos subrayados que citas que siempre remitían a lo más interesante del texto, aquello que nos descubre algo oculto a nuestros ojos. En fin, me ha encantado encontrarme con este texto tuyo escrito con tanto mimo.

Saludos, Care.

Care dijo...

Ángel: ahora somos algo así como hermanos de biblioteca.

Anónimo dijo...

En fin, Care. Sin saber nada de tu blog compré el otro día por Internet unos libros. Al llegar ayer a casa los revisé con ilusión. En la primera página, un nombre: Valeriano Zorío Blanco. Busqué en Internet. Encontré la misma documentación que tu. Y di con tu blog. Fascinante. Hoy he escrito a un amigo, ya mayor, ingeniero. Para que me cuente la historia de este señor cuyos libros fueron a parar a Jaén.

Anónimo dijo...

Saludos de otro hermano de biblioteca :)

Mi caso es el siguiente. Compré a través de Internet, hace unos meses, un antiguo libro de Puentes de Hormigón Pretensado en dos volumenes, por Don Carlos Fernández Casado. Estupendamente conservado. La libreria era de Jaén, efectivamente. Los volumenes están firmados, pero sin Ex Libris. De nuevo nuestro Valeriano Zorio Blanco.
Hoy he sentido interés por el personaje (en mi caso, ya imaginaba sería también un Ingeniero de Caminos) y he decidido teclear en Internet en busca del anterior propietario de mi lustrosa obra. He encontrado este blog y me ha fascinado la historia. Muchas gracias por compartirla.

Siempre es triste descomponer una biblioteca. Pero también es una alegría esta extraña comunión y poder cada uno encontrar pequeñas joyas perdidas después de pasados los años.

Gracias desde aquí a la memoria del Sr. Zorio por cuidar así de sus libros.

Rosa Muñoz dijo...

Buenos días a todos, soy una sobrina de Valeriano Zorío y me he emocionado profundamente cuando he comprobado que la biblioteca de mi tío va a seguir alimentando tantos espíritus sensibles.
Os doy las gracias por vuestros comentarios sobre mi tío, llenos de respeto y admiración, estaría muy contento al saber que sus libros están custodiados por ávidos lectores.

Gracias de nuevo, un saludo

Juan V. Fernández de la Gala dijo...

Hola.
Puedo contar la misma historia desde El Puerto de Santa María. En una reciente visita a una librería de viejo en Cádiz (esto debe ser mal endémico) adquirí varios volúmenes que aparecen con ese mismo exlibris de Valeriano Zorío.
Una magnífica Historia de la Ciencia, de Dampier y dos tomos de una antología de pensadores católicos contemporáneos. Me alegra mucho saber que hay otros libros de él ocupando los estantes, en otros lugares, alimentando otras vidas. Y me da por pensar que a don Valeriano, dondequiera que estemos cuando morimos, estará contento de saber que sigue vivo en su biblioteca y que, de algún modo, puede seguir leyendo a través de nuestros ojos.

alejandro dijo...

Pues a mis manos ha llegado otro libro de los del sr.Zorío: nada menos que de Pier Paolo Pasolini...Chicos del Arroyo...algo tenía este hombre para que le atrajesen tanto el escritor como las historias del libro.

Joaquín dijo...

Conmovido yo también por la difusión, que no dispersión, de la biblioteca de don Valeriano Zorío Blanco. Yo he comprado en esa librería de Jaén (Mimo)una edición en francés (P.U.F.) de las obras de Henri Bergson. Es muy emocinante constatar la buena obra post mortem de un bibliófilo.