Ariadna insistió tanto en que para su duodécimo cumpleaños quería una casa de muñecas, que terminó saliéndose con la suya.
—Eres ya muy mayor para estas cosas— le decía su madre.
Si no hubiera sido una niña tan enfermiza, siempre acosada por el fantasma de una dolencia terrible, no le hubieran consentido siempre todos los caprichos. Ariadna situó aquel tesoro recién conquistado en su habitación, en el centro del recuadro de sol que dibujaba en la moqueta el ventanal y desde ese día puso todo su esmero en cuidar de él.
Eligió una lana de cachemir suave y esponjosa, de su color favorito, para tejer una diminuta colcha. Blonda para las cortinas, hilo para las sábanas. Los platos, los hizo ella misma, irregulares y rudos, de barro cocido. Abasteció la despensa, limpió cada rincón, decoró el jardín con plantas en miniatura. La madre alertó al médico ante tanto celo por parte de su hija, pero el buen hombre no relacionó el comportamiento de su paciente con ninguna patología conocida. Sí llamó la atención a la familia, sin embargo, sobre el aspecto descuidado de Ariadna, que se arrastraba por la moqueta con el pelo desgreñado y sucio y con su camisón azul repleto de lamparones.
El siguiente capricho fue un muñeco. Ariadna salió de casa por última vez para ir a escogerlo. Se negó a visitar la juguetería de siempre. Llevaba el nombre de otra apuntado a bolígrafo en la palma de la mano. Allí pudo decidirse entre una treintena de modelos, demorándose mucho en la contemplación de cada uno. En algunos casos, pidió a la dependienta que los sacara de su caja para tocarlos o explorar mejor algún detalle. La madre se incomodaba. Finalmente lograron que Ariadna se decidiera por uno: media melena castaña, chaqueta de fieltro y pantalón negro de imitación de cuero.
Nada más llegar a casa, Ariadna ubicó al muñeco en la cama y lo tapó con la colcha de cachemir.
—Ya está todo —dijo, antes de acostarse sin cenar.
Por la mañana la madre llamó en vano a su hija para que bajara a desayunar. Repiqueteó con los nudillos en la puerta, pero no obtuvo respuesta. Alzó la voz para gritar su nombre, pero fue en vano. Cuando entró en la habitación de Ariadna, se asustó de encontrarla vacía. Buscó sin éxito por todos los rincones, pero la niña no apareció. Llamó a su marido y a la policía. Mientras esperaba a que llegaran volvió a subir hasta la habitación de la niña en busca de alguna explicación. Entonces reparó en la casa de muñecas, en el primor con que todo estaba dispuesto, en los cuadrados de luz que el sol dibujaba al filtrarse por las pequeñas ventanas, en la colcha de cachemir bajo la cual sonreían, muy apretados, dos muñecos: él, castaño y con chaqueta de fieltro; ella, de melena rubia y con un gastado camisón azul.
—Eres ya muy mayor para estas cosas— le decía su madre.
Si no hubiera sido una niña tan enfermiza, siempre acosada por el fantasma de una dolencia terrible, no le hubieran consentido siempre todos los caprichos. Ariadna situó aquel tesoro recién conquistado en su habitación, en el centro del recuadro de sol que dibujaba en la moqueta el ventanal y desde ese día puso todo su esmero en cuidar de él.
Eligió una lana de cachemir suave y esponjosa, de su color favorito, para tejer una diminuta colcha. Blonda para las cortinas, hilo para las sábanas. Los platos, los hizo ella misma, irregulares y rudos, de barro cocido. Abasteció la despensa, limpió cada rincón, decoró el jardín con plantas en miniatura. La madre alertó al médico ante tanto celo por parte de su hija, pero el buen hombre no relacionó el comportamiento de su paciente con ninguna patología conocida. Sí llamó la atención a la familia, sin embargo, sobre el aspecto descuidado de Ariadna, que se arrastraba por la moqueta con el pelo desgreñado y sucio y con su camisón azul repleto de lamparones.
