6 de noviembre de 2013

De joven promesa a autora consagrada en tres temporadas

Los seres humanos nunca estamos contentos de lo que somos (menuda verdad de perogrullo para iniciar un post). Viene a cuento, sin embargo, del prólogo que ha escrito Juan Gómez Bárcena para su antología (estupenda, necesaria y muy bien editada) Bajo treinta (Salto de Página). Dice allí Juan que los autores de 30, 35, 40 e incluso más deben cargar con la denominación de "joven promesa" de la narrativa, cuando en realidad no son promesas, sino realidades bien consolidadas. Advierte que pudiera estarse produciendo un fenómeno de alargamiento del tiempo en que se considera a un autor "joven promesa" (lo discutiría, pero me parece interesante el planteamiento). Y deja claro que tal calificación molesta a quienes la sufren, claro. Por supuesto que molesta. Es odiosa.

Lo cual me llevó a pensar en la cantidad de veces en mi vida en que he sido presentada como "joven promesa". Comenzando por aquella época en que efectivamente lo era. En 1998 -a los 28- gané el Ateneo Joven de Sevilla. Por supuesto, no hubo periodista, presentador ni colega que no me endilgara la calificación. A mí me molestaban mucho, por diversas razones. Creía que había escrito ya mucho para seguir considerándome una "promesa". Tenía media docena de libros en mi haber, y eso me parecía muchísimo. Lo de joven me molestaba también, aunque por razones extraliterarias. Crecí deseando ser mayor. Y ahora que al fin lo era, nadie lo reconocía. 
Cuando en 2002 publiqué en Seix Barral Aprender a Huir, aún no me había curado. Tenía 32 años, pero la crítica continuaba considerándome joven y promesa. Qué cansino. Y con la siguiente novela para adultos (El síndrome Bovary, 2006, 36 años ya), seguíamos erre que erre, mal que a mi me pesara cada vez más. El sintagma "joven promesa" me provocaba urticaria. Comenzaba a ser madura. Y promesa no me lo consideraba en absoluto, claro. Aquellas dos palabras no me definían en absoluto y tenía todo el derecho a despreciarlas.


Creo que la primera vez que alguien se refirió a mí como "autora consagrada" fue en la web de editorial SM, después de que me dieran el Premio Barco de Vapor. Fue para vapulearme (creo que también fue una de las primeras veces que me vapulearon en público, por cierto). Yo estaba muy emocionada de haber ganado un premio como ése, de cuya nómina forman parte tantos autores admirados. Llevada por la emoción, curioseé entre los comentarios que habían dejado los internautas en la página oficial donde se anunciaron los nombres de los dos ganadores (el Gran Angular se lo llevó Antoni Garcia Llorca) y me topé con una protesta de alguien a quien desagradaba mucho que "este tipo de premios" se los lleven "autores consagrados" y no otros jóvenes y por descubrir, como él mismo. 
Autores consagrados. ¡Y se refería a mí!

Me dieron ganas de decirle: No, no, yo no soy una autora consagrada, te equivocas. Sigo temiendo no ser capaz de hacerlo, sigo escribiendo a ciegas, sigo dejándome llevar por la ilusión, por el entusiasmo de compartir, por la magia de las palabras. Soy la misma que empezó, cargada de dudas. Lo único que ha pasado es el tiempo. No quiero ser consagrada porque parece que significa que todo está hecho. Y yo no quiero tenerlo todo hecho, porque disfruto haciéndolo todos los días.

Detesté el adjetivo desde ese mismo instante. Con todas mis fuerzas. Si no dije nada fue porque me di cuenta que con este adjetivo, "consagrado", ocurre lo mismo que con la calificación de "joven promesa". No eres tú quien la decide, sino los demás. Ambos tratan de cómo te ven los demás, no de cómo eres en realidad.
De modo que ya veis lo que pasa. Sin yo saber cómo, en sólo tres años pasé de joven promesa a autora consagrada. Yo no lo entiendo y sigo desmintiéndolo. Por eso os exhorto a que no hagáis caso. Y también a que leáis la antología que ha dado pie a esta entrada de hoy.


* Las imágenes corresponden: 1) Artículo en la revista Época "La cantera femenina de las letras" y publicado en octubre de 1999, donde a Marta Sanz, Begoña Huertas y a mí se nos consideraba "jóvenes promesas" al borde de los 30. 2) Incluso mi buen amigo Javier, el mejor librero del mundo, me considera no sólo "consagrada", sino también "afamada", y lo dice en su estupendo blog. Uf. Lo que hay que aguantar.

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