31 de diciembre de 2005
El último párrafo de 2005
—Necesitaré su ayuda.
—He venido a ofrecérsela.
—Pero sus servicios tendrán un precio.
—Nada que usted no pueda pagar, sin duda.
—¿De verdad cree que puedo permitírmelo?
—Estoy completamente seguro.
—¿Debemos acordar los términos ahora?
—Sería aconsejable. En los negocios conviene dejar las cosas claras lo antes posible. Si me lo permite, empezaré por enumerar las prestaciones a que me obligo si llegamos a un acuerdo. Deberé lograr con la mayor brevedad que abandone el Convento de los Ángeles Custodios, ayudarla a encontrar una casa de su agrado en este lugar y aconsejarla en cuantos asuntos legales o mundanos precise durante, digamos, diez años. Además, por supuesto, de ocuparme de su capacidad legal, puesto que es usted menor de edad y está bajo la tutela de la madre priora. Y como adivino que es su deseo, añado a mis obligaciones el acompañarla a visitar su antiguo hogar y evaluar los daños que lo asolaron, tal vez con vistas a la venta de la propiedad. Confío en no olvidar nada importante.
Me maravilló la capacidad de síntesis de aquel hombre. Inspiraba una confianza difícil de encontrar en un ser humano.
—No olvida usted nada. Me ha comprendido muy bien —respondí—. ¿Y cuál será el pago que yo deberé satisfacer por estos servicios?
Brillaron sus ojos transparentes con mayor intensidad antes de la escueta respuesta.
—Su alma.
Apuré el té. Me llevé la última galleta para el camino. Le estreché la mano.
Me pareció un buen trato.
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