El 24 de septiembre de 1990 entrevisté a la escritora canadiense Margaret Atwood para el Diari de Barcelona, del que entonces era redactora. Hace un par de noches terminé un librito de conferencias —¿por qué se empeñarán en llamarlas «ensayos» en el prólogo?— que acaba de publicar Lumen bajo el horrísono título de la primera de ellas, La maldición de Eva (y ni eso, porque esa primera se llama La maldición de Eva o lo que aprendí en el colegio, que es algo mejor). En ese libro, Atwood habla del oficio de escribir, dedica unas pocas páginas a dos de sus progenitores literarios —Orwell y Woolf—, se ríe de sí misma con sentido deportivo y lo estropea al final dirigiendo una carta lamentable a América (el editor debería haber arrancado esas ¿3? ¿4 hojas?; y ya de paso también el prólogo de Mercedes Monmany). No es un libro imprescindible, pero sí interesante.
Entre la lectura de estas conferencias y aquella entrevista han transcurrido 15 años. Recuerdo que en aquella ocasión comparecí donde me había citado su editorial de entonces —y que hoy es la mía—, Ediciones B: el Hotel Calderón, en la Rambla de Cataluña, de Barcelona. La recuerdo envarada y antipática. No me cayó nada bien. Aunque pensé que escribir valía la pena si te transformaba en alguien tan borde, tan capaz de mirar a alguien como yo como al mosquito que se posa en su antebrazo.
Esta mañana, cuando buscaba la entrevista publicada (esta que veis, pero que por fortuna no podéis leer) lo he comprendido todo. Horror: ¡le pregunté qué era la literatura femenina y si la practicaba!, si se sentía distinta por ser mujer y escritora, si le daba miedo la página en blanco e incluso por qué vivía en Toronto (imagino que para mí, que tenía 20 añitos en aquel momento, vivir en Toronto era el colmo del exotismo).
En La maldición de Eva se refiere con mucha gracia a este tipo de preguntas imbéciles formuladas por periodistas que o bien no han leído el libro o bien lo han leído y no han entendido gran cosa (yo pertenecía al segundo grupo porque, desde luego, a voluntariosa y trabajadora no me ganaba nadie) y habla también del tedio de repetirse y de repetir mil veces lo mismo ante interrogadores recién salidos del parvulario que ni siquiera se toman la molestia de grabar la conversación para luego no tener que escucharla, y aparecen en la temible compañía de su cuaderno y su boli bic, ah, cuánta bisoñez.
Para colmo de males, el fotógrafo que me acompañaba le pidió eso tan horrible con que los fotógrafos castigan a los escritores: «¿Podrias sostener tus libros? Que parezca natural.» Es como si pudiera oírle, y eso que no estuve presente en la sesión de fotos, pero sólo hay que ver la cara de Atwood en la imagen que acompaña la entrevista para entender lo harta que estaba de todos nosotros. Claro: ¡Nunca se parece natural sosteniendo uno de tus libros, qué memez!
Nunca podrá imaginar Margaret Atwood lo bien que la he comprendido, 15 años después, al leerla de nuevo. Ahora que jamás hablo con nadie de la prensa sin grabadora o correo electrónico de por medio. Ahora que, irremediablemente, camino hacia esa suficiencia que da tener 50 años, dejar que te entreviste una niña de 20 y te pregunte por qué vives en Toronto.
Y para dejaros algo de sus palabras, un fragmento sobre el oficio de escribir que me parece lleno de verdad:
Está la página en blanco. Está la historia que quiere dominarte y está tu resistencia a que eso suceda. Está tu deseo de liberarte de aquello, de esa servidumbre, hacer novillos, hacer cualquier cualquier cosa. Hacer la colada, ver una película. Están las palabras con sus inercias, sus matices, sus insuficiencias y su grandeza. Están los riesgos que corres y la serenidad que pierdes, y la ayuda que te llega cuando menos lo esperas. Está la revisión minuciosa, las tachaduras, las páginas arrugadas que inundan el suelo de papeles para tirar. Está la frase que sabes que vas a conservar. Al día sifguiente la página en blanco. Te entregas a ella como una sonámbula. Algo te empuja, que luego no puedes recordar. Miras lo que has escrito. Es inútil. Empiezas de nuevo. Nunca es fácil.
7 comentarios:
Care, siento decirte que, por fortuna, sí podemos leer la entrevista. Si haces clic en la imagen puedes ampliarla y el texto se lee perfectamente.
Yo todavía no lo he hecho, pero pienso hacerlo. Atwood está, desde hace tiempo, entre mis favoritas. He comprado, regalado y prestado "El cuento de la criada", tanto en inglés como en castellano, Amazon me trajo "Cat's Eye", la fnac "El asesino ciego", Nh "Alias Grace" y la biblioteca "Oryx y Crake" y "Doña Oráculo"...
Lástima saber qué es tan borde... uno siempre querría que sus "prefes" fueran como una las imagina.
Mecachis, vais a saber lo mala que era cuando empecé.
Pero ahora eres buena, eres bueeeeena.
No la tengo catada yo a esta escritora (ay, suena mal, me he dado cuenta)
Besus
COn 20 años y ya entrevistabas a gente como Atwood...qué envidia(de la buena, ¿eh?)
Y yo con viente años y de momento mis perspectivas para lo que quedan de tarde son traducir un fragmento de la biografía de Colette... (intereasnte, sí, pero...a un nivel muy diferente...)
Las preguntas no me parecen tan estúpidas, y además, es parte del oficio. Los escritores reconocidos han de aprender a tratarse con el personal, que tampoco es para tanto (salvo estúpidos y desagradables). No son dioses, aunque puedo entender que a veces estén cansados de los mismo.
La verdad, no soporto a los encumbrados estirados.
No pierdas ese norte Care aunque escribas mil libros porfa.
Qué suerte tuviste...
Care, a ver si te animas un día a contarnos cómo empezaste a trabajar en el histórico Diari de Barcelona, ya que si no ando equivocado no eras la típica becaria de periodismo, sino una estudiante de Derecho corriente y moliente. Un abrazo grande,
Zenit 1994
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