El siguiente capricho fue un muñeco. Ariadna salió de casa por última vez para ir a escogerlo. Se negó a visitar la juguetería de siempre. Llevaba el nombre de otra apuntado a bolígrafo en la palma de la mano. Allí pudo decidirse entre una treintena de modelos, demorándose mucho en la contemplación de cada uno. En algunos casos, pidió a la dependienta que los sacara de su caja para tocarlos o explorar mejor algún detalle. La madre se incomodaba. Finalmente lograron que Ariadna se decidiera por uno: media melena castaña, chaqueta de fieltro y pantalón negro de imitación de cuero.
Nada más llegar a casa, Ariadna ubicó al muñeco en la cama y lo tapó con la colcha de cachemir.
—Ya está todo —dijo, antes de acostarse sin cenar.
Por la mañana la madre llamó en vano a su hija para que bajara a desayunar. Repiqueteó con los nudillos en la puerta, pero no obtuvo respuesta. Alzó la voz para gritar su nombre, pero fue en vano. Cuando entró en la habitación de Ariadna, se asustó de encontrarla vacía. Buscó sin éxito por todos los rincones, pero la niña no apareció. Llamó a su marido y a la policía. Mientras esperaba a que llegaran volvió a subir hasta la habitación de la niña en busca de alguna explicación. Entonces reparó en la casa de muñecas, en el primor con que todo estaba dispuesto, en los cuadrados de luz que el sol dibujaba al filtrarse por las pequeñas ventanas, en la colcha de cachemir bajo la cual sonreían, muy apretados, dos muñecos: él, castaño y con chaqueta de fieltro; ella, de melena rubia y con un gastado camisón azul.
9 comentarios:
Me recuerda a un cuento que leí de pequeña, una niña desaparecía de su casa, y la encontraban en un cuadro, los años pasaban y la niña crecía en el cuadro...muchos años después aparecía una pequeña tumba blanca.
Me ha encantado el de hoy, sinceramente. Ese "ya está todo" es un punto de ignición fantástico. Se lo voy a mandar a una amiga por correo a la que le encantan las casas de muñecas.
El ritmo de la narración me parece muy bueno, una prosa servida de manera muy sugerente y creativa. La historia yo diría que también tiene un matiz de terror que la hace más amplia y con más posibilidades de interpretación. Algunos cuentos para niños y adultos no son nunca lo que parecen, ¿verdad?
Me parece un cuento brillante Care. Refleja perfectamente los deseos de cualquier niña enferma: huir a la felicidad de una casa de muñecas. Me ha encantado.
Miwok, yo tambien lei ese cuento, y cada dia la niña cambiaba de lugar en el cuadro, era muy bueno... Tan bueno como este, Care, me ha encantado, precioso...
Ladynere, ¿dónde estaba el cuento? A mí me suena que el libro tenía varios relatos y se llamaba "Si quieres pasar miedo" ¿Puede ser?
Miwok, no me acuerdo, pero ahora que nombras el titulo, creo que no lo lei, si no que me lo contaron en el pueblo, una historia de miedo: ella se quedaba encerrada en el cuadro viviendo para siempre, y su hermano se convertia en un troll-paragëro de piedra, pq se comportaba siempre muy mal... ¿puede ser? Mi memoria no es precisamente lo mejor de mi, :(
Care, nos desviamos un poquito del tema, sorry!
Carai...
muy muy buen cuento. De esos que no te dejan indiferente una vez leídos...
PD: Care, siento no haber ido a la presentación del libro...pero llevo una etapa un poco caótica...un poco bastante...un besazo
Es estupendo que unos cuentos nos lleven a otros. En los libros o en la memoria que, de hecho, son lo mismo.
Darkverzight: ¿Vida loca? Ja, si yo te contara.
Sandra: Me verás por allí.
Gracias a todos. Sois unos cielos.
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