En uno de mis innumerables viajes últimos me encontré en el Altaria Madrid-Barcelona con Paula Izquierdo. Mantuvimos una conversación casual, circunstancial y algo sosa mientras una señora casi nonagenaria nos observaba con interés. Cuando Paula se apeó (enTarragona), pese a que yo regresé al compulsivo aporreamiento de las teclas del mismo ordenador en el que ahora escribo esto, la señora nonagenaria se empeñó en entablar conversación conmigo. "Hay quientiene un hijo hiperactivo", dijo, para romper el hilo."Mis hijas, en cambio, dicen tener una madre hiperactiva". Alertada gracias al espionaje anterior de mi condición de escritora, la señora consideró oportuno hacerme saber cuáles habían sido sus lecturas de jovencita. Nopodían ser más eclécticas: tanto había devorado a Stephan Zweig como admirado a Corín Tellado. Me habló maravillas de las hermanas Bronte, de Blasco Ibáñez y de Alberto Insúa. Coño, pensé, aún le sobrevive algún lector a Alberto Insúa. "Sus novelas eran tan bonitas", dijo en un suspiro mi compañera de viaje, arrugando los labios a la vez que las mejillas y elevando los ojos en un aire de santidad. Bonito. Qué adjetivo tan cándido, tan inocente, tan ingenuo, aplicado a una novela. Todos, en el fondo, aspiramos a escribir novelas de las que se pueda decir que son bonitas. Alberto Insúa fue uno de los escritores más populares de los años 30 y 40. Su nombre real era Alberto Galt Escobar, era cubano, nacido en La Habana en 1885. Se trasladó a España muy joven y en Madrid ejerció el periodismo (El País, El Imparcial, Blanco y Negro y Nuevo Mundo). Durante la I Guerra Mundial fue corresponsal del Abc en París. En 1909 publicó su primer libro, una novela erótica bajo el estupendo título de La mujer fácil. Fue, pienso, demasiado para su época: enseguida abandonó tan sicalípticas intenciones y se centró en la novela sentimental, que sería lo suyo. En ese terreno triunfó. Fue, de hecho, una especie de precursor, 30 años antes, de Antonio Gala. Una de sus obras más conocidas, traducida "a muchos idiomas" según rezan sus fichas biográficas, fue El negro que tenía el alma blanca. De hecho, sus títulos son más que ilustrativos: Aquel hombre... (puntos suspensivos incluidos, claro), Amor prohibido, El amante invisible. Mirad éste: La mujer, el torero yel toro (a la mujer y al torero podemos imaginarlos pero, ¿y el toro, qué pintará aquí?). Sus memorias, publicadas en tres volúmenes de casi 700 páginas se llamaron Amor, viajes y literatura. También es bonito, sin duda. Alberto Insúa daría para un debate acerca del alcance de la posteridad. Sigues vivo mientras alguien te recuerda, digo si pienso en mi compañera de tren. Aunque hoy, salvo en librerías de lance, nadie recuerda al prolífico cubano. Hace no tanto tropecé con algunos de sus libros en una feria del libro de ocasión. Me divertí leyendo su pomposa biografía. Sentí cierta lástima porque nadie le recuerde, aunque su obra no merezca demasiada memoria (hay tantos que no la merecen y sin embargo gozan de ella) y, por supuesto, no compré ninguno. En el fondo, todos correremos esa suerte: seremos más o menos bonitos,pero al final, no habrá espacio en la memoria ajenapara nosotros.
* Por cierto: Como habrá observado el visitante sagaz, la foto es de Charlotte Bronte. De Insúa no hay imágenes en la red. Por lo visto, ni la posteridad ni la belleza dieron para tanto.
* Por cierto: Como habrá observado el visitante sagaz, la foto es de Charlotte Bronte. De Insúa no hay imágenes en la red. Por lo visto, ni la posteridad ni la belleza dieron para tanto.
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