Una vez viajé a Amsterdam con la sola intención de contemplar un cuadro: Trigal con cuervos, de Van Gogh. Recuerdo que era invierno, que tomé un tren en la estación de Austerlitz y compartí vagón con cinco japoneses muy ruidosos, que no me dejaron dormir en toda la noche. Llegué a primera hora de una mañana helada, dejé mis cosas en una habitación diminuta y emprendí el camino hacia el Museo donde me esperaba, o eso creía yo, el último lienzo surgido de las manos del pintor antes de su suicidio. La obra de Van Gogh se presentaba en orden cronológico. Yo avanzaba por las salas emocionada, pensando que mi cuadro me esperaba al final. Estaba terminando una novela en cuyas páginas Van Gogh tenía algún protagonismo y en cuya cubierta me gustaba imaginar los amarillos de los trigales, el azul del cielo y los manchurrones negros de Trigal con cuervos. El cuadro, pensaba yo, me esperaba. Y de algún modo, ya me tenía en cuenta. Pero cuando llegué al final del recorrido, la obra no estaba en su lugar. Un cartelito anunciaba que había sido prestada a un museo de Pekín. Era la única de toda la colección que no estaba en su sitio.
Años más tarde viajé a Venecia para contemplar otro cuadro. Esta vez era Díptico con escena del Paraíso, de Hyeronimus Bosch, una tabla del siglo XVI donde por primera vez se representa el túnel y la luz que, dicen, todos veremos al morir. Pero después de recorrer todas las salas del Palazzo Ducale descubrí consternada que el cuadro objeto de mi viaje había sido retirado de la exposición para ser restaurado. A pesar de todo, lo describí en otra de mis novelas, con tanto realismo que la mayoría de mis lectores deben de pensar que lo he visto.
Los cuadros esquivos y las oportunidades imposibles. Está bien que la vida deje cosas por hacer, que llene de compromisos el futuro.
Sólo mucho más tarde me di cuenta de que ambos cuadros tenían algo en común. El primero es la instantánea del último instante de vida. El otro podría ser la del primer segundo de muerte. Dos misterios demasiado grandes para tropezar con ellos antes de tiempo.
2 comentarios:
Hola, Care.
Pues sí. Es un fastidio que ocurran cosas así. A mi me sucedió algo parecido con la Piedra de Rosseta en el museo egipcio de Turín. Que una pintura haya sido prestada a otro museo o esté en restauración puede entenderse como mala suerte. Pero en mi caso la Piedra no la habían movido; estaba allí. Tras buscarla pregunté a un bedel y me dijo que le estaban dando una mano de pintura a la sala donde se ubicaba y por tanto se hallaba cerrada al público. Una de sus piezas más emblemáticas.¿ no podían haberla trasladado a otra estancia?. Claro está que cuando saqué mi ticket de entrada nadie me advirtió y en ningún lugar se avisaba de tal “incidencia”. Eso sí, en el shop del museo podía adquirirse una miniatura de la piedra a modo de souvenir como consuelo. Tu caso da rabia. El mío es para el más irritante de los furores.
Saludos
Hilari M.Pellicé
Como bien dices, hay misterios que tienen que ser revelados en su momento oportuno. Seguro que un día los descubrirás y ese día, será especial. Tendrás ese reencuentro con los cuadros y a la vez con las novelas en los que les describiste.
Un abrazo.
Rebeca.
Publicar un comentario