18 de diciembre de 2011

Elogio de la impaciencia compartida

Odio ser tan impaciente. Cuando era niña, todo debía ocurrir en el momento porque la vida no tenía espera. Ahora que soy adulta, todo debe ocurrir en el momento porque la vida sigue sin tener espera. El tiempo se escurre entre los dedos y a mí siempre me parece que todo va demasiado despacio. He aprendido que no tengo razón pero sigo siendo una impaciente.
Hace dos días hablé sobre la impaciencia con una de las personas a quien más quiero del mundo. "Nunca pierdas esas prisas", me dijo, "porque ayudan a vivir". Ella tiene más de 80 años y es una mujer sabia. Todavía vive con impaciencia, me confesó. Lo ha hecho toda su vida. La lentitud la asquea, ella desea que las cosas ocurran sin tregua y en abundancia. Ya lo dijo Salinas: todo con exceso. He aquí un lema por el que merece la pena vivir.
Estos días, estoy sumergida en las vicisitudes de un buen puñado de impacientes, con los que me siento muy identificada: los hombres y mujeres que personificaron en nuestro país el llamado espíritu romántico. Nacieron alrededor de 1810 en un país en horas muy bajas. Les tocó muchas veces bailar con la más fea y se comportaron como lo que eran: entusiastas, valientes, héroes.
Mañana a las nueve de la mañana espero estar de vuelta a los muchos papeles que me aguardan en la Biblioteca. El proceso de documentación está en lo mejor. Los libros me confirman las ideas que dan vueltas en mi cabeza. Existe una novela ya, aunque por ahora sólo yo lo sepa. Me emociono pensando en los personajes. Hace unas pocas noches soñé a mis dos protagonistas. Soñé una escena que me muero de ganas de escribir.
Aún no, me digo. Aún no toca escribir. La documentación me está fascinando, debo seguir disfrutando. Sí, sí, pero mi protagonista agarra la pluma en alguna parte de este no-existir de los personajes de ficción y comienza la novela por su cuenta: 

Nada tengo que dejar tras mi paso por este mundo, salvo mi  historia. En rescatarla del olvido he ocupado los últimos días de mi vida. Mañana avanzaré hacia el cadalso con la conciencia tranquila, sabiendo que estas páginas de mi puño y letra lo contienen todo: la única razón que me animó a vivir y aquella otra que me llevó sin remedio a la muerte. El amor, la venganza. Ambos alumbrados por un mismo sol: tú, Carlota, la razón de mi existir y de mi final.

Ambos, mi protagonista y yo, estamos impacientes por contarlo todo.

4 comentarios:

Rebeka October dijo...

Ya somos dos impacientes. Creo que el mundo está lleno de impacientes.

Me alegra saber que todo va viento en popa con esa nueva novela, y que los personajes ya quieran hablar es muy buena señal.

Yo ando dejando hablar a los míos en pequeños relatos, mi proyecto homenaje tendrá que esperar, porque cuando escribir hace daño, es mejor dejarlo para otro momento cuando el corazón esté más fuerte y pueda soportarlo.

Al igual que tu protaonista y tú, yo estoy impaciente porque nos cuentes más cosas y por poder leerlo.

Bonito supermami, me encantan las preguntas de tus hijos. La de los dinosaurios ha sido genial.

Un beso muy grande Care!!

Begoña Argallo dijo...

La impaciencia por contar la historia hilada ya en mente es algo muy difícil de contener. Tanto que en ocasiones no hay forma de plasmarla en papel y es algo frustrante, algo que puede llevar años alumbrar como ha sido concebida. Y otras veces de tanto como crece después de alumbrada no puede dejar de nacer una y otra vez.
Qué locura la escritura, no tiene fin.
Saludos

Jucar dijo...

Así lo que haces es transmitirnos a todos la impaciencia por seguir leyéndote.

Un beso

Gilbert Fadda dijo...

Hoy, creo, me entregan tu novela "Habitaciones Cerradas". Nunca he leído nada tuyo, a pesar de que los ojos ávidos de lectura se pasean por las estanterías de las librerías confundiendo un poco los sentidos con el aroma a papel e historias que reposan cerradas a la espera de ser leídas, como decía Bastián Baltasar Bux.

No sé qué historias se mueven en esas habitaciones cerradas. Con franqueza el título me llamó la atención, porque en el fondo la vida desconocida, la que no sale a la luz son precisamente las que se desarrollan tras esas ventanas, esas puertas, esas habitaciones cerradas donde se respira otro aire.

A la espera de leer esa historia, felicidades por el éxito, y en cuanto a los deseos que uno se propone para el nuevo año, el mejor de todos es poder seguir escribiendo, a pesar de los miedos, de las inseguridades, de la paciencia que uno debe tener con uno mismo y con los demás. Es parte del proceso, de ahí su fascinación por abrir una puerta hacia lo desconocido que la imaginación se encarga de corporeizar en una historia.