6 de septiembre de 2011

Utilidades del verano


En nuestro verano ha habido gatos. Cinco, para ser exactos. Mis hijos les han alimentado con las más variopintas viandas (desde pan con nutella a la piel churruscada de un cordero o los bordes sobrantes de una pizza tamaño familiar). Los gatos han demostrado ser unos sibaritas, porque no todos los alimentos eran recibidos con igual interés. El resto del tiempo, entre comida y comida, los gatos y mis hijos se observaban mutuamente. Por las noches, los osados felinos se metían en la casa, y en más de una ocasión tuvimos que expulsar a alguno del salón, donde no se sabe si acudían en busca de compañía o, como dijo Elia en algún moemnto, a ver la película que, sin excepción, se programaba en el cine infantil familiar. Mi hija estaba convencida de que los gatos tenían todo el derecho del mundo a ver algunas cintas, como "Los aristogatos" o "La dama y el vagabundo" (donde los gatos son los malos, ah). 
De vez en cuando, los niños buscaban a los gatos por el enorme jardín. Al regresar de la expedición, informaban: hay dos bajo el coche, uno entre los arbustos del fondo y el resto, desaparecidos. A mí me daba por pensar que los gatos debían de hacer lo mismo, y al llegar a su cuartel general, donde su mamá gata les debía de estar esperando con la cena, decían: Hay un niño en el comedor, otro en el porche y dos no sabemos. Y la madre gata debía de pensar lo mismo que yo: mientras no los toquen, me encanta que vean gatos, y aprendan a respetarlos, aprendan a convivir con criaturas diferentes, que normalmente no forman parte de su vida diaria.  Aprendan a asombrarse. Al fin y al cabo, pienso, las madres somos iguales en todas partes, ¿o no?

La aventura gatuna ha sido una parte muy pequeña de nuestras vacaciones familiares, donde también ha habido horas de lectura familiar, un viajero llamado Ulises surcando los mares, los mismos mares que se han separado para dejar pasar a los israelitas en otro libro de aventuras tremebundas, ha habido sol y lluvia y olas que nos mecían y olas que nos amenazaban, y miles, miríadas de preguntas (algunas sin respuesta) y constelaciones recién descubiertas en el cielo, y películas que han gustado también a los adultos, y girasoles del tamaño de una niña de 8 años, y el primer sushi y el primer sashimi de Adrián, y paseos por el margen de una era y cielos azules impresionantes y amigos que se quedaban a cenar y a dormir y manos queridas que se despiden hasta pronto y despiertan una catarata de llanto y dibujos de casi todo (cafeteras, pies, árboles, dibujados y guardados para siempre en la caja de los dibujos) y ha habido, en suma, mucho futuro por delante. Porque eso es, sobre todo, lo que el verano vaticina: muchos otros veranos estupendos por llegar. Por eso nunca es triste despedirlo, volver a la rutina, porque sabemos que cuando llegue otro, encontraremos el modo de incorporarlo a nuestros mejores recuerdos.

Porque eso me parece que hago en verano, navegantes, por encima de cualquier otra cosa: construyo sus recuerdos.
Me encanta estar de vuelta.


3 comentarios:

Rebeka October dijo...

Me alegra que el verano haya ido genial.

Construyes sus recuerdos, pero también los tuyos.

Vivir momentos así en familia, es lo único que nos queda, cuando el tiempo avanza.
El recuerdo de que un día fuimos inmensamente felices.

Y ese recuerdo nos ayudará a percibir los momentos mágicos de nuestro presente, y en definitiva a seguir viviendo sabiendo apreciar lo que tenemos.

Como joven que ha perdido a un padre, te imploro: Sigue formando sus recuerdos, algún día esos recuerdos es lo único que tendrán, y los necesitarán.

Un abrazo infinito,

Rebeca.

Begoña Argallo dijo...

Lo mejor de los recuerdos bien construidos es que en cada edad dan de sí aquello que necesitas. Quien ha sabido trazar tu futuro antes de llegar a el, ha sabido darte las claves de tu felicidad.
Y eso es impagable.

Por cierto, tengo muchos gatos, y además de sibaritas son enigmáticos. Les encanta observar y ser observados.
Me ha gustado esta entrada tan familiar. Saludos

Anónimo dijo...

Eran seis los gatos. Salvo eso todo lo demás corresponde con la realidad. Aunque has olvidado que en el salón, la mamá gata también habría descubierto a algún cachorro humano que no nos correspondía, pero que allí estaba abusando de tu hospitalidad.
Y el llanto de los que se quedan es tan sincero y desgarrador como las lágrimas de los que se van. Y es que el amor verdadero perturba, aunque yo no lo cambio (no os cambio) por nada.