9 de julio de 2007

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Hard Candy es una película rodada en Estados Unidos de forma independiente por David Slade, que fue la revelación del Festival de Cine Fantástico de Sitges del año pasado. La historia tiene como trasunto la pederastia, pero en realidad va mucho más allá: es una película sobre la crueldad. Sobre la humillación y la crueldad extremas. En ella, un hombre maduro se cita con una encantadora jovencita que resulta ser apenas una adolescente. Después de un primer encuentro en un bar, él la invita a su casa. Y una vez allí, las tornas de lo que era una relación claramente controlada por el adulto, cambian de un modo drástico.
La encantadora Hayley resulta poseer una mente capaz de planificar y llevar a cabo una orquestada maniobra con tal de aniquilar al presunto pederasta -que a lo largo de la película perderá el adjetivo que lo salva de ser un salvaje- y consumará su venganza.
Hay una escena terrible. No exagero si digo que en algún momento me faltó hasta el aire, de impresionada que estaba (reconozco que soy un alma sensible). No quiero desvelar mucho, pero en esa escena hay una bolsa de hielo, algunos instrumentos quirúrgicos, un hombre atado a una mesa y una adolescente con guantes de látex que juega a los médicos de la manera más sádica. También hay un engaño que no voy a desvelar, pero que es el meollo de toda la cuestión. Y qué meollo. Se termina la película y esa escena sigue en tu cerebro, como la carcoma: royendo, royendo... Y un detalle importante: a pesar de la enumeración, no hay ni una escena explícitamente desagradable en toda la cinta. Todo lo que nos impide respirar está en nuestra cabeza, no en la pantalla.
He aquí uno de los secretos de las buenas historias: su capacidad para evocar mucho más que para mostrar. Su capacidad de sugerir verdades que entendemos como objetivas cuando estamos inmersos en la ficción y que son capaces de despertar en nosotros intensas emociones.
Lo que consigue Hard Candy es exactamente aquello que yo misma persigo tantas veces, cuando me propongo contar un cuento: emocionar evocando. Si tenéis ocasión, un video club cerca y un estómago a prueba de bombas, no os perdáis esta película sobre la violación de la inocencia. Comenzando por la del espectador.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una película que impresiona por todo lo que dices y por más: por su estética tan cuidada, por esos planos increíbles que persiguen a los protagonistas, por esos protagonistas y el sostenimiento de toda la historia en los diálogos... Pero no es nada inocente y bastante más moral de lo que una primera lectura permite. Me encantó en su día esa película y no dejo de recomendarla si tengo ocasión, pero con la advertencia al respecto de esa caperucita malvada que se convierte en una especie de garante de la ley y el orden... mediante la muerte. En el planteamiento final tiene poco de independiente esta película...

Sigo tu blog desde hace tiempo desde la cómoda posición del voyeur silencioso y me encanta. No me he podido resistir a la firma con la película que recomiendas hoy.

César dijo...

Pues si la secuencia de la bolsa de hielo te impresionó a ti, que eres mujer, ni te cuento lo que hizo conmigo, que soy hombre...

Glub...

Artemisa dijo...

No hace falta ser hombre; nosotras también tenemos... XD ya sabéis, "sensibilidad".

Creo que visualmente, además de preferir lo sugestivo a lo escabroso, el punto fuerte es la carita de ángel de la chica, que tendrá... ¿dieciséis, diecisiete como mucho? Pero aparenta menos, y luego se descubre su mente de adulta que viene de vuelta de todo. Y el toque de la chaqueta roja con capucha. O.o Que avisen al lobo.