Últimamente repito mucho la palabra "obsesión" cuando hablo de escribir novelas. Alguien me pregunta cómo lo hago y yo sólo sé decir: trabajo y obsesión. El diccionario no puede ser más certero en su definición de la segunda: Perturbación anímica producida por una idea fija. Exacto. Esa soy yo.
Los merodeadores del silencio habréis notado que últimante estoy más por aquí. Se debe a que estoy en la fase final de la novela, esa en la que ya la historia rueda por una cuesta abajo porque el trabajo de hacerla rodar montaña arriba queda atrás. Las novelas tienen sus inercias. Hay un momento en que tienes que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir empujando. Y hay otro momento en que todo fluye y la novela parece rodar sola y empujarte por la misma ladera empinada. En fin. Yo y mis metáforas.
En este orden de cosas, la madrugada del pasado domingo fue para mí una noche de aguda, agudísima, perturbación anímica. Me acosté con la idea fija de cómo debía abordar una pequeña parte autónoma de la novela. Había hecho dos o tres pruebas esa tarde, pero ninguna me había satisfecho del todo. El narrador parecía embotado, porque acaso lo estaba yo, y nada tenía brillo ni interés. En resumen, no acababa de encontrar lo fundamental en una novela: el tono.
Durante la cena, mi marido me rogó que regresara al mundo de los mortales. De los mortales de carne y hueso, no de los de ficción, entre los que yo paso todo el día. No lo conseguí. La idea fija seguía zumbando, sin resolver.
Me acosté con ella, maldormí un rato y a las tres de la mañana abrí los ojos y me topé con la solución. Las ideas no siguen horario de oficina ni respetan nada. Allí estaba la idea, dándole órdenes a mi perturbación animíca, y yo me di cuenta de que no tenía nada que hacer, salvo acatarlas. Me levanté de la cama y subí al estudio, dispuesta a enfocar la parte de la novela que se me resistía.
Y así estuvimos, la idea, la perturbación y yo misma, hasta la hora de desayunar. Lo peor es que nadie en casa se sorprendió de aquella extravagancia de encontrarme despierta a esas horas de un domingo, lo cual demuestra que extravagancias cometo muchas, cada vez más, tantas que forman parte de la normalidad de nuestra casa.
La novela continuó, con el tono apropiado y el problema resuelto. Cuando releí las páginas escritas, me maravillé de estar lúcida a esas horas intempestivas y casi sin dormir. Y la palabra "obsesión" se hizo un hueco aún mayor del que tenía en mi modus operandi cuando escribo novelas.
* La imagen: en esa casa del carrer Ample de Barcelona vive uno de mis personajes. La foto es del día en que fui a visitarle, pero no me recibió, yo creo que porque conocía mis intenciones.
3 comentarios:
Envidio esa normalidad con la que asumen que llevas a cabo el trabajo que tienes que hacer. Alguna vez en medio de la noche encontré la solución a lo que escribía y es maravilloso poder escribirlo todo con esa claridad.
Pero no siempre me dan el derecho de "trabajar" en eso que siento como mi trabajo. Supongo que para eso debo dar algún paso más...
No sé por qué siempre aparecen esas ideas cuando no estamos frente a la pantalla y nos disponemos a hacer otras cosas, como dormir...
Yo apunto la idea, pero jamás me levanto de la cama para escribirla. Mi chico no lo entendería. Así como tampoco entiende mis atascos y mis faltas de inspiración.
Bonita casa. Muy descortés tu personaje, debería haberte invitado a entrar ;-)
Me alegra de que la nueva novela vaya viento en popa y cuesta abajo. Eso es lo mejor que un lector puede escuchar.
Un abrazo Care.
No sabes como te admiro y te envidio, a partes iguales. Y no sólo por poder y saber escribir como escribes... sino por tener el valor de salir de la cama a las 3 de la mañana de un domingo... je,je,je... eso es valor y no escalar el Anhapurna ese que nunca sé como se escribe.
Un abrazo, has sido todo un descubrimiento... Gracias.
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