De pronto se presenta el pasado ante tus ojos y agita la mano. Puede estar más gordo o más delgado, pero se mueve igual, tiene los mismos tics, odias cada uno de los pequeños defectos que odiabas en él hace una década. Te mira a los ojos, tu pasado, y tú le devuelves la mirada.
Piensas: «No te extraño, qué raro. No extraño nada de lo que se fue contigo, y puede que no sea muy normal».
Tu pasado lleva de la mano a otro presente. Y sientes que todo está en el lugar exacto en que debe estar.
He aquí, por fin, la perfecta harmonía de los tiempos verbales.
La armoniosa imagen de hoy del blog La Petite.
